sábado, 30 de marzo de 2024

Con la polola hicimos un ejercicio de definir al otro, en una sola frase. Ella dijo de mí: "Un hombre culto que le gusta disfrutar de la vida". El prisma con que definimos a los otros depende mucho de cómo cada quien se define a sí mismo. Al definir al otro definimos muy bien nuestra propia idea. Nuestras palabras, nuestros dichos, hablan muy fuerte de lo que somos, a menos que desconfiemos demasiado del lenguaje y su capacidad interpretativa.
Mi madre ha dicho que, con sus penas a cuestas, ha comenzado a extrañar a Dios. Conmovido por sus palabras. Tristes pero bellas en su reflexión. Los existencialistas como Jean Paul Sartre y Albert Camus también renegaron de Dios en su momento, pero luego tuvieron una "conversión", aceptaron que no es posible renegar del todo de la dimensión religiosa, sin antes quedar un poco vacío, un poco huérfano, ante el absurdo de un mundo sin sentido trascendente, con pura inmanencia. En Camus, esto queda en evidencia tras las conversaciones que mantuvo con Howard Mumma durante sus últimos años. Aceptó su incapacidad para entenderlo todo sin considerar la religiosidad. Por su lado, en Sartre fue decisivo un diálogo que mantuvo con un marxista, pocos días antes de su muerte, diálogo recogido por Le Nouvel Observateur. En ese diálogo, el filósofo afirmó que no se percibía "como producto del azar, ni como una mota de polvo en el universo, sino como alguien que ha sido esperado, preparado, prefigurado. En resumen, como un ser que solo un Creador pudo colocar aquí". El escepticismo no tiene por qué estar reñido con el sentido de una trascendencia allende la física o una profundidad espiritual más allá de la materia. Al zozobrar la carne, al sentir la oscilación de la vida, suele ocurrir, en los espíritus sensibles y en las mentes reflexivas, un episodio que confronta los propios conflictos internos con la inmensidad de un absoluto inabarcable. Es allí donde inicia la posibilidad de Dios, o la posibilidad de plantearse su existencia, a través de la experiencia sensible de la vivencia humana. Hay todo un misticismo en esa "duda final", en ese umbral que conecta el sufrimiento terrenal con la creencia en un orden superior. 
Un sticker de San Pancracio cayó al suelo tras despegarse del ramo que mi polola colgó sobre el espejo. Si uno piensa en la causa lógica y científica, solo se agotó el adhesivo del sticker. Sin embargo, una lectura más poética y rica en simbolismo podría asociar la caída de la imagen del santo desde el espejo con el día en que Jesucristo permanece muerto, día de luto, de silencio y de espera vigilante. Día en que lo santo desciende al mundo de los muertos para luego ascender glorioso. La lectura mítica religiosa de este simple hecho cotidiano es tal que el espejo mismo podría significar algo trascendente: la proyección de la eternidad en la materia, de lo que se repite en el tiempo para luego volver a su verdadera identidad: “Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después veremos cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí.” (1 Cor. 13, 12).