sábado, 2 de junio de 2018


Dos situaciones en las que el discurso de género fue agarrado para la chacota: 

1.- En la sala de profesores, durante el recreo, un grupo de colegas tomando la choca y haciendo sobremesa (yo, por supuesto, leía a un costado de la sala). Un par de profesoras hablaba efusivamente, de seguro una talla interna. Hasta que, de pronto, sale aludido un colega de educación física sentado al medio. Se levantó y mostró en su celular al resto de los comensales una batería de memes con hashtag, a propósito de la ley de acoso. Comenzó a leer de forma clara y concisa el jocoso colega: 

-Puta la wea. Sigo con la mala cuea. Iba en el ascensor y se subieron 2 chicas, por ser amable les pregunté ¿A cuál piso? 

-Me dijeron oye que eres bondadoso!!! Yo le dije como dicen por ahí... "Hay que dar hasta que duela"... Parte por weón... Padre Hurtado reconozca que fue usted... 

-Con la ventolera que hubo se voló toda la ropa interior de mi vecina, quedó arriba de árbol, la chica estaba mirando hacia arriba del árbol, me acerco y amablemente le digo: le bajo los calzones? 

-En la COPEC Señorita, le reviso el agua del sapito? Preso por wn... 

Las profesoras, amigas del compadre, conociendo su carácter, no pudieron evitar mofarse. A una de ellas, la más joven, de hecho, le dio un ataque de risa. Otro colega, un profe joven, servía de cómplice, tratando de seguirle la corriente al de educación física y mirando directamente, con ánimo entusiasta, a la colega risueña. Miradas iban. Miradas venían. Yo solo sonreía a lo lejos, en un efecto rebote. 

2.- La otra vez en una panadería de Colón, más allá de la fila para atender, el vendedor comenzó a hablar a boca tendida con la cajera. Clientes presentes escuchaban de improviso, esperando a que corriera luego la fila. El vendedor le dirigió la palabra a la cajera a raíz de un supuesto piropo calentón que ella le había dicho, sin su consentimiento. (Entiéndase en tono de talla). “Mish, yo no le voy a aguantar una cosa así. Mire que la cuestión es para los dos lados”. La señora seguía con un evidente gesto de humor la respuesta de su colega. Se subentendía que ella le había dicho algo bonito sin él pedírselo. Entonces ella, para seguirle el hilo, contestó: “Aaaahora, el perla, ahora viene a alegar, hácete el leso no más”. Las trabajadoras de más al fondo, mientras amasaban el pan, comenzaban a reír al fondo luego de escuchar el parloteo implícito del vendedor y la cajera. Algunos clientes también lo hacían, invadidos por el tono festivo que comenzaba a tomar la recreación imaginaria. 

En ambas situaciones, (la sala de profes, la panadería), el asunto del piropo, su representación ingeniosa, hoy motivo de resquicio legal, salió a colación a modo de excusa para distender los ánimos y reforzar un vínculo de camaradería previo. Las tallas cumplieron allí su cuota, su objetivo. Pensé de inmediato en Zizek, cuando, al criticar la corrección política, hablaba de una suerte de “contrato obsceno subyacente” necesario para generar vínculos más cohesivos, íntimos y estrechos. Si uno de los presentes se hubiese parado y se hubiese ofendido, o le hubiera respondido en contra enérgicamente a los autores de las tallas, eso habría significado el fin de la “buena onda”, por ende, el fin del contrato. Lo delicado del tema, obscenidad incluida, habría dejado de ser simpático para adquirir una gravedad inusitada. El contenido de esos mismos dichos, el de los profes, y el de la gente en la panadería, proferido fuera de contexto, e incluso, por ejemplo, en un debate asimétrico entre militantes feministas y opositores reaccionarios, habría generado anticuerpos inmediatos. Habrían sido motivo de polémica y hasta de funa. 

Lo mismo para un compadre que fue insultado por face solo por publicar un meme en el que un sujeto marcha de la mano de una chica usando un sostén, con una leyenda que decía literalmente: “si no follo después de esto, me mato”. Quienes salieron al ataque, y ni siquiera haciendo una lectura demasiado acuciosa del meme y de la razón de su publicación, habían sido en su mayoría contactos desconocidos. Allí no existió ese “contrato obsceno” simplemente porque la relación del compadre con los aludidos era solamente virtual, y acaso demasiado distante, como lo evidenciaba el hecho de que hayan salido a atacarlo a partir de una diatriba tan particular. En cambio, salieron otras amigas del compadre, si bien no a defenderlo, a indicarle que la cagó, pero en buena, como queriendo aconsejarlo. 

¿A qué voy con todo esto? A que una misma frase o declaración, dicha en un contexto distinto y compartida con personas distintas, puede hacer una diferencia radical entre la sobrerreacción y el entendimiento y complicidad mutua, pese a la carga ideológica a priori de dicha frase o declaración. Pero por eso mismo, y dada la necesidad que postulaba Zizek del “contrato obsceno” para los vínculos más íntimos, es que se busca a tientas un mínimo trasfondo de confianza para poder agarrar al otro para el hueveo sin que eso suponga perjurio y, en este sentido, también para poder dirigirse al otro de manera sexual sin que eso constituya una potencial amenaza, una invasión. Hoy por hoy lo que se discute es precisamente ese límite. Su frontera legal. Su terreno llano, moral. Ojalá libre de interpretaciones antojadizas.
Piñera en su cuenta pública: "un país que no quiere tener hijos es porque algo no está bien". Está claro lo que somos los antinatalistas para el cabecilla: unos parias, en el mejor de los casos, unos traidores. Una mácula, un lapsus en el orden general de la naturaleza y la economía. Y está claro también qué es lo que son los hijos para el cabecilla: un número, un eslabón más de la larga y ancha producción en serie. Sujetos, pero sujetos al sistema, su sistema.