jueves, 28 de diciembre de 2017

Más inocente (por no decir más weón) que creer que el Universo conspira a tu favor...
Luego de acompañar a mi hermana chica a ver The last jedi, fue inevitable fijarme en el personaje de Benicio del toro, "DJ", un oportunista hacker que le enseña a Finn que "todo es una máquina" y que los conceptos de bueno y malo dentro del universo de la película no solo son tontos, sino que tendenciosos, y lo único que vale es la supervivencia y el beneficio propio. El personaje, por su cinismo, es único en su especie, frente al resto que se inclina por un bando o por otro. Para DJ tanto la Resistencia como el Imperio juegan su propio y particular juego, y todos serían, al fin y al cabo, engranes de una gran maquinaria sin sentido. No es tanto un nihilista como un egoísta stirneriano. Apunta a hacer la propia voluntad frente a tomar partido por una de las dos fuerzas en conflicto. Es el camino del estafador solitario que ha decidido hacer suya una moral fugitiva. Las iniciales de su nombre no significan otra cosa que "Dont Join" (No te unas). Dj vendría siendo el bartleby de la saga. ("I Would Prefer Not To"). Un bartleby en clave pirata espacial. Cuántos otros bartlebys en otros universos. Son la minoría cínica de un mundo polarizado. Solo basta identificarlos con ojo clínico.
El debate moral del momento en España, entre la organización que pretende una campaña para abolir la prostitución, y el propio gremio de prostitutas que defienden su oficio alegando voluntad propia y derechos laborales.

La perdida bailarina en la Plaza de los sueños

Paso por la pequeñita plaza, la de los sueños, y tengo un deja vu. Una imagen de hace seis años atrás. La de una chica que al medio de la plazita dejaba todo preparado para su performance. En esa ocasión tenía en mano una cámara para registrarla. La performance no era al voleo. Era parte de un proyecto artístico suyo, porque la loquita era estudiante de arte, según recuerdo, o algo en una volada similar. Había reunido a otros en lugares estratégicos de la ciudad para realizar una performance distinta en cada uno.

La vez que se acercó a mí para invitarme a ser parte de su proyecto, me pidió que no se lo dijera a nadie hasta después de realizado. La temática conmigo era la del azar. Es decir, me exigía que la base del proyecto fuese de esa naturaleza. Me pedía expresamente que eligiese alguna clase de instrumento o utensilio, y que lo llevase al lugar y día acordado, sin decirle cual. De ese modo, cuando ocurría la cita, estábamos en la plazita y al llegar le mostraba rápidamente lo que había elegido. Era un cortaúñas. La chica lo tomó con una astucia felina. Casi sin percibirlo. De esa forma, con la cámara, me sugería que la grabase y que pusiera atención a cada uno de sus movimientos. Comenzó a cortarse los dedos con el cortaúñas, para, acto seguido, esparcir los restos al medio de la plazita, y bailar alrededor de ellos, de una manera cadenciosa, ni tan sensual ni tan monótona, formando una suerte de mantra junto con algunos materiales caídos también en el centro, a la vez que soplaba el viento y dejaba traslucir la bella casualidad del acto, merced a su inteligencia kinésica y maravilla corporal. La idea era que su semi improvisado baile irrumpiera en un espacio público destinado para otra cosa, que irrumpiera además en la atención y el libre flujo de la gente que pasaba por ahí. Según ella, me susurraba, cansada, luego de su show, que se trataba del “azar camuflado de ciudad”.

Le devolví su cámara con el registro y también un agua mineral que había comprado. La idea de un espectador particular tenía por motivo que uno completara la segunda parte de su proyecto. Me explicaba ella en qué consistía esa segunda parte. Se trataba de escribir un relato o una apreciación estética sobre su performance. Algo demasiado personal, pero que estuviese íntimamente conectado con la presencia y la energía del momento. Me explicaba las razones de su proyecto cuando, agitada, caminaba por entre la acera del plan. La caminata no tenía una dirección única. También se había visto envuelta de ese aire performático. El azar también la había camuflado de azar. El punto es que ella remarcaba, dentro de sus condiciones, que el acto cómplice de grabarla y acompañarla no implicaba una “cita”. Es decir, que los espectadores y acompañantes no debían malentender la situación invitándola a salir. Confieso que en ese instante traté de seguirle la corriente, respetando su deseo, pero era imposible no pretender algo, influido por la euforia del momento y el carisma y atractivo de la chica. Pero se trataba, tal vez, de guardar solamente la distancia profesional, porque para ella, el proyecto consistía en algo serio.

Por otra parte ¿No habrá sido ese trasfondo profesional, a pesar de su rigor y validez, un objetivo contradictorio con la esencia misma de su trabajo, libre, sujeto al azar, susceptible de interpretarse como algo emocionante? Ya a estas alturas poco importa en realidad. El hecho es que al acabar la caminata de vuelta, llegamos a su casa en Cerro alegre. Me explicaba en las afueras los requisitos para la segunda parte del proyecto. Qué formato debía tener el texto. Qué cosas debería abordar. Recalcaba que se lo enviase a ella y además a otra persona, una suerte de asesor o conductor. Con un rostro entre complaciente y nervioso, y apretándome la mano, me pedía, al despedirse, que le enviase aquel texto cuanto antes.

Pasaron los meses. Luego los años. Había ganado el desinterés paulatino producto de una relación cada vez más distante, un compromiso cada vez más volátil, quizá a causa de un malentendido en la subjetividad o una falsa interpretación de los hechos y las señales. Voy cavilando sobre esa promesa eterna ahora al pasar por el sitio del suceso. Bajo la plazita hace un momento oscura, iluminada solo por el débil foco del poste, se dibujaba la sombra de la bailarina, o la simple reminiscencia de su presencia, otrora sujeta al azar, y actualmente solo una emanación del recuerdo. El azar de esa mirada vacía sobre el centro iluminado no era otra cosa que el azar de aquella vez, entablando una comunicación extinta en el tiempo. Escribo esto como una forma de honrar la memoria de aquel encuentro, o tan solo como la concreción de una promesa no cumplida. Aunque ella no lea nunca estas palabras, su ausencia danzará para siempre, abstracta, apolínea, en el vacío de la significación.