miércoles, 8 de abril de 2015

Católico contra erótico



En la entrevista de trabajo de un colegio católico, la directora estableció una situación hipotética metodológica como condición de admisión, preguntando: ¿Qué libro alternativo le haría leer usted a un alumno que le consulte sobre las Cincuenta sombras de Grey? Podrá parecer fácil y a simple vista una respuesta de sentido común. Sin embargo, la misma pregunta fue la encrucijada del destino laboral. Tanto la directora como yo, en el fondo, estaban de acuerdo en lo reprobable de la lectura del libro. La diferencia recaía en los motivos de la censura: La directora como es lógico arguía el exceso de osadía sexual y vejación femenina haciendo causa con el espíritu católico ferviente de la institución. La causa recaía respecto al quiebre con la moral del establecimiento y, por extensión, de su comunidad educativa. Por añadidura entonces la crítica se orientaba hacia la calidad. Es decir, la decisión de la directora se podía resumir en la siguiente fórmula: el libro rompe con la moral de la institución; además, el alumno es parte de ella y tampoco tiene el criterio suficiente para decidir qué es bueno y qué es malo; ergo, el libro es chatarra literaria. Como profesor postulante (e interesadamente creyente, por supuesto) le hice saber esa diferencia de motivos, guardando las distancias. A diferencia de ella como la voz de la institución, la crítica se orientó exclusivamente al propio libro. Ni siquiera a la moralidad, sino que al objeto. El libro recurre al facilismo argumental. Fabrica una historia en torno a la cual lo importante no es la narración ni el lenguaje sino que la explotación de una situación sexual que de tabú tiene poco. Por lo cual existen libros mejores en ese ámbito: mucho más audaces y mejor construidos literariamente. Más provocadores y dignos de un plan lector.

La directora en el fondo buscaba que le respondiese que el erotismo (o derechamente la sexualidad) en la literatura estaba prohibida, dada la supuesta falta de criterio del alumnado y el espíritu de la institución. En cambio, respondí simplemente que el libro no era digno de ser llamado literatura erótica, por no tener el atributo literario suficiente. En suma, que no calentaría a nadie. (Ni enseñaría de manera óptima el erotismo)

Estábamos de acuerdo en el fondo, pero distantes en la forma.

Era o decirles que leyeran la Biblia o leyeran Trópico de Cáncer...