jueves, 27 de noviembre de 2025

Cito una frase publicada por un compadre en sus historias: "El universal moderno es este: si no produces, no vales. Si no triunfas, no existes". Frente al culto de la producción incesante, frente a la demanda constante de figuración, frente al exitismo y al triunfalismo internalizado, opongo el ocio creativo, la introspección, la contemplación y meditación activa, el trabajo con la sombra interior.

El Demonio Procrastinador

Alguna vez escribí sobre Titivillus, el terror de la escritura, aquel demonio infernal que introducía errores en los trabajos de los escribas y copistas medievales, y que sobrevivía incluso hoy, en cada lapsus y borrador mal hecho, repleto de ripios y horrores ortográficos. Sin embargo, existe otra entidad mucho más amenazante, frente a la cual han caído hasta los más eficientes: el Demonio de la Procrastinación. Es tan terrible que ni siquiera tiene un nombre que lo particularice. Solo se hace presente allí donde quien escribe posterga sus textos de manera indefinida, donde proliferan las excusas más inverosímiles para continuar con el oficio. Se instala en la mente ansiosa, en la mente material, cual virus, e introduce allí un extraño opio repleto de relatos limitantes, miedos, manías, paranoias. Yo mismo he sido atacado constantemente por este vil demonio, una y otra vez, al punto de tener estancados más de cinco proyectos de libro, reposando ahí sin otro motivo que la desidia o que la falta de determinación. Además, se me han ido muy buenas ideas de crónicas por su culpa. En su momento, por ejemplo, iba a escribir sobre el concierto de Magma en Santiago, en el Teatro Nescafé de las Artes. Nunca lo hice. También tenía pensado hacer una reseña sobre la película “La Bestia”, el año pasado. Ahí quedó, en la pura intención. Ahora mismo estoy postergando una crónica pendiente sobre la maratón de la PUCV y hasta algunos trabajos para el Magister los he dejado para última hora. Se podría decir que, con el tiempo, algunos de estos proyectos “ya pasaron la vieja”. Aun así, no me declaro del todo derrotado. El Procrastinador late en cada indecisión, en cada titubeo, en cada distracción inmediata, pero hace falta un poco de voluntad, de porfía y de concentración para desafiarlo. Algo así como un “mono porfiado”, le había dicho a un compadre. Estar ahí, clavado frente a la hoja en el cuaderno, o frente a la pantalla y al teclado, insistiendo, dándole a la matraca de las palabras y al reactor atomizante de los significados, echándole máquina a la materia oscura de los imaginarios. Vaya que cuesta, pero es la única forma de hacer retroceder al Procrastinador, cada vez que regresa con su inmundicia regresiva. Vade retro.