martes, 12 de enero de 2016

Déjalo ir

"Si amas algo, déjalo ir", conocido verso de Benedetti. A ratos Benedetti me pareció demasiado meloso, pero cuando te ocurre algo parecido entonces recuerdas la frase y algo de sentido tiene. No desconociendo la cuestión estética. Humphrey Bogart en Casablanca, como buen hombre duro, llevó a la práctica la idea de dejar ir. Se da cuenta que su amor no es compatible con su estilo de vida. "Dejar ir", frase demasiado fácil de decir, pero compleja de realizar. Los monjes tibetanos practican el desprendimiento del deseo mediante la meditación. Algo todavía demasiado incomprensible para un occidental enamorado del amor y todas sus ficciones. Será que se puede simplemente amar a alguien, en un sentido más trascendental, sin sucumbir al deseo de apegarse o aferrarse. Amar simplemente al amor que se tiene, por así decirlo. Pese a la ausencia. Pese a la distancia. Pese a la nada. Es difícil, porque duele. Es difícil, porque eso existe. Porque resulta inconcebible la impermanencia de una relación luego de haber plantado allí como bajo tierra una millonada de experiencias, deseos y sueños. Se enseña que en algún momento aquello va a crecer, para madurar o desprenderse. Entonces se le quiere retener, comienza el deseo egoísta, la posesión emocional como mecanismo de defensa contra el devenir. Todo es cosa de tiempo, decía una. Justo antes recordaba otra frase al vuelo: "el tiempo también tiene corazón". Demasiadas lecciones en un lapso de tiempo relativamente corto. Qué es en el fondo la historia universal del amor de todos los tiempos sino una pura exhalación del mundo, o aquello que se supone lo mantiene en órbita, en términos platónicos, o definitivamente aquello que lo precipita de una vez por todas contra el asfalto de la realidad (cuestión que siempre me gusta decir), tal como afirmaba Milán Kundera en su novela La insoportable levedad del ser. Tiempo de dejar ir, ¿tiempo de amar, o dejar de amar? Tiempo para la vida (¿la mía?) o tiempo para uno mismo (¿el que ama o no ama?). Porque se supone que todo llega cuando se está preparado, porque todo lo que debe expresarse debe ser dicho con claridad, en el momento preciso, en el espacio indicado. Pero nada de eso, en el fondo, se cumple a cabalidad. Nada parece coincidir del todo con nuestra íntima voluntad. Entonces, siempre ha sido más sencillo que todo eso: simplemente, ir, acudir en busca de lo que te apasiona, raptarlo y ganártelo; o, dejar ir, volverse un monje de la incondicionalidad, creer que todo es parte de un plan y que aquel deseo o aquel amor dejado ir para siempre florecerá en alguna otra parte en forma de novela o de jardín. De todas formas, el dejar ir será como vivir o como morir. Una parte dentro de ti ya está muerta, la otra aún no vive. En ese dilema es donde nos hacemos los artistas y los iluminados. En ese dilema es donde inauguramos nuestra propia ficción, para no morir de la realidad, para no morir de aquello que se deja ir....