domingo, 21 de febrero de 2021

Vacunagate

Todo comenzó en Perú, al destaparse casos de políticos y funcionarios del Estado que se vacunaron de manera clandestina, sin respetar los protocolos de prioridad sanitaria. Ellos habrían tenido acceso a la vacuna china de Sinopharm cuando aún permanecía en etapa de experimentación. Sagasti, el presidente interino, se pronunció al respecto y mostró su indignación al advertir aquellos casos, moviendo al poder judicial para investigar y procesar estas ilegalidades. Luego, el escándalo salpicó hasta Argentina, con la administración irregular de vacunas rusas (Sputnik V) que involucra a altos funcionarios y personalidades cercanas al Ejecutivo, en lo que se conoce como “vacunación VIP”. El presidente Fernández también tomó cartas en el asunto, y pidió la renuncia inmediata de su ministro de Salud. Por supuesto, Chile no se quedó atrás, y ya se han reportado casos de funcionarios públicos que recibieron su dosis antes de lo establecido por norma, siendo en su mayoría gente que no pertenece al grupo prioritario. Algunos de estos casos fueron denunciados por Jaime Mulet, diputado regionalista, quien señaló que en Cancillería se “saltaron la fila”, sin contemplar la edad, sin ejercer un servicio esencial y sin priorización con lógica de riesgo. Por lo bajo, polémico, considerando que Chile se perfila prácticamente como el país latinoamericano a la vanguardia en la vacunación, con la llegada de las vacunas Pfizer o Sinovac, originarias de Estados Unidos y China, respectivamente. Un verdadero efecto dominó de la corrupción inoculadora, o bien, ejemplos sintomáticos del virus que corroe -hace ya mucho- la inmunidad moral de nuestro organismo político. Vacunarse implica, como podemos ver, no solo inmunizarse. Sobre todo, significa salvarse el pellejo ¿Existirá acaso una vacuna efectiva contra el mal endémico del poder?