sábado, 12 de agosto de 2017

"El problema con los paraguas es que se dan vuelta con el viento" le decía una señora en la esquina de Pedro Montt con Francia al vendedor, guarecido bajo el alero de la farmacia. "Hay que hallarle la maña no má" le replicaba el vendedor, seguro de estar vendiendo un producto de calidad, y no de esos paraguas pirateados de cuneta. La señora asentía un tanto escéptica. Aunque finalmente lo compró, más urgida que convencida. Más allá, en la plaza, sin embargo, un paraguas roto sobre el césped. Un paraguas oscuro, casi con el puro esqueleto, seguramente abatido por el viento o abandonado sin más por su antiguo portador. Ese parecía ser, en el fondo, el destino de todos los paraguas después del aguacero. No era, después de todo, ni superstición ni mala suerte. Simplemente era su vida útil que había acabado, junto con la última gota de lluvia chorreando la tela negra.