jueves, 15 de noviembre de 2018

Bohemian Rhapsody

Bohemian Rhapsody cumple con el propósito: ser una espectacularización de la vida y de la carrera de Freddie Mercury junto a Queen. Una fiesta. También, un drama. Bajo esta perspectiva, las imprecisiones biográficas que se le achacan están fuera de lugar. Sería ridículo encontrar en una biopic de este talante una reproducción fidedigna. De lo que se trata es de plasmar el espíritu de la banda y de representar de una forma más o menos verosímil la vida del rockstar. En ese sentido, Rami Malek despunta por su versatilidad. De aquel hacker parco, introvertido y enigmático de Mr Robot, pasó a ser el alocado, apasionado y estrafalario Freddie Mercury, sin problemas, con suma compenetración en el papel, dejando entrever su derrotero en esa tragicomedia que es a ratos la música rock, y su ataviada experiencia que se debate entre una sociedad conservadora, el acoso de los medios y una enfermedad mortal, frente a los cuales el protagonista decide encumbrarse como la leyenda que fue hasta sus últimas consecuencias. Como el propio Mercury Malek decía respecto a la banda, Queen fue una familia. Su legado también enraiza esa consaguinidad con sus seguidores y fanáticos. Sin ir más lejos, ese propio sentimiento familiar se podía ver reflejado a la salida del cine, con los niños cantando con voz agudísima Galileo! Galileo! y los padres tarareando de forma desenfadada alguna melodía de Love of my life o Don't stop me now. La música de verdad atraviesa generaciones. La música y sus adeptos siempre son una familia, una familia que se elige o que se asume por gracia. A esa lectura, a esa visión apuntaba la película.