domingo, 18 de junio de 2017

Hace unos días un estudiante universitario de psicología que iba rumbo a hacer trámites para su tesis de grado fue forzado a abandonar el bus por no validar su tarjeta BIP. El estudiante, ofuscado, se abalanzó contra una de las fiscalizadoras del Transantiago, provocando que cayera a la calzada y fuera atropellada. Se le está acusando incluso de homicidio frustrado. No alcanzó a enfrentar a los jueces de su tesis, pero se podría decir, en cierta forma, que conoció de antemano a otra clase de jueces, siendo reprobado en el acto por medio mundo. Estaba determinado a que fuera así. Su salto del proceso académico al proceso penal. La intencionalidad siempre un misterio sin evidencia para la ley. La psicología profunda de los actos no puede ser evaluada en términos binarios.
"Había existido poco y le daba con esa idea que había un abismo entre pensar/y sentir/eso pensaba o sentía."
Ricardo Herrera Alarcón, Santa Victoria.
En medio de la lluvia llegué al preu. Pocos alumnos, tal como en el dos por uno. En la sala de profes un par de colegas bromeaba sobre suspender las clases por corte de energía. Luego hubo un apagón repentino mientras una de ellas decía en talla que se cortara la luz. Nada fuera de lo normal. A pesar de la inasistencia generalizada, cada quien fue a sus respectivas clases. Ya en la sala NN que me corresponde para el curso anticipa, solo un total de cinco cabros y cabras. -Vine contra y viento marea, no puede no hacer clases- repetía uno de ellos, no se sabía si en serio o en broma. Otra alumna llegó atrasada. Avisó que afuera lo más cuático era el vendaval que abría una y otra vez la puerta de entrada del preu, como queriendo comunicar algo, como demostrando la inclemencia del tiempo contra el frágil protocolo educativo. La chica se aseguró de que la puerta de la sala quedara bien cerrada. Para los pocos alumnos adentro, la clase debía hacerse de todas formas, merced al esfuerzo de su presencia. Mientras avanzaba de lo más bien con ellos el cuadernillo psu, entró de improviso la coordinadora diciendo que debían suspenderse las clases de forma irrenunciable por motivos de fuerza mayor. El mal tiempo había hecho lo suyo contra la institución. Un par de salas sin luz. Goteras en la secretaría. El viento afuera no dejaba de soplar, sirviendo de timbre natural para el fin de la jornada. Los chicos se incorporaron rápido. Uno de ellos reía, debido a la ironía de la situación. Otra, la última en llegar, tenía una expresión como de desear irse pero a la vez como un gesto de decepción por su llegada en balde al preu. Flor de absurdo. Les informé que en algún momento habría que recuperar la clase perdida, y que de pasada "no se mojaran mucho". La alumna del atraso dio vuelta el rostro, asimilando aquella frase con cierto entusiasmo sospechoso. Una vez solo en la sala, revisé la carpeta de asistencia y firmé las dos horas que correspondían. De un total de dos horas solo se trabajó, en realidad, un poco más de un cuarto de hora. En teoría esas dos horas deberían pagarse de todas maneras a pesar de la suspensión. Pero eso solo en teoría. Sería, después de todo, algo demasiado bueno para ser cierto. Una demasiado sublime hipótesis. Resumiendo: no sé todavía si agradecerle a la naturaleza por haber provocado generosamente la suspensión de esa dos horas de clase regaladas, o recriminarle por haber suscitado un mal tiempo gratuito, sin garantía alguna de retribución o, al menos, de sentido.