miércoles, 25 de mayo de 2016

El completo

Al completo le debo gran parte de mi dieta estudiantil, inclusive profesional, durante las vacas flacas, que han sido la mayoría de nuestros días. Siempre después de una salida ahí aparece el completo como el bajón por defecto y a ratos por excelencia. Estaríamos siendo cínicos si negásemos al completo como salvavidas en tiempos de miseria. Derivado del hot dog, un pan alargado con una vienesa al medio, sin tanto menjunje, algo más bien pulcro, rápido. El hot dog en la mano de Ignatius Reilly, inmortalizado para siempre en La conjura de los necios como símbolo de su sarcástica personalidad. Su versión sudaca, el completo, compuesto de palta, tomate, mayo, chucrut, una imagen del barroco latinoamericano, de lo grotesco y lo inmenso del hambre del fin del mundo. Y a la vez la imagen de cierto exotismo bizarro, calando hondo en las entrañas de los angurrientos. El alcance paradójico del completo: siendo en apariencia excesivo y desproporcionado, sin embargo nos completa, completa en el fondo la necesidad del momento. Seamos como Ignatius Reilly en aquella novela norteamericana: honremos al completo que más de alguna vez nos salvó de un apuro, no neguemos su existencia apelando a una nutrición hipócrita y arribista, reconozcamos que el completo es parte de nuestro imaginario digestivo, que representa todo lo más rústico pero a la vez lo más abundante de nosotros mismos.