viernes, 15 de julio de 2022

"Es hora de la verdad": La persistencia del fin, Max Colodro

Sea cual sea el resultado del plebiscito, a la mañana siguiente la sociedad chilena seguirá viviendo la espiral de polarización, violencia y deterioro político que la ha marcado a fuego en los últimos años. Porque mucho más que el remedio para sus males, el actual proceso constituyente vino a ser solo un síntoma, quizá el más perfecto y sublime, de ese quiebre que, desde hace muchas décadas, tiene a Chile espiritualmente partido en dos. Ahora incluso, de confirmarse el triunfo del Apruebo, dejaremos de ser una sola nación, consagrando una plurinacionalidad que reafirmará nuestras diferencias mucho más allá de lo político e ideológico.

De ganar el Apruebo, la puesta en marcha de la nueva institucionalidad tomará años, si es que no lustros. Implementar un conjunto de sistemas de justicia, consagrar un profundo reordenamiento administrativo y territorial, plagado de autonomías, será un desafío gigantesco. Baste como precedente el que hace ya dos gobiernos se estableció la “desmunicipalización” de las escuelas públicas, un proceso que está todavía lejos de poder concluir. Así, cada paso, cada etapa en la instalación de este nuevo orden, no solo será largo y difícil, será también motivo de nuevos desacuerdos. Tanto, que el ministro Jackson no descarta un periodo en que se deba gobernar por decreto. Ironía plena de reminiscencias.

De ganar el Rechazo, tendremos que seguir buscando fórmulas para encontrar algo que sabemos nunca va existir: consensos mínimos respecto al tipo de sociedad y modelo de desarrollo en que queremos vivir. Igual como lo fue la anterior, la nueva Constitución será por sobre todo el “acta de triunfo” de unos sobre otros, y los reacomodos posteriores tendrán siempre algo de revancha y de rendición. Porque no hay alternativa, cuando contemos los votos el próximo 4 de septiembre, confirmaremos que la posibilidad de la “casa común” nunca existió. Y por una razón muy simple: es demasiado grande el sector de la sociedad que jamás la ha querido.

Las decisiones que hemos tomado en los últimos años solo han confirmado esta voluntad mayoritaria. Por eso la sala de partos de este proceso constituyente no podía no estar saturada de violencia, plagada de expresiones de odio e intolerancia. Porque la nueva institucionalidad no vendrá a ponerle fin a la fractura que nos define, será más bien otra consagración. Ese es uno de los motivos por los cuales un triunfo del Rechazo en septiembre resulta tan contraintuitivo y tan a contracorriente. En rigor, todas las definiciones de este tiempo han ido en la dirección de confirmar el abismo, de persistir en el quiebre. Hoy sabemos que el Chile reconciliado de la transición nunca existió.

La dictadura intentó obligarnos a cantar una estrofa del Himno Nacional que los opositores no estábamos dispuestos a entonar. Ahora, damos un paso más, quizá el último y definitivo: vamos a confirmar que el proyecto de reconocernos todos en una sola “Nación Chilena” fue simplemente una larga ilusión.

La muerte de Chile (relato de ficción)

Cayó la noche. En algún rincón de un barrio enigmático, un pandillero fumaba copiosamente. Estaba esperando a alguien. Cuando terminó su último pucho, se dio una última vuelta por el lugar, hasta que divisó, a lo lejos, a la persona que esperaba. Era un sujeto bien vestido, con apariencia de nerd, que caminó lento pero nervioso hacia donde estaba el pandillero. Frente a frente, se miraron con frialdad.

–Aquí está lo que me pediste-, dijo el nerd, indignado, aunque con miedo, mientras le entregaba al pandillero un misterioso paquete.

De inmediato, el pandillero sacó del bolsillo de su chaqueta una gran faja de billetes y se las entregó al nerd.

–No creas que la wea va a ser tan fácil. Necesito que hagas algo más-, volvió a decir el pandillero.

El nerd guardó rápidamente el dinero y se puso todavía más nervioso.

-¿Qué tendré que hacer ahora?-, preguntó.

–Mira, te voy a dar otras lucas más, si pasas rápidamente hasta el otro lado de la calle, piola para que no te pillen los pacos, y le entregas esta caja a mi socio de la esquina. Eso sí, cuidadito con abrirla. Te voy a estar vigilando-.

En ese momento, el nerd supo realmente en lo que se había metido. Sin meditarlo, estaba a punto de tranzar otro pacto con el cancerbero. Su madre y su padre acababan de fallecer. Necesitaba plata fácil para pagar sus estudios. Pero nunca adivinó la gran tormenta de mierda que estaba a punto de caer encima de él.

Ante la petición del pandillero, el nerd se mostró dubitativo. El pandillero notó esto y, cual hiena oliendo a su presa, reaccionó a la desesperación de su tonto útil.

-Usted se metió en esto, compadrito. Nadie lo obligó-, le dijo al nerd, decidido.

-Yo llego hasta acá no más, compadre. Con esto es suficiente-, replicó, tímidamente, el nerd.

-A ver, a ver, a ver. No estoy nada jugando, compadrito-. El pandillero, sin más, sacó un cuchillo del bolsillo de su pantalón y se lo mostró.

-Más te vale que hagas este mandado, si no, no la contai, cabrito-.

El nerd, acorralado, miró hacia todos lados, esperando algún milagro, algún paco que pasara, alguien que llegara tarde por ese desolado rincón de la ciudad. Nada. Estaba completamente solo, frente a frente al cancerbero.

Cansado de su cobardía y de años de bullying, entonces, apretó los puños y la mandíbula y, en un acto reflejo, intentó abalanzarse sobre el pandillero, torpemente, fallando en el acto. El nerd cayó contra el asfalto, pegándose en la cabeza, y el pandillero lo levantó con violencia para que pudiera responder a su orden.

Durante unos segundos, el nerd vio pasar, a través de su consciencia, los recuerdos de su vida en la escuela, una vida marcada por el acoso y el agobio constante. Justo al final de ese recorrido de consciencia, vio una luz cegadora. Así, despertó de su letargo y recobró nuevas energías, para soltarse de las garras del pandillero y enfrentarlo.

–Por gente como tú, Chile está cagao-, dijo el nerd, indignado, aunque con miedo.

-¿Tú no entiendes nada, verdad?-, le respondió el pandillero. –Acá los negocios son negocios. Te falta calle. Chile es un negociado.-.

Al instante, el pandillero, al ver que el nerd no estaba dispuesto a ceder, sacó un arma.

-Ya, se acabó. Vai a tener que entender con fierro. No tengo tiempo, cabrito. Ya estai metido hasta las cachas-.

-Ok, ok, lo haré.

-Muy bien, cabrito, mira que esta hueaita ya no depende de nosotros. Sólo ándate por ese callejón, huevón-.

El nerd, choqueado, pensó para sí en lo tonto que fue y que siguió siendo. Se recriminó a sí mismo, retorciendo su consciencia, por su incapacidad para decir no. Tomó la caja del encargo que le dio el pandillero y siguió su camino, temeroso, por el callejón oscuro, mientras el cancerbero, vigilante, lo apuntaba de lejos.

Cuando llegó hasta el final del camino, encontró apoyado en un poste a otro pandillero. Era el que lo esperaba por el encargo. El nerd caminó hacia éste con la caja y se la entregó. El pandillero lo miró a los ojos con una mirada amenazante y luego esbozó una sonrisa de desprecio. Al darse cuenta de este gesto, nació en la mente del nerd un deseo salvaje de venganza, unas ganas de masacrar a quien lo despreciaba de esa manera, como todos los matones que también le hicieron la vida imposible en sus años de escuela. Pero, al saberse apuntado por el cancerbero, tuvo que tragarse la rabia y acatar las órdenes de este par de sujetos que hacían las veces de verdugos. Surgieron, sin embargo, nuevas fuerzas en el nerd y se atrevió a enfrentar al segundo pandillero.

-Por gente como ustedes, Chile está en el hoyo-, dijo el nerd, con sumo odio. 

El flaite, al escucharlo, comenzó a reírse y lo miró fijamente. En un instante, sacó un cuchillo de su chaqueta y lo apuntó contra el nerd.

-Así se hace, cabrito, muy bien. Saliste machito. Así que te vamos a recompensar-, exclamó el primer pandillero que ya estaba con ellos.

-¿Y la plata wn? Págame la wea, desgraciado-, gritó el nerd, furioso.

-Tranquilo, antes queremos darte una pequeña atención, por la paleteada-, dijo el segundo pandillero.

Abrió la caja del encargo y en ella había una bandera chilena, la cual escondía una bolsa llena de cocaína.

-Tómala, es tuya. Ya que tanto hablas de Chile.-, dijo el segundo pandillero, y le entregó la bandera chilena al nerd.

-¿Están bromeando? ¿Y mi plata?-, preguntó el nerd, cada vez más desesperado.

-Te equivocaste con nosotros, cabrito. Negocios son negocios-, replicó el primer pandillero, seguro de que su tonto útil tenía sus minutos contados.

Lo apuntó para poder liquidarlo en el acto, pero, en el preciso momento en que estaba a punto de jalar el gatillo, sonó una baliza. El nerd, sin pensarlo, aprovechó el descuido y salió corriendo con la bandera chilena, lo único que logró conseguir de aquel pacto con el cancerbero. Los pandilleros rápidamente persiguieron al nerd y arrancaron de la policía.

Durante más de cinco minutos de intensa persecución, el nerd creyó haber perdido a sus captores, pero uno de ellos alcanzó a divisarlo, en una de las esquinas de aquel barrio enigmático, y le disparó con certera precisión en toda la cabeza. Una muerte instantánea. El nerd se desplomó contra el asfalto de la realidad, por última vez. A su lado, estaba tirada la bandera chilena.

Al cabo de un rato, los pandilleros lograron ser capturados. El cancerbero observó a los lejos el cadáver del nerd, justo antes de ser empujado a la patrulla. Solo entonces, comprendió que la tumba de los libres permanecería abierta, para siempre.