Pedí prestado en la Biblioteca Severín el Diario de Mario Góngora del Campo, editado por Leonidas Morales. Al principio, no tenía ninguna intención de pedir nada, solo hojear alguno que otro libro, sin expectativas. Hace tiempo me venía resonando el nombre del historiador, luego de leer su reflexión sobre la crisis del Estado de Chile. En cierta manera, el libro se me apareció y fui llamado a leerlo.
El Diario de Góngora contiene anotaciones personales que el escritor realizó entre 1934 y 1937, y que comprenden su época como estudiante de Derecho en la Pontificia Universidad Católica de Chile, un periodo muy convulso de su carrera. Al terminar el diario, Góngora desertó de las leyes y se abocó de lleno a la historia y a la historia política. Eché un vistazo, hojeé algunas páginas del diario y me sorprendió el estilo de su escritura, distendido, sin demasiado artificio, con algunos pasajes más reflexivos y otros descriptivos. Ya había leído antes el diario de Luis Oyarzún y el de Alfonso Calderón, que tienen una inclinación similar, pero matizada por sus propias lecturas y sus propios avatares.
Había algo en la escritura de estos textos que se acercaba al tono de lo consuetudinario, aunque, bajo la apariencia de lo prosaico, latía la experiencia vital enriquecida con la propia mirada de sus protagonistas y la lectura situada de un momento histórico. En el Diario de Góngora puedo advertir estas mismas inquietudes. Al cerrarlo, una madrugada del martes 21 de diciembre de 1937, un joven Góngora, en un momento crítico de su derrotero de vida, escribió: ¿Qué será de mí? No sé. Todas las ideas, todos los planes, todas las teorías han caído y quiero solamente entregarme al viento que pasa, encontrar en él una respuesta, viva y fresca”.
En la perplejidad del texto, se puede percibir algo así como un tejido orgánico, una cuestión palpitante, la propia vivencia de su autor, vivida sin tapujos, expuesta sin concesiones, además, la libertad de dejarlo todo, de nuevo, y prepararse para lo que viene, otros proyectos inciertos y, consecuentemente, otros escritos, escritos de otra naturaleza, porque lo componen otros pensamientos, otra vida. Todo aquel que ha hecho de este oficio una realidad palpable, ha experimentado algo más o menos similar, si es que antes no ha consumado una misión secreta y silenciosa, hermética al mundo exterior.