sábado, 25 de noviembre de 2017

Al ir al Serviestado del centro, una fila despejada para las cajas. A un costado, una mujer con su hija pequeña jugaban con monedas. A simple vista, monedas inutilizadas, de uno o cinco pesos. Cada vez que la mujer le entregaba las monedas a la niña, esta las tiraba al suelo de forma que ella las volviera a recoger. El ánimo desenfadado de la niña tirando una y otra vez las monedas al suelo como si fuesen simples figuritas de acción. Las monedas al no tener ya valor económico habían devenido verdaderos juguetes sin otro propósito que el de entretener. Su material, a pesar de su devaluación, había recobrado en cambio una inocencia perdida, un valor genuino, ahora en manos de la revoltosa niña. Y pensar que más tarde esa niña crecerá y se dará cuenta que aquellas fichas de cobre numeradas con las cuales jugaba, simbolizaban en su tiempo el valor financiero, el sostén de su propia vida material, cuando ingrese quizá por esa misma fila, esta vez con un pedazo de papel numerado o una tarjeta de plástico guardadas en el interior de su bolsillo o cartera, para pagar el costo de su tiempo y de su lúdica vida adulta.

Salvator Mundi

La subasta y la compra del Salvator Mundi de Da Vinci en Christies, según dicen, ha sido la más cara de la historia. Hay dos cuestiones problemáticas que salen a la luz. La primera tiene que ver con la identidad velada del comprador. Según explica el asesor de arte del Financial Times, el comprador anónimo sería probablemente de Asia, a juzgar por el reciente interés del empresariado oriental en la colección de obras de arte antiquísimas. Otra hipótesis subraya que incluso podría tratarse de una institución como el Getty Museum californiano o una portavoz proveniente de Qatar. Una colectividad apostando a través de un individuo incógnito una jugada comercial maestra. Una última posibilidad apuntaría al descarte de la regla del 1-4% aplicable a la inversión capitalista en el arte. Esta sugiere que una persona no debería invertir más de un 4% de su fortuna en una inversión solamente “por pasión”. Así pues, y siguiendo esa lógica, el comprador del Salvator Mundi tendría que tener una fortuna mayor a los 11 billones de dólares, lo cual acotaría aún más el rango de identificación de nuestro comprador misterioso.

Una segunda cuestión problemática tiene que ver con la propia naturaleza y condición del cuadro, su autenticidad y el dilema sobre su valor y su precio en el mercado de la cultura (o en la cultura del mercado). Sobre su autenticidad, algunos se han aventurado a señalar que queda muy poco de Da Vinci en el cuadro físico subastado, a juzgar por la enorme cantidad de restauraciones y retoques que posee, lo cual lleva a pensar en aquel concepto de Walter Benjamin, el "aura" de la obra de arte. Sería aquello inviolable, aquello que representa su esencia, y que permanece impoluto más allá de la reproducción técnica de la obra. La condición actual del Salvator Mundi haría pensar que su versión original ha desaparecido y que solo se trataría de un valor interpretativo de la versión subastada, lo cual a su vez afectaría a su precio actual. Entonces, en la medida que la obra adquirida sea intervenida y se dictamine que pertenece oficialmente al florentino, adquiere, digamos, un mayor aura y, a la vez, dispara su precio por las nubes.

Dicho esto, es posible sostener que la contraposición entre la "obra aurática", solo reservada para una subasta comercialmente audaz, y la obra reproducida hasta el hartazgo, diversificada en masa para ser democráticamente vendida, sigue representando el dilema artístico primordial del Salvator Mundi vendido en aquella histórica subasta. Esencia o sustancia. Valor o precio. Es decir, hasta qué punto la obra de arte recobra de pronto su valor en términos mercantiles, y hasta qué punto ese mercado que la adopta como su creatura la vuelve un producto deseable y a la vez irrepetible. El arte acaba siendo así el campo nutrido en el que el valor de la transacción mercantil cobra forma. La pugna entre la obra de arte como objeto de comercio, sustraída de si misma, y la obra de arte como creación invaluable, irrumpiendo en el criterio estético de su época, criterio hoy por hoy, endosado también al agudo criterio económico, bajo el cual la obra de arte parece cobrar una nueva vida y un nuevo reino.



Tercera licenciatura de cuarto a la que toca asistir. Me acuerdo que en la ceremonia del año pasado había hecho una mano cornuda en una de las fotos con los cabros. A algunos les pareció genial. A los apoderados, en cambio, les disgustó. Motivo por el cual la directora me pidió expresamente que para esta ocasión guardara la compostura y no repitiese la gracia. Para algunos podrá parecer una anécdota simpática, hasta algo estúpida, infantil, pero si se mira de cerca, se comprenderá el nivel de cinismo y la falta de espontaneidad que aflora durante estas instancias. Comprendí de inmediato que de rock no sabían nada. Como sea, los verdaderos protagonistas de este show serán siempre los propios cabros. Ellos decidirán finalmente si conviene hacerle una reverencia o hacerle un hoyudo al futuro. Porque la última palabra la tendrán ellos. Nosotros, en ese sentido, no somos más que burócratas. Por eso, aguante fin de las clases, fin de la escuela! Libertad! Libertad ctm!