domingo, 15 de agosto de 2021

Chile ¿"res pública"?

Respecto a la moción levantada en la Constituyente sobre cambiarle el nombre de República a Chile, han surgido posturas en contra, argumentando que eso pondría en riesgo la cualidad republicana del país. Según Mauricio Daza, el artículo 135 de la ley 21.200 explica claramente que la nueva Constitución no puede cambiar su calidad de República ni cambiar el sistema democrático. Por lo tanto, con el cambio de nombre propuesto, Chile no dejaría de ser una República o, más bien dicho, no debería. En cualquier caso, suscribo la postura del constituyente Agustín Squella sobre este tema, quien señala que el concepto mismo de República ya entraña en sí justamente la “res pública”, la cosa pública, dentro de la cual converge perfectamente la idea plurinacional que se tiene en mente desde la Convención. Me quedo, en lo particular, con el sentido originario de República de Chile como independiente políticamente de la colonia española, y con el sentido liberal democrático de la división y separación de los poderes del Estado.

Interzona

 


Al caminar por Subida Ecuador, supe de inmediato el cariz que tomaría la noche al dirigirnos a aquel antro.

–Si vamos allá, no se vayan a espantar, chiquillos-, dijo Eva, nuestra desenvuelta compañera de ruta.

–Tranquila, si esto es cotidiano para nosotros. Valpo es así- le dije de vuelta.

El amigo H, el cuentista ingeniero, asintió con entusiasmo:

-Ya cachamos la onda, Eva, así que vamos con todo no más-.

Eva lo miró por unos segundos, sonrió y siguió andando.

En la entrada del local, los guardias andaban agujas. Al amigo H le revisaron hasta el sombrero por si portaba algun
a sustancia ilícita que no fuese la que el propio sitio suministraba, casi como en una exudación natural. Eva y yo pasamos sin problemas. Ya dentro, se separó de nuestro lado para hablar un asunto privado con un amigo. Entonces fui junto a H a buscar espacio al segundo piso.

Arriba estaba repleto de jóvenes almas chupando y consumiendo ese polvillo blanco, algo muy parecido a aquel Polvo de ángel que circulaba en el GTA San Andreas y que era mencionado también de manera subliminal en el álbum de Faith No More con la garza en la portada. La música típica del Cureptano, con ese sonido saturado de parlantes deshechos, seguía siendo la misma: un playlist de lo más granado y variopinto del rock y el metal vibrando como el telón de fondo para el cóctel dionisiaco que entre líneas y humo se iba armando. No había excusa para echar pie atrás. Solo era cosa de bajar y pedir lo de siempre en la barra para ponerse a tono.

Eva conversaba con gente que conocía, rostros amables, aunque bastante embotados. Bebimos con el H las primeras birras. El Cureptano era, sin duda, el lugar propicio para tres picados a poetas, sobre todo para Eva, quien se paseaba prácticamente a sus anchas. El lugar guardaba la mística de aquellos locales metaleros de antaño, junto con la ranciedad necesaria para carretear como el Diablo manda.

-¿Habían venido antes acá?- preguntó Eva.

-Sí, claro- respondimos, al unísono

-Supongo que no se asustarán por lo que aquí pueda pasar-

-No, si ya cachamos la onda- agregó H.

Eva sacó una bolsita. No sabíamos cómo la había conseguido ni con quién, pero nos sorprendió, porque no era común ver esparcida sobre tu mesa semejante cantidad de coca. Eva nos ofreció a ambos, pero ninguno quiso. Eva se zampó una línea completa. Era increíble ver a esta mujer jalando, mientras nosotros bebimos cerveza a tientas. Éramos como niños de pecho jugando a ser rebeldes y a creerse con calle y mundo.

La conversación se fue haciendo cada vez más intensa. Salió a colación algo relacionado con el romanticismo y la manera de abordarlo en clases.

-¿Saben cabros, el romanticismo puede ser abordado desde Cortázar o desde Poe? Es una wea gigante, tremendamente didáctica- dijo Eva.

-Así es. Da para una unidad completa- le respondí lo que fuera.

El amigo cuentista ingeniero asintió, concentrado en beber su chela. Al escuchar la mención a Poe, sin embargo, él dijo declararse un fan acérrimo. De hecho, sus cuentos (que había revisado años antes, por interno, cuando aún éramos simplemente amigos de facebook) tenían mucho de la técnica y el efecto del maestro, guardando las proporciones.

-¿Y enseñar el romanticismo desde los malditos?-, le pregunté a Eva.

-También, pero creo que es solo una parte de un todo- respondió ella, mirando hacia los lados, y rascándose un poco la nariz.

–El romanticismo es rebeldía-, repitió H, mientras Eva siguió jalando.

Después salió algo sobre Los perros románticos de Bolaño. No supe por qué. Ser de Valpo, en ese momento, era un poco como ser perro. No romántico, sino que quiltro (a no ser que el quiltro tenga algo de romántico).

Bebimos la chela sobre la mesa. La música se volvió más ruda y el copete se nos subió a la cabeza. A medida que el copete surtía efecto y festejábamos simplemente por la pequeña comunión que habíamos conseguido los tres pilotos, el vacile en El Cureptano siguió su curso natural. H, el cuentista ingeniero, propuso llamar al escondite de desenfreno que nos recibía todos los jueves, precisamente con el nombre que habíamos llamado anteriormente a la Pinto. El Cureptano pasaría ahora a ser la Interzona, en honor a El almuerzo desnudo del viejo Burroughs. Eva, al escuchar el nombre, no hizo otra cosa que celebrar la oportuna salida del amigo.

-¡Interzona! ¡Interzona!-, gritamos al unísono, como en un cántico de guerra (la concurrencia se mantuvo indiferente).

-Se pasaron chiquillos, solo a ustedes se les puede haber ocurrido ese nombre. De ahora en adelante, así le llamaremos-, afirmó Eva, totalmente entusiasmada con la iniciativa.

El H nos pidió tomarnos unas fotos para subir a facebook. Él sacó una selfie en donde salimos los tres juntos, levantando las chelas en señal de brindis y haciendo el gesto del cornudo con las manos. También sacó otro par de fotos en donde aparecimos cada uno con Eva. En una de las fotos, H tenía puestos los lentes de Eva mientras ella reía.

Al H ya se le había entrado el agua al bote. Era evidente que coqueteaba con Eva, abrazándola muy seguido, acercándola hacia sí. Eva estaba dispuesta a seguir vacilando. Al rato, con las fotos subidas en el perfil de H, Eva comentó: the toxicity of the city, en referencia a la letra del tema Toxicity de System of a down. Y qué mejor intertexto para definir el espíritu de la bohemia porteña que ese, desde la lectura de una simpática profesora metalera.

Eva pidió que nos cambiáramos de puesto hacia uno que había cerca de la escalera, porque donde estábamos se llenaba de gente. Ahí nos encontramos con una mujer rubia, escotada, bastante atractiva, de facciones finas, pero con un rostro que denotaba cierto desgaste. Eva y ella se conocían.

-Hola, weona ¿Cómo tai?-

-Bien pos, aquí esperando al negro, ¿y tú?-

-Piola aquí con unos amigos, te los presento- dijo Eva.

Así la mujer se presentó ante nosotros.

-Roxana-, mencionó ella. Se nos acercó y nos dio un corto beso en la mejilla. Ella se sentó frente a nosotros y Eva a mi lado. H aprovechó de sentarse junto a la rubia. De pronto, ella y Eva comenzaron a hablar de cuestiones personales que, a esas alturas del carrete, no conseguí entender. H y yo miramos a la rubia. Eva notó esto:

-Oye Roxy-.

-¿Qué?-.

-Sabes que no me ha llegado la regla hace rato. Me he sentido muy mal estos días, weona, es horrible-.

-¿No estarás?...-.

-No, no creo-.

Cuando dijo esto, Eva me miró por unos instantes, me tomó la muñeca derecha en la que sostenía un vaso de cerveza, y me dijo:

-No te preocupes, no me embarazaste-.

La Roxy miró por unos segundos y siguió bebiendo el concho que le quedaba. Quedamos impresionados cuando, bajo el humo que emanaba de los puchos alrededor del local, ella sacó una bolsita idéntica a la que tenía Eva.

-¿Te la vendió el negro?- preguntó Eva.

-No, un amigo suyo, pero debe andar por ahí. Trata de ubicarlo por fa-.

H, demasiado embotado para conseguir ligar con la Roxy, solo atinó a seguir bebiendo cerveza. La rubia le compartió unas líneas a Eva. Tres para cada uno. Se marchó enseguida y se fue al otro lado del antro, en busca del famoso “negro”, el primo de Eva. Al ver los jales sobre la mesa, Eva nos volvió a ofrecer, por si las moscas. Yo desistí, porque no le hacía a esa mano. En cambio, el H se decidió a probar un poco. Bajó la cabeza y comenzó a jalar directamente. Lo hizo para luego taparse la nariz, quejarse por un instante y luego beber otro trago más de chela. Eva le preguntó qué tal.

-Como nuevo-, dijo H, de manera escueta.

-Así me gusta-, repitió Eva, entusiasta con el ritmo que estaba tomando el carrete.

De repente, ella vio sobre la mesa la línea que me correspondía a mí:

-Salvador ¿puedo?-.

Le respondí que sí, que se bancara esa línea con toda confianza. Entonces lo hizo y siguió bebiendo otro poco de chela.

-Chiquillos, ¿sabían que viene Angra ahora pronto, como en un mes más?-, nos preguntó Eva.

-¿En serio? Guau-, dijo H.

-Genial-, agregué.

-Así que ahora, como estamos en confianza, les quiero pedir que, por favor, me acompañen. Hagamos el trato ahora, en la Interzona ¿ya?-

Eva se acercó al centro de la mesa, pidió que nos inclinásemos todos juntos:

-Júrenme que iremos todos a ver a Angra-.

-Lo juramos-, dijimos con H al unísono.

-Hay que puro ir a cabecear y sacarse la chucha vacilando, cabros. Puta que los quiero-, comentó Eva, bastante contenta. Cuando estrechamos la mano para sellar el pacto de compromiso, dándonos abrazos a cada uno, brindamos por una amistad duradera.

Eva se incorporó para invitarnos al otro lado del local, puesto que ya se habían desocupado puestos. H se levantó, totalmente duro. Al acompañar a Eva, en pleno pasillo, la agarré de la cintura y ella estiró los brazos alrededor de mi cuello. Fue así que volvimos a comernos furiosamente, esta vez, enfrente de todos los sujetos que por allí pasaban. El tiempo se detuvo y la música se saturaba mucho más, a medida que nos perdíamos en los besos. H se volvió a nosotros para mirarnos, y abruptamente se despidió de nosotros con una expresión de molestia evidente. Con Eva estábamos tan en nuestra volada que apenas nos dimos cuenta. Ahí fue cuando todo comenzó a distorsionarse. Eva no encontraba su cartera por ningún lado. Comenzó a desesperarse:

-Salvador ¿no viste mi cartera? Puta weón ¿Cómo chucha?- exclamó Eva.

-No cacho pos, Eva. Busca bien en el puesto, seguro está fondeada por ahí-, le respondí.

-No, no puede ser porque me hubiera dado cuenta-.

-Una de dos: o la perdiste o…-.

-Ni lo pienses. Ayúdame a buscar mejor-.

Así rebuscamos la cartera, mientras la gente alrededor seguía vacilando. Fuimos a donde estaba la Roxy sentada junto a otra mujer. Eva le preguntó sobre su cartera. Dijo no tener idea.

Luego de revolver todo ese lado del local, sin éxito, a Eva se le ocurrió que un par de locos medios flaites, sentados cerca de la escalera de salida, se la habían robado. Eva los increpó:

-¿Ustedes han visto una cartera negra de cuero? Ahí llevaba todos mis documentos, incluido el carnet de mi hija-

-No, amiga. No hemos visto nada. Así que por favor, si nos disculpas...-

-¿Cómo que nada? Estoy segura que ustedes cachan algo. Los vi al fondo dándose una vuelta. Ya, suéltenla-, les dijo Eva. Se veían intimidantes, a pesar de su tranquilidad. Sabía que si seguía molestando, me iban a pegar a mí, así que traté de calmar a Eva y separarla del lado de ellos, pero fue inútil.

-No se hagan los weones, yo sé que ustedes saben dónde está mi cartera. ¡Contesten!-.

La situación se fue tornando más escabrosa, hasta que atiné a separar a Eva del lado de los tipos, antes que las cosas se pusieran realmente feas. La tomé del brazo fuerte y bajamos hasta la barra de entrada.

-Cálmate, mujer. Tranquila, que va a aparecer la cartera. No debe estar lejos-.

-Preguntemos en la barra será mejor-.

Al preguntar si habían visto una cartera negra extraviada, la tía del Cureptano inmediatamente ingresó al guardarropía y sacó la cartera de Eva. Se la pasó, pero lamentablemente, la cartera estaba vacía.

-¿Y qué pasó con mis cosas?-

-No lo sé, señorita, así la entregaron-, dijo uno de los compadres que atendía en la barra.

-¿Pero cómo cresta no se dan cuenta?-, exclamó Eva.

-¿Qué voy a hacer ahora, Salvador? ¿Dime?-, volvió a preguntarse Eva.

- Hagamos la denuncia-.

-¿Denuncia para qué, wn? ¿Tú creí que los pacos van a hacer algo? Estamos en Valpo, recuerda. Por la conchatumadre, estos culiaos-.

Al salir, Eva caminó a paso firme, calle abajo y rumbo a la Pinto.

-Allí deben estar estos culiaos-, repitió ella, dispuesta a encontrar a como diera lugar a los culpables, empresa que adiviné como completamente inútil.

Seguí a Eva que iba dispuesta a todo. Sentí miedo, miedo de que las cosas tomaran un rumbo mucho más peligroso. La Interzona realmente se había puesto brígida.

A la altura de Condell, Eva agarró una botella de cerveza del suelo y la quebró contra el pavimento.

-¡Conchasumadre!- exclamé. -¿Qué vas a hacer mujer? ¡Tranquila!-, le imploré

-Déjame wn. Yo me encargo solita- dijo Eva, totalmente cambiada, hecha una furia.

Recorrió un buen tramo con esa botella rota en la mano, como queriendo desafiar a los ladrones fantasmas.

Llegamos a la altura de la pileta de Neptuno. Eva, por fin resignada, arrojó la botella rota al costado de la calle. Al hacerlo, ella se hizo un corte en el dedo con el vidrio. Comenzó a gritar, tomándose fuertemente la mano. Ahí me asusté. La socorrió una pareja de cabros medio artesas que iban fumando yerba.

-¿Estás bien, amiga?-, le preguntó a Eva el loquito.

-Llamemos a una ambulancia-, dijo la cabra, en la buena onda.

-No, tranquilos. No fue nada-, contestó ella.

-Llama a una ambulancia, amiga. Ten cuidado- volvió a decir la cabra

-Sí hermana, evita el dolor, la vida es demasiado corta para andar adolorido-, repitió el loquito.

-Hermana, ¿te tinca una fumadita? la plantita siempre ayuda. Miren como estamos nosotros, felices, y aquí llegamos para darles una mano-.

-No, gracias cabros. Súper telas pero no es nada, en verdad-, volvió a contestar Eva, más calmada.

-Pucha amiga, bacán igual. Ojalá sane la herida. Recuerden chiquillos que las peores heridas son las del alma-, comentó la cabra.

-Sí, así que ya sabe compañera. Este cuerpo siente, pero el dolor pasa. Lo que queda es esto (se golpea el pecho apuntando a su corazón, botando un poco de humo por la boca). Lo que queda es lo de adentro, cabros, el alma-, aseveró el loquito, convencido de que sus palabras tenían un sentido.

Así, la pareja de cabros artesa siguió su camino, fumándose lo último de weed que les quedaba. Eva se miraba continuamente el corte en el dedo.

-Tenemos que ir a la posta a verte esa herida-, le dije a Eva, preocupado.

-Te dije que no fue nada, Salvador. Por favor, déjame, querí-.

La acompañé a sentarse a la pileta de Neptuno, y ahí se puso a llorar.

-¿Por qué, Salvador? ¿Por qué chucha me pasa esto a mí? ¿Cómo no te diste cuenta?

-Pero si traías la cartera contigo. Lo siento. Te prometo que algo haremos. Esto no va a quedar así-

-Soy un desastre wn. Mírame, mírame bien wn. Soy un desastre. ¿Por qué cresta estás conmigo?-.

-No digas leseras. Tranquila. Estamos juntos en esto-.

-No wn, yo estoy sola. Siempre sola-.

La abracé un rato hasta que se calmara. Luego, más tranquila, se compuso y tomó una decisión que yo escuché atentamente y que, en cualquier otra circunstancia, me habría parecido una locura.

-Mira, esto es lo que haremos, Salvador. Nos vamos a separar. Tú vas a buscar por el lado de la estatua de Carlos Condell y yo por los alrededores de la pileta de Neptuno ¿ya? Esos weones tienen que aparecer-.

Ese fue el plan. Desde ese momento, nos separamos para buscar a los ladrones. Busqué y busqué, pero no encontré a nadie. Era inútil buscar a unos tipos que ni siquiera sabía cómo eran. Así fui dando tumbos alrededor de toda la Pinto, hasta que me di cuenta que ya no valía la pena en pos de un objetivo tan absurdo.

Al desistir, me dediqué, en cambio, a buscar a Eva. Se había perdido entre medio del gentío. Como le habían robado su celular, tampoco podía llamarla. Gritaba su nombre, le preguntaba a la gente si la habían visto. Nadie dijo nada.


Ya eran las seis de la mañana. Volví a sentarme en la pileta de Neptuno. Perdí las esperanzas de encontrar a Eva. Ella se había topado con alguien conocido, con aquel “negro” o, en el mejor de los casos, había vuelto a su casa. Eso era lo que quería creer. No podía concebir la idea de que le hubiera pasado algo. Por un momento pensé en ir a los pacos, pero eso no serviría de nada. Sabía lo que me dirían.

La Interzona nos había convocado y ella misma nos había desterrado. No podían parar el hueveo que ocurría alrededor, porque, para la Interzona, en sus mentes y corazones, siempre hubo y habrá hueveo.

Volví a mi pieza con la sola idea de que Eva se encontraba en alguna parte, a salvo. Después de todo, ella misma había decidido separarse de mi lado para buscar a los ladrones. No podía culparme por algo que ella había decidido. Al llegar a la pieza y echarme a la cama, fue inevitable no preocuparme. ¿Podía haber evitado algo? Era complemente inútil pensarlo. Lo único que me reconfortaba era una pañoleta con manchas de leopardo que Eva había olvidado. Fue lo único suyo que alcancé a recuperar. Lo aspiré profundamente, como quien aspira una esencia medicinal y me quedé dormido.