miércoles, 3 de agosto de 2016

Preguntas que nunca faltan cuando los cabros y cabras del colegio recién te están conociendo: "Profe, ¿Usted va a salir?, ¿usted ha jalado? ¿Usted es virgen todavía?". Preguntas claramente con una intención sarcástica, pero que esconden, sin embargo, un cuestionamiento profundo: el cuestionamiento respecto a la vida del profesor fuera de las aulas. Parecen cuestionarse, como hacia la existencia de dios, como hacia el prestigio de nuestros políticos, la existencia de la vida social del profesor, sobre todo cuando no hay tanta brecha generacional con sus alumnos. Creen que el que estudia para profesor prácticamente hace un voto de pobreza (e incluso de castidad). Y que la pedagogía en si misma se parece a un monacato religioso, donde la única vida que conocerán sus feligreses se debatirá entre las salas de clases y sus casas para proseguir con la pega pendiente. Lo más tragicómico es que aquel cuestionamiento, aquello que resulta a simple vista una talla pendeja, no está tan alejado de la realidad, puesto que, a ratos, la pedagogía tiene mucho de monacato, de abnegación trasnochada, de espíritu de renuncia... Y pareciera por esto, que la talla de los cabros no está demasiado fuera de lugar, que los profesores para los cuales no existe otra cosa que la pedagogía tuvieran que si o sí "comprarse una vida".