sábado, 1 de junio de 2019

Lo que hace radiactivamente brillante a Chernobyl, la nueva serie HBO, creo que es el tratamiento del desastre nuclear a raíz de su arista humana, más allá de lo meramente anecdótico. Aquí incluso observar los planos y las secuencias se siente como un agente de contagio. La amenaza viene desde dentro. Resulta incomprensible en un principio. Luego, arremete de manera sigilosa, contaminando todo a su paso, lentamente como veneno surcando las arterias. Lo terrible de la radiación era que pillaba desprevenido hasta a los peces gordos, no sabiendo cómo lidiar con semejante enemigo invisible. Nadie estaba preparado para tamaño desastre. Solo tocar a un infectado o rondar el perímetro de la explosión te volvía una víctima en potencia. La radiación te tocaba y no había vuelta atrás. Un cagazo técnico que mantuvo en vilo prácticamente a medio Occidente, durante años. Sus efectos, subliminales, traspasan el filtro de la historia, colándose en nuestro inconciente, en forma de visionado. Somos testigos del hecho pero, a la vez, lo padecemos. Seguimos vivos al momento de rememorarlo, pero prontamente muertos, una vez que ya ha invadido nuestro tejido existencial.