sábado, 31 de diciembre de 2016

Nada de lo que queramos para el año siguiente, de todo corazón, cambiará el hecho de que el Universo seguirá su curso indiferente y que la realidad continuará desmintiendo cada una de nuestras expectativas, dejándonos estupefactos y en un indefinido ciclo de acciones y consecuencias. Pero no hay que desanimarse por eso. No hay que ser aguafiestas pretendiendo inteligencia. Resulta más coherente y rentable, al final de la jornada, celebrar el simple hecho de aparecer y pulular sobre el mundo, brindando por un año más o un año menos, según nuestra diminuta perspectiva vital, implorando a los astros que todo cambie de acuerdo a nuestra voluntad, como si eso fuese realmente posible. En la fe que existe y su inevitable negación se encontrará, cuando llegue la hora, el mayor divertimento, el alma de la noche. Entonces solo quedará abrazar el absurdo de la vida, mientras la muerte, bélica y festiva, continúa haciendo de las suyas, planeando un mejor final para nuestros invitados.

viernes, 30 de diciembre de 2016

Último día

Último día. Llamo al instituto por el pago. Me responde secretaria nueva. Me señala que envió el jueves un correo con los detalles de la remuneración. Reviso el correo atrasado, con la mirada entreabierta por la mañana, producto de la caña de la noche anterior. Voy al instituto entonces a entregar el resumen de las planificaciones del año, garantía de pago íntegro, dado que Diciembre no se trabajó. Lo curioso es que no hice aquel resumen durante todo este tiempo, salvo en la mañana cuando debía entregarlo y recibir el sueldo correspondiente. La sombra de la procrastinación persiste. Al terminar el tiempo contractual, todo parece dilatarse, para acabar en un contrapunto inesperado. La dispersión recobra terreno, la obligación toma un atajo. Muchas cosas cambian sin siquiera advertirlo. Lo que no se estipula en el contrato persiste escondido. La vida misma en sociedad, lo que yo llamaría el contrato oculto. El contrato tácito. La secretaria, previsora, se percata del hecho, y me entrega el resumen de otro profesor como modelo. Es fin de año, relájese, parecía decir. En cuanto llega la Utp, se le entrega el resumen. Pregunta si recibí el cheque. Apura para que vaya a cobrarlo. En el detalle del contrato literal sale que mis servicios son considerados para el próximo año. En el camino a cobrar el cheque, sin embargo, el contrato oculto se manifiesta. La Utp llama de vuelta. Al parecer requiere mi presencia para un asunto pendiente, particular. La Utp acaba diciendo "Usted sabe muy bien el motivo". Se despide con un felices fiestas. Le devuelvo también las felicitaciones de rigor. El motivo de aquella reunión extraordinaria, entonces, se vuelve tácito. Queda la interrogante instalada. Lo que no está escrito se hace notar. Aun así, cuelgo con la conciencia tranquila, con la única certeza de que el año lectivo se cierra, ofreciendo más preguntas que respuestas.
Otro suicida en el Costanera Center. Los titulares son kafkianos. "El mall retoma sus funciones con total normalidad". La indignación de la gente no se hace esperar. La crítica sobre la frialdad de la operación, sobre la indiferencia del consumidor medio, sobre la falta de humanidad del personal. Por un sentido ético, de empatía, el Mall debería ser suspendido por motivo de duelo. Sin embargo, esto no ocurrirá. La maquinaria del mercado es demasiado grande. Devora hasta el más arraigado sentido común. Crea su propio sentido de acuerdo a la oferta y demanda. Un sentido eminentemente comercial. Más allá de la discusión moralista. Un suicida más, un suicida menos. Para los grandes interesados, solo un número, una cifra. Una cuestión cuantitativa. Jamás cualitativa. La palabra humano, bajo su ley, solo cuenta como recurso.

jueves, 29 de diciembre de 2016

Tener o no talento resulta irrelevante a estas alturas de la vida. En determinado campo de juego y de acción lo que cuenta es tener obsesiones, y perseverar en ellas hasta un grado patológico.
La muerte inexorable obra de formas misteriosas. Para todos tiene su tiempo y su espacio. Su nicho fúnebre. Su réquiem. Este año decidió llevarse a ídolos de la música y del cine. Acaso sin lógica ni explicación, sino que por un puro capricho de eso que llaman destino. Lo que duele sin duda no es la muerte misma, sino que la ausencia de nuestros ídolos, su partida definitiva, su inevitable desaparición. El saber que habitarán solamente en la memoria como una sombra de nosotros mismos. Una sombra más o menos presente. Así no solo recordamos a nuestros muertos por admiración, también recordamos lo que alguna vez fue nuestra propia vida. El reflejo de nuestra propia caducidad.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

La devoción férrea por el trabajo tiene en realidad un origen religioso. De acuerdo a Max Weber dataría del calvinismo, que planteaba que la salvación del individuo venía predestinada por mandato divino, pero como era imposible saberlo, solo restaba el trabajo duro y la necesidad de éxito como garantía. Nuestros padres nos han inculcado esta necesidad, con la mejor de las intenciones, pero inconcientemente, desconociendo su raíz eminentemente protestante. Por eso entiendo a los que se enorgullecen de su trabajo duro solo bajo la óptica de su creencia particular. No los culpo. Solo molestan cuando tratan de enarbolar el trabajo por el trabajo como regla universal. Para los que no creen en esa vieja concepción calvinista solo les resta el ocio a lo griego. No el ocio malentendido como antónimo de diligencia (virtud cristiana) sino que el ocio como el tiempo libre reservado a las cosas del espíritu. O, por lo menos, a las cosas gratuitas, libres de contrato laboral.

Vera Rubin y la materia oscura

Para rematar el año fatídico, también ha muerto la astrónoma descubridora de la materia oscura, Vera Rubin. Se dice que la materia oscura como concepto astrofísico conforma casi una cuarta parte del universo. De acuerdo a Rubin, entonces, todo cuanto rodea el cosmos se hallaría movido por esa energía oscura. La sola inestabilidad en el movimiento de las galaxias confirmaría su hipótesis. Lo que llevó a pensar que las leyes de Newton tenían también su margen de entropía. La muerte de Rubin y la existencia de la materia oscura nos recuerdan que el conocimiento científico se alimenta precisamente del error. Que no existe una verdad irrefutable, sino que una cadena de yerros y de aciertos.

Corolario científico: La materia oscura es lo que conforma e impulsa al universo. La muerte de la astrónoma formaría también parte de su propia hipótesis.

lunes, 26 de diciembre de 2016

El filme secreto

En la siesta de la tarde soñé que conversábamos con una amiga sobre el viaje a la Luna. El quid del asunto se relacionaba con el cuestionamiento sobre la veracidad del viaje. Se hablaba sobre Kubrick y la teoría conspiranoica de que él literalmente montó el viaje financiado por la CIA en el contexto de la Guerra Fría. Recordé el episodio de The man in the high castle en que Juliana descubre el verdadero contenido del filme que cree proteger. El filme en que se mostraba nada menos que una verdad histórica, entremezclada con la propia trama, ficción dentro de la ficción. El sueño con la amiga era quizá un episodio evocado después de ver la propia serie y desfallecer sobre la cama. Una fábula contada por contigüidad entre sueño y vigilia, acaso una misma cosa en lo que atañe a la ficción. Lo impactante es que dentro del sueño aquella amiga desaparecía. Y la conversación tomaba lugar en una plaza sin nombre, difusa, con algunos elementos de la vida real. En el episodio de The man in the high castle, Juliana acaba desconfiando del contenido del filme. Comienza a creer en el agente encubierto que la amaba. Dentro de su ficción la historia podía tomar otro giro distinto al de la película secreta. Su potencial subversivo solo se hallaba en su calidad de representación. No en lo que celosamente escondía como supuesto hecho irrevocable. Ni el viaje a la luna que era motivo de nuestro encuentro, ni el supuesto fin de los aliados en la película, eran la verdad pura. Ni tampoco una ficción definitiva. Se hablaba sobre nuestra propia proyección interior. La proyección de nuestros deseos cautivos y latentes. Capa sobre capa, vida sobre sueño, como Segismundo en su remota torre perdida. En el sueño, aquella amiga desaparecida, al contrario que Juliana en el episodio de la serie, no revelaba nada respecto a nuestro tema de conversación, ni mucho menos sobre nosotros. Lo cierto es que nuestra existencia en esa realidad colapsaba, quedando solo la cifra de las palabras. Lo único que me queda de ella. Lo único que nos queda de los otros, al fin y al cabo. La verdad, de ese modo, no se halla escondida en un filme ni camuflada bajo una ensoñación, se halla finalmente en quien tiene el poder de proyectarla en un visionado, en quien pueda volverla una barricada contra el inminente desorden del mundo.


sábado, 24 de diciembre de 2016

Cuestionamiento a un amigo ¿En un mundo como el de El hombre en el castillo, serie en la que Estados Unidos perdió la guerra y está dominada por nazis y japoneses, cómo habría sido posible el surgimiento del rock and roll?
Según cuenta una crítica popular la figura actual del viejo pascuero viene dada por un asunto corporativo. En resumidas cuentas, fue nada menos que Coca Cola la que habría inventado al célebre viejo, vistiéndolo con los colores propios de su producto. Hay otra anécdota, sin embargo, más literaria, que remite el origen del viejo y su definición contemporánea a un poema anónimo escrito a comienzos del siglo XIX, llamado "Una visita de San Nicolás", y que se cree fue escrito por un profesor americano: Clement Clarke Moore. Como sea, el punto es que la Navidad está poblada de personajes ficticios, personajes que no se sabe si son versiones de algo real o simplemente representaciones de algún mito o creencia perdida en el tiempo, tan reescritas que ya no se sabe si son auténticas o apócrifas. A mi entender, el propio Jesucristo, considerado como una figura histórica para algunos, como una proyección mítica para otros, cabría perfectamente dentro de aquel bestiario de personajes. De todos modos, lo que se celebra por estos días es una suerte de ilusión, una ilusión con sentido colectivo merced a los sueños y los deseos de muchos. Un salud entonces, por todas esas ilusiones que nos mantienen desvelados, distantes de la terrible realidad del universo.

viernes, 23 de diciembre de 2016

Una chica paranormal

La recuerdo de vez en cuando por sus propias palabras: “¿Cómo no nos vamos a ver de nuevo, si hasta te he chupado el pico?”. Fue, ciertamente, una noche sin precedentes. Le hice ver hace un tiempo, por mensajería interna, que uno de sus relatos se relacionaba con la parte de la herida, escrita por Manuel Rojas en Hijo de ladrón. De ahí una conexión que se fue dando merced a su poética simpatía. Regresaba a Valpo de tanto en tanto. Asuntos de familia. Me pidió que me sacara uno e iba a pegarse un pique por el plan. La primera vez fue demasiado abrupta. Un mero intercambio de saludos a cambio de su autógrafo. La segunda vez aquella dimos en la pileta de Neptuno de Aníbal Pinto. Subimos a un local llamado Mi Casa. Corría un viento huracanado, inaudito para ella, capitalina. Un perro era atacado por un sujeto, luego de ladrarle enérgicamente. Decía que el ataque fue innecesario, y completamente maletero. Ya en el local pedimos dos chelas. Señaló un cuadro de Marilyn Monroe a sus espaldas. Otro de Elvis más al fondo. Parecía el museo de la belleza mortal. Lo pintoresco puertas adentro, atraía acaso un sentimiento vintage, un deseo de volver a la vida a los muertos. Hablamos de ese modo sobre nuestras desventuras. Decía que su hermano se había perdido por más de dos días en Valpo, pero que luego regresó misteriosamente. No estaba muerto, andaba de parranda. “Le pasó por carretero”, decía ella. Estaba por terminar sus estudios de Terapeuta complementaria. De repente salió a flote el holismo, la teoría sobre el todo que es más que la suma de sus partes. Le hice saber detalles de mi ruptura amorosa. “Si quieres y te parece muy delicado no lo cuentes”, decía ella con tranquilidad. De todas formas insistí en contárselo, arguyendo que después de todo era algo catártico. A medida que recreaba los detalles, la figura de la ex desaparecía junto con la espuma de la cerveza y el humo de la conversación. De pronto todo adquirió su rostro, hasta que la transfiguración era completa y remataba con detalles sobre su proceso creativo. Insistí en que, como en uno de sus relatos, el absurdismo nos envolvía dentro de su manto, volviéndonos unos perfectos desconocidos pero a la vez inaugurando una complicidad, efímera pero ardiente como la colilla esfumándose entre sus labios. 

Después del brindis, le dije que quedaban un par de cogollos en la casa, que podríamos aprovecharlos antes de que se acabase el fuego. La noche se cernía sobre el plan. Era como la sombra que aguardaba cada esquina no con ánimo de peligro sino que de misterio, un misterio ciertamente agridulce, entremezclado de azar y de música. Le decía que Jaco Pastorius era uno de los más secos. Ella se inclinaba por Pat Metheny. Señalaba que su atmósfera era de otro planeta, como fumarse un “cerro de hierbas” y luego tirarse para no volver. Ya en la habitación, la onda era seguir carreteando. Fuimos por más chelas y cigarrillos. Me pidió que colocase a Charles Mingus. La luz tenue cerca de la ventana proyectaba el exterior, una superposición de casonas, oscuridad y tráfico, sobre todo, tráfico de estrellas a lo lejos. Mientras el jazz inundaba los sentidos, la improvisación de Mingus adquiría una atmósfera de locura. Una locura serena, en todo caso. La cama era como una especie de galería. El humo, una especie de testigo y de espíritu. Recorría el interior a medida que el saxo se deslizaba sobre su partitura. Su partitura primigenia. En el medio del solo, o lisa y llanamente ya bajando el humo, ella me pidió que la besara. Su solicitud excedía mi cuota de necesidad. De pronto nos hallábamos amarrados. Nuestro sexo como el saxo, recorriendo la partitura de los sentidos. Seguimos entonces, en ese ritual de notas y de lenguas. En un momento de tregua, con la luz apagada, ella se asomó a la ventana para fumar un poco. Entonces contemplo su culo, blanco, curvo como la propia luna, la única luna que quizá se dejaba asomar al exterior en ese escenario opaco. Lo único luminoso en medio de la desolada avenida. Lo movía al vaivén de la música y del humo que entraba. De ese modo, poseído, decido viajar a la luna. Una vez dentro, recorro su relieve. Indago poco a poco en su cráter, conciente de la incertidumbre de lo que hacía y de lo que sentía. La levedad nos hacía flotar, el espacio de repente se tornaba líquido, palpitante, como un corazón abriéndose a punta de estocadas, hasta que caíamos de vuelta a la galería, cada uno por su propio lado. Exhaustos, continuando el ritual, pero ya jadeantes, restándole gasolina a las revoluciones. En ese instante, comenzaba a sonar Coltrane. A love supreme. Le hacía ver que ese disco era el cúlmine de su carrera. Su concepción jazzística de la fe. Su musical forma de interpretar su devoción a Dios. Merced a la intensidad, la habitación se volvía un caos hermoso, una pieza jazzística de corte clandestino. Extrañamente, todo el resto del departamento permanecía oscuro, silencioso. Los vecinos parecían abstraerse. De pronto todo oscilaba entre el puro sudor y la contemplación más aguda. 

Después del éxtasis venía la calma. La plática post nocturna. La palabra. Coltrane dejaba su saxo. Nosotros el sexo. Me hacía ver en uno de sus relatos el tema de la herida, herida por la cual suelo recordarla. La intimidad a ratos tiene eso de melancólico. Una cierta pesadumbre posterior al acto, pero una pesadumbre en cierto modo serena, como la de los brazos después de la ejecución. Coltrane me entendería. Ella leía uno de sus relatos. No recuerdo si se trataba del relato sobre la Revelación. El asunto es que leía uno de sus relatos con toda confianza. Confiando en que la escuchase. Que vibrase con algún vaso comunicante. Alguna geometría producto de nuestra fricción. Me decía con cierta ternura pero también escepticismo, que ella era así, de esa forma, sin tapujos, que no lo tomase a mal. Al contrario. Cuestión que en ese momento palpé como un episodio mágico. Hasta me atrevería a decir, paranormal. Luego ella continuaba, desenvuelta, con su relato. Aquella vez se trataba de abrir el corazón. O simplemente de soltar, desenredar un poco la lengua. Exorcizar los demonios. La ceniza se acumulaba a su costado. Era la evidencia de una noche larga. De un fuego repentino. Leo ahora de nuevo su libro, intentando buscar una respuesta, o al menos un espejo, un portal hacia aquella noche. Doy con la Mudez, una de sus confesiones. Dice que “muchas veces se cansa de sufrir”. La frase me remite al coctel de pastillas que sostenía en la palma de su mano. Aclaraba que debía tomarlas. Que era parte de un tratamiento. Estaba sorprendido. Decía estar al límite. Y lo cierto es que los límites, en determinado momento, en su punto de máxima tensión, se tocan. Al punto de que no se puede diferenciar entre la cosa y el sujeto. Decía, en otra parte de su Mudez, que le gustaría que “sus palabras, que su mensaje fuese entendido y no juzgado”. E irónicamente, ella sí logró entender algo que uno mismo creía dormido: la pena. Me hacía notar que mis ojos la transmitían. Le decía por interno que era el amor. Sonreía. La ternura de lo que ya se ha vivido demasiado. No tanto por cantidad sino que por intensidad. Los libros, la lectura, por lo pronto, eran nuestra excusa. Nuestro hombre de paja. Su relato era nada más que el relato de su propia apertura. 

Al otro día, quedaba en el ordenador sonando un playlist infinito. El soundtrack silencioso después del show. Luego la caña ligera que ahogaba en un vaso de agua. Los vestigios del mambo. La ignición. Ella se levantaba desnuda, andando con desenfado por el living del departamento. Recordaba por la mañana el trabajo, el día nuevo dentro de la rueda de obligaciones. De esa forma, salíamos. Le hice saber que la antología de poesía que le había regalado era completamente suya. Al parecer lo tuvo en cuenta. Lo importante era que la tuviese y la leyese. Queda el encanto de la expectativa, la promesa del retorno, y su circularidad. Agridulce como la libertad misma. Ella tomaba entonces la locomoción de vuelta. La despedida de rigor y la memoria. Pienso en las palabras de Manuel Rojas cuando dice, en su legendario capítulo, que la herida, nuestra herida, es lo único que, una vez abierto, puede ser leído y conservado. Con dolor y placer. Una misma cosa.

jueves, 22 de diciembre de 2016

La muerte de Laiseca no fue tal. Él seguirá habitando en el terror.

Navidad en Islandia

En Islandia, según cuenta una noticia reciente, se celebra la Navidad en cama y leyendo libros. Nada de sobremesa, vino, carne ni palabras de optimismo. Total austeridad. Únicamente lectura silenciosa. Podrá parecer, para nuestro espíritu gregario, un panorama desolador, pero tiene una explicación lógica, y hasta literaria. La costumbre de regalar libros en Navidad tiene por nombre 'Jólabókaflód'. Y se debe a que al ser Islandia un país tan remoto y tan distante, regalar regalos como lo hace todo el mundo se vuelve casi una quimera. Sin embargo, la fabricación de papel por esos lados resulta rentable. Por lo que el regalo más adecuado para Navidad acaba siendo nada menos que el libro. El auge de la venta de libros en Islandia ocurre los últimos dos meses del año. De esa forma, la fecha de Navidad coincide con el auge de la compraventa literaria. Los lectores pueden llevar sus regalos a través de un catalogo anual llamado 'Bókatíðindi', que se distribuye en todos los hogares de Islandia con la esperanza de que el número de libros crezca junto con el de los deseos de noche buena. Se ruega, prácticamente, por los lectores y su hábito invernal. La literatura entonces, como la Navidad, le llega a todos por igual, como si se tratase de un deseo sostenido por todos, una tradicional ilusión fomentada por una razón de geografía y de economía.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Aniversario del fin del mundo. No sé si vestir de luto o vestir de fiesta. Quizá ambos.

The man in the high castle

Quedarse dormido viendo una serie y soñar luego cinematográficamente. Una de las cosas que solo la noche puede auspiciar. La serie era The man in the high castle, capítulo 5. Ocurría un asesinato entremedio. Un disparo público contra un príncipe, a lo Taxi Driver. Una chica judía, en una hipotética Norteamérica dominada por nazis y japoneses, hacía entrega de una película a una banda de rebeldes afroamericanos, dentro de la conocida Zona neutral, para hacérsela llegar a un tal "Hombre en el castillo". Los motivos eran difusos. Era escoltada por un nazi encubierto. El nazi pierde los estribos. Se comienza a enamorar. Cree ver en la película -como la propia chica- un arma política secreta. No se revela en ningún momento su trama, solo hablan sobre su peligrosidad. Metaficción. En el sueño luego de ese episodio, me encontraba cargando un libro. Lo presentaba ante un sujeto de incógnito. El libro era como una especie de curriculum. Sobre la mesa había una kafkiana pila de fotocopias. Debajo se vislumbraba el curriculum de una chica. Las preguntas del sujeto eran ilegibles, intraducibles. Lo único real era la tensión. La peligrosidad de lo que presentaba. El contenido del libro era un compendio surrealista. Versaba sobre la propia biografía. Pero en términos incomprensibles, solo explicables de forma traumática, inconciente.

En uno de sus episodios una chica -quizá la del curriculum- esperaba a alguien en un sitio de noche, parecido al escenario de la serie, sobre un puente. Me encontraba imaginándola, en completa soledad, temiendo que fuese perseguida. Su asesinato era inminente. Los motivos seguían ocultos. Ella lograba escapar. Luego no podía seguir recordando. Regresaba a la entrevista imaginaria. El sujeto especulaba sobre nuestro prontuario. El número de preguntas crecía conforme avanzaba. Por supuesto la tensión subía. Junto a la incertidumbre. Ya no sabía en donde terminaba la serie y donde empezaba el sueño. Todo acababa siendo una sola cosa. Un gran teatro interior, una alegoría política en donde era el Eje el que triunfaba. La película que aquella chica de la serie sostenía. La difusa biografía que cargaba dentro del sueño. No eran sino el símbolo de un lenguaje ultrasecreto, vetado al poder de la realidad. El Eje, representado en la serie, en el propio sueño, no era otra cosa que nuestros miedos vueltos una entidad política. Quizá toda la historia tenga sus propios móviles de pesadilla, su propio reino desconocido, vetado todavía a la vigilia policial de nuestras acciones.





martes, 20 de diciembre de 2016

Conversaba de vez en cuando con su pareja de fantasía, acerca de la posibilidad de crear un mundo atemporal en donde solo ellos con sus hijos pudiesen ser eternamente felices. Según él, ella le decía que lo había leído en una novela decimonónica, adaptada de manera elegante a nuestros tiempos frenéticos. Lo que no sabía era que ese mundo del que tanto hablaban solo era posible en una especie de sueño demasiado inverosímil, en la laguna de algún cuento de hadas vencido por el tiempo y su antimateria. Volvía entonces resignado a la resaca de su tiempo libre, casado con la soledad, teniendo por amante nada más que su promiscua imaginación. En la ventana de su habitación se dejaban reflejar, de forma intermitente, como en una suerte de réquiem, las luces del árbol de pascua del vecino.
Uno de los pocos privilegios de ser profesor, le hago saber a amigos y amigas cuando preguntan: unas vacaciones idénticas a las de los propios alumnos, e incluso pagadas de manera íntegra, cuando se cuenta con contrato a plazo fijo -como el que suscribe-. El legítimo derecho del profesor a tirárselas luego de cargar sobre sus hombros el peso del desprestigio social. El ocio pagado le dignifica. Horas y horas pedagógicas las gastará durante esos dos meses en recuperar el tiempo perdido, dándose una vida de dandy que perderá nada más llegado Marzo. Su tiempo libre será su mayor capital.

El trailer de Morgan

Viendo Morgan (2016) en la madrugada, dirigida por el hijo de Ridley Scott, una película sobre una chica con inteligencia artificial, me percato de que el trailer fue creado por el superordenador IBM Watson, siendo este uno de los primeros intentos de aplicar I.A al terreno de la cinematografía. Se dice que el superordenador, para lllevar a cabo su tarea, fue "alimentado" con más de cien trailers de películas de terror, de modo que en el análisis de los elementos visuales, sonoros y de composición la máquina pudo crear el trailer en menos de un día, cuestión que a un ser humano le hubiese tomado semanas. Vi el resultado en el trailer y en un minuto resulta simplemente inquietante. Pero lo trascendente no es tanto la eficiencia de la I.A para emular la inteligencia y capacidad asociativa, sino que el interés creciente por llevar al plano de la máquina una de las cosas que se creen precisamente más humanas: la creación artística.

Pasa algo con el cine: que su lenguaje audiovisual resulta más ad hoc en relación al algoritmo de una I.A, en el sentido de que su forma de asociar el contenido podría parecerse en ocasiones a la del montaje. En cambio, recuerdo que meses atrás, se experimentó con una inteligencia artificial de Google, a la cual se sometió a la lectura de más de tres mil libros de poesía romántica para que "escribiera", de ese modo, un poema original. El resultado, si bien dicen que manifiesta cierta oscuridad, revela cierto criterio binario, lo que hace que el poema se lea más como un rosario mecánico, una amalgama dual de verso y ritmo. El punto está en que la poesía pareciera que todavía escapa a una interpretación unívoca, y refleja casi con integridad el lenguaje y la facultad de quien la emite. En este caso, el poema fue un fiel reflejo de la inteligencia artificial. Se nota a leguas que su escritura fue una emulación. Demuestra que la I.A está todavía en ciernes, y lo está porque se está metiendo en el terreno del arte. La metáfora constituye aún una barrera para el algortimo, una zona demasiado connotativa para la linealidad de la máquina. Sin embargo, esa frontera no será del todo insalvable en un futuro. El componente que falta, a mi modo de ver, tiene que ver con la imaginación y con lo orgánico. Si la máquina pudiese entrar en ese terreno simbólico sería toda una revelación. Me atrevería a decir que la puerta de entrada al universo humano para la máquina, no será a través de la simple programación lógica, sino que será a través del símbolo. La medida de la inteligencia operativa no será lo que equipare a una máquina con un humano, lo será la forma en que usa el símbolo para otorgarle un sentido a la vida. He ahí lo que diferencia al humano de la inteligencia artificial: el sinsentido, cuestión que para la máquina resulta inconcebible, sinónimo de muerte.



domingo, 18 de diciembre de 2016

Obsolescencia programada. El que inventó ese término de seguro era un poeta sin saberlo. Qué metáfora más perfecta de la propia vida.

Sobre no ser padre

Una chica en un local ayer, me hizo una pregunta capciosa, una pregunta que ya me han hecho repetidas veces, otras chicas, en otros contextos, en diversas situaciones: ¿Tienes hijos?. Ante la negativa, luego arremetía con otra pregunta aún más profunda: "¿Por qué no tienes hijos?". Pude en su momento esgrimir una serie de posibles respuestas a esa pregunta tan inusual, como: No resulta económicamente rentable en nuestro país desigual, no está dentro de los planes, no se ha dado la ocasión. Incluso la respuesta que excede lo personal, y que asoma incluso un punto de vista ideológico. No tener hijos como un combate a la sobrepoblación. Como una forma de darle un respiro al planeta, restando el número de humanos. Cuestión aunque inverosímil, plausible. En la mujer todo eso suele parecer un contrasentido. Un atributo extravagante. Algo que no se entiende de buenas a primeras. Todavía está instalado el dilema, entre el tener hijos por deber, por una cuestión biológica, o sencillamente por amor. Este último motivo resulta aparentemente puro, pero siempre viene aparejado de otra clase de factores. Factores que, en su mayoría, van revelándose casi de manera simultánea a la propia gestación. Al no dar con una respuesta satisfactoria a la pregunta de la chica, por inexperiencia en la materia o sencillamente falta de ideas, no me quedó otra que decirle que "no me nacía ser padre". La chica miró con cierto aire comprensivo, pero se le veía algo estupefacta, sorprendida, por la expresión de la respuesta. El no me nace ser padre. Ahí ya no se trataba de algo deliberado, sino que apelaba a una suerte de voluntad íntima, a una paternidad latente en alguna parte que por ningún motivo se manifestaba. La chica, ante eso, recuerdo que aclaraba que ella tenía tres hijos. La pregunta era en el fondo una proyección de su propia realidad. Lo curioso de todo es que, a pesar de su afirmación, va creciendo el número de mujeres que reniega de la maternidad como un deber, por el discurso feminista vigente y también por un creciente individualismo que lleva a priorizar la aspiración personal por sobre el yugo de la familia. El contraste estaba hecho. La chica, a pesar de todo, entendía el punto. Decía que era algo que no logró dimensionar en su momento. Que simplemente se dio. Nuevamente la apelación a una voluntad inconciente, esta vez con el motivo opuesto. Y eso es lo más extraño de todo: que la mayoría de las veces en esa materia no hay algo verdaderamente definido. Siempre resta una suerte de sombra. El punto es que la idea de tener hijos resulta todavía lejana, o quizá solo difusa, inconsistente. En realidad, toda idea sobre el futuro resulta así. Se carga con demasiado peso. Demasiada responsabilidad. Lo más sensato sería desprenderse de todo. Pero resulta fácil decirlo. Llegado el momento, nuestros errores acaban convirtiéndose en nuestro mayor orgullo. Proyectarlos sobre otra criatura empieza siendo una bendición pero acaba siendo una tarea titánica. La chica, luego de aclarar aquel punto, y ya acabando el motivo de la conversación, siguió su camino. Eso sí, con una remota posibilidad de contacto. En otro espacio, o quizá en otra vida, todavía nonata, como nuestro propio futuro.

sábado, 17 de diciembre de 2016

Caminando de vuelta por la noche porteña en patota después de un lanzamiento, se discutía sobre los locales que van cerrando, que van quedándose en el olvido, como el Keops; aquel tiempo en que todo era más barato, y la resaca más duradera, recordando la Torre, por ejemplo; o cuando el Huevo todavía era la sensación taquillera. Será que el tiempo se muestra implacable o los locales que frecuentábamos solo cambiaron de forma y estamos ya demasiado viejos para concebirlo. O quizá sea como en el poemario de una amiga, donde dice que ya no hay nombres, que todo fue inventado para atrapar lo que de nosotros se va yendo.

viernes, 16 de diciembre de 2016

En busca de Conversaciones con Sergio Meier.

Fui hoy a la Librería Qué Leo de Viña, decidido a comprar el libro Conversaciones con Sergio Meier de Carlos Lloró. La última vez que fui (esto es, hace dos semanas) lo hice por sugerencia de un amigo, Leandro Oliva. Me indicó la dirección exacta de la Librería. Lo único sometido a incertidumbre era el horario de atención. Me dijo expresamente que aperrara no más. Que fuera sin saberlo. Con la fe de encontrar el libro de Lloró, así fuese por una sincronicidad cósmica. Cuando llegué aquella vez a la Librería, el vendedor del local me dijo que habían cinco ejemplares a precio oferta, cinco lucas, y que debían estar en alguna parte de los anaqueles, puesto que sí figuraban en el sistema. Lo extraño de todo era que en casi veinte minutos de búsqueda no se pudo dar con ningún ejemplar. En resumidas cuentas, el libro de Lloró existía, estaba en alguna parte, pero, paradójicamente, no en ese preciso instante y en ese preciso lugar. El vendedor trataba de salvaguardar el embrollo, diciéndome que me avisaría en cuanto lo encontrara y tuviese a mano. "Un libro no puede desaparecer tan fácilmente", repetía a modo de consuelo o de firme aseveración. Me pide su número. En casa y sin demasiada expectativa espero el llamado de rigor. La esperanza de la aparición del libro. Nada. De esa forma pasaron los días y el rumor sobre la compra del libro de Lloró se hacía más tenue. Su existencia en aquel momento escapaba sencillamente a nuestra inquietud, nuestra deliberada ansiedad. Durante el lapso posterior a aquella compra fallida, inexistente, hasta ahora, la figura de Meier persistía en el imaginario a raíz de su Color de la amatista y su Segunda enciclopedia de Tlon. Sus conversaciones permanecían, de ese modo, en otro plano. Más íntimo, si se quiere, pero a la vez metafísico. O simplemente ausentes, distantes a nuestra voluntad obsesiva, libresca. Abro entonces el libro de Lloró recién comprado. Esta anécdota -me dije a mi mismo- forma parte también del valor agregado. De la espesura temporal del libro. Le hice saber al propio vendedor que hace dos semanas vine a comprar este libro sin éxito. Lo recordaba. Lo único que no recordó fue el detalle del llamado. No hacía falta tampoco traerle a la memoria semejante desatino. El hecho es que el libro apareció sin demasiada expectativa. Como venido desde otro plano, propiciando por su cuenta un juego, poniendo en jaque eso que llaman realidad, ataviada en eso que llaman conciencia, conciencia de algo. Nuestra acción, o nuestra inercia. Su compra debía ser así, azarosa, sin otro destino que su total asincronía. Que su ironía universal. En la contratapa, a modo de cierre, o de apertura, se deja leer, con completa serenidad, la palabra "fuga", fuga de los límites de la materia, nuestra materia.


jueves, 15 de diciembre de 2016

La trinidad pornográfica

La deriva que está tomando la pornografía resulta conmovedora. Ya no es solo aquel tabú adolescente que justificaba nuestras poluciones nocturnas. Ya no es solo una oda a la perversión sexual. A nuestras masturbaciones secretas que hacemos a escondidas, tras bambalinas de nuestra vida cotidiana. La pornografía va abriéndose paso en la cultura, reclamando, proclamando cierta dignidad artística, rompiendo los prejuicios pacatos de la sociedad, de la mano de figuras femeninas como, por ejemplo, Sasha Grey, que debutó en la literatura con su novela La sociedad Juliette, obra que versa sobre una sociedad secreta donde determinado grupo de elite da rienda suelta a sus impulsos sexuales sin tapujo, dialogando con la película Ojos bien cerrados de Kubrick. También tenemos a Valentina Nappi, otra de las figuras que entra en la vanguardia pornográfica, dictando cátedras en congresos sobre Nietzsche, Kant, y sobre lo que ella llama la "Pornosofía", una mirada más intelectual de este mundo a ratos señalado como superfluo, inmoral, carente de contenido. Y quizá la promesa más joven, la española Amarna Miller (seudónimo en honor al escritor Henry Miller), que en su debut busca teorizar sobre el feminismo desde la propia pornografía, tratando de salvaguardar la distancia ética, llevando la pornografía hacia un cauce político. De hecho, hay un video suyo donde critica la hipocresía de la sociedad española, en el cual nuestra actriz proclama a todas luces que "la misma gente que la llama puta, se pajea con sus videos. La misma gente que se dice laica, pone medallitas a las vírgenes". Grey, Nappi y Miller, la trinidad pornográfica que está dando que hablar más allá de la pornografía. Así que cuando pensemos en ellas, pensaremos en algo más que fluidos y gemidos. En algo más que una cultura del consumo y de la basura. De esa forma nuestras fantasías tendrán otro color y hasta otra definición.

Lapsus

Soñó que deambulaba por una plaza y en una feria se encontraba con un extraño libro. Era una recopilación de algunas obras literarias rezagadas por los Fondos del libro y la lectura, en el lapso de una década. Comenzó a hojearla, pero no figuraba ningún nombre del responsable de la obra. Perfectamente pudo haber sido una multitud. En la contratapa se dejaban leer las siguientes líneas de Leopoldo María Panero: "Qué es el hombre, pregunta la mano que escribe. /El Infierno pregunta de quién es la mano que escribe". Al intentar leer la obra, despertó, abrupto, sin alcanzar a consultarla, haciéndose polvo entre sus manos. Lo único que sobrevivió fue su nombre: Lapsus.

Fondo del Libro

Siempre acabo enterándome sobre el Fondo del libro a causa del éxito y también la derrota ajena, en el círculo cerrado de amistades del mundo de la escritura. Siempre la palabra Fondo me llega de repente, de rebote. Junto con la palabra Estado. La palabra libro la he escuchado siempre de boca de conocidos y amistades. No he postulado simplemente porque todavía no digiero siquiera la tentativa de realizar un libro. Está la posibilidad latente, pero no su puesta en marcha. He pensado entonces en un universo de libros latentes, posibles pero aún inexistentes, germinando en la mente de muchos todavía, y en su propio Fondo abstracto e infinito, sin ningún margen de error ni de acierto. Cuántas posibles promesas, como también cuántos posibles fracasos. El universo de la imaginación -o, en su defecto, del lenguaje- aún no sometido al dictamen de la realidad.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

La muñeca inflable

La muñeca inflable de asexma. La broma sobre la economía como una mujer que requiere de estimulación. El retrato vivo de la política chilena vuelta un asunto de pornografía. La metáfora perfecta sobre la ciudadanía como un objeto de satisfacción narcisista elitista

*James Ballard estaría de acuerdo. También lo estaría Irvine Welsh, con Porno, la perfecta sátira política. O Javier Tomeo con Los amantes de silicona.

Diplomado en Psicología Budista.

Investigando por la web me topo con un enlace sobre un Diplomado en Psicología Budista. Hablan sobre esta como la "Madre de las psicologías". El objetivo del diplomado se orienta a conocer y practicar el Dharma, permitiéndole al alumno un trabajo terapéutico y de autodescubrimiento. Lo más singular de todo es que el diplomado exige una serie de requisitos, consta de módulos virtuales, se dicta en Providencia, y cuesta un ojo de la cara. Por supuesto, al final se le entregará al psicólogo budista su respectivo diploma. No sé ustedes, pero no me cabe en la cabeza alguien que se haga llamar budista mediante un cartón. Resulta ridículo. Me imagino a los futuros psicólogos budistas, en su ceremonia, pensando en el karma luego de su fiesta de graduación, en las lucas que ganarán luego de soñar con el nirvana.

*Me parece un contrasentido, aplicar el budismo, doctrina del desapego, mediante elementos precisamente de apego, como la plata, el cartón, el reconocimiento social. Aunque, viéndolo en perspectiva, resulta un fenómeno interesante por lo absurdo. Demuestra hasta dónde puede llegar la cultura aspiracional. La occidentalización de oriente. La práctica profesional del psicólogo budista debiese ser, de esta forma, marcharse al Tibet, entregarse a su buda interior y no volver jamás.

martes, 13 de diciembre de 2016

Voy al Instituto a firmar y retirar una carta que autoriza ausentarse durante todo el mes de Diciembre. El que haya que firmar algo para ausentarse resulta por lo bajo inaudito. Voy con total despreocupación. Una despreocupación, sin embargo, suspicaz. La directora entrega el resumen de las planificaciones del año. Me pregunta si acaso pienso seguir allí. Le digo que sí. Que lo único que no sé a ciencia cierta es la disponibilidad horaria del próximo año. La incertidumbre luego de haber acabado un ciclo. No hay seguridad completa en los avatares laborales. La emoción se dilata, pero también lo hace la tensión. El suspenso. La directora aprovecha de confesar que no seguirá al mando el próximo año. Que lo hará otra persona. Que se quedará en la sede de Santiago. Que debe viajar a no sé dónde. Le digo que mucha suerte. Felices fiestas. Una vez afuera, pienso en la palabra viaje. Junto a la palabra deber parece irreconciliable. Seguramente para la directora no lo es. Pero su tiempo y su libertad no son las mismas. El tiempo libre se vuelve así un limbo. Su libertad se debate entre la realidad del trabajo y la realidad del ocio. En el medio de esas dos realidades no queda otra que vivir.

lunes, 12 de diciembre de 2016

Existe todavía cierto placer flaneur en la visita y vitrina de locales donde venden música y películas. Es lo que me sucede al andar desocupado por el centro de Viña y alrededores. Una determinada afición por el objeto artístico a pesar del avance del formato digital. En Rewind, por ejemplo, una de las pocas tiendas de música y cine que cultiva este gusto, se trata de conservar el original aun cuando sea un producto usado. Cada sección del local guarda incluso su propia mitología. En las tiendas Rock and Roll y Orange Days de música, por otra parte, el vinilo cobra un nuevo auge que el disco ha ido perdiendo. Es quizá un fenómeno de coleccionista. De arqueología cultural. Estas tiendas, contra lo que la mayoría cree, gozan aún de buena salud. Permanecen estoicas. Abren un camino y una mirada, cosas de las que carece el formato puramente digital, en su fijación autista. En plena era de la desmaterialización de todo, los videoclub y disqueras se han vuelto la ruta del transeúnte nostálgico que ha sobrevivido al tiempo. Es el mercado alternativo de la retromanía, que encuentra en sus adeptos un nicho para sus secretas melodías e imágenes.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Esperando la micro 520 desde población Isla de Pascua, a un costado de la subida, una chica con dos niños. Seguramente sus hijos. Ante la inusitada demora de la micro en llegar, comienza a patear la perra a mi lado. Se rompe el hielo. Se toma la confianza de explicar el por qué se demora la micro, y cómo en la semana no ocurre lo mismo, y por qué tiene tanta prisa. Le digo que no era del sector, que solo venía de visita, pero que incluso de esa forma la espera resulta exagerada. Que a lo mejor caminar resultaría más provechoso. Dice que ojala fuese así. Que en ciertas ocasiones hasta se lo ha propuesto. En eso llega la micro -Hablando del rey de Roma, agrega ella-. Sube con sus niños. Subo yo después. Al fondo ella atendiendo un llamado telefónico. Se le oye explicar a otra persona -seguramente, su pareja- lo mismo que me explicó allá arriba. Mientras que, a un asiento del costado, se siente el motor imperturbable, rugiendo al compás de sus dichos, avanzando a pesar de nuestro silencio.
En el Peatonal frente a la feria de los juguetes, estaba aquel viejo barbudo que otrora deambulaba por Pedro Montt, sentado solo en toda la esquina vestido de viejo pascuero, esperando que algún niño o niña se quiera tomar una foto con él por unos cuantos pesos. Durante la temporada otoñal, el parecido de ese mismo viejo con Marx resulta preocupante. Es como si su apariencia cambiara por temporadas. De hecho, hace tiempo nos increpó junto a un compañero, al escuchar nuestros dichos sobre su figura oscilante entre Santa Claus y Marx. Su increpación fue inteligente. Preguntó qué significaba la barba para nosotros. Nadie respondía. Él dijo que la barba era un símbolo de nobleza. Alguna suerte de atributo hidalgo, que sobrevive a los avatares de la tradición. Luego nos preguntó qué significaba la Pascua realmente. El compañero respondió, sin más, que significaba la resurrección de Cristo. El viejo asintió diciendo: "Ya, pero eso es lo que la Iglesia quiere que creas. Esa es la pomada que les venden". Después, agregó: "Por eso, dejen de juzgar por la apariencia. Les puede salir el tiro por la culata". Concluía en evidente tono a la defensiva, marchándose calle arriba. Ahora que veo a ese mismo viejo –con su discurso anti sistema- vestido de viejo pascuero, trato de pensar entre líneas, aplicando su propia prédica. Aún así, no puedo dejar de pensar en su disfraz. A la pasada, el hijo de una pareja joven le pide una foto. El viejo posa tratando de lucir fotogénico. Seguramente el hijo le pedirá también algún deseo. Y él a su vez pensará que lo que hace lo hace solo por la plata, que nada de eso en verdad es lo que parece. Que, sin embargo, así es como funciona la fiesta: en base a una fantasía financiada por sus propios invitados. Que, después de todo, el deseo de ese niño inocente –como el de tantos otros- volverá teledirigido a sus padres, manteniendo viva la ilusión a costa de su escepticismo.

sábado, 10 de diciembre de 2016

En la calle Uruguay había un hombre idéntico a Enrique Lihn. Atendía un cyber café. Se le preguntó si podía imprimir un documento desde el correo. Dijo sin más: "Lo siento. El sistema se ha caído. No hay conexión". Recordé la zona muda. No había nada más que decir después de eso. Me despedí de Lihn al instante, con sus palabras en la cabeza. Salí en busca de otro lugar. Pero antes, decidí vitrinear la feria del día sábado. En la esquina de Uruguay con Pedro Montt, donde se colocan los puestos de libros a causa de los trabajos en Plaza O'Higgins, había un librero similar a Gabriel García Márquez, justo frente a uno de los muros rayados. Se le consultó sobre la novela Confesiones de una Máscara de Yukio Mishima. Dice que no ha visto a Mishima por estos lados. Lo dijo como si lo conociese personalmente, no como si se tratase solo de literatura. En ese breve paseo ni Lihn ni García Márquez pudieron ayudarme. Sin embargo, la pregunta de fondo no es cómo puedan hacerlo. La pregunta es qué necesidad hay de poner a Lihn en un cyber café y a García Márquez en una tienda de libros usados. Qué necesidad de reconocimiento. De representación. Acaso solo un juego de espejos. De máscaras vencidas por tanta calle.

viernes, 9 de diciembre de 2016

Apunte sobre Lo Vásquez

Una de las noticias de la Estrella apunta al caos en Lo Vásquez. Dicen que hubo congestión vehicular, descoordinación entre los peregrinos que iban a hacer sus mandas y además el clásico dilema sobre los comerciantes que moran los alrededores. El dilema sobre si resulta legítimo comerciar en un evento que se considera sagrado. Puede parecer un inconveniente para el sentido común, pero viéndolo con perspectiva, resulta saludable la secularización de las creencias religiosas. Al margen de los peregrinos que van a hacerse cagar las rodillas y los comerciantes que luchan por un puestito frente a la Iglesia, (un profano espacio), surge un nuevo tipo de personaje: el aventurero secular, que solo viaja por la emoción del viaje, independiente de los motivos religiosos y comerciales. El auténtico peregrino. Libre de fe. Libre de especulación. Que precisamente lo que adora es el caos del evento. Su manda más personal es la propia experiencia. No tiene otro motor que su propia adrenalina.

2016 bar.

Acabo de despertar de un sueño. En él me encontré dentro de una especie de parque onírico, posible mediante tecnología similar a la del episodio de Black Mirror, Playtest (solo que no se trataba de un juego virtual de pesadillas, sino que de recuerdos y de experiencias musicales) pero con la arquitectura de Westworld habitada también por humanoides. En el parque con el cual soñé había un bar abierto en alguna parte que semejaba una especie de Las Vegas versión latinoamericana. Al interior estaban sentados algunos de los músicos que murieron el 2016. Junto a una mesa de apuestas estaban Leonard Cohen, David Bowie, George Martin. En otra, estaba Prince rodeado de putas y bebiendo whisky. Más allá estaban ensayando Keith Emerson y un recién aparecido Greg Lake. Por su parte, Glenn Frey y Maurice White estaban pidiendo una ronda doble. Martin se da cuenta y pide que apueste con ellos un juego de Póker. "Todo el que llega aquí debe apostar. A lo mejor, extranjero, andas con suerte". decía. De repente, aparece Adriana Campos y me salva del impasse. Si no lo hubiera hecho, seguramente quedaría en evidencia frente a los músicos. Dice que primero requiere un poco de su atención, antes de comenzar el juego. Ella, a un costado del bar, solo replica lo siguiente: "Aquí, cariño, nada es lo que parece. Todos estamos de paso. Así que solo ven y relájate". Trato de preguntarle a qué se refería con esas palabras. Hago el ademán de pedirle un trago. Saca uno de la nada, un poco de whisky de la casa, y se marcha sonriendo. Sube las escaleras. Hacia ella sube también Prince con una rosa en la boca, en actitud excéntrica. 

Maurice White y Glenn Frey toman ahora asiento a un lado del escenario del bar, fumando a raudales, como esperando algo. El grupo de Cohen, Bowie, y Martin sigue apostando escandalosamente. Hasta que de repente aparece sobre el escenario John Lennon, esta vez como presentador, introduciendo al nuevo dueto del local: Emerson and Lake. La intro musical era la de la versión de Hallelujah de Leonard Cohen, pero con un notable toque progresivo. Cohen, en la mesa de póker, miraba fijamente a los virtuosos. Bowie reía desaforadamente. Al final de la canción, Lake vociferó el final de su intrepretación de The Great Gate of Kiev, a través de la cual rezó las siguientes líneas: There's no end to my life. No beginning to my death: Death is life. Aplausos unánimes. En eso Lake y Emerson se bajan, y arman una mesa justo al lado del grupo de Cohen, Bowie y Martin. Lake saluda estrechamente a Cohen. Glenn Frey de repente se para, se da vuelta, lanza una daga a la mesa de Emerson. Este la desprende. Venía con una carta para apostar en la mesa del trío musical. Ambos sonríen. Voy a la barra y trato de pedir un trago. Bowie grita y dice: “Vamos, extranjero, el que viene acá debe apostar”. Justo en el momento en que me disponía a aceptar la invitación de Bowie, aparece John Lennon, el presentador, de la nada. Trato de preguntarle qué es lo que trataban de decir. Qué hacían acá todos reunidos. Lennon solo dice que me calle por un momento. Que hacía demasiadas preguntas. Solo atina a decir, esta vez con un tono más cercano: “Extranjero, todo lo que necesitas es amor. No hay nada más”. Una vez dicho eso, sube hacia la escalera que había subido Prince. En ella Adriana Campos me veía a lo lejos. Mira hacia abajo como despidiéndose con una dulce sonrisa. 

Cuando me disponía a beber el trago, despierto. Quedo pensando en las palabras de Lake al final del tema de Hallelujah, y en las palabras de Lennon. ¿Habrá realmente un final para la vida? ¿O un comienzo para la muerte? Tomo un vaso de agua dejado la noche entera en el velador. Entonces coloco esta vez el tema Jerusalem de ELP, mientras recuerdo más detalles de aquel sueño, improvisados sobre estas líneas. A veces un sueño es el comienzo de algo, o solamente el estribillo de alguna canción perdida.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

El calor de repente evoca cosas, la urbanidad aparece más barroca que de costumbre. En Valparaíso sucede eso: de pronto el calor hace que la acera central se vuelva Río, a ratos algo intransitable, llena de una asfixiante euforia comercial; luego la disipación del calor hace que el sector de los bancos recobre cierta sofisticada oscuridad. Un aire a viejo barrio londinense arrebatado a la fuerza por una historia fugitiva. Ya no queda, finalmente, otra forma de caminar esas calles que no sea sobre el límite de aquel particular claroscuro.
Los cabros durante la Convivencia de la mañana hablaban sobre los destinos y quehaceres para sus vacaciones. Muchos de ellos dijeron que iban a trabajar para juntar monedas. Otros que la paja los iba a invadir completamente. A uno, en cambio, le preguntaron qué haría para el verano. Este dijo, con total desenfado: "Chorear pos, qué más. Trabajar es pa los weones". Sus compañeros se cagaron de la risa. Robar podrá ser en el fondo una broma del cabro, pero lo importante es que quizá el trabajo por el trabajo sí que, a la larga, vuelva "weón", fortalezca el carácter pero estreche las pasiones . Le faltó agregar, sin embargo, que el ocio era para los vivos.

martes, 6 de diciembre de 2016

Valparaíso es una de las pocas ciudades en la que en el espacio que ocupa una plaza se encuentra la Antigua Catedral a un costado de la Biblioteca Severín, a unos pasos de la tienda Ripley y justo enfrente de los cafés con piernas. Comercio, literatura, sexo y religión coexistiendo en completa armonía, en menos de una cuadra.
En la Ritoque hablan sobre la película Blackboard Jungle (1955) y su importancia para el rock and roll. Resulta notable el hecho de que la primera pugna de la juventud en su rebeldía fuese contra el sistema educativo. El rock, en ese sentido, como banda sonora anti escolar. El profesor en la película, sin embargo, busca por todos los medios reinsertar a sus alumnos. Sin demasiado éxito. Demostrando que los métodos de la enseñanza conocida se volvían cada vez más obsoletos. La música rock y el cine, por esos años, representaban la vanguardia que arrasó con los viejos cánones culturales. La juventud no hizo cosa que subirse al carro de esa victoria. A raíz de la lectura de la película, me pregunto entonces si todavía será posible una educación que vaya a la par con la vanguardia cultural en pleno siglo XXI, considerando que sus convenciones en general se siguen manteniendo. Una educación que no sea solamente un motín de sillas y de pizarras. Que no sea solo un estatuto burocrático y piramidal. Que avance al ritmo del desenfreno musical y proyecte una visión del mundo, en el reino del sonido y de la imagen.

sábado, 3 de diciembre de 2016

Imaginó de pronto que Stephen Hawking era invitado a dar un discurso de aliento para el show de la Teletón. El científico, en lugar de referirse a la discapacidad y a su trasfondo de superación, dio un escueto mensaje de advertencia sobre la situación insostenible del mundo. Este solamente decía: “Vivimos en el momento más peligroso para la humanidad". Ante un público y una audiencia estupefacta que no entendía nada, Don Francisco exigía una explicación sobre sus dichos. Hawking se limitaba a agregar: "La automatización de las fábricas y la inteligencia artificial acabarán con la clase media". Atónitos con el tono apocalíptico del científico, los ejecutivos del show exigían que rematara con una conclusión optimista. La profecía casi bíblica de nuestro hombre de ciencia desentonaba con el ambiente sensiblero general, sin dejar de sonar lúcido (y precisamente por eso). Ante la presión de los medios de comunicación, a Hawking no le quedó otra que subrayar lo siguiente: "Por eso debemos trabajar unidos como especie, para que este no sea el fin de nuestra historia". Una vez que acababa, un público ensordecido comenzaba a aplaudir, algunos con claras muestras de afectación, junto a nuestros impostados personajes televisivos. Sin embargo, nadie parecía entender todavía aquellas rimbombantes palabras de emergencia. Nadie quería, en el fondo, aceptar que todos, independiente de su condición, debían prepararse para un final inminente. La palabra humanidad se perdía, de ese modo, entre la masa caritativa, sin ánimo de reflexión.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Vengadores

El caso de Los vengadores anónimos que tomaban "la justicia" en sus manos. Según ellos mismos, no había nada personal en lo que hacían. "Solo buscábamos un poco de justicia. No nos podíamos quedar de brazos cruzados". Afirman que quizá su método no era el correcto, pero no se arrepentían de nada. Sin embargo, como colmo del absurdo, fueron capturados por la ilegalidad de sus actividades. Lo más irrisorio de todo fue que la detención de estos vengadores se hizo con total efecto mediático y a rostro descubierto, exponiéndolos como carne de cañón para los delincuentes. Y estos últimos, en cambio, fueron protegidos del ojo público, evitándoles la ignominia. El subsecretario del Interior señala que “en un país civilizado hay instituciones, en este caso, los policías, que tienen la tuición legal de ejercer acciones de esta naturaleza, no los civiles”. La acción de nuestros personajes demuestra entonces la crisis de la institución policial. Y del aparato judicial. Algo no está funcionando como debería. La institución ya no parece representar a nadie. De esa forma, sale a flote la voz clandestina, practicando de forma quijotesca el ideal al margen de lo establecido. A la sombra de una ley abstracta, burocrática. El que piense que no es así, solo recuerde la figura de Batman, un justiciero ilegal, anónimo, movido por razones honestas y personalísimas.

Arrival

Vi Arrival. El dilema comunicativo en la película me parece crucial. Hasta ahora ninguna película de ciencia ficción sobre contacto extraterrestre ha tocado el tema con suficiente profundidad (y, por cierto, estética). Uno de los primeros tópicos dice relación con el clásico enfrentamiento entre el lenguaje y la ciencia ¿Cuál de los dos sería el más adecuado para entender a la humanidad? Desde la óptica de un posible acercamiento extraterrestre ¿Cuál de los dos definiría mejor, o al menos, de manera más esencial, la cultura humana, a los ojos de una civilización del espacio? La Dra Louise, lingüista, (Amy Adams) y el Dr Ian, físico teórico, al parecer quieren resolver esa disputa insalvable, con su aproximación a los heptápodos. Secundados por la fuerza militar, parecen enarbolar simbólicamente la bandera del imaginario humano. La palabra y las matemáticas, enfrentadas pero, al fin y al cabo, indisolubles en su ficción, lenguajes, "armas", para dar con la orilla del Otro desconocido.

La Dra habla sobre la hipótesis de Sapir Whorf: la relación estrecha entre el lenguaje que se dice y la forma en que se piensa. Esa hipótesis parece cubrir todo el entramado del guión. Porque la Dra, a medida que trabaja junto a su compañero científico en el contacto extraterrestre, también va descubriendo su fuero interno, su propia porción de historia y de mundo, vetada a una primera lectura de la realidad. Pronto ambos se dan cuenta que las palabras y los números son, como los propios heptápodos dan a entender, simples "armas", herramientas para conectar con el Todo, eslabones imaginarios de un gran puzzle cósmico todavía incomprensible para la lógica.

En gran parte de la trama se pueden interpretar las viejas palabras de Wittgenstein: "Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo". En la película los límites están representados por una muralla dentro de un cascarón gigante. Ambos, humanos y extraterrestres, tocan la orilla pero no consiguen el contacto. Solo les resta el símbolo. Solo les resta la voluntad de crear un lenguaje universal. Algo que finalmente una y no separe. Hacia eso apuesta la película. Hacia una comunicación que una todos los cabos sueltos entre significante y significado. Hacia los Otros reflejados en una historia personalísima, que vendría siendo, al final y al cabo, la historia de todos. Película más que recomendable, de visionado obligatorio.



martes, 29 de noviembre de 2016

Hablo con una prima que fue a dar hoy la PSU de Historia. Cuenta la historia de un amigo al cual la máquina correctora de pruebas le corrigió mal su PSU del año pasado, sacando menos del puntaje que realmente obtuvo. Lo peor no fue tanto la ponderación final, mero trámite algorítimico fácil de resolver, sino que el error le costó la postulación a becas por encontrarse fuera de plazo a causa del impasse. La prima contaba la historia con cierta naturalidad sospechosa, quizá como una forma de decirse a si misma que la prueba está sujeta a cuestiones que no dependerán solo de ella. Paradójicamente, en el proceso de contar la desgracia de su amigo, se quita un poco de presión, proyectando también el resultado de la prueba a merced de la máquina. Le parecía extraño que fuese una máquina la correctora de pruebas, y no un equipo técnico de la Universidad de Chile. Alguna suerte de comisión evaluadora secreta. A pesar de saberlo de antemano, me sigue sorprendiendo ese singular hecho. Imagino de pronto un escenario distópico en que toda la educación deba pasar por el cedazo de una gran máquina evaluadora, sujeta a códigos y variables definitivamente kafkianas, incomprensibles. La PSU como el primer borrador, como el documento de acceso a una realidad estándar, a una distopía en potencia.

lunes, 28 de noviembre de 2016

El problema del recuerdo (en Westworld)

En lo último de Westworld sale a la luz el problema del recuerdo. Dolores va en busca del por qué de su trama. Cree ver en la figura del viajero redentor, y luego, en la del padre, alguna respuesta. Quiere volver a pasar por el corazón lo que creyó amar. Por otro lado, cuando Bernard, científico del lugar, se enfrenta al Dr Ford, le dice que un poco de trauma podrá ser revelador, para indagar en su propio pasado. El doctor le señala, sin embargo, que es preciso el olvido para la vida. La misma advertencia nos hace Borges respecto a su Funes el memorioso. Demasiada memoria puede, paradójicamente, perdernos. Hay un momento en que el propio doctor se pregunta la diferencia fundamental entre los humanoides anfitriones y los seres humanos. Decía que no era ni la racionalidad ni la emocionalidad, cosa de la cual los anfitriones también eran capaces, sino que precisamente la memoria. Los anfitriones tenían recuerdos implantados que recordaban perfectamente. Hechos de un trasfondo que definía su identidad. En cambio, los recuerdos de los humanos se desarrollan producto de una empiria, vagos y difusos, solo posibles de evocar mediante un relato. En este relato el olvido viene a ser, no el antónimo de la memoria, sino que finalmente su consecuencia última. Todo lo que los anfitriones de la serie comienzan a buscar está programado, y por ende, carece de sentido. Puro, pero, al fin y al cabo, vacío. La conciencia que experimentan de manera incipiente no hace otra cosa que develar esa realidad. Se van pareciendo poco a poco al humano en su incesante búsqueda del tesoro. Era lo que su creador quería a toda costa evitar: el deseo, la insatisfacción. Sin embargo, será eso lo que defina, después de todo, las reglas del juego, en ese mundo absurdo, como el del cuento que Bernard recuerda contarle a su hijo, donde "nada seria lo que es, porque todo sería lo que no es".
Decido buscar el significado de la palabra pedantería. Me encuentro con una sorpresa. Un estudio virtual señala que es una deformación de la palabra pedagogo, al definir al maestro como “el que acompaña a pie a los niños”. Según el propio estudio, el origen de la palabra resulta incierto. El primer término al parecer proviene de la misma raíz que pedagogo. Durante el siglo XVI, maestro a sueldo. Y posteriormente, alguien que ostenta demasiado su saber. Aunque tampoco existe ningún estudio definitivo al respecto. De ser así, si la etimología lo permite, el pedagogo señalado como el pedante por antonomasia. El pedante como el pedagogo por definición.

domingo, 27 de noviembre de 2016

El otro día uno de los cabros del primer ciclo habló con la secretaria y con uno mismo, después de llegar atrasado. El ánimo estaba tan distendido que esperamos a que terminara la conversación para entrar a clases. El cabro decía con total confianza lo mal que se portaba, a su juicio, antes de entrar al instituto. Entre una de sus hazañas contaba que robaba en el centro de Viña junto con un amigo. Incluso contaba que en una agarró a patadas a un caballero que los increpó. Era de esos lanzas jóvenes que merodean a los desprevenidos con completa alevosía. La secretaria le preguntaba que por qué lo hacía. Lo interesante es que decía que lo hacía no por necesidad material sino que por una especie de adrenalina, de impulso ante la falta de motivación. Llamarlo cleptómano sería arruinar la espontaneidad de ese dicho. Muchas veces pasaba tardes enteras en el calabozo hasta ser soltado tarde por la noche. Sus padres la mayoría de las veces, según él, no se enteraban de sus andanzas. La hacía piola. Ante mi estupefacción por oír el caso de un alumno ladrón, con cierta mezcla de asombro y extraño orgullo, le pregunté en qué estaba pensando cuando hacía lo que hacía. Lejos de moralizar al respecto, preferí escuchar su versión de los hechos. El cabro decía simplemente que no sabía en lo que estaba pensando. Era algo que hacía en su momento por circunstancias y móviles que ya ni recuerda. Que tampoco quiere volver a sacar a colación. Que en el fondo decidió meterse al instituto como una suerte de terapia personal, no precisamente para "mejorar", sino que para olvidar esa parte de su pasado. Luego de eso, hora de entrar a la sala. Se sintió con tanta confianza que incluso se dio el lujo de bromear, diciendo: "cuidadito profe, está vivo que voy a copiar igual en la prueba". No hice otra cosa que reírme. Algo en él cambió después de eso. No sé si para bien o para mal. Desconozco si el cabro en verdad seguirá robando o no. No viene el caso. Lo provechoso fue que se abrió de una forma inaudita y auténtica. Libre de engaño. Libre de moralina. Con una naturalidad propia de la intemperie. Ante eso cualquier aleccionamiento forzado sobre la virtud y sobre el futuro no significa nada. No es más que un robo a mano armada. Un juego de pedantería suprema.

sábado, 26 de noviembre de 2016

En Plaza Victoria, un montón de gente con banderas rojas junto a una cubana. Metros más allá, por Edwards, rumbo a la comisaría, una marcha de señoras y señoritas con el lema No más muerte a Carabineros. Sincronicidad paradójica en menos de una cuadra. Se obvió la pregunta por la causa de cada grupo. Sería redundante preguntar lo que salta a simple vista. Cual transeúnte impasible, simplemente se dibujó una ruta aleatoria. Una ruta a través de la efervescencia social, auspiciada por un sol imponente.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Leí algo sobre el Chico Molina, a raíz de un comentario sobre una cita de Steinbeck. Dicen que una vez llegó a un bar llamado la Unión Chica, anunciando a sus contertulios el término de su gran obra literaria llamada "El Lobo Estepario". Luego les leyó la obra página por página dejando a todos estupefactos por semejante genialidad. Más tarde, se pudo comprobar (al parecer Luis Oyarzún lo hizo) que la obra leída por Molina en esa ocasión era en realidad la novela homónima de Herman Hesse, que Molina se había dado el trabajo de traducir antes de que el libro se editase en Chile. Se dice que esa vez, lejos de avergonzarse, Molina se enorgulleció, puesto que para él daba lo mismo si se adjudicaba la novela con su nombre, porque sentía que le pertenecía a él y a sus amigos. En definitiva, a cualquiera que la leyese con sentido y entusiasmo. No escribió El lobo estepario, pero actuó como tal. No fue un editor de Hesse, pero fue uno de los primeros que lo leyó. Solo alguien como Molina, rara avis de las letras chilenas, pudo dar fe de eso.
Con la última ex veíamos La pequeña casa en la pradera, canal 13. Siempre la veía los Viernes por la tarde en la pieza. Me parecía melosa y melodramática, pero por su carácter de culto al menos hice un sacrificio. A ella supongo que le gustaba por esa proyección idílica de la vida en pareja. Ese ensueño bucólico propio de las chicas demasiado creyentes. Me acuerdo que en una parte el señor Els, comerciante del pueblo, pelea con su mujer y esta le echa un montón de huevos encima. Me comienzo a reír de manera desaforada. Ella decía que no le hizo gracia. Extrañamente después en el capítulo el Señor Ingalls también se ríe por lo sucedido, y la Señora Ingalls dice exactamente lo mismo. Que no le hacía gracia reírse del señor Els y la pelea con su mujer. Hasta el día de hoy, me sigo cagando de la risa con ese episodio. Aún con cierto ánimo hipócrita. Como buscándole una salida de culebrón a nuestra rutina. Recuerdo entonces la serie a partir de ese hecho cómico, y pienso en que al final lo único que sobrevivió al amor fue esa burla, esa burla ridícula de los huevos rotos encima de la cabeza, símbolos de nuestro estado sentimental.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Prueba final

En esta siesta de una hora al llegar de clases, soñé otra cuestión extraña, para colmo, relacionada con el instituto. Estaban en una prueba final. La sala era difusa. Un espacio sin forma definida. Solo se apreciaban los alumnos en sus respectivos asientos, delineados no tanto con perfección sino que con orden. El profesor no se dejaba ver, porque era uno mismo observándolo todo. En las pruebas se apreciaban unas inusuales figuras geométricas a modo de ítemes, debajo de los cuales había líneas de desarrollo. Cuadrados, rombos, también círculos. Al otro lado lado de la hoja recién empezaba, digamos, lo estrictamente linguístico, con un texto largo, irreconocible en el sueño, que debían leer no recuerdo con qué fin. Uno de los alumnos, sorprendido ante tanta figura geométrica aparentemente sin sentido, preguntaba qué hacían allí, en una prueba de lenguaje. Que esto no era la psu de geometría. Lo decía entre angustiado y enojado, porque el tiempo corría sin una pronta respuesta. Ni uno mismo sabía el por qué de esa misteriosa prueba. Solo atiné a decirle que las figuras geométricas simbolizaban los puntos de vista. Que la prueba era fundamentalmente de literatura. En la cual los puntos de vista son la esencia de todo. El alumno volvía perplejo, sin entender un carajo, de vuelta a su asiento. El resto escuchó la explicación pero seguía impertérrito en el desarrollo. Una alumna dio la vuelta, observó hacia todos lados diciendo irónicamente: "pues no veo literatura por ninguna parte". Todos comenzaron a reír. Después de eso, el sueño acaba. Despierto. Tumbado sobre la cama, en una posición a todas luces incómoda. Era el cuerpo, un insalvable dolor de cuerpo que no había podido superar durante toda la noche. "El dolor no tiene forma", me dije a mi mismo. Al parecer, esta vez el punto de vista sí tenía que ver con eso. No había armonía entre literatura y geometría en el sueño. Tampoco la hay en esta pequeña realidad irregular y prosaica de fin de semestre.

martes, 22 de noviembre de 2016

El Cubo

La nueva apuesta de Chilevisión: El Cubo, con una idea por supuesto que no es original, copiada de un programa británico del año 2009, en la que los entrevistados están encerrados dentro un gran cubo iluminado solo con retroproyectores, completamente solos, con cámaras robotizadas operadas desde fuera y cuyas preguntas las realiza una voz en off. La farándula se renueva y le da un toque kafkiano a su farsa. Hace de la vida íntima un motivo de show psicológico, donde sus televidentes hacen las veces de testigos, mediados por un panóptico invisible al común de la gente pero completamente identificado por el equipo televisivo. Cuando escuché por ahí esta idea sobre el Cubo aplicado a la entrevista de farándula, pensé de inmediato en la película de 1997 del mismo nombre, dirigida por Vincenzo Natali, en la cual las personas despiertan de repente encerradas en un Cubo sin saber por qué, y en la que deberán hallar la salida de este a cómo de lugar. Lo realmente intrigante de la película era ver cómo los encerrados caían presos no tanto del cubo en si mismo, sino que del laberinto de sus propias mentes y caracteres. He llegado a imaginar que el próximo paso de la televisión abierta -siguiendo la lógica del encierro y del panóptico- será precisamente ese: Encerrar en un Cubo a sus invitados sin motivo alguno, solo puestos contra si mismos, para ver quien sobrevive. Una obra televisiva digna de un episodio de Black Mirror. La pesadilla kafkiana vuelta el nuevo espectáculo.


Guias

Algunos alumnos a lo largo de estas últimas dos semanas han dicho sobre las guías de trabajo en clases: "Puedo hasta empapelar de nuevo la pieza con ellas", señalaba una alumna sarcástica. Otro decía, con determinación: "Haré una fogata con ellas". Un tercero aclaraba, bromista: "Tengo para regodearme en papelillo (para fumar)". Solo dos respondieron algo completamente distinto. Uno un poco más predecible: "Las dejaré como material de estudio". Y otro alumno que dijo, de forma inesperada: "Quedarán en blanco. Como deben estar". Todos de alguna manera le dieron alguna utilidad a las guías, aunque no fuese ni por mucho la señalada, (sentido sería mucho decir), pero este último prefirió la hoja en blanco, el vacío. Ese deber estar de la hoja en blanco. Nihilismo escolar de fin de semestre.

lunes, 21 de noviembre de 2016

David Foster Wallace decía que el 50 por ciento de lo que hacía era malo, y así es como iba a ser, y si no podía aceptarlo, entonces es que no estaba hecho para eso (la escritura). El truco estaba en saber qué era malo y no permitir que los demás lo vean. La obra, sea de la naturaleza que sea, un caballo de troya que arrastra una multitud de yerros y desaciertos. Hay algunos que prefieren ocultar esa multitud; otros que buscan exhibirla, haciendo gala del sacrificio que tomó el proceso. Siempre algo queda atrás en el momento de su ejecución. Siempre algo se descarta. Siempre algo corre el riesgo de ser destruido. La obra no como algo puro. La obra como el resultado de un asalto. Una tentativa de asaltar la perfección.

viernes, 18 de noviembre de 2016

Un cabro decía que estuvo detenido por un disturbio post partido del día Martes, y que por tal motivo fue formalizado. Contaba la experiencia a sus compañeros con cierta seriedad. En el fondo de esa preocupación se escondía cierto orgullo, orgullo por iniciarse en una experiencia límite. (coqueteando con lo ilegal). Hoy día, después de haber faltado, se le ve más tranquilo que aquella vez. Le pregunto que cómo le fue, si logró zafar el proceso. Dijo que sí pudo, solo que con la condición de una firma hasta la resolución de aquel incidente. No podía ocultar, a pesar de verse atrapado en semejante burocracia, su sensación de alivio al concretar la victoria pírrica. "Me los paseo a todos". dijo con resolución. Pensaba de seguro que era más vivo que ellos. Para él ese paseo era más importante que cualquier siete. Se sentía libre, en cierta medida, libre de mandar a la mierda dentro del aula, donde sabe que existen leyes y cadenas de otra naturaleza. Donde sabe que su profesor -un simple novato en la escuela de la calle- ejerce otro tipo de ley, una ley que hasta él mismo no dimensiona.

jueves, 17 de noviembre de 2016

A veces revisando la mensajería, uno vuelve a conversaciones antiguas. Pequeñas y anónimas obras maestras escritas a dos manos. Las guardo celosamente como si se tratasen de material arqueológico. Leo el de una chica que decía ser de España, pero que andaba por Alemania, estudiando filosofía, luego de volver de Chile. En una parte, casi al principio, hablaba sobre un sueño que tuvo. Un sueño con un chico desconocido de Valparaíso. (Que resultaba ser uno mismo). Y una carta con un secreto que quemaba. Se vuelve a la conversación con el iluso recuerdo de algo. A pesar de la ficción. Solo por el placer del texto. Me regocijo en la belleza de esos diálogos íntimos y pretenciosos sin otro fin, buscando algún pasaje significativo o simplemente analizando el derrotero que tuvieron. Una especie de obsesión romántica mezclada con una innata capacidad de ocio. Quizá precisamente entremedio de estos ligues fracasados -y elocuentes- sobreviva algo medianamente digno de ver la luz. Algo que sea bueno, que sea real, algo que al menos queme, como aquella carta imaginaria.

Calor de locos. Lo malo que la migraña comienza a brotar. Aunque da la ocasión para el hielo y la cerveza. Hay cierto embrutecimiento en el calor que exaspera. En cambio, invita al ánimo desenfrenado. No hay tiempo para la reflexión debajo de la brasa. Solo queda salir a buscar algo para refrescarse y aguardar la sombra. La mirada lasciva fluye sola, las señoritas lo saben. Pasan de largo ignorando la orgía del tiempo. Los vendedores continúan estoicos, aprovechando la intuición del verano. El caminar se vuelve despreocupado. Pareciera que los problemas se derriten, junto con la cabeza. La mejor excusa para no trabajar en demasía. El frío invita a la introspección, o la actividad puertas adentro. El calor obliga a la acción, al aire libre. No deja espacio para el recogimiento. No provoca otra cosa que un ocio desatado. Unas ganas metereológicas de beber y beber, hasta que el sol se canse.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Vi de esos chocolatitos de forma elíptica en el kiosco. Blancos y oscuros. Con rayas arriba. La señora los tenía a cuatro por cien. Le hice saber que hace veinte años mi bisabuela los compraba a diez por cien en el cerro. Le recalqué: El doble. Ella señaló: Más del doble. Cómo cambia todo, le repetí. Sí, todo sube, todo cambia, remató ella. Una corta sonrisa la delataba. Una sonrisa, en cierto modo, mercantil. Parecía reírse por el paso del tiempo y su irónica alza de precios. Uno, en cambio, se reía a medias, pensando, como su cliente, en ese tiempo cuando todo era más bonito, y, lógicamente, cuando todo solía ser más barato . La nostalgia, a fin de cuentas, sabe dulce pero también sale cara.
Es el tiempo del fin para los cuartos medios. Es también el tiempo en que los profesores se vuelven una mala mezcla entre escritor de auto ayuda, psicólogo new age y orientador vocacional de propaganda.

martes, 15 de noviembre de 2016

"Un día leí que tal vez la vida no era para todos. Valparaíso tampoco lo es". Daniela Tapia, 14 años, Curauma, Valparaíso en 100 palabras, 2015.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Habla el creador de Westworld

"Una vez leí una teoría de que el intelecto era como las plumas del pavo real. Solo un alarde extravagante para atraer una pareja. Todo el arte, la literatura, un poco de Mozart, Shakespeare, Miguel Ángel y el Empire State, son solo rituales de apareamiento. Quizá no importe que hayamos logrado tanto por los motivos más bajos. Claro que el pavo real apenas puede volar. Vive en el suelo, picoteando insectos en el lodo, y al final se consuela con su gran belleza". Dr Robert Ford (Anthony Hopkins) en la serie Westworld.

domingo, 13 de noviembre de 2016

A propósito de la Super Luna.

"En realidad no hay ningún lado oscuro de la luna. Toda la luna es oscura". Palabras al cierre del disco de Pink Floyd. Dichas por el portero del Abbey Road studios.

viernes, 11 de noviembre de 2016

Última clase

Último día de clases de Segundo Ciclo. Como suele suceder, la preocupación de las cabras y cabros va in crescendo. Una de ellas llega a la hora en que le corresponde Lenguaje, pero para rendir una última prueba de Matemáticas. Otro dijo levantarse temprano solo a ver su promedio final, urgido por el Nem. De hecho, en ningún momento se entró a la sala. Solo se estuvo afuera en el patio conversando, dada la inasistencia generalizada. Se diluye la norma. Se distiende el criterio. Solo para constatar el fin de una etapa. Lo que esta cabra y este otro cabro hagan fuera de las aulas ya no me incumbe en lo absoluto. Aunque mi interés en sus asuntos solo va de la mano de cierta empatía y atención diplomática, habilidades que el profesor debe aprender muy a su pesar. El cabro, el más entusiasta, dice que estudiará Sociología. Tenía la vaga esperanza de rehuir las matemáticas. Pero se da cuenta que estas le aparecerán aunque no lo quiera. Le doy el respectivo ánimo de protocolo. La cabra, más cínica, alega respecto al atraso del profesor de Matemáticas. Para ella, a diferencia del cabro anterior, este proceso resulta más un trámite fastidioso, que, sin embargo, se esfuerza por completar. No especificó qué estudiaría. Tampoco se dio el tiempo de comentarlo. Solo se le veía hablar sobre sus anécdotas y sobre el estilo de vestir de sus compañeras de curso. Ambos confirmaron su asistencia a la Licenciatura. Será entonces la formalidad necesaria para luego escribir la palabra Libertad en la pizarra. El rito y el desenfreno como formas de enterrar al escolar interior, para luego dar rienda suelta a su propia condenada voluntad. Solo les doy un último consejo a modo de despedida: "Hagan lo que quieran. Pero háganlo bien". La cabra se siente decidida, y finalmente contesta: "También usted".

jueves, 10 de noviembre de 2016

Lector de blogs

Se siente una nostalgia, y hasta cierto punto, melancolía, al leer los escritos de ciertas mujeres que ya fueron. Como si sus solas voces fuesen invocadas detrás de la pantalla con el solo hecho de leerlas. Es la sensación que deja visitar sus blogs. El romanticismo meloso de su estilo, la ternura que evocan a ratos, también con un cierto dejo de tristeza. No hay nada pretencioso, ni demasiado sofisticado en ello. No se lee nada impostadamente literario. Tampoco el intento de una estética. Es solo la sensibilidad siempre misteriosa, vetada a una primera lectura. Recuerdan a ratos a Madame Bovary con su ensoñación romántica, a su literatura como escapismo sentimental. O a Jane Austen con esa decimonónica proyección del amor. Hay algo en el blog que lo reviste todo de intimidad, aunque únicamente fuese virtual. Un secreto. Quizá, a lo sumo, una confesión, que se hacen a si mismas, en ausencia del mundo y de sus deseos. Solo leyéndolas puedo darme cuenta. Entrando en el blog creo volver a entrar también en sus corazones. Pero no para quedarme. Ni siquiera con su consentimiento. Solo haciendo las veces de lector obsesivo, creo cerrar un círculo imaginario, solo una idea sobre lo que pudo ser una promesa, una futura relación.
Lo pintoresco de todo es que durante la mañana los cabros sacaron a colación el tema Trump. Uno de ellos proyectó el meme sobre Los Simpsons anticipando el triunfo de Trump como presidente hace 16 años, en el contexto de la última unidad sobre géneros periodísticos. De hecho, se debatió en torno a la naturaleza del meme. Si era alguna especie de propaganda, lenguaje multimedial o derechamente un nuevo género. Luego, en la última hora, otro cabro pidió proyectar el video de Kramer imitando a la Dra Ana María Polo y a Donald Trump en un juicio hipotético. Fue durante la hora de Convivencia Social. A raíz del humor, la idea finalmente era debatir en torno a la polaridad política. La jornada, después de todo, nos sirvió para declarar lo siguiente: que la contingencia mundial (por oscura y adversa que parezca) puede servir de salvavidas ante el desgaste didáctico de fin de semestre.

martes, 8 de noviembre de 2016

Un compañero de tesis, me acuerdo, hizo una lectura libre sobre la novela de Yuri Herrera "Señales que precederán el fin del mundo". En la novela, la protagonista se llama Mákina, una joven mexicana que deberá embarcarse hacia Estados Unidos en busca de su hermano perdido. Ayer en el debate con Trump, una de sus promesas iba a ser justamente la construcción de un muro en la frontera con México. El viaje de Mákina dice relación con la mitología azteca. Nueve caminos. Hasta llegar a Mictlán. La tesis de aquel compañero buscaba obviar la consabida interpretación del "tercer espacio", tópico por ese entonces de moda en nuestra escuela. Se alejaba de lo meramente tópico, literario, en pos de una lectura político-económica de la novela. Tomando el ejemplo de Mákina, recuerdo que postulaba la ilusión del viaje, la superestructura que lo envuelve todo, de la cual el propio motivo de la migración y el narcotráfico forman parte. En resumidas cuentas, de acuerdo a su tesis, el sujeto en la novela se hallaba -como la propia palabra lo dice- "sujeto" a condicionantes que lo sobrepasan. Lo mismo puede extrapolarse a las elecciones presidenciales en Yanquilandia. De repente, ante los ojos de los candidatos, todo el mundo aparece dividido entre sujetos como Mákina que creen ir hacia alguna parte, y sujetos como los policías fronterizos que propician una cacería sin fin. Una gran cortina de humo, como en la novela misma, cuando la protagonista se percata de que, en realidad, vaya hacia donde vaya, siempre se hallará con un atajo directo hacia el Inframundo (americano).

lunes, 7 de noviembre de 2016

Apuntes sobre Black Mirror y el transhumanismo

G.P: En el episodio navideño hay un dispositivo en el que extraen una porción de tu ego y le dan vida para que haga cuestiones domésticas. Luego eso se utiliza incluso en cuestiones judiciales, para forzar declaraciones.

L.O: Los abogados ni siquiera entienden el ciberdelito, los black hat hackers llevan la delantera. Eso incluye a las empresas sin estudios en ética, como Google.

G.P: La ética será un fantasma en la época del transhumanismo.

Silencio en la nieve

La última película que vi con ella fue Silencio en la nieve de Gerardo Herrero en el Centro Cultural Gabriela Mistral de Villa Alemana. Las palabras que más se repetían dentro del guión fueron: “Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que te has de morir, mira que no sabes cuándo”. Tratando, mediante una interpretación antojadiza, encadenar el recuerdo de algo inexorable.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Westworld

Principio del formulario


En Westworld no hay nada que la ciencia ficción no haya imaginado antes. La posibilidad no solo de jugar a ser Dios, de crear vida inteligente, sino que de crear "conciencia". El gran dilema frankesteniano que define el futuro de la humanidad. Un profesor de la Universidad nos aclaraba precisamente que la ciencia ficción, en palabras de Bradbury, no hablaba sobre el futuro sino que de lo posible en la contingencia misma, del presente del hombre, por lo que la palabra progreso no sería sino lo que está velado bajo la quimera de nuestro tiempo. Westworld, relectura de la película de los setenta, Almas de Metal, le susurra a nuestra época de aburrimiento sofisticado. Hace de todo tiempo histórico un parque de diversiones hiperreralista para los llamados huéspedes. Los anfitriones vendrían siendo esta nueva clase de esclavos con inteligencia artificial, que viven bajo el yugo de una incipiente conciencia, de existir de acuerdo a los parámetros de una narrativa previamente designada y programada -metáfora del dios narrador ya trabajada por Unamuno-. Nada que no haya sido explorado. Lo interesante, sin embargo, viene en cómo esas tramas confluyen y en cómo nuestros anfitriones en apariencia inconcientes comienzan a rebelarse y a descubrir los hilos que los atan a su propia historia. En suma, la trillada pero siempre cotizada búsqueda de sentido. Es en parte la misión de dos personajes claves, a mí entender. El solitario y oscuro huésped villano, que vaga por el viejo Oeste americano en busca del laberinto dibujado en el cráneo de un anfitrión, lo que él llama y comunica al creador de Westworld (Anthony Hopkins) como el "secreto mejor guardado"; y la hermosa e inocente doncella anfitriona del campo, que lentamente y a través de un viaje sentimental va descubriendo la sórdida naturaleza de su existencia, como la flor que violentamente se abre ante una primavera inminente. En la pugna y en la odisea iniciática de esos dos personajes (la cacería del villano huésped y el cuento de hadas de la doncella anfitriona) se va desplegando el secreto detrás del show cibernético de Westworld. En cierto momento, el padre de Dolores, que comienza a citar a Shakespeare, le susurra algunas cosas a su hija. Dolores, la doncella anfitriona, intuye finalmente algo que cualquiera de los huéspedes, paradójicamente, también ansía: el sentido de su propia trama. "A veces siento que el mundo exterior está llamándome, me susurra que hay algo más". Ese algo más, lo que siempre está abierto a lo posible. La quintaesencia del espíritu.

sábado, 5 de noviembre de 2016

Reviso el correo gmail. Sin expectativa de que haya mensaje de nadie. Me encuentro con el mensaje de una alumna. Un mensaje de auxilio. Dice que ayer faltó a clases a causa de la protesta en el Troncal. Motivo por el cual no pudo asistir al cierre de promedios. Habla sobre un monólogo dramático que debe. Explica que en un comienzo lo hizo con otro compañero (su pareja) pero que finalmente decidió hacerlo por su cuenta. Espera mi comprensión. El monólogo va adjunto en formato word. Abro el archivo. Las primeras líneas del monólogo rezan lo siguiente: "Era día viernes, y por alguna razón me sentía abrumada, lo cual no solía ocurrir, ya que pasaba todo el tiempo haciendo cosas. Estudiando, trabajando, todo lo que pudiera ocupar mi mente. Así que decidí ir un minuto al mirador (...) Lo tengo todo, y para llegar hasta aquí me alejé de cualquier cosa, o persona, que pudiese distraerme. Ahora solo me hace falta una palabra: voluntad, para arrojarme al vacío o para dar el siguiente paso". Parecían las líneas de una suicida en potencia. Ella diría que se trata solo de un trabajo pendiente. La ficción da para mucho. Descargo el archivo para su revisión. Cierro la cuenta gmail. Me dispongo a ordenar todo lo que resta por leer. De inmediato, me llega como un rayo la noticia sobre la muerte de dos dramaturgos chilenos. Busco entonces un libro sobre el origen de la tragedia. Un apunte obligado sobre la diferencia entre tragedia y drama. Cuestión que en clases quedó inconclusa. Y que la propia alumna del mensaje, al parecer, consiguió entender a su manera.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Extraño calor de noche en Valparaíso. Se siente gente subiendo y bajando las calles como si ya fuese verano. Comienza la soltura de ropas. Los petos ajustados. Los vestidos cortos. Una infusión anímica se huele. Un cúmulo de hormonas desatadas, bajo la oscuridad del asfalto. Una express en la esquina de la Ecuador. Parejas en plan de intimidad. Otros tantos, en grupo, en plan de jarana. Eso es lo que se extraña de ser estudiante. Que se podía pasar bien con tan poco. Sin otro motivo que perderse con alegría. En esa época hubiese sido San Jueves. Ahora veo el ambiente y resulta que toca trabajar temprano. Se cuenta con la plata, pero no con la posibilidad de brindar. Ya ni siquiera se cuenta con los pilotos de antes. La mayoría tiene exactamente las mismas obligaciones. Algunos mejor que uno. Otros peor. No debería ser excusa, después de todo. Pero la hora de la alarma se va aproximando. Y la palabra deber sigue pesando en la sien, como si se tratase de una caña imaginaria.
Me ha tocado en más de una ocasión trasnochar urgido por la clase del día siguiente. Planificar gran parte de la madrugada a causa de una ya rutinaria procrastinación o, en su defecto, de una confianza desmedida en el funcionamiento de la pega. Cuando al otro día iba rumbo al trabajo, a paso firme, no necesariamente satisfecho, más bien con la expectativa de que aquel esfuerzo valdría la pena, sucedía que por x motivo se suspendían las clases. Entonces pensaba, perseguido, un tanto paranoico, que todo se trataba de una broma vocacional, o sencillamente, de una tomadura de pelo ante el exceso impostado de preocupación. Y luego creía que esta propia experiencia, por absurda, por abrupta, podía replicarse más allá de la pedagogía, incluso a la vida misma. Una irónica ley de murphy producto de una obsesión invencible.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

San Pedro


En el departamento un vecino cocinaba un cactus de San Pedro. El otro le preguntaba sobre el efecto del menjunje pachamámico. "Solo lo sabrás si lo tomas", replicó el vecino cocinero. Recuerdo hace más de tres años pegarme un viaje de San Pedro en Peñablanca. La dosis fue baja, en todo caso. No fue nada del otro mundo al principio, solo un creciente estado de euforia. Luego en la caminata, la cuestión se fue volviendo psicológica. El viaje atravesó momentos de asociación descontrolada. La virgen de una capilla representaba la pureza. Perros que nos seguían se multiplicaban. Un flaite que iba a Valparaíso parecía guardar un secreto. En la plaza de Villa Alemana se divagó sobre el centro del espacio. Luego, el viaje desembocó en un enfrentamiento con el miedo. Ese miedo se vio representado en el bosque de Los Pinos. Oscuridad absoluta. La noche parece que lo envolvía todo. Regreso por otra ruta. Conversación excéntrica sobre la política en un callejón. Vecinos molestos. Retirada de vuelta. De a poco el efecto se volvía introspectivo. La música y la luz se sentían fuerte. Fue derivando todo en un pensamiento sobre la reputación. El compañero de viaje se volvía desafiante. Rebatía cada punto. Después de eso, aunque no como causa inmediata de la experiencia, volví a replantear mi perspectiva vocacional. Ya que la psicología no era algo para tomar a la ligera. Una difusa discusión sobre la ética y la libertad se desarrollaba, con creciente ánimo hostil. En una la discusión se hizo tan intensa que pensé en golpear al compañero. Preferí volver a casa y cerrar la experiencia con ese aprendizaje en la cabeza. En el camino de vuelta todo se asociaba con la discusión. La gente parecía intuir lo que pensaba. Lo más extraño de todo es que pese a toda esta divagación no se sentía ninguna otra clase de efecto, excepto quizá una débil sinestesia. No había nada demasiado alucinógeno. Solo se trataba de otra frecuencia o percepción de la realidad, o mejor dicho, de los propios pensamientos. No hubo nada que detuviese el flujo de esa asociación. El efecto decaía o simplemente se integraba. Salía de la casa para ir al Litre. El cemento de la calle dispersaba la mente. Un poco de soledad y de verde aplacaba las voces.

Escribo esto después de haber visto el cactus servido en un par de botellas en la cocina. Una ya vacía, señal de haber sido ingerida. Al terminar, el living oscuro. Nadie de los presentes se encuentra adentro. A excepción de una vecina. Le hice saber al vecino cocinero que quedarían tripeados. Sonreía irónicamente, como adivinando lo que pienso, o simplemente asintiendo lo que ya sabe de sobra: el efecto personalísimo del cactus misterioso. Busco a Burroughs y sus cartas del yagé. Mientras, un calor seco envuelve la pieza. Y la noche nítida se deja observar a través de la ventana.