sábado, 2 de noviembre de 2019

Cuático comparar Valpo con Viña durante estas últimas semanas. Mientras que en Valpo persiste la toxicidad en las calles, los negocios a medio abrir, las tiendas de ropa saqueadas, algunos locales quemados, en Viña se puede hasta ir “de shopping” como cualquier otro día, con ciertos incidentes aislados. De hecho, una marcha que se reunió en plaza Viña parecía más la celebración de un triunfo futbolero que otra cosa más beligerante. Los pacos apenas se dejaban asomar rodeando un perímetro relativamente calculado. Se respiraba una tranqulidad sospechosa en el ambiente. Hay varias teorías sobre eso: un boicot subrepeticio a la alcaldía de Sharp; la choreza propia del porteño versus la conformidad aspiracional del viñamarino; una cuestión geopolítica al situarse el Congreso en el centro de valpo, etc. Sería bueno que porteños y viñamarinos presentes también arrojaran las suyas, con tal de esclarecer el panorama. ¿O será simplemente que el contexto agudiza contradicciones inherentes?
La marcha del jueves en Valpo coincidió con Halloween. Se le llamó "marcha por nuestros muertos". A través del recorrido, algo curioso: unos jóvenes caminaban sincronizados por el sonido de un pitillo que indicaba que debían adoptar una postura de recogimiento. Había quienes simulaban colgarse del cuello y quienes se arrojaban al suelo, simulando ser atacados por no se sabe qué. La caravana adquiría el color de la muerte, en directa correlación con la noche de brujas. Disfrazados de calavera representaban a los muertos por el poder. Encapuchados de negro entero honraban a los caídos, en una performance que a primera vista se confundía con la rencilla generalizada en Aníbal Pinto. Llegando a ese extremo, la cola de la marcha levantaba banderas mapuches y banderas de Chile negras. Ánimo de luto encubría la calle bajo un arrebol sanguinolento. La brigada de los muertos se juntó frente a la Plaza Neptuno y ante el clamor de la masa invitaban a un momento introspectivo. El clímax de la ceremonia tuvo lugar cuando los calaveras y parte de la brigada se abrazaron al ritmo de un mantra de percusión. Lágrimas entre las personas que allí se veían visualizadas, fielmente interpeladas por la puesta en escena. De fondo, una bandera de Chile negra puesta frente a la pileta servía de telón, confundiéndose con la miríada nocturna. Luego de eso, la marcha por los muertos continuó su camino al plan de la ciudad. Los resabios de la lagrimógena olían a sahumerio macabro. Conforme se abrían paso hacia Condell, rumbo a Plaza Victoria, la marcha se iba dispersando sin perder la dirección, uniéndose algunas de las familias que allí compartían con niños disfrazados y corpóreos. "Halloween huele a barricada", decía entre mí. Las familias permanecían en la plaza, aguardando el dulce y travesura de los más chicos. Los personajes de esa noche formaban una mezcla propicia: máscaras de Lucía Hiriart, cabros vestidos de paco, corpóreos de marciano, la típica mujer disfrazada de Pikachu, mitología popular al uso de la causa, mientras a lo lejos los cánticos adquirían también el tono de la víspera. "Mentolatum o travesura", gritaban unos. "Todas las balas volverán", proclamaban otros. Lo hacían a medida que dejaban atrás la Plaza y se encaminaban hacia Pedro Montt, principal zona de zafarrancho y punto de acceso al Congreso, iluminado sobre las penumbras que comenzaban a caer cual monumento tenebroso. Los vivos de luto empinaban el paso hacia el monumento, y levantaban la cabeza y el puño por sus muertos, con la expectativa de la reivindicación. No fue hasta que alcanzaron la calle Uruguay que fueron dispersados progresivamente por el contingente policial. Una cascada de lagrimógena se alzaba sobre el cielo oscurecido, dejándose caer sobre la gente amontonada como un baño de tumba. En cuanto la noche de brujas comenzó a volverse una caza de brujas, los manifestantes se devolvían ante el paso lacerante de los pacos que aguaban literalmente la fiesta, correteando a cada uno de los participantes de la brigada. Tomaban las calles laterales, huyendo como sombras en busca de cuerpo. Los rincones del plan atestiguaban una vez más el caos que precede a la coacción del orden. Algunos se volvían para combatir a los mercenarios del orden; otros, se replegaban para esconderse en los árboles y en las esquinas; los menos, se retiraban a sus casas, se iban a chupar o bien volvían a la Plaza Victoria para reunirse con las familias y los cabros chicos que seguían disfrutando de lo lindo su pequeña festividad, adornada por el perpetuo motivo de la muerte.