viernes, 6 de febrero de 2015

Caza de perros

El despropósito de las autoridades que solo piensan la vida en términos cuantitativos, criterios económicos fríos como la navaja en la carne, bajo variables de consumo y de productividad, encuentra igualmente válido eliminar a los perros de la calle que a los desechos del próximo mall. Nuevamente, atacar el síntoma y no la enfermedad, más por indiferencia categórica que por alguna burda especie de desidia o inercia política. Si matarlos fuese viable entre otras opciones, habría entonces que seguir la absurda lógica de eliminar a los indigentes para erradicar la pobreza ¿Que un indigente merece vivir y un perro no? Menudo cinismo de la maquinaria que en el fondo no hace diferencia a la hora de matar. El indigente puede seguir viviendo en la calle, amparado en un concepto de humanidad que no le pertenece. Más allá del impulso animalista, se trata de la influencia que el humano ve reflejada en los canes. A ellos no le pertenece ni la maldad ni la bondad, la filosofía según los cínicos era el merodeo incesante, más allá de la moralidad, el espíritu vagabundo, meándose sobre las cosas humanas y divinas. Los perros solo son testigos de la decadencia de su medio, el reflejo de la propia miseria humana. No constituyen a los canes ni el discurso humanitario ni la lógica deshumanizante. Son víctimas en tanto viven a la intemperie expuestos a las contradicciones de los hombres. Y si el quiltro de la esquina alguna vez bautiza terreno humano es solo para impregnar allí su punto de fuga. No se sublima en el olfato de los otros, con la orina hace suyo el rincón que otros, humanos o perros, habían creído suyos por asalto.