jueves, 30 de noviembre de 2017

Ida al médico general de Cemedina. Tiempo que no iba al médico arguyendo un ingenuo e hipotético bienestar mezclado con una reticencia a la indagación invasiva. La enfermera del pasillo me preguntó hace cuanto tiempo no había venido. Le dije que desde chico, tratando de evocar aquella época en la que la ida al médico iba en el fondo impulsada por el cuidado irrestricto de los grandes. Ahora ya viejo su ausencia me pasa la cuenta. Y la tincada deviene categórica ya no por una cosa ética sino que orgánica, corporal. Con el bono en mi poder, se sentía cierta expectación por el resultado de la visita e incluso cierto miedo por ver cumplida la paranoia de una vida licenciosa. Mientras cavilaba sobre ese punto, el rostro impasible de los otros pacientes dejaba entrever que la espera por el médico era lo más similar a una suerte de purgatorio. Se medita sobre la espera con toda la fe o con ninguna, en que el resultado de la visita determine si mañana o pasado podrás vivir para contarla. El ánimo de las enfermeras era tal vez lo único desenvuelto del lugar, dándose el tiempo hasta de echar la talla, contestar el teléfono y conversar con el médico dentro de la sala de atención. Era la jovialidad de los que han hecho de la convalecencia ajena su rutina. Su estilo o su negocio. El de los médicos era simplemente invitarnos a restablecer el equilibrio con un apretón de manos y unas cuantas maniobras siempre ilegibles para el paciente. Una vez fuera de la visita, y luego de una asistencia expedita, casi automática, el médico recomendaba exámenes de sangre, perfil bioquímico y lipídico. Su pronóstico no era del todo alentador. Alegaba de mi parte dejación (debido también a la ausencia señalada) y esperaba que con los exámenes pudiese ofrecer el veredicto definitivo, seguramente el veredicto que determinará si será posible pasar de este impasse clínico sin temer algo peor. Él sabía que esas palabras, las típicas palabras del médico antes de cerrar la puerta, no eran necesariamente un protocolo científico ni alguna clase de sugestión, eran solo el diagnóstico objetivo que después el propio paciente interpreta como condena o placebo. Aquellas palabras podían tener toda la rigurosidad de la ciencia pero también podían invocar el cielo o el mismísimo infierno, o en su defecto, el purgatorio, la vuelta a los pasillos infinitos de la espera, de la convalecencia. Todo sea por la salud, todo sea por el latente concepto de la vida, o, en su defecto, de la muerte.
Informa un compadre de la casa, en el grupo de whatsapp, que hizo el arbolito de pascua de puro aburrido. Al llegar, oscuridad total. Lo único que la iluminaba era justamente un arbolito pequeño puesto al lado del router, sonando con pila gastada una melodía intermitente, pero con luces perfectamente sincronizadas, como si fuesen parte de una misma señal, la señal del vacío interior pero también la señal de la tradición, tan vieja y automática como el sistema eléctrico del departamento.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

En una audiencia del Tribunal Penal Internacional de La Haya, uno de los sentenciados, el ex comandante bosnio croata Slobodan Praljak, al momento de conocer su condena por crímenes de guerra en la ciudad de Mostar, tomó un vaso de algo al seco y luego le dijo a los jueces que se trataba de veneno. Se señala que el magistrado suspendió la sesión de inmediato y llamó una ambulancia. Era el momento de bajar las cortinas. El ex comandante, sin embargo, murió al rato después. ¿Les recordará este episodio, por la ingesta de veneno durante un juicio, al clásico de Sócrates por haber corrompido a la juventud ateniense? ¿Habrá sido esta la cicuta del ex comandante por crímenes de lesa humanidad? No lo creo, y la situación solo guarda relación con la de Sócrates en la forma del suicidio, mas el fondo y el motivo ético en este caso resulta completamente disímil. De ser así, estaría mucho más asociado al episodio de Budd Dwyer, político yanqui que en su tiempo fue acusado de soborno y que durante una conferencia de prensa sacó cuatro sobres, uno de los cuales tenía un revolver con el cual se quitó la vida. La pregunta es ¿el suicido vale como última vía de redención, como opción precipitada pero digna ante la pérdida del honor o la reputación? A simple vista resulta algo predecible, pero hilando fino se puede especular sobre sus razones. Ya no tanto la negación de la vida (apreciación prejuiciosa) como la posibilidad de huir del sufrimiento o de redimir una culpa impagable que no sea de otra forma que invocando a la parca. ¿Por qué la opción del suicido en público bajo términos personales para Praljak, para Dwyer, para tantos otros? Solo ellos, acusados penitentes, al fin y al cabo, lo sabían, llevándose consigo el enigma. A nosotros, los vivos, solo nos queda el reguero de sangre en la pantalla y la reinstalación del dilema de la muerte como alternativa real a la ignominia.

martes, 28 de noviembre de 2017

Cada tanto se ponen en toda la curva de Edwards con Ferrari una serie de compadres con chalecos reflectores y señaléticas del signo Pare. Lo hacen para advertir a los vehículos que bajan y suben esa peligrosa curva sobre los otros vehículos que avanzan en dirección contraria. De vez en cuando reciben su propina. Lo singular es que casi siempre es un compadre distinto el que realiza la labor. Además, no tienen algo así como un patrón de horario. Es decir, pueden llegar o abandonar la pega que están haciendo cuando lo estimen necesario. Por supuesto que deben estar autorizados por el municipio, aunque desconozco las medidas y reglamentos que los rigen. Todos estos, junto con los estacionadores del plan, de seguro se conocen y funcionan como un gremio alternativo. El hecho de que se roten la pega, y de que hagan algo como señalizar indefinidamente el paso a los vehículos que bajan y suben en esa curva, evoca de inmediato el mito de Sísifo. No cargarían piedras cerro arriba solo para verla caer nuevamente, a modo de castigo divino, sino que esas piedras ahora serían autos, y la acción redundante no sería la de empujarlos, sino que la de allanarles el camino. Camus veía en Sísifo al héroe absurdo que vivía su vida al máximo, odiaba la muerte, y era condenado a una tarea inútil. La absurda y la extraña función de estos hombres señalética sería, para el filósofo, algo equivalente, pero solo trágica en la medida que los compadres fuesen conscientes de que lo que hacen resulta fútil. Pero para ellos representa, más allá de todo ese dilema existencialista, nada más que el hacer la pega. "De algo se vive", repetía uno de ellos. El hombre señalética vuelve a su labor con una sonrisa luego de contar las chauchas de los conductores y fumarse un cigarrillo al alero de aquella curva. El mundo moderno, su diseño urbano, sus infinitas curvas a disposición de la máquina, propicia la existencia de nuevos sísifos. Y estos a su vez aceptan de buena gana el cumplir tareas fútiles con tal de ganarse la vida. ¿Será esa su resignación o su afirmación? Solo su espíritu estoico, a la vez que asume con picardía la redundancia de su trabajo. “Hay que imaginarse al hombre señalética feliz.”.
Hija de la líder del Bus de la libertad cambiará su sexo y nombre. Parece otra broma matutina de La Legal, pero no lo es. Marcela Aranda, la líder, alega que el MOVILH ha hecho un uso mediático de la situación, con tal, según ella, de reinstalar el debate y sacar dividendos. Justicia divina, dirán, con suma ironía, los más progres. Otra prueba del Señor, debe creer en el fondo la propia Aranda, volviendo sobre el amor de Dios. ¿Cómo explicar ese humor negro de la historia, sin recurrir aún a la figura ideológica o religiosa? Nietzsche había dicho que no existen hechos en sí mismo, solo interpretaciones de los hechos. Nadie puede ver ni verá el acontecimiento puro, porque simplemente este no existe. La sociedad contempla estupefacta un cambio positivo de parte de la hija, una liberación, y ojalá una lección moral de parte de la madre. Ella, por su lado, enfrenta de manera íntima lo que sería otra prueba del mal dejada ahí por Dios para probar su convicción. Lo inexplicable, lo invisible sigue todavía caminos misteriosos, pero también sarcásticos.

lunes, 27 de noviembre de 2017

Fast thinking

Salen memes y publicaciones sobre un texto en el ítem de Comprensión lectora que complicó de sobremanera a los estudiantes en la PSU de Lenguaje: el texto sobre los fast thinkers. Resumiendo, según lo que señalaba Pierre Bordieu, estos vendrían siendo los intelectuales de la nueva era, sujetos influenciados por la mentalidad televisiva e inmediatista imperante, que priorizan la eficiencia por sobre la reflexión, que conjugan peligrosamente la urgencia y la productividad. Estos fast thinkers, según Bordieu, no serían neutros, sino que adoptarían las teorías académicas de moda con un marcado grado de interés y adhesión ideológica. Así mismo, si determinada idea o campo teórico deja de ser útil, serían capaces de dejarlo por otro sin mediar culpa ni arrepentimiento. La cosa es que este concepto de los fast thinkers y su texto para la PSU significó, para los estudiantes, un verdadero dolor de cabeza. De repente cavilé sobre la propia estructura de la prueba, pensada para un formato y una mente instrumental, una resolución mecánica de test en la que la alternativa funciona como la única posibilidad de respuesta, en la que elección aparece mediada de antemano por una lógica implacable por rígida. La propia prueba, más allá del polémico texto del cual se hace mofa, tendría ella misma una forma de fast thinking a gran escala. Sus creadores entonces no serían otra cosa que fast thinkers que adecuan un discurso a un nivel estándar de conocimientos. Y aquí vendría lo realmente interesante: los que responden la prueba, digamos, sus lectores, sus protagonistas, acabarían siendo tanto sujetos experimentales como agentes incómodos, encarnando bajo su propia desesperación la posibilidad del error como anatema o tubo de escape, para un formato que subyuga la inteligencia. Así no habría otra salida a esa desesperación post traumática que el meme, siempre fresco, inmediato, jocoso, acorde al humor posmoderno estudiantil del momento, demonizando el lenguaje impersonal, y riéndose hasta del mismísimo futuro. El meme como la nueva inteligencia, el otro fast thinking de los que no tienen (todavía) academia, ni acaso futuro.
Amiguites de la red social. Buenos días. Por si acaso, y para que quede claro, Occidente no sucumbirá ante la curia yihadista, ni ante el agujero medio ambiental, ni tampoco bajo una intempestiva guerra nuclear. Lo hará enarbolando su propio y sacrosanto sentido de la corrección política a todo el orbe, revolcándose en el fango de su propia hipocresía civilizatoria. Eso. Pueden seguir con lo suyo. Muchas gracias.

domingo, 26 de noviembre de 2017

Íbamos de compras al Líder el otro día con una amiga. Ella dio con un puestito al costado de las cajas. Grande fue nuestra sorpresa cuando allí en ese puestito había bolsas ecológicas con motivos de Van Gogh, Gustav Klimt, Kandinsky, incluso hasta una de Dadá. La amiga sugería comprar algunas dada la excentricidad. Por supuesto que mi elección fue la bolsa de Dadá, ya que el hecho de que se vendiese una bolsa así en un supermercado ya resultaba lo suficientemente paradójico Y, más encima, a precio de huevo. Recordé el ready made dadaísta. Ahora el ready made sería a la inversa. Desde el mundo del arte del cual Dadá era anatema, hacia la cultura masiva del mercado. Lo mismo que el arte pop de Warhol. ¿Por qué no había una bolsa con la sopa Campbell? Tal vez porque ya estaba fuera de serie o simplemente porque ya había sido rematada. La bolsa de Dadá podría servir perfectamente, de ahora en adelante, para comprar la mercadería del mes, o para desechar la basura de la casa. Dadá había muerto, pero el mercado, omnipresente, increíblemente había tomado su cadáver sarcástico y lo había revivido. Tal vez nunca estuvo muerto. Simplemente se transformó. Mutando en la forma del sistema. En aquella bolsa ecológica reza con letras rojas la consigna: breaking the rules.
Como que el sueño de la otra noche aún me da vueltas. Estábamos con el colega de inglés y el de historia caminando a través de un sitio parecido a un páramo lejano, una estepa extensa que evocaba pura humedad y un ambiente invernal. Tenía algo de aquel lugar inundado de niebla, escombros y vegetación al cual los protagonistas de Stalker arriban para precipitarse hacia la temida y ansiada Zona. En el camino a través de aquel páramo no sucedía nada significativo, solo una larga andada silente, con los colegas andando a paso lento pero firme, acaso sin saber realmente el camino, rumbo fijo hacia donde llevasen las palpitaciones de nuestros cuerpos.

El sentimiento era un poco angustioso, pero guardaba relación con la larga caminata a pie desde la sede de la Universidad Federico Santa María, bajando por Av España hasta llegar a Av Marina para luego derivar por San Martín. El propósito de la caminata era ir al lugar de la cena de camaradería en Viña, luego de haber acabado la rimbombante licenciatura de los cuartos medios. Se fue a pata en realidad por un motivo no del todo consensuado. Eran recién veinte para las siete y había que estar allá en San Martín tipo ocho. Seguíamos a las colegas y a la secretaria que iban al vehículo a dejar a unas alumnas. Pero el seguimiento no tenía otro efecto que el de unirse a la masa, puesto que la secretaria había dicho que en el vehículo no cabrían todos, así que decidió que solo fueran las colegas y las chicas. El cambio de planes fue abrupto y absurdo. Fue así que emprendimos rumbo hacia esa gran escalera, a paso lento, con tal de hacer el tiempo suficiente para llegar a destino a una hora decente, ni tan temprano ni demasiado tarde.

El transcurso del pique fue de lo más parsimonioso, en medio del sol del atardecer. Una que otra palabra se sucedía para imprimirle algo de risa a la caravana y aplacar el sudor y el agotamiento. A diferencia del sueño, el recorrido no fue inhóspito sino que demasiado caótico. Era la hora peak de los vehículos que salían de la pega y de la gente que se preparaba para volver un día Viernes. Entonces seguíamos a pata ese recorrido cansino contracorriente, entreviendo que esa forma de andar era la correcta para procrastinar el tiempo que jugaba en nuestra contra.

Ya cruzando el puente casino y llegando al lugar de la cena, nos dimos cuenta que no llegaba nadie aún. Llamadas perdidas por un lado. Buzones de voz por otro. Lo previsible era que nuestras comensales estuviesen allí, pero contra todo pronóstico no lo estaban. Se vuelve así sobre aquel sueño. En él no se dejaba ver el horizonte ni la brisa fresca del mar. Solo era un deambular sin sentido a través de un espacio abandonado. El tiempo de la espera, sin embargo, allí no existía. Ese sueño quizá no fue otra cosa que la proyección del vacío de la espera en Viña, al final de nuestro recorrido patético por precario. Al rato llegaban las comensales, una vez que la directora cambiaba el lugar de la cena. La meta había sido cambiada sin nuestro consentimiento, pero allí, donde fuese, nos estaba esperando nuestra recompensa afectiva y culinaria. La angustia y la opacidad del sueño quizá no era otra cosa que el hambre por el tiempo dilatado. El exceso de expectativa por un viaje que acabó, pese a los contratiempos, igualmente hacia donde estaba destinado, con el hambre y la necesidad de figuración necesaria que siempre impulsa al profesorado más allá de sus propios límites.

sábado, 25 de noviembre de 2017

Al ir al Serviestado del centro, una fila despejada para las cajas. A un costado, una mujer con su hija pequeña jugaban con monedas. A simple vista, monedas inutilizadas, de uno o cinco pesos. Cada vez que la mujer le entregaba las monedas a la niña, esta las tiraba al suelo de forma que ella las volviera a recoger. El ánimo desenfadado de la niña tirando una y otra vez las monedas al suelo como si fuesen simples figuritas de acción. Las monedas al no tener ya valor económico habían devenido verdaderos juguetes sin otro propósito que el de entretener. Su material, a pesar de su devaluación, había recobrado en cambio una inocencia perdida, un valor genuino, ahora en manos de la revoltosa niña. Y pensar que más tarde esa niña crecerá y se dará cuenta que aquellas fichas de cobre numeradas con las cuales jugaba, simbolizaban en su tiempo el valor financiero, el sostén de su propia vida material, cuando ingrese quizá por esa misma fila, esta vez con un pedazo de papel numerado o una tarjeta de plástico guardadas en el interior de su bolsillo o cartera, para pagar el costo de su tiempo y de su lúdica vida adulta.

Salvator Mundi

La subasta y la compra del Salvator Mundi de Da Vinci en Christies, según dicen, ha sido la más cara de la historia. Hay dos cuestiones problemáticas que salen a la luz. La primera tiene que ver con la identidad velada del comprador. Según explica el asesor de arte del Financial Times, el comprador anónimo sería probablemente de Asia, a juzgar por el reciente interés del empresariado oriental en la colección de obras de arte antiquísimas. Otra hipótesis subraya que incluso podría tratarse de una institución como el Getty Museum californiano o una portavoz proveniente de Qatar. Una colectividad apostando a través de un individuo incógnito una jugada comercial maestra. Una última posibilidad apuntaría al descarte de la regla del 1-4% aplicable a la inversión capitalista en el arte. Esta sugiere que una persona no debería invertir más de un 4% de su fortuna en una inversión solamente “por pasión”. Así pues, y siguiendo esa lógica, el comprador del Salvator Mundi tendría que tener una fortuna mayor a los 11 billones de dólares, lo cual acotaría aún más el rango de identificación de nuestro comprador misterioso.

Una segunda cuestión problemática tiene que ver con la propia naturaleza y condición del cuadro, su autenticidad y el dilema sobre su valor y su precio en el mercado de la cultura (o en la cultura del mercado). Sobre su autenticidad, algunos se han aventurado a señalar que queda muy poco de Da Vinci en el cuadro físico subastado, a juzgar por la enorme cantidad de restauraciones y retoques que posee, lo cual lleva a pensar en aquel concepto de Walter Benjamin, el "aura" de la obra de arte. Sería aquello inviolable, aquello que representa su esencia, y que permanece impoluto más allá de la reproducción técnica de la obra. La condición actual del Salvator Mundi haría pensar que su versión original ha desaparecido y que solo se trataría de un valor interpretativo de la versión subastada, lo cual a su vez afectaría a su precio actual. Entonces, en la medida que la obra adquirida sea intervenida y se dictamine que pertenece oficialmente al florentino, adquiere, digamos, un mayor aura y, a la vez, dispara su precio por las nubes.

Dicho esto, es posible sostener que la contraposición entre la "obra aurática", solo reservada para una subasta comercialmente audaz, y la obra reproducida hasta el hartazgo, diversificada en masa para ser democráticamente vendida, sigue representando el dilema artístico primordial del Salvator Mundi vendido en aquella histórica subasta. Esencia o sustancia. Valor o precio. Es decir, hasta qué punto la obra de arte recobra de pronto su valor en términos mercantiles, y hasta qué punto ese mercado que la adopta como su creatura la vuelve un producto deseable y a la vez irrepetible. El arte acaba siendo así el campo nutrido en el que el valor de la transacción mercantil cobra forma. La pugna entre la obra de arte como objeto de comercio, sustraída de si misma, y la obra de arte como creación invaluable, irrumpiendo en el criterio estético de su época, criterio hoy por hoy, endosado también al agudo criterio económico, bajo el cual la obra de arte parece cobrar una nueva vida y un nuevo reino.



Tercera licenciatura de cuarto a la que toca asistir. Me acuerdo que en la ceremonia del año pasado había hecho una mano cornuda en una de las fotos con los cabros. A algunos les pareció genial. A los apoderados, en cambio, les disgustó. Motivo por el cual la directora me pidió expresamente que para esta ocasión guardara la compostura y no repitiese la gracia. Para algunos podrá parecer una anécdota simpática, hasta algo estúpida, infantil, pero si se mira de cerca, se comprenderá el nivel de cinismo y la falta de espontaneidad que aflora durante estas instancias. Comprendí de inmediato que de rock no sabían nada. Como sea, los verdaderos protagonistas de este show serán siempre los propios cabros. Ellos decidirán finalmente si conviene hacerle una reverencia o hacerle un hoyudo al futuro. Porque la última palabra la tendrán ellos. Nosotros, en ese sentido, no somos más que burócratas. Por eso, aguante fin de las clases, fin de la escuela! Libertad! Libertad ctm!

viernes, 24 de noviembre de 2017

Sobre un concierto de Ítalo Olivares

Hacía tiempo no entraba a la Iglesia de los Sagrados Corazones. La última ida de la que tengo recuerdo era para conmemorar la trágica muerte de mi bisabuela. La fastuosidad sombría del interior evocaba, más que una fe irrestricta, un cierto espíritu contemplativo que no había advertido, de estupor ante las artísticas formas espirituales, todo eso sumado a la presentación del concertista Ítalo Olivares Cañete, quien ayer mostró un concierto de órgano interpretando la obra de J Brahmns, a raíz de su aniversario número 200, y también algunas piezas de Bach, la Fuga y los Preludios, junto con algo de Verdi y su Postludio. El concierto se dio de una forma invertida. No era el típico concierto de música popular en donde la experiencia musical se vive manera frontal y en cierta medida horizontal frente a frente al artista y la ejecución de su pieza, sino que Olivares se hallaba en la tarima de un segundo piso, justo sobre la entrada, lugar en que estaba ubicado ese majestuoso órgano venido de otra época, una época mucho más orgánicamente barroca. A medida que la sesión se desarrollaba, la gente debía visualizar en un proyector la ejecución del maestro. El proyector ocupaba el sitio en donde los curas habitualmente introducían las misas. Y ese era el motivo por el cual la experiencia se hacía profana a pesar de su fondo. Con una amiga nos fijábamos en el detalle audiovisual. Cuando Olivares desplegaba sus preludios, la imagen se iba diluyendo de manera abrupta hasta cortarse automáticamente con la vibración del sonido, la acústica musical retumbando en toda la iglesia volviéndola un puro gran eco sublime. ¿No habrá sido que la imagen cedía ante la inmensidad de ese sonido de órgano, para que la vista cediese a su vez a la ensoñación auditiva? ¿No era esa una suerte de rezo e introspección en clave secular? Esas eran las preguntas que brotaban de todo ese mantra. Aquel exterior en el que se podía distinguir todavía el ruido de la reparación de la iglesia, y el tráfico consuetudinario de sus alrededores, se hacía mudo de un instante a otro, para dar lugar a la atmósfera de las notas bailando su propio ritmo grandilocuente. El hecho de que el maestro desapareciese por un momento, no dejándose ver en aquel video proyector, le imprimía además el anonimato necesario para el protagonismo de la música. Se volvía nada más que el médium para su "experiencia religiosa". Era descolocar la idea de la divinidad. Dejar de lado su presencia metafísica para invocarla esta vez en la forma y la sustancia de aquel órgano parlante. Por un solo momento, dentro de la iglesia, la audiencia pasó de ser feligrés del rito cristiano a ser adepta al sonido sagrado del órgano, allá arriba en las gradas, como emulando la altura de lo que se elevaba por sobre sus límites. El aplauso al final de nuestro show era unánime. Y la figura de Olivares asomándose en aquel balcón como una suerte de santo del órgano, daba cuenta de la catársis colectiva. Olivares sabía que su programa era para honrar en el fondo la memoria de la Santa Patrona de los músicos, pero su público sabía que ese recogimiento melómano respondía a otro orden de la devoción. Ya no la genuflexia dogmática del rito eclesiástico, sino que la solemnidad hasta cierto punto apolínea de cada una de las piezas. La gente misma no lo declaraba, pero así lo hacía sentir. La música había devenido una especie de Dios. Olivares su enviado. Y nosotros sus profesos testigos y espectadores. Como hubiese dicho Cioran, respecto a Bach: "Sin la música, la teología carecería de objeto, la Creación sería ficticia, la nada perentoria. Sin la música yo sería un perfecto nihilista".




jueves, 23 de noviembre de 2017

El misterio de la casa de las muñecas

Secreto revelado. Cuático pensar que el mito de misterio y terror que envolvía a la casa de las muñecas en Valparaíso y que la hacía popular, escondía en realidad una verdad de lo más dura y sobrecogedora. A ratos el mito, por terrorífico que sea, funciona más bien como una catársis.




Ese intrigante momento en que unos rayos de Sol comienzan a atravesarse por entre las nubes, amenazando con iluminar y calcinar la bella opacidad de la mañana.

La Orbe

Hablaban en el instituto sobre un colegio extinto, justo en Traslaviña. Una suerte de colegio alternativo. Se llamaba La Orbe. Todavía se puede apreciar en las afueras el cartel gigante con un busto de Orfeo. Motivo grandilocuente, justo sobre el letrero de Se arrienda. Se dejaba ver en él que no había apoderados, no había tareas para la casa, no había anotaciones. No había evaluación punitiva ni reglamentaria. Apostaban a una suerte de educación integral, planteando mil y un maravillas. Lo asocié directamente con la pedagogía Waldorf de Rudolf Steiner, de la cual existen una cantidad decente de colegios en Chile, funcionando bajo sus propios términos antroposóficos pero rigiéndose igualmente bajo el estatuto de la reforma. Se reía un colega al recordar que en el letrero de La Orbe prácticamente no tenían nada, que de puro cagaos no tenían clases ni profesores y que todo ocurría en una suerte de anarquía autoregulada. El director le replicaba que no era una mala idea, que incluso era un horizonte deseable, solo que sin base, puesto que todo depende finalmente de la convocatoria y la matrícula. Sin ella estarían construyendo castillos, colegios, en el aire. Figuradamente, sobre la base de la nada curricular. Se puede postular una vanguardia de proyecto educativo, se puede aspirar al modelo de país desarrollado, siempre mirando aspiracionalmente hacia afuera, pero mientras no tenga base económica, en nuestro sistema de cosas, no pasará de ser una volada quijotesca. Pensaba eso, cuando revisaba la página de La Orbe. Nuevamente la gran imagen de Orfeo, el mitológico padre de la música, repletando la totalidad de la pantalla. De fondo sonando una incógnita y anestesiante melodía de cuerdas. Justo abajo de la imagen del Orfeo aparece el concepto de La Orbe: una pareja perfectamente occidental con sus dos hijos. La música de cuerdas seguía inundando el visionado de la página del extinto colegio, como una suerte de velo. Seguía inmerso en la navegación virtual de la página, y sin embargo me era imposible olvidar aquel letrero de Se arrienda sobre la puerta del colegio. La bien cuidada ilusión había cumplido su objetivo: mitigar por un momento la cruda brecha que separa una idea brillante de su encarnación en el mundo real, del cual, como aquel letrero señalaba, no somos más que baratos y provisorios arrendatarios.
Departamento completamente vacío. Lo único que se escucha es el sonido del agua calentándose en el hervidor eléctrico, y a lo lejos, una música que viene retumbando desde la Iglesia de los santos de los últimos días. Una música secularmente festiva. Una impía bachata que viene a desentonar con la sagrada tranquilidad de la noche.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Cuando presto libros y constato que ya no hay garantía de devolución, resulta que siempre los doy por perdidos, aunque sin recriminar al depositario del préstamo. Digamos que lo dejo a su conciencia, pero esa conciencia es justamente un placebo, un juego mental, que resguarda alguna clase de orgullo ante el hecho de solicitar lo prestado. Entonces viene la siguiente excusa: de que al menos los libros hayan sido leídos, cuestión que tampoco tiene garantía alguna, y acaba siendo, a fin de cuentas, un motivo autocomplaciente. Así se recurre a suplir la pérdida, el vacío que dejó ese préstamo sin devolución, con la compra de una mucha mejor edición del libro prestado. Tal es el caso, por ejemplo, de El príncipe de Maquiavelo, del cual poseo ahora la ansiada edición con notas y comentarios de Napoleón Bonaparte; Y además el caso de El Lobo estepario de Hermann Hesse, del cual, a su vez, tengo una edición de bolsillo de Alianza Editorial, íntegra y con portada icónica de Daniel Gil. Ley de las compensaciones. Fetiche del libro ausente. O bien manía del control, del control sobre el espacio del librero, vacío, cubierto de materia lectora. Pero ocurre que en ese librero se puede encontrar también un libro que alguien me ha prestado y no he devuelto, aun habiéndolo leído previamente. Se trata de una edición vieja del Abaddón de Sábato, editorial Planeta de Agostini, pero en perfecto estado. El dueño del libro era un amigo que no veo hace rato, merced al tiempo de la supuesta lectura y posterior entrega de la novela. El contacto se fue perdiendo de tal forma que el contrato implícito del préstamo se iba diluyendo más y más. Hasta llegar un punto en que ya nadie se daba por aludido. Ni el amigo, que nunca reclamó lo suyo, aplicando también la táctica de la conciencia, ni uno mismo, haciéndose el desentendido y recurriendo a la postergación infinita como forma de aplacar aquella conciencia sobre el libro ajeno. De manera que el Abaddón actual solo me pertenece provisoriamente, viniendo de su primer lector -el compadre que lo prestó- por un motivo circunstancial, y siendo en el fondo solo propiedad de un intercambio improbable. Un limbo de su lectura hipotética. La frase del libro que expresaría mejor esta situación no sería otra que "El infierno está aquí". Debería haber entonces un purgatorio para los libros prestados.Principio del formulario

martes, 21 de noviembre de 2017

Otra pesadilla pre vacacional. Estaba en una gran casona derruida, con relieves similares a los de la dimensión oscura de Silent Hill. Ciertos contornos se iban haciendo trizas. Parecían demasiado quemados o, por el contrario, demasiado húmedos, tal como el de ciertas casonas patrimoniales de Av Alemania. El asunto era que me hallaba ahí. Al fondo de cierto pasaje se iba dibujando un vacío indescriptible. Era porque la casona no tenía fondo. Tampoco había afuera del espacio, ni afuera del sueño. Al llegar hasta al fin del pasaje sonaba música festiva. Se dejaba ver un cierto ambiente copioso que no conseguía penetrar. Pero la fiesta era evidente por el llamado inconsciente de cierto ex compañero. Una voz mental o una conversación mental retumbaban en la sien invitándome a entrar en esa fiesta impenetrable. Luego, una voz femenina, al parecer entrañable, me impelía a recular. Entre esos dos susurros molestos como conciencia bipartita se debatía el camino hacia la nada o hacia el todo del sueño. Hasta que se abría de vuelta al inicio una suerte de portal a lo Stranger Things. El portal podía ir hacia la fiesta o bien hacia el exterior de ese lugar. Salía expelido de ahí, sin mediar camino ni pensamiento. Los contornos seguían cayéndose a pedazos, como las propias voces. La música a lo lejos seguía festiva, pero confusa. Me veía ansioso por encontrar una respuesta, por acabar dentro o por salir hacia cualquier parte. Hasta que la cuestión acaba, y me encuentra con la radio encendida en una estación sin señal y la cortina sobre la cabeza, a punto de caerse encima, junto con el polvo de madera dejado ahí por las termitas. Un pequeño hoyo negro se iba formando en el techo, justo arriba de la almohada.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Manson: El culto del amor y el terror.



La figura de Manson ha calado hondo no tanto por su contenido rayano en la demencia más delirante como por su forma. La masacre brutal contra Sharon Tate, en ese entonces embarazada de Roman Polanski, pintó de negro el imaginario de la cultura popular yanqui, poseída por la revolución de las flores. Era el abrupto nacimiento de un ícono pop, pero de colores opacos. Ante el hecho de sangre salieron a la palestra varias teorías sobre el por qué de semejante crimen. Una tenía que ver con la obsesión musical de Manson, sumada a la creación de su secta La Familia. Se dice que su carácter mesiánico, potenciado luego por el uso de alucinógenos, se debió a su fanatismo por Los Beatles, de los cuales tomó Helter Skelter para su interpretación patológica del apocalipsis, atribuyéndose incluso el denominativo de anticristo. El término Helter Skelter sería traducido como "Descontrol" o "Desorden".

Otra teoría dice relación con el rumor de que Manson instigaba una suerte de "guerra racial". Habría ordenado a sus acólitos cometer el crimen para enseñar a los afroamericanos cómo empezar su guerra ideológica, en un contexto social particularmente susceptible. Esa teoría se vería anclada directamente con Roman Polanski, por el hecho de ser un representante de Hollywood. De ese modo, Manson habría sumado a su creencia, aparte del motivo musical del Helter Skelter, el motivo racial, junto con el cinematográfico, en su relación con la película La semilla del diablo, a partir de la cual habría tomado el autodenominado nombre de Satán. (De hecho, hasta aparecieron ciertos demonólogos en esa época que no vacilaron en vincular el motivo de la masacre con la sátira sobre los pálidos chupasangres expuesta en el filme La danza de los vampiros).

Hay, sin embargo, una investigación que desmiente estas teorías como los verdaderos móviles de los asesinatos. Esa investigación asocia el auténtico blanco no a Tate ni a Polanski ni a su grupo social, sino que a Jay Sebring, un cotizado peluquero que poseía salones en San Francisco, New York y Londres, y que, por ese entonces, frecuentaba el hogar de los Polanski. El punto clave de la investigación sería Melody Patterson, una actriz de tv norteamericana, quien era amiga de los Polanski, y además, por si fuera poco, convivía con el grupo de Manson. Según ella misma confesaba, la cruzada de Manson habría sido en realidad una expedición punitiva, para castigar los crímenes sexuales de Jay, en los cuales dos de las integrantes de La Familia habrían estado involucradas. Bestia contra Bestia. Sangre y rebaño. Como sea, la figura de Manson iba cobrando un misticismo oscuro, por un lado, y además un enigma policial, por otro, digno de una verdadera novela negra psicodélica. Manson no sería otra cosa que su personaje macabro. Perseguidor o perseguido.

Una vez enjuiciado y condenado, la fama de Manson no solo se disparó, sino que se volvió un verdadero fenómeno masivo. Y ese fenómeno tiene que ver precisamente con su obsesión musical. En particular, con la influencia que significó para ciertas figuras del rock. Ese imaginario no tanto del mal (concepto moral y periodístico) como de la rebeldía, el desvío de la norma. En 1970, por ejemplo, Manson habría publicado el álbum Lie: The Love & Terror Cult, para financiar su defensa por los asesinatos. Una de las canciones de ese álbum, Lie, ya habría sido grabada por los Beach Boys. Dennis Wilson, en este sentido, habría tenido un vínculo directo con el líder de "La Familia". Posteriormente, Axl Rose declaró, luego de publicar con los Guns su álbum Lies, que se había inspirado en el primer disco de Manson, Lie, y que usaba una polera con su rostro en los conciertos, no porque estuviese de acuerdo con su reputación, (tratando de ponerse el parche antes de la herida) sino que simplemente porque era un adepto a su música. Sin ir más lejos, el propio Marilyn Manson, al momento de crear su nombre, pensó en la oposición del bien y el mal, o, mejor dicho, de lo puro y lo impuro, simbolizado respectivamente por Marilyn Monroe y por el mismísimo Charles Manson. Así hay una cierta inclinación en el rock por hacer del mal o de la desviación una estética. Hay también una cierta inclinación en la cultura yanqui por hurgar en su propio mal y en su propia desviación, e insistir en ella como un placer culpable, un tabú, una fuerza desconocida, subterránea. Y es en ese momento que, el propio rostro de su cultura, encuentra en lo abyecto una identidad velada a la norma. Como cantaba el propio Manson en un tema de su disco Lie: "Mírame con desprecio y verás a un imbécil. Mírame con admiración y verás a tu dios. Mírame con atención y te verás a ti mismo".

domingo, 19 de noviembre de 2017

Me contaron que en el Arturo Edwards, frente al Eduardo de la Barra, un grupo de sujetos disfrazados de zombie irrumpían en la larga fila de los votantes, provocando algunos desórdenes menores tales como destruir televisores viejos o quemar papeles simulando papeletas de votación. Al darse cuenta del bullicio y el ánimo estupefacto de la gente en la fila, algunos marinos del Arturo Edwards salieron a ver qué era lo que pasaba. En ese momento, se dejaba ver a uno de los zombies con una pancarta grande que decía "voto, luego existo", mientras caminaba con el resto de sus compañeros abriéndose paso hacia el colegio de sufragio. Lejos de escandalizarse, contaron que uno de los marinos comenzó a reírse diciendo que se trataba solo de una acción de arte. Temían en el fondo alguna clase de disturbio violento o alguna mocha entre los votantes hechos un atado de nervios. Pero se trataba nada más que de una chiquillada inofensiva. Nada más que un grupo de zombies apócrifos, realizando una analogía entre el hecho político de votar y el hecho inmanente de existir. Una vez que los zombies se devolvían a la calle, satisfechos de su jugarreta, los marinos regresaban tranquilamente al colegio, al mismo tiempo que las filas de votantes se iban diluyendo poco a poco, despejando al resto del universo eleccionario. Así ejercían en el acto su propia libertad performática, simulando una vida cívica, auspiciada por la fiesta de la democracia.
“La política se parece mucho a la pelea de los samuráis, pero un samurái no pelea contra otro samurái: pelea contra un monstruo. Generalmente sabe, además, que va a ser derrotado. Tener el valor, sabiendo previamente que vas a ser derrotado, y salir a pelear: eso es la política”. Eduardo Artés.
Leí sobre un estudio, verídico o no, que asevera que la masturbación no tanto previene como disminuye el riesgo de cáncer de próstata. “¿Cuántas eyaculaciones podrían salvar la vida de un hombre?”, se preguntan en el New York Post, a raíz de aquel estudio. Lo que antaño era el delito de Onán según el relato bíblico (acabar afuera), hoy la ciencia plantea que puede hasta ahuyentar a la muerte. Correrse la paja entonces sería correr con un seguro de salud gratuito, al alcance de la mano. ¿Cuántas otras cosas podría mitigar la paja, aparte del sentimiento de desolación? Pensé de inmediato en el desamor y en el inconveniente de procrear.

sábado, 18 de noviembre de 2017

Al loquito de la librería en Teatro Condell le había encargado hace tiempo Vineland de Thomas Pynchon. Sin mediar dinero de por medio. Confieso que al momento de pasar por ahí no reservé el libro por x motivo, confiando ilusamente en que el compadre se acordaría de aquel encargo gratuito. Cuando pasé nuevamente por ahí, como era de esperarse, ya había vendido el libro, alegando que al pasar por la librería nunca me dignaba a comprarlo. En su lugar me ofreció un libro de Philip Roth, Elegía. Lo dejó en cuatro lucas. Una paleteada de librero a lector aficionado pero, en el fondo, una maniobra astuta con la cual buscaba el empate. Entendí, luego de dorar la píldora, conversando sobre elecciones y literatura yanqui, que aquella novela de Pynchon, por mucho que estuviese encargada, seguía siendo vendida al mejor postor. Seguía siendo un producto material e inmaterial, por mucho que estuviese atravesada de simbolismos y tratos improvisados. Así es el mercado, pero así también es la literatura.

viernes, 17 de noviembre de 2017

Géminis

Busqué el significado del signo Géminis. En específico, el arquetipo de carácter. Aparece asociado como símbolo al cuestionador, al pensador, al vagabundo, y, además, en relación a los oficios, aparece asociado al cuentacuentos, al periodista, al profesor, al escritor, al mensajero, pero también, al comediante, al bufón, al embaucador. Una manera narcisa de imprimirle alguna clase de misticismo a lo que en términos psicológicos solo correspondería a una obsesión neurótica, o bien, a lo que en términos existenciales, solo correspondería a la sublimación de un estado constante de insatisfacción. Cavilaba sobre eso mientras me veía de repente hurgando caprichosamente en el horóscopo como pretexto para comenzar a escribir la próxima condenada línea, fuera esta un cuento o una pura farsa.

Estación Silencio

Me pedían en la mañana durante la hora de permanencia terminar el recuento de los contenidos del año, en el fondo para llenar el tiempo muerto dejado por la salida de los cuartos medios. Cabeza gacha en la sala de profes, solo uno mismo, el espacio cerrado y la pantalla. De repente entra la auxiliar del aseo para sentarse a almorzar. En el lapso de unos quince minutos ninguno de los dos dirige palabra alguna. Ella, demasiado preocupada de acabar de comer su colación de a luca. Yo, demasiado inserto en el contenido del documento Word. Como era predecible, el silencio se hacía extenuante. Uno de los dos tenía que romper ese hielo, merced a una tensión solapada que se intuía conforme corría el tiempo en esa sala encerrada. Ella finalmente fue quien lo hizo. La primera palabra fue respecto al calor “infernal” de afuera. Luego la comunicación se iba atropellando entre los últimos bocados, y las líneas que pretendían rellenar la pauta del recuento de contenidos, a modo de clímax casualmente concertado, para darle cierto ritmo aleatorio a la conversación. La cuestión se hacía intermitente, una vez la auxiliar acababa su comida y uno dejaba el documento a un lado, para esperar el tiempo oportuno de salida. Ella intuyó ese momento y comenzaba a hablar cuestiones más personales. Por ejemplo, la típica. Sobre por qué había elegido la pedagogía. Por las letras, le respondí, escuetamente. Hasta que se dio cuenta que en la pantalla del notebook se podían vislumbrar unos poemas, googleados a la rápida por su servidor, francamente producto del aburrimiento y de la curiosidad dispersa. Ella no decía nada, a medida que bajaba el cursor para la lectura silenciosa. Entonces resolvió hablar sobre su padre. Decía que era un artista nato (sic), ya que era un aficionado a la lectura (cosa que ella detestaba), un guitarrista y, por si fuera poco, un poeta. De hecho, confirmó que su padre había sacado hace poco un poemario llamado, según ella, Estación Silencio. No quise preguntarle nada, todavía con el recuento de contenidos en mente, y la fingida lectura atenta de los poemas en la pantalla. Pero di vuelta la mirada, y en ese instante replicó que su padre podría aparecer en cualquier momento en alguna librería, o en algún lado donde acostumbraran a recitar “casi por amor al arte”. Esperaba que me explayara, pero no hacía otra cosa que asentir sus palabras, propiciando el momento de dirigir la conversación hacia su final abrupto. Lo paraverbal iba siendo el verdadero protagonista de este encuentro atropellado. Así ella se incorporaba para arreglarse y volver a su labor luego de haber reposado lo suficiente durante el lapso de nuestra conversación. Antes de que se fuera, y dejando a un lado la lectura apócrifa de esos poemas después de la caída de la conexión a internet, resolví preguntarle cómo se llamaba su padre, tal vez interesado con la referencia, o como una forma de compensar inconscientemente la falta de atención. Al escuchar la pregunta, volteó su rostro con una mirada seca y dijo que de ahí me diría, que a él solo le gustaba que lo conocieran por su apodo. El nombre del poemario de aquel padre, poeta desconocido, se había vuelto una suerte de paratexto. No restaba otra cosa, después de todo, que el silencio de la situación inicial.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Jaar, el lamento de las imágenes

“Esta noche no hay poesía que sirva”, se titula una exposición de Alfred Jaar en Helsinki, basada en un verso de la poeta Adrienne Rich. En el documental del Lamento de las imágenes, Jaar confiesa que ese verso sintetiza la batalla infinita del lenguaje (y, por extensión, del arte). La imposibilidad de decir siempre lo que realmente se quiere decir, porque las palabras, como el arte, nunca son suficientes. Pero, dentro de esa noche metafórica, de esa oscuridad simbólica, hay un resquicio, una zona desde la cual intervenir, a pesar de todo. Esa zona no sería otra que la de la mirada, la interpretación siempre sesgada de la vida, de la realidad. “De cierto modo —repetía Jaar, explicando esa idea—, todo lo que hacemos cuando hablamos sobre otras personas, siempre está fuera de foco. Y es mi confesión a mi público. El reconocimiento de que todo lo que hago, de una u otra forma, está fuera de foco”.


A propósito de las votaciones: En 1925, Vicente Huidobro se lanzó a candidato presidencial. Según Tito Mundt habría sido una candidatura hecha “en broma”, más bien una suerte de "joda" (como dijesen algunos ex compañeros de la u), de performance antipoética o, tal vez, antitética, cuyo punto básico era “volar la entrada del cerro Santa Lucía que da a la Alameda”. La candidatura se habría venido abajo cuando en su proclamación, Huidobro habló de instaurar “la República de los Poetas”. Años más tarde, en los sesenta, se lanzó Neruda a candidato presidencial, con resultados similares, solo para renunciar luego en favor del candidato de la Unidad Popular, Salvador Allende. Los poetas, aspirantes secretos al poder pero finalmente adeptos a la derrota. Eternos candidatos a un gobierno que solo tiene cabida en sus metáforas y malabares léxicos.
Tuve la necia ocurrencia de revisar un certificado de antecedentes que me habían solicitado hace tiempo para la pega del dos por uno. Tan intachable e intacto en cualquiera de los dos puntos como aquella primera vez. Para la ley y la justicia soy un pan de dios, no mato ni una mosca. O tal vez, siendo realista, soy solo un número más. Un silencioso número que no representa mayor peligro. En cambio, si revisara mi historial financiero y económico me daría cuenta que hace rato he sido hasta objeto de persecución, mediante el uso de comprometedoras cartas judiciales, merced a una morosidad impune y vegetativa, que he ido dejando madurar como si se tratarse de un débito sin fondo alguno. A medida que pasa el tiempo y las deudas crecen, crece a la vez cierta sensación creada de nerviosa expectación. Cada movimiento de dinero puede resultar improbable o al menos contraproducente. Al menor descuido podrán saltar las pirañas a ejercer su cobranza insurrecta, saltándose hasta la infraqueable orilla del anonimato con tal de arrebatar lo que reclaman como suyo. Puedo pasar así fácilmente de la capilla sacrosanta de la legalidad al purgatorio burocrático de la indolencia, por una cuantiosa diferencia de cifras, solo para demostrar que no hay deuda alguna que le haga la contraparte al peso de la conciencia.

martes, 14 de noviembre de 2017

"Murió Shyla Stylez, profe. Estamos de luto acá. ¿La conocía?", repetía un cabro en la mañana, junto a un grupo de compañeros armado al fondo del salón. Curioso que ni la Universidad te prepara para ese tipo de preguntas. (Y tampoco para muchas otras, de ese mismo corte). Solo la pornografía...
Sale hace un rato la noticia del South China Morning Post sobre los cristianos chinos que son presionados por el gobierno para cambiar sus retratos de Cristo por los del presidente Xi Jinping. Se trata según sus autoridades locales de "transformar creyentes en la religión en creyentes en el Partido". A falta de fe, ideología. Un opio en lugar de otro. El líder chino se sublima a si mismo como la Verdad. Y sus acólitos se niegan a si mismos en cuanto sujetos de devoción. Algo similar pero en sentido inverso ocurría en la película Silence de Scorsese: la misión evangelizadora del Japón, la persecución de los japoneses conversos, el sincretismo imposible de dos cosmovisiones demasiado contrapuestas. En el filme, el traductor del padre Rodrigues, Tadabonu, sentenciaba lo siguiente, luego de conocer la realidad de la evangelización en Japón: “Nuestro Buda es un ser en el que los hombres podemos convertirnos, a diferencia de Jesús que es una figura imposible de alcanzar". Así para el feligrés moderno siempre se trató de renunciar a la propia personalidad, para adoptar la figura del líder, sea este santo o laico, blanco o rojo. Ya fuese Iglesia, Estado o Pueblo, siempre se trató del poder. El poder adquirido. El poder ejercido.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Googlemóvil. Digresiones sobre el auto del futuro.

La Empresa Google acaba de anunciar hace poco la aparición de un nuevo producto: El Google car, o traducido para Latinoamérica, el Googlemóvil. Sería algo del todo moderno porque sería uno de los primeros vehículos que se pretenden completamente automáticos, sin volante, pedales, ni marchas, solo equipado con unos sensores computacionales que le proporcionarían la velocidad, su ubicación y su ruta de conducción. Al saber sobre la aparición del Googlemóvil me imaginé que entre sus funciones estaría la de servir como navegador virtual sobre ruedas, que te llevara teledirigido hacia el lugar que uno googleara. Pero luego los directivos de la empresa sostienen que la propia marca no apuntaría a la función de la información o el conocimiento, sino más bien a una revolución automotriz, insertando ojalá de forma definitiva un patrón autónomo en los coches que iría evolucionando hacia la aplicación definitiva de la IA al automovilismo. Para los amantes de los automoviles esta noticia sonará como un verdadero orgasmo, un deleite bizarro, una fijación erótico tecnológica a lo Crash de Cronenberg (o Ballard con su novela homónima). Aunque también resulta preciso dilucidar cómo podría llegar a ser ese tal Googlemóvil en un futuro remoto. ¿Una especie de Auto fantástico (KITT), aliado de la ley, obediente, como en la serie clásica, o, por el contrario, una especie de Christine, una entidad posesa, que tarde o temprano se revelara contra sus controladores, como en la novela de terror de King, luego adaptada por Carpenter?

-Un fan de lo automotriz está embobado con la mecánica, con la pulsión viviente de sentir la manipulación fálica de la palanca de cambios o de oler y palpar el chorro húmedo del limpia parabrisas (y otros aceites). La tecnología que pretende introducir Google es demasiado antiséptica y pulcra, muy lejos de los cánones que busca un amante de las tuercas.

-Puede ser que el nuevo aparato autónomo integrado al automóvil, incorporando la IA, desligue al conductor de su control manual del coche, por ende, de su sensación de poder al volante, de su líbido proyectada en la máquina de forma subrepticia, pero no cesará su fijación por el objeto de deseo. Se desmarcará de lo manual manifestado en la sensorialidad de la mecánica, pero no dejará de desear ahora a bordo de su gran creatura automatizada, como una suerte de vibrador gigante. Aunque claro está que no es lo mismo manejar el coche que dejar que él mismo se conduzca.

-Tiene que haber un equilibrio entre rudimentariedad y primitivismo en lo tecnológico, y la propuesta de alguna innovación de vanguardia. Lo de Google me parece que viola la continuidad natural entre hombre y máquina. No permite un enlace, un erotismo.

Muchos han sido los cineastas que recientemente fueron acusados del delito de acoso o violación. La lista involucra a Marlon Brando, Jodorowsky, Woody Allen, Lars Von Trier, Harvey Weinstein y hasta al mismísimo Louis CK, cuyas rutinas versaban precisamente sobre el sexo y el embrollo de las relaciones de pareja. Llama la atención la sincronía de las acusaciones que, por supuesto, no son aisladas, sino que responden a un nuevo fenómeno de develación pública y colectiva del abuso en el mundo del espectáculo. Se ha roto cierto tabú, la barrera mediática que mantenía en silencio y tras bambalinas determinados hechos, merced a una fuerza política que le ha permitido a las víctimas sumarse a esta gran ola de juicios en masa. Hollywood asiste actualmente hacia una nueva caza de brujas, pero orientada ahora hacia la transparencia con respecto al tema de la violencia contra la mujer. Netflix se ha sumado también a la causa (quizá con intereses corporativos), y ha decidido tomar la medida radical de eliminar los contenidos que involucren a algunos recientes acusados, sean estos presuntos o declarados. 

Sin ir más lejos, cabe señalar que ni hasta los poetas se salvan. Neruda ya ha había sido culpado tiempo atrás (eso sí, de manera póstuma) respecto a una violación que podría ser leída en un fragmento de Confieso que he vivido. Sale además a la palestra un poeta relativamente actual, que de acuerdo al mundillo literario santiaguino sería parte de la "nueva poesía joven", el cual también ha sido denunciado por abuso, incluso asumiendo el hecho. Como es lógico, la pregunta que aún continúa invicta y digna de polémica al respecto es la ya consabida por todos: ¿vale considerar autor y obra como un todo, y por ende censurarlos a ambos? ¿o vale separar autor y obra y juzgar a cada uno de acuerdo a diferentes criterios, digamos, legales, éticos, en el caso del primero, y estéticos, en el caso del segundo?. No hay una respuesta tan consensuada que obligue hoy a inclinarse por una opción sin dejar automáticamente de lado la otra. O se condena al autor y a su obra como una sola; o se echan al agua por separado. Hay una frase de Umberto Eco que viene perfectamente como anillo al dedo, y representa una posible vía de escape: “El autor debería morirse después de haber escrito la obra. Para allanarle el camino al texto”. Es decir, el texto como algo independiente, autónomo, como ya quisiera Flaubert en relación al Autor, presente en todas partes, pero en ninguna visible. La pugna trae también a colación el dilemático conflicto entre formalistas y estructuralistas rusos en el siglo XX, los primeros, más apegados a un análisis pretendidamente científico de la obra, casi como un objeto independiente, y los segundos, más inclinados hacia una lectura integral que vincule a la obra con su medio de producción. La avanzada feminista contra el abuso de poder de los artistas sería, en este sentido, estructuralista. Entiende que la obra no es solo una creación, sino que un remedo y hasta un reflejo del propio autor. Si siguiésemos esa visión, entonces la lista de acusados en el mundo del cine y la literatura sería, con toda justicia, interminable. 

Resulta archisabido y legítimo el levantamiento contra el sistema, porque para la nueva avanzada el problema ya dejó de ser incidental, para pasar a ser estructural, pero la guerra contra la obra parece seguir siendo, después de todo, un flanco demasiado difuso. ¿Cómo condenarla sin caer en el juego de la interpretación? La nueva transparencia sobre los delitos sexuales prueba, en relación a la obra, que el Autor está en crisis, tal como habría vaticinado Umberto Eco. El Autor ya no es Dios, es un sujeto susceptible hasta de la máxima ignominia, como todo mortal. Pero solo la obra al parecer continúa siendo materia de lectura infinita, la instancia en donde la ética de la sociedad difumina o bien raya la cancha.

domingo, 12 de noviembre de 2017

Leonora Miano, escritora camerunesa, radicada en Francia, hablaba sobre Valparaíso en Puerto de Ideas: "Tiene mucho de África". Gumucio a su lado buscaba que hablara sobre la relación África-Europa, pero era inevitable extrapolar esa dicotomía a nuestros lares. "Hay una contradicción entre el colorido de las fachadas, la arquitectura incoherente, cuestiones muy africanas, y el carácter sosegado, demasiado parco, de la gente". Cabía recordar, sobre ese punto, el legendario exilio de Rimbaud hacia el África. El viejo objetivo mercantil, mermado luego por la inclemencia de su propio estado de salud y el fracaso comercial de la venta de armas. Algo más o menos similar le pasaría al extranjero en Valparaíso como metonimia de lo más austral del globo. África para Miano no sería sino un estado existencial, una forma de situarse provincianamente en el mundo. Valparaíso también.

sábado, 11 de noviembre de 2017

Ánimas

I

Unas animitas en la carretera camino a Quillota, varias de ellas, inamovibles, imperturbables ante el paso furioso de los vehículos. Una que otra conseguía moverse solo por la acción de la inercia. Y ese movimiento no era otro que el de los distintos motivos y cruces que adornaban el pequeño santuario. Se entiende que los deudos honran la muerte de los fallecidos, estableciendo allí una instalación que les ayudará a mantener vivo su recuerdo, o bien creyendo que en el lugar de los hechos su alma sigue rondando, de modo que la animita vendría a ser un templo y a la vez una señal de que la persona en cuestión sigue ahí, pero en otro plano. Así, para los deudos estos muertos con animita adquieren automáticamente una cualidad santa y milagrosa al ser transformados en objeto de memoria o de adoración. Lo realmente interesante es que ese proceso de la creación de la animita sucede de manera subjetiva, por pura fuerza de voluntad o por una significación demasiado particular, por lo que pueden existir animitas de personajes que no necesariamente fueron un referente moral ni eclesiástico, como en el caso de Emile Dubois (un ladrón), Balmaceda (un agnóstico) o incluso el de muertes trágicas, como la animita de Panchita en Valparaíso. En ese proceso creyente no interviene la moralina de la Iglesia. No caben allí medidas de tipo institucional. Lo sagrado ahí se expresa nada más que por la fuerza secular de la reminiscencia. Nadie canoniza a los muertos velados en animitas. Su santificación es completamente clandestina. Nada más democrático, nada más fascinante que esa pagana interpretación de la muerte.

II

La imagen de las animitas en la mañana, esos extraños santos seculares en la carretera, resistiendo el embate de la intemperie y la velocidad. Luego, en la tarde, en plena avenida, la imagen de una caravana de autos siguiendo un carro fúnebre, tocando la bocina a raudales. Silenciosas y bulliciosas muertes anónimas. Hay una itinerante relación entre la muerte y los accesos vehiculares. Una prueba de que los muertos pueden celebrar su paso por el mundo, a la vuelta de la esquina, o bien, yacer de forma estoica, contemplativa, en las afueras de la ciudad, de camino a la próxima.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Último día de los cuartos medios. Como era previsible, no asistió nadie. Fui a la sala para hacer una suerte de amague, una confirmación del vacío de la sala. Sin embargo, me encontré solo a una alumna, solitaria, cerca de la ventana, mirando de forma taciturna hacia el exterior del recinto. La sala se volvió de pronto un cuadro de Hopper. Le repetí a la alumna que no era necesario que viniera. Que hoy ya estaban todos los promedios cerrados y que la asistencia no correría. Ella insistía en que había venido a cumplir con su asistencia que según ella era deficiente. La acompañé de ese modo a la oficina del director para aclarar el asunto. El director confirmaba el hecho de que no debía venir ni menos para tomar clases. Ante eso, la alumna cambió su tono con un largo suspiro, admitiendo entonces que su viaje había sido en vano, puesto que su propósito de cubrir el último día de asistencia ya no tenía sentido. A pesar de todo, decidió revisar su promedio general a modo de compensación por haber venido en balde. La acompañé esta vez a la sala de profesores para que confirmara su nota final del año. Miró hacia el muro sin ventana de la sala, y resolvió, de repente, que ahora sí podía irse, con esa mirada en mente.
Amanecí con ganas de escribir a lo gurú de autoayuda:

Si quieres expandir tu Universo, vence tu apatía, y encuentra la luz interior que te guiará a lo largo del camino (acompañado de un Sol y un vasto horizonte)

Entiéndase aquí por "Universo", claro está, tu historial de viajes al extranjero, o bien, el largo y ancho de tu propio metro cuadrado.
Piñera nuevamente se equivocó ayer en el programa En Buen Chileno Presidencial, atribuyendo la frase "Solo sé que nada sé" a Descartes, y dándose todavía el lujo de agregar "y de eso no estoy seguro". Piñera, el intérprete falsario de dichos filosóficos, leyendo demasiado literalmente o encarnando él mismo el significado de lo que está citando (que no sabe nada, que duda hasta de lo que sabe). Piñera, nuestro candidato de la posverdad.

jueves, 9 de noviembre de 2017

¿Y quién subvenciona a los solitarios del mundo? Solo la ausencia, su redundancia.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Robar a Rodin



Robar a Rodin: El documental plantea la posibilidad del robo de una obra de arte como un proyecto artístico contestatario. Digamos que pone a la palestra el problema de la institucionalidad del arte, archiconocida desde las vanguardias dadaístas de Zurich en adelante. La problemática formulada es esta: en qué medida una obra pasando percibida y estando completamente a resguardo en un museo, de repente cobra nuevo valor público y mediático con su abrupta ausencia a manos de un sujeto desconocido. El tema de la acción de arte performática que ya venía desde Duchamp: la idea, el concepto por sobre el objeto mismo estético, su materia.

Algo a destacar en el documental era que la tesis del autor del robo, que se creía en un principio una coartada delirante, una simple volada ocurrida en el momento para salvaguardar su defensa, resultó ser realmente planeada con antelación, y el robo no habría sido una cuestión espontánea, sino que, por el contrario, la praxis del proyecto de Onfray. Su robo a Rodin habría sido la forma en que confrontaba la acción de arte con el límite de lo establecido legalmente. Su propia conjura y trinchera.

Para acometer su "obra", argumentaba su abogado, necesariamente tenía que romper con la ley. Para que el robo fuese arte debía inevitablemente volverse delito. Y el pago de ese delito sería el ostracismo, la invisibilidad del sujeto y de su acción, la desaparición de la obra de arte anteriormente ignorada, pero luego su renovación en una existencia vicaria, deudora del crimen. Su nueva restauración ante el ojo mediático sería nada menos que el resultado de aquella irrupción, la pincelada final, el lanzazo de la obra física que solo podía sobrevivir al olvido franqueando el ojo que la mantenía cautiva. “La pérdida trae de vuelta a la memoria lo que no está”, remataba Onfray.

Después de ser sobreseído, una aglomeración acudía rauda a visitar el museo para admirar aquella zona vacía, el lugar del delito pero también el lugar de la acción de arte. Ese extraño rito de volcar el sentido sobre lo que no existe, podría analogarse perfectamente -según el propio documental- con las pequeñas mezquitas islámicas que en efecto son solo lugares vacíos sin imágenes de adoración. Solo el creyente confrontado con la nada y el férreo imaginario de su devoción. El diletante del arte no sería otra cosa que un adorador de mezquitas. Todo el arte de museo plantea ese juego entre lo que se ve y lo que no, la ausencia como lo sagrado, el arte como la mirada sea esta hacia el vacío o hacia la simple recomposición de lo tangible.

martes, 7 de noviembre de 2017

A un lado del Preucv de Viña, un par de hombres instalados con colchones, un carro de supermercado y un montón de utilería en el terreno contiguo al estacionamiento de un edificio. Echados ahí empezaban a hablar sobre el rigor de la pega y sobre la Navidad. De repente dirigían la palabra justo antes de tomar la micro en el borde de la calle. Decían que hoy no harían nada, y que para la pascua arreglarían todo el rincón en el que vivían, con luces y guirnaldas. El otro repetía que su compañero era "la que hacía de mujer". Él le respondía con una risa disimulada, pegándole un paipazo amistoso. Sin escuchar demasiado, y asintiendo luego su discurso, explicaban que todo el mundo en el centro los conocían. Que ya ni los pacos los molestaban, porque no le hacían mal a nadie. Al repetir eso uno de ellos, el otro se quedó mirándolo fijo. "Lo importante es tener esto limpio, joven", señalaba hacia su cabeza. "¿El pelo wn?", "No, la conciencia wn, la conciencia". Antes de acabar la charla para el retiro, no quedó otra que asentir y agregar que eso era lo más importante, "no tener problemas con nadie". El sujeto más grande alzaba el dedo gordo y se levantaba para ir a buscar una camisa colgada en una silla sobre la intersección Viana-Alvarez. El otro, a lo lejos le hacía una señal con la mano. Sacó luego una radio antigua y se puso a escuchar una emisora desconocida.

Miente, miente

No vi ayer el debate presidencial pero supe de una anécdota realmente jugosa en ironía. Resulta que Piñera había asociado la frase "Miente, miente, que algo queda" a Lenin. Y luego, Artés, corrigiendo al candidato en el acto, le replicó que esa frase nunca la había dicho Lenin, sino que el Ministro de Propaganda del régimen nazi de Hitler, Joseph Goebbels. "—y se lo puede explicar mejor el señor Kast—" agregó, para rematar el palo indirecto al otro candidato presente. Lo más notable de todo es que, de hecho, la frase tampoco pertenece a Goebbels. La frase tendría de por sí una tradición antiquísima, siendo reescrita por otros tantos traductores, entre ellos Rouseeau y Delavigne, cada cual parafraseando los dichos sobre la mentira a su conveniencia. Entiéndase por traductores, a su vez, traidores de la fuente. Una fuente, tal vez, inexistente, o sencillamente, imprecisa. La propia semántica de la frase encierra su pragmática a lo largo de la historia. Aquellos que la han acuñado han mentido también de manera flagrante. El debate presidencial nos ha dado así una clase involuntaria de paremiología. Lectura apócrifa sobre lectura apócrifa. Fe de erratas. O fe de ratas al poder.
A la salida del depa me encontré en la vereda una moneda guacha de cinco pesos. Es duro saber que otrora esa moneda guardada celosamente en un chanchito o sumada a otras monedas guachas hubiese servido de algo, pero con la nueva ley del redondeo, esa moneda encontrada en la calle ya no tiene ningún precio ni valor, se redondea a cero, por lo tanto, mi hallazgo fue inútil, aunque paradójicamente significativo, porque así queda claro que también se pueden descubrir cuestiones sin valor hipotético, pero en cambio con uno simbólico. Guardo entonces esa moneda guacha de cinco pesos, y la coloco en el cajón de los cachureos, junto a rarezas y antigüedades, como una forma de recordarme que la nada también tiene un lugar especial en los anaqueles de la economía.

lunes, 6 de noviembre de 2017

El playboy atómico


Una foto de hace exactos 71 años, tomada en el club de oficiales de la Academia Militar en Washington D.C. El grupo de oficiales había estado a cargo de las primeras pruebas nucleares de la posguerra. Se ve en la foto al Vicealmirante William Blandy y a su esposa, junto al Contraalmirante Frank Lowry, cortando una tarta con la forma de un hongo atómico, por motivo de celebración del aniversario de la Academia.

No tenía nada que ver con lo ocurrido en Japón, pero en pleno contexto de posguerra la referencia era inevitable. La tarta había sido encargada por un teniente, parte del equipo de Blandy, aunque este no habría estado al tanto de la sarcástica idea. Cuando la foto del evento fue publicada por el Washington Post, dos días después, con el título “Saludando a Bikini”, en alusión a las islas donde se habían realizado las pruebas nucleares, se desató un escándalo internacional.

Ante la polémica, el Almirante Blandy salió a defenderse y dijo lo siguiente: "La bomba no comenzó ninguna reacción en cadena en el agua convirtiéndolo todo en gas y dejando caer los barcos en el fondo de todos los océanos. No voló el fondo del mar y dejó que toda el agua corriera por el agujero. No destruyó la gravedad. No soy ningún playboy atómico, como uno de mis críticos me etiquetó, haciendo explotar estas bombas para satisfacer mi capricho personal”.

Desde ese momento, fue llamado como el "playboy atómico".

Claudio Giaconi

"La realidad es una fosa" decía Claudio Giaconi. En ella cabría también la poesía.
El Sábado por la mañana las puertas del preuniversitario permanecían herméticamente cerradas. Daban las nueve y nadie llegaba. El auxiliar se había atrasado o bien se había tomado el día libre. A medida que corrían los minutos, y teóricamente comenzaba la hora de la clase, iban llegando como nunca alumnos de manera puntual, que en situaciones normales hubiesen llegado tarde, aglutinándose en la esquina de Pudeto con Freire sin entender demasiado el porqué del cierre abrupto, persistente. A las nueve cinco exactamente llegaba la coordinadora con las otras profesoras, presenciando en vivo la inusual aglomeración del alumnado en plena calle. "-¿Qué onda, se tomaron el preu?-" decía una de las colegas, tratando de sacarle la ironía a una situación tan embarazosa. "Esto me recuerda a la universidad" replicaba otra, siguiéndole la onda. La coordinadora sugirió al rato armar una lista con cada uno de los alumnos asistentes reunidos en la calle. "-Debería ser como en la U: hacemos la lista y despachamos al curso", repetía ahora el colega de Historia que había llegado de pasadita creyendo que lo de afuera era realmente una suerte de manifestación. Justo ante el llamado de la coordinadora arriba la secretaria del preu, con su expresión siempre confiable, aunque a paso firme, nervioso. Explicó a todos que el encargado de la puerta se había tomado el día libre pero que a ella le había correspondido abrir el preu, habiéndolo olvidado completamente en el camino. La coordinadora sugería que llamase al auxiliar para que le entregase las llaves. Pero la comunicación en ese momento resultaba inútil. Ya no había forma alguna de entrar que no fuera improvisando una maniobra temeraria o demasiado ilógica, rayana en el despropósito.

Ante la desesperación por entrar al lugar, entonces se comenzaban a maquinar las ideas más absurdas. Una de las colegas chacoteras proponía que escalásemos hacia el preu desde el patio de la casa contigua para dar hacia el patio trasero de la instalación. Otra, que todos los presentes, profes y alumnos probasen con sus propias llaves a ver si por alguna coincidencia o extraña posibilidad una de ellas pudiese abrir las puertas. La colega del principio, por su parte, entre gestos cómplices, agregaba una humorada, diciendo que se podría perfectamente hacer clases afuera, usando de pizarrones los muros de la calle y esquivando los vehículos cada vez que se atravesasen. A algunos cabros apegados a la puerta cerrada del recinto esta idea hasta les cayó en gracia, dado lo ridículo del hecho y el clima general. Unos a lo lejos también se veía que sacaban fotos hacia la puerta y hacia los profes tratando de abrirla. En ese instante la coordinadora hablaba con la secretaria quien había asumido plenamente la responsabilidad del imprevisto. El rostro de la secretaria ya no reflejaba aquella espontánea jovialidad. A pesar de su belleza expresaba ahora una disimulada preocupación, un nervio tan sutil como particular. Así, sin previo aviso, se marchó, por consejo de la coordinadora, a buscar a unos cerrajeros al centro de Quillota. Andaba con unos zapatos de tacos. Me pidió amablemente -dada nuestra confianza- que se los cuidara mientras se encaminaba a tratar de salvar la jornada, para dar por fin con la llave milagrosa.

Durante la espera, algunos alumnos comenzaban a irse. Otros pocos se quedaban a un costado de la puerta, argumentando que no deseaban malgastar el viaje en vano solo por un desliz administrativo. Las colegas, por otro lado, no paraban de sacar tallas, tal vez camuflando lo inaudito de nuestra expulsión involuntaria con una superficialidad acorde al humor del momento. Una de ellas de hecho estaba creando un meme con la secretaria. El meme decía que "a todos los presentes que se habían quedado afuera por su culpa les debía una convivencia". El resto de las colegas también sacaba sus celulares en señal de que el meme habría sido compartido en un grupo interno. El colega de historia miraba fijo hacia la puerta, en el preciso instante en que un grupo de cabros hueveaba afuera de la puerta sacándose selfies. La cuestión iba tomando un rumbo tragicómico. El tiempo pasaba y ya daba el final de la hora de la primera clase. En la práctica todo el tiempo de la espera afuera de la calle equivalía a las dos horas pedagógicas inexistentes, porque justo a las diez y media se veía venir a la distancia a la secretaria, con paso apurado, desprolijo, rumbo hacia el preuniversitario para abrir de una vez por todas las puertas. Las profesoras ya habían guardado sus celulares y se disponían a entrar. Los pocos alumnos que quedabn afuera lo hacían al rato, tratando irónicamente de sacar la última vuelta.

Cuando llegaba hacia la oficina, aparecía de improviso la responsable, la secretaria, con el rostro algo tenso, pero siempre esbozando esa sonrisa, esa sonrisa que si no fuera por aquella puerta infernal de la mañana habría rimado de forma perfecta con su ánimo desenvuelto. Le entregué sus tacos sin mayor preámbulo. "Ahora se viene lo mejor. Explicarle todo al jefe de la filial", decía ella, no sin cierta decisión. Solo traté de expresarle que no tenía nada que temer, tocándole el hombro, y yendo rápidamente a abrir la puerta -para colmo, cerrada- de la sala de clases. La llave para la puerta de la sala también estaba entre sus manos. Su apertura generaba un eco tal en la sala vacía que podía escucharse hasta el fondo. Una vez abierta, las llaves volvían a su poder. Ya comenzada la clase, solo podía percibirse el suave vaivén de la manilla apretada, como si fuese simplemente el susurro de una apertura todavía improbable.

viernes, 3 de noviembre de 2017

La pregunta parecía simple pero no lo era ¿cómo enseñar poesía a los cabros sin caer en el desencanto y el aburrimiento? ¿cómo explicarles que no es una cuestión lejana ni rimbombante sino que una cuestión cotidiana, incluso demasiado próxima? Algunas de las técnicas enseñadas en aquel taller tenían por nombre Bola de nieve y Avalancha. Cuando los colegas ponían en práctica la Bola o la Avalancha en el papel, tomaban palabras al azar puestas ahí originalmente por el abecedarium dictado en la pizarra. Lo hacían de tal manera que ese menjunje de palabras fuera cobrando una forma y una estructura determinadas. Pensé de inmediato en los clásicos ejercicios dadaístas. La escritura incomprendida de estos poetas kamikaze, vuelta luego una estrategia didáctica al uso (y a veces abuso) de las nuevas generaciones de escribientes. Incluso el propio cut up de Burroughs, la escritura automática de Bretón. Cuántas otras técnicas, nacidas como proyectos de avanzada para luego acabar en la hoja y en la mente de algún cabro diletante de la poesía por salvaje costumbre o simplemente por una osmosis inexplicable. La cosa era que en el taller se trataba de soltar la mano, de desenredar la lengua. El derecho a la educación, según los dichos de la propia tallerista, era a fin de cuentas equivalente al propio derecho a la expresión. Y el asunto consistía en encontrar a como dé lugar la manera de ir metiendo la poesía en ese corsé curricular, que solo sabe de contenidos funcionales y objetivos especulativos. Todo se resumía en cómo volver necesario algo en apariencia tan inútil como la poesía. Acaso lo más inútil, en una sociedad que reclama a gritos cualquier clase de retribución o negociación. Muchos estaban de acuerdo finalmente en que debía hacerse necesaria (la poesía) en conjunto con la música, la lírica o el desenfado de una melodía furiosa, propiciando el ritmo, contagiando el sentido. De esa forma, luego de una serie de actividades comprometedoras, el taller remataba con el ejercicio meta poético de la propia lectura, la propia exposición de los colegas frente a los otros en un espectáculo activo y pasivo, no sin cierto coraje, miedo o vergüenza. El clímax de la situación apuntaba al hecho de que todos allí, aficionados a la palabra, podrían hacer plausible esta posibilidad en un contexto real de abulia o desinterés generalizado. Pero eso, como el propio ejercicio de la escritura, no podría saberse sino hasta el enfrentamiento de las ideas con su correspondiente realidad. La poesía podría estar allí, en ese hipotético e imaginario escenario ideal, pero también podría estar perfectamente, y con justa razón, en otra parte, remota y todavía desconocida, abierta al límite infranqueable del aprendizaje

jueves, 2 de noviembre de 2017

He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la necesidad imperiosa e insufrible de la autorreferencia.
Volverse escritor es querer sublimar al ñoño interior.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

“Fue importante en mi vida como estudiante, porque era una persona distinta: Tenía un carácter extraño. No era una persona que destacara, no era un gran alumno, no era un gran líder. Pero tenía algo muy especial, una riqueza espiritual” Sebastián Piñera, hablando sobre su antiguo ex compañero del Verbo Divino: Rodrigo Lira.
Vuelvo a la pieza luego de un miércoles con onda dominical. Ya no digamos que vuelvo a casa. Sería mucho decir. La pieza tal cual. Con la cama deshecha, con unas cuantas cuestiones sin revisar, y con la ventana semi abierta a través de la cual había caído algo de agua sobre el velador. Ese pequeño charco sobre el velador refleja el exterior de la pieza, pero a la vez se posa sobre el interior. No refleja otra cosa que el punto intermedio entre esa humedad poblada al aire libre y esa sequedad puertas adentro en la que con suerte caben los libros, la ropa y la falta de vergüenza. Nada de lo que he descrito en rigor me pertenece. Nada en estricto rigor es mío. Ni siquiera ese pequeño charco de agua producto de la entropía inevitable del medio ambiente. Como mucho solo su reflejo sobre mi persona, y un par de recuerdos desventurados en el bolsillo del pantalón.
Jorge Olguín ayer, en una entrevista al paso, dijo algo más o menos así: "Ojalá nuestros niños se disfrazaran del Trauco, del Chupacabras, del Ruende, de la Pincoya. Ojalá adoptaran la mitología local como forma de sembrar el miedo".
Rumbo a Viña, casi al llegar a la Torre Barón, una montonera de pancartas presidenciales, puestas ahí al lado de donde pasan los autos, a modo de aviso publicitario. Justo a un costado de ellas, bajo la carretera de Av España, un grupo de clochards, de vagabundos anónimos se guarece del frío y de la intemperie, instalando incluso carpas y colchonetas. Se divisaba a uno de los más desprendidos sacar la pancarta en mejor estado, arrastrándola con cuidado a través de la carretera, procurando ilusamente no ser visto. La acomodó de tal forma que le sirviera de abrigo, antes de que acabase el período eleccionario, y antes de que la acción del viento y la velocidad de las máquinas acabaran por liquidarla.