jueves, 21 de noviembre de 2019

La revolución de la chaucha

"En agosto de 1949 el general Oscar Reeves, Director General de Transporte y Tránsito Público del gobierno de Gabriel González Videla, decretó la entrada en vigor de nuevas tarifas para la locomoción pública de la capital. De ese modo, se subió el precio de $1 a $1,20 en los autobuses y tranvías, y a $1,60 en los microbuses y trolebuses. En la práctica, ello significó que el pasaje más barato subiera en 20 centavos de peso, es decir, una “chaucha” o moneda de poco valor de acuerdo al lenguaje popular chileno, refiriéndose a la palabra mapuche que los indígenas araucanos solían utilizar para denominar la papa temprana que dejaban para cosecharla más tarde. 

La ciudadanía, al contrario de lo que esperaba el gobierno de la época, reaccionó espontánea y violentamente ante la medida. El 16 y 17 de agosto de 1949 se desencadenaron en la ciudad de Santiago violentas protestas y manifestaciones contra el alza del pasaje, protagonizada mayoritariamente por estudiantes (principalmente de la Universidad de Chile), obreros y empleados organizados en la JUNECH (Junta Nacional de Empleados de Chile). Todos ellos, al grito unísono de “Micros a un peso”, desataron el caos en la capital, cortando calles y levantando barricadas, volcando micros y derribando el tendido eléctrico, así como destruyendo las vitrinas y escaparates de los locales del centro capitalino y apedreando las fábricas ubicadas en los alrededores. 

Por orden del Gobierno de González Videla, quien le pidió al Congreso que le otorgara “facultades extraordinarias” para hacer frente a la violenta situación, Carabineros y luego efectivos del Ejército salieron a las calles a proteger la propiedad pública y privada y a resguardar el orden público, enfrentándose inevitablemente contra las personas que protestaban en las calles. Estos enfrentamientos dejaron un saldo de un centenar de heridos y una cifra todavía indeterminada de muertos, que según las estimaciones de la época oscilaban entre las 4 y 30 personas. 

Curiosamente, en esos días se encontraba en Santiago el famoso escritor Albert Camus, quien acababa de dar una conferencia en el Instituto Chileno Francés de nuestra capital. Camus anotó en su diario que se había tratado de un “día infernal”, agregando que “la tropa con casco y armada ocupó la ciudad. A veces disparaba al blanco. Era el Estado de Sitio. Durante la noche oía disparos aislados. Día de disturbios y revueltas. Ya ayer hubo manifestaciones. Pero hoy esto parece un temblor de tierra”. 

Todo esto ocurrió casi setenta años antes del "estallido de octubre". Motivos similares, efectos idénticos. Según Camus, en "El hombre rebelde" (libro que escribiría años después) no era precisamente la revolución como teleología, como finalidad última, sino que la rebelión constante el espíritu que movía al hombre crítico, renegando de la tiranía en nombre de la libertad. Por consecuencia, el absurdo de la existencia no impedía la acción, al contrario, suponía un incentivo. 

¿Y qué mejor escenario para aplicar la filosofía del absurdo que nuestro chilito, con sus propias piedras precipitándose al vacío, y sus propios Sísifos tratando de atajarlas? 

Es la historia, (nuestra historia) nuevamente, volviendo sobre sí misma, reescribiendo el guión de su propia fuerza centrífuga.

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Gabriel León, bioquímico, "el científico pop", en el matinal de CHV, hablando sobre el impensado nexo entre las ciencias duras y el estallido social, sostenía que: "La desigualdad es inherente a nuestra especie". El argumento biológico siempre da la sensación de inmanencia, de una certidumbre teórica pero a la vez de una condición irreversible. Sin embargo, siempre hay un margen de error que permite pensar que las cosas no están determinadas por su "naturaleza", sino que por su grado de arbitrariedad. Ahí es donde entran las malogradas ciencias sociales. Su inexactitud abre la brecha para lo variable, pero también cae en el juego del desequilibrio.
El término "primera línea", la línea de cabros que encabeza una marcha para enfrentarse a la represión policial, podría emparentarse conceptualmente con el sentido original del avant garde francés (guardia delantera), relacionado con aquella primera fila de soldados que va delante del cuerpo principal de combate, solo que aquí el término es resignificado para hablar desde la otra vereda, la de los civiles en posición de lucha contra los dispositivos de poder. Curioso que aquí la primera línea cobre más bien un sentido territorial, de apropiación de la jerga militar para darle otro enfoque a la disputa en la calle, la vía pública, auténtico escenario campal entre dos fuerzas, a todas luces, antagónicas. 

Aparte del avant garde, tenemos otro caso de resignificación en el propio vanguardismo europeo de principios de siglo XX. Los vanguardistas habrían sido aquellos que, desde el nicho de la alta cultura, con todas sus connotaciones burguesas, se propusieron romper con la tradición artística para apostar por una renovación de las formas y un rechazo a todo lo que hasta entonces había sido concebido como arte. De ahí habrían tomado lo de vanguardia: porque estaban en la avanzada intelectual de la época, en "primera línea", pero no precisamente desde la pura calle atacando en legítima defensa, sino que desde un temprano underground cultural como espacio de resistencia y de creación.

Considerando que el Cabaret Voltaire no pueda ser calificado ni por asomo como una sofisticación de una barricada, se trata de realidades, de experiencias y de contextos disímiles, pero que comparten un mismo espíritu: la repulsa contra lo establecido, el rechazo a los poderes fácticos, aunque, en el caso del vanguardismo, la batalla se dio en el estricto plano del arte y de la cultura burguesa como instituciones en decadencia; en cambio, en el caso de "nuestra primera línea", la batalla se gesta sencillamente en la calle como espacio vivo (incluso, hasta "encendido") y como tópico, a punta de piedras, palos, fuego, neumáticos, mobiliario público y, en realidad, lo que venga a la mano para reaccionar al ejercicio del poder institucionalizado. De acuerdo a esto, la "primera línea" podría ser llamada, con justa razón, una muy particular clase de "vanguardia". Así, ese gran Caballo de Troya que conforma a los vanguardistas de la calle encarna su propia épica, (toda insurrección requiere también de una épica) a través de la infra historia que se levanta para resistir la opresión que cae sobre sus cabezas y la de su gente. Destruir, hacer tabula rasa (como lo hicieron los dadaístas contra la yuta del arte) pero también allanar el camino para la fuerza colectiva.

martes, 19 de noviembre de 2019

Sebastián Edwards declaró que el experimento neoliberal está muerto. Pregúntense lo siguiente: ¿Cómo interpretar estas palabras? ¿Como un remedo de una declaración nietzscheana, tomando al neoliberalismo cual teología, acaso también una teleología, una cosmovisión fundante? ¿O como una aseveración histórica, una suerte de relectura del "fin de la historia" de Fukuyama, a raíz de su artículo titulado “El levantamiento de Chile y el fin del neoliberalismo”? La sola mención al experimento confirma el hecho de que Chile fue el conejillo de indias de una política económica pionera a nivel mundial, (con el séquito de Milton Friedman como sus científicos principales) solo que, a juzgar por los dichos de Edwards, el "laboratorio" simplemente no dio el ancho, y desembocó en la crisis transversal que hoy vive. Por supuesto que el análisis de Edwards debe entenderse como una crítica solapada a quienes sostuvieron durante tanto tiempo la proyección de un modelo económico que se pretendía definitivo, (en palabras de José Piñera, un "Mercedes Benz"), más allá de sus fisuras y sus contradicciones, pero lo hace desde el punto de vista estadístico, como quien le reprocha a sus colegas su falta de visión o de inteligencia a la hora de emprender un proyecto común. No está abogando por el cambio estructural impulsado por la ciudadanía, se limita a confirmar la incompetencia de sus pares declarando una afirmación categórica, cual experto que refuta una teoría dada su inviabilidad. Cabe señalar que Edwards plantea dos posibles escenarios sobre el futuro del país que conviene tener en cuenta: "1 Chile tendrá una nueva Constitución, una que le dará un rol central al Estado en los temas económicos y sociales, y que garantizará a nivel constitucional derechos sociales, como educación y salud. Y 2 El experimento neoliberal está completamente muerto. Es probable que sea reemplazado por un estado de bienestar que intentará seguir a los países nórdicos. Ahora bien ¿Cómo conjugar una posible Nueva Constitución con un cambio radical en el modelo económico? Si el neoliberalismo en Chile está agonizando, y con él se cae a pedazos cierta moral materialista, cierta concepción del mundo utilitaria, cierto culto a la eficacia y a la eficiencia como valores intrínsecos ¿qué vendría en su reemplazo? ¿O en qué mutaría este engendro? ¿Una economía mixta? ¿O ante la falta de un nuevo y consistente esquema de cosas y de una transmutación efectiva de los valores capitalistas, caemos de nuevo en una visión apocalíptica, en aquel nihilismo ya vislumbrado por el alemán del martillo desde la vereda filosófica? Una sensación de incertidumbre invade en el corazón del sistema, incluyendo a sus vástagos y verdugos, pero, como diría Zizek respecto a esta era de convulsiones: "parece más fácil imaginar el “fin del Mundo” que un cambio mucho más modesto en el modo de producción, como si el capitalismo liberal fuera lo “real” que de algún modo sobrevivirá, incluso bajo una catástrofe ecológica global".
Voy caminando por el plan y de repente suena la alarma de la Onemi, igual a la de ayer. Luego, se escucha en casi todos los celulares de la gente la misma alarma de evacuación por incendio en Rodelillo. Llamo a mi madre que vive cerca, también de fondo se escucha la alarma en cuestión. Su redundancia se hace necesaria, aunque insufrible. Continúa sonando en la ciudad la banda sonora de emergencia, como si fuese un mantra de sacrificio, en el momento que avanza una nueva marcha a través de Pedro Montt. El humo de la lagrimógena comienza a confundirse con el de las cenizas que caen de los cerros. Valparaíso , señal de pánico. Carne de cañón. Patrimonio del desastre.

lunes, 18 de noviembre de 2019

El sábado en la tarde, Ripley abrió. Una pura reja permitía el acceso de los pocos que por allí se asomaban tímidamente, por entre los extintos vidrios del retail que ahora figura prácticamente un bunker comercial. Al pasar por ahí, alcancé a cachar una larga fila de motivos navideños dejados en vitrina. En ellos, extrañamente, no figuraba Papá Noel. Pensar que a estas alturas del año la Plaza ya estaría llena de puestos verdes para la venta de todo tipo de artículos de Navidad, pero ahora con suerte se asoma el negocio minorista con papeletas advirtiendo "no robar acá" o bien con uno que otro grabado contra la policía, el gobierno o a favor del estallido. Recordé de pronto el titular de noticia que había salido el otro día: "Consumidores han dejado de comprar productos que no son de primera necesidad". Justo en el momento del recuerdo, una señora salió a través de la reja con un regalo entre las manos. Por la forma del envoltorio parecía un arbolito o un artefacto desconocido. Era la única persona en toda la cuadra con un regalo de esas proporciones.

sábado, 16 de noviembre de 2019

Frente amplio, crónica de una muerte anunciada: Sharp renunció a Convergencia social tras decisión de Boric de sumarse al acuerdo por la Nueva Constitución. Hizo simplemente lo que tenía que hacer. "Ya conversaremos", mencionó el diputado.
A partir del ya conocido Acuerdo por la paz y Nueva Constitución, el campo de resignificación política nuevamente se da en el ámbito del discurso, partiendo por el hecho básico: cambiar la figura de Asamblea constituyente (lo que exigen las bases y los sectores de izquierda más radicalizados) a Convención constitucional (que encierra dentro de su propia semántica su carácter conservador, más apegado al acuerdo institucional que al clamor de las masas). Este solo hecho bastó para polarizar las posturas respecto a la Nueva Constitución. De modo que están aquellos que no dejan la calle y no piensan transar ni con el gobierno ni con muchas facciones de la oposición, perseverando en las consignas de justicia, en las demandas de fondo, en los cambios estructurales; y aquellos que decididamente ese 15 de Noviembre (a altas horas de la madrugada, con un insomnio que solo puede provocar nuestra democracia trasnochada), "pactaron con el enemigo", bajo la lógica del arreglo estratégico. Sobre ese punto no existen términos medios. Están los que exigen Asamblea constituyente o nada, y los que adhieren a lograr "un avance" tomando la vía de este famoso Acuerdo, pero se sabe de sobra que pactar en ese sentido sería correr el riesgo de burocratizar el asunto y perder el foco de la lucha, asumiendo que todo está "cocinado" por los colores políticos de siempre, y he aquí que surge la palabra cocina con una connotación peyorativa. Sumarse a la cocina del acuerdo constitucional implicaría, desde esta perspectiva, "venderse", pero paradójicamente, en esa gran cocina consiste nuestra democracia representativa de gourmet. La gente de la otra vereda sencillamente acusa que en esa cocina se estén preparando, (como ya lo han hecho durante la Concertación) los amargos sabores de la indolencia y de la injusticia, merced a una nueva receta para la galería pública, con ingredientes demasiado tibios para pretender que el grueso de las bases los digiera a gusto. Lo que no entienden quienes aborrecen el asambleismo o quienes, demasiado embotados con su discurso progre, se decidieron por la convención, es que aquellas bases no se conformarán con un nuevo menú cocinado de antemano, apostarán por renovar el personal completo y, mucho mejor, por cambiar la estructura misma de la cocina. Entonces, por el momento, será todo o nada. Un bien edulcorado cambio gradual de la mano de la convención parlamentaria, o una lucha sistemática en pos de un cambio total en la política chilena. En la medida que esas dos posturas permanezcan irreconciliables, la crisis se dilatará y continuará. Lo bueno de todo es que la crisis misma ha precipitado todo este escenario inaudito, valga decir, histórico. Mirémoslo, de esta forma, con optimismo.
Anoche, durante la jornada histórica, la oposición propuso una "hoja en blanco", es decir, partir desde lo que acuerde el cuerpo constituyente sin tomar como referencia inmediata la actual carta fundamental. Al día siguiente, la llamada Plaza de la dignidad apareció cubierta de sábanas blancas y con un lienzo con la palabra "Paz" desde la estatua del general Baquedano. El blanco, según Enrique Lihn, era el "no color". Desde la cultura oriental, el vacío, la nada, el color de luto. Entonces ¿Cuál es el mensaje? ¿qué tiene que ver el blanco aquí? Pues que para algunos significa tabula rasa, vuelta de página. Para otros, muerte, pacificación o, derechamente, silenciamiento. Regresar a la nada.
Cuando Mario Kreutzberger habló de hacer una Teletón simbólica, nunca pensé que se sumarían a ella sectores de la oposición y el oficialismo.

viernes, 15 de noviembre de 2019

Llámenme engrupido, pero sigo pensando que lo que pasó en Chile fue la consecuencia necesaria de lo que pasó en la Gótica del Joker. ¿Recuerdan donde comienza todo? Con una balacera en el metro. En el caso de chilito, con una evasión a un torniquete.
Gravita un ánimo de incertidumbre, en particular sobre dos cuestiones: 

1.- La que ya todos saben ¿Cuál habrá sido el motivo por el que Piñera no declaró Estado de Excepción (seguramente aconsejado por Blumel) y no volvió a soltar a los milicos a las calles, abogando en cambio por la reintegración de pacos en retiro? Cuestión sucedida casi al mismo tiempo que la filtración del audio del general de Carabineros, el cual básicamente aseveraba que no daría de baja a nadie por procedimiento policial "aunque lo obligaran". 

Y 2.- La que se sabe en este momento ¿Por qué hay milicos ahora mismo recorriendo Errázuriz y desplegados en la Plaza Sotomayor, cuando hace poco Piñera declaró al país que no los sacaría? Según el diputado Ibañez, se trataría de un "desplazamiento normal de traslado logístico de personas". ¿Precisamente hoy, durante la conmemoración de la muerte de Catrillanca, a sabiendas de la animadversión reinante? 

El grado de confusión de los hechos es tal que sus cabos permanecen sueltos ante la opinión pública. La verdad, esa tregua interpretativa, resiste entre los testigos y cómplices de lo sucedido. No habrá versión "oficial", solo la versión contingente que surja al calor del descontento.

jueves, 14 de noviembre de 2019

Para Lagos, los acuerdos de Piñera en materia de paz, justicia y Nueva Constitución van en el "camino correcto", pero "se acaba el tiempo". ¿En qué sentido será correcto declarar un acuerdo para la paz en ocasión que se declaró deliberadamente la "guerra"? ¿De qué forma se aplicará justicia cuando se invocó una Ley de Seguridad del Estado contra todo aquel que la reclama -llamándole delito-? ¿Cómo se acordará una Nueva Constitución desde esa trinchera, si todos piden una Asamblea constituyente y no hay articulación posible entre los poderes del gobierno y la voluntad de la gente? A Lagos, fiel sociolisto, concertacionista de tomo y lomo, le hace falta la brújula para el camino que subraya, y el reloj para el tiempo que según él acaba. Hay un talento, una capacidad sobresaliente para no decir ninguna cosa, y permanecer ahí, sereno, imperturbable. Un talento, ciertamente, político.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

El cabildo (sueño ficción)

Soñé que había en la ciudad una especie de cabildo a la altura de una construcción en ruinas a mitad de cerro, en lo que parecía ser el cerro Cárcel. Los participantes del cabildo estaban dispuestos en varias mesas largas tipo té club. La fila de mesas era tan larga que se empinaba por sobre una quebrada dentro de la propia construcción. Lo interesante era que no había un orden aparente ni un vocero específico en aquella fila. A lo largo de cada mesa contigua, harta gente se servía un banquete a la vez que discutía aspectos referentes a la política del momento. Sin embargo, no quedaba claro si se estaban poniendo de acuerdo para llegar a un consenso, razonando ciertos puntos sobre un cambio constitucional, o simplemente dirimían alguna estrategia de acción para salir a la calle. Me encontraba caminando a un costado de aquella larga fila de mesas, tratando extrañamente de buscar un cofre con votos en blanco. Hasta que, de un momento a otro, cada uno de los participantes de las mesas, se levantaban de sus asientos, se dirigían a otra parte, sacaban pancartas o bien se subían encima. Unos pocos se agachaban debajo de la mesa sin motivo aparente. El clima de repente se puso abochornado. Un sonido de alarma empezaba a conspirar desde arriba, mezcla de baliza o de pitido. En ese confuso instante, inenarrable dentro de la ensoñación, apareció un insecto gigante desde unas ruinas con ceniza y polvillo blanco. El insecto asemejaba un grillo con patas tonificadas, muy parecidas a piernas humanas. Comenzaba a saltar por sobre las mesas, invadiendo el espacio del cabildo. Los pocos participantes que permanecían allí esperaban debajo de las mesas, deseando que el bicho se escabullera. Otros, más combativos, le arrojaban piedrazos, además de proferirle imprecaciones, a esta altura, indescriptibles. Seguí al bicho impulsado por un ímpetu magnético, arrastrándome a ras del cerro a medida que la criatura saltaba por entre las mesas, evadiendo el ataque de la gente. Hasta que en el borde de la última mesa, casi llegando al plan de la ciudad, observo a lo lejos una humareda negra, evidente señal de siniestro. La gente que aguardaba la seguridad del cabildo había levantado una barricada para arrinconar al hostil grillo. Este, sin ánimo de retroceder, intentó saltar por sobre la barricada, pero, al parecer, fue interceptado en el acto. Un pitido similar al del principio indicaba que se avecinaba otro invasor, quizá de qué extraña forma. El humo negro de donde desapareció el grillo se volvía humo blanco. Cuando me veo arrastrado por debajo de una de las mesas más grandes, de pronto alguien me saca de allí a la fuerza, sin saber de quién se trata, saca de entre su ropa un formulario y un lápiz, y me obliga a firmar no sé qué cosa. Le entrego el carnet en un acto inconsciente y burocrático. La hoja del formulario en cuestión se encontraba vacía. En él se empezaba a dibujar automáticamente una misteriosa X roja.

martes, 12 de noviembre de 2019

Carrusel país: El delirio de Lena y el 18 de Octubre.

Hay una frase como premisa en esta obra: Girar, subir y bajar, resumen de la vida. La vida cual carrusel de emociones, sentimientos, aventuras, desventuras que, reunidas al vaivén del movimiento, propician la formación del teatro del mundo humano. La tragedia, así entendida, deviene la fuerza pura de la naturaleza, aquello indómito, inabarcable, por eso mismo, vital, ese “canto del macho cabrío” como celebración de una voluntad que en sí misma encarna la totalidad de la experiencia. Nietzsche, en una de sus relecturas de la cultura griega, hablaba del espíritu de la tragedia como aquel espíritu que representa una fuerza afirmativa de la vida aun en sus aspectos más abyectos, sobre todo en esos aspectos que vienen a configurar el inconsciente del hombre desde tiempos inmemoriales. Y he aquí que El delirio de Lena (2019), la última obra dramatúrgica dirigida por Carolina Aparici, y basada en su texto dramático homónimo (2017), se levanta como una ópera trágica, en el sentido de que apuesta por volverse una tragedia en su sentido más estricto, podríamos decir, originario. Es trágica no solo porque en ella la sangre, la violencia y la muerte sean motivos recurrentes, ni porque en ella el destino parece implacable para todos los personajes, sino que lo es porque, como se anotó anteriormente, concilia tanto el lado luminoso como el oscuro y proyecta, bajo esa dualidad sinérgica, el drama psicológico de un padre perdido con su hija huérfana de madre. 

En una revisita al mito de Electra desde una mirada sumamente contingente y atingente al estado de cosas, El delirio de Lena se propone indagar en la herida abierta de la sociedad desde su núcleo duro: la familia, o, mejor dicho, lo que queda de ella, la ruptura, la llaga que le pertenece también al individuo y que lo configura como sujeto desecho, sujeto a sus desechos. Hay en esto una preocupación social que se asocia mucho a Radrigán con su teatro consciente. Recuerdo que el primer acercamiento a la representación teatral de la obra fue el 18 de Octubre en el Teatro IPA de Valpo. Ese mismo día, una multitud de jóvenes decidieron evadir diversos metros de Santiago, gatillando el posterior estallido social por todos conocido. Conversé con Carolina, y decía que no fue casual que el debut de Lena fuera justamente ese día. Se trataba quizá de una “coincidencia cósmica”, merced a los tiempos venideros. Y si lo vemos en perspectiva, podría ser un indicio perfecto del Kali Yuga, la época del conflicto y la confusión según la cronología hinduista. Basta con conectar los referentes de la obra con lo sucedido en Chile para interpretar este punto: Por una parte, el padre alcohólico, que podría simbolizar la figura de autoridad (política), sufre de una ambivalencia moral en el hecho de querer proteger a su hija pero, al mismo tiempo, reprocharle la muerte de la madre. La hipocresía del padre vendría siendo la de la autoridad completa: vigilar y castigar, dar y a la vez quitar, doble vínculo enfermo que supone la dependencia del vástago y su anulación constante como sujeto de voluntad y criterio. Por otra parte, Lena, la hija, pasaría a simbolizar a la sociedad, pero a aquella facción invisibilizada de la sociedad, que resiste los embates del sistema pero que, a la vez, los desea y, en cierto modo, necesita, confundiendo su pulsión de Eros con la de Tánatos. Su deseo del padre deviene dolor en la medida que lo siente ausente, esquivo, decadente, a ratos, hostil, falto de confianza, de orgánica. Pero su deseo siempre es más fuerte, porque, bajo la premisa trágica de la obra, Lena se arrastra hacia él cual fuerza de la naturaleza, sin la reflexión necesaria, solo dejándose impulsar por un hervidero de emociones encontradas y en disputa que se resuelven sobre la marcha y de la peor manera, como vemos durante el desarrollo de la obra, en el odio constante al padre, su escape hacia la calle, su relación efímera con un extraño y la posterior escena de ejecución. Matar al padre también sería un postulado del complejo de Electra, si no fuera porque ese padre, en sociedad, solo encarna un conjunto vicario de caracteres dominantes. Liberarse de ese yugo sería liberación, pero a la vez, abandono, nihilismo. Nada acaba realmente. Todo recién comienza. La sangre en el carrusel gira, sube y baja. La sangre que la hija arrastra consigo. La sangre del otro que es también la suya. 

Después de todo, el delirio de Lena encarna el drama colectivo en su conjunto. Se refiere a Ernesto, el padre y Lena, la hija, en su relación, hasta cierto punto, incestuosa y parricida, pero también se refiere a ti, a mí, a los tuyos, a cada uno de los desplazados por un sistema enajenante que siempre hace la vista gorda y los oídos sordos. Una máquina de producir bastardos que solo le interesa jugar al juego de la humillación y la postergación. Por eso, para dar cuenta de esta realidad, la obra no se propone transgresora solo en el contenido, sino que también en el aspecto de la forma. De partida, el tiempo lineal aristotélico no existe acá. Todo es un caos temporal, sin dejar de lado la coherencia interna de los acontecimientos. Los capítulos parecen casi obras en sí mismas, articuladas por una voz en off (¿la propia Aparici?) que rezuma una atmósfera envolvente cual presencia más allá de la diégesis. En el texto, el pasado, el presente y el futuro están señalados, pero es el lector el que tiene que reconstruir la lógica de la secuencia. Al momento de visualizarla en escena, esta digresión cronológica se encausa con un poco más de sentido, merced a la acción y a la cambiante escenografía que muta según sea el contexto espaciotemporal de cada capítulo. Y es en esto de la acción que acierta bastante, porque una de las más arriesgadas propuestas de El delirio es esa: emprender un teatro en movimiento que va más allá de la diégesis del escenario y baja hacia el público para hacerlo también partícipe de la ficción de la obra. De hecho, aquel 18 de octubre muchos espectadores quedaron sorprendidos ante la irrupción de algunos personajes como la propia Lena escabulléndose por entre la gente, y Ernesto que la perseguía, preguntando incluso a algunos de los presentes si la habían visto. También destacaron en ese punto el Señor X, quien luego de conocer a Lena comienzan a contraer un deseo mutuo, algo volátil, pero recíproco. El Señor X con Lena bajaban también en varias ocasiones hacia donde estaba la gente, buscándose, encontrándose, volviéndose a buscarse, hasta perderse, y así. En ese ir y venir, en ese girar, subir y bajar –como reza la propia obra- se hallaba el verdadero carrusel. El delirio iba más allá de Lena y ya le pertenecía al propio público, testigo del carrusel trágico, incluso cómplice voyerista de su movimiento circular y ondulante. Apenas volvían de aquella instancia de frenesí, y ya concretado el sangriento clímax, el telón iba cayendo de a poco ante el público ensombrecido, todavía demasiado obnubilado por la visceralidad de los hechos y el dinamismo de su estructura interactiva hasta el punto del desquiciamiento. Un video proyectado a modo de cierre servía de epílogo audiovisual para un delirio de proporciones. Al salir de la función en masa, en los medios se informaba sobre la quema de varias estaciones de metro, incluyendo el edificio ENEL y una sucursal del Banco Chile. Santiago ardía. Todo había sido subvertido. El país mismo se había visto aquel carrusel. Girar, subir y bajar. Entropía y renovación.



Me decían por interno que en Bolivia pasa algo paradójico: por un lado, el ejército emplazó a Evo Morales a dejar su mandato, a modo de "sugerencia" de parte de las FF.AA (me imagino de qué clase de sugerencia se pueda tratar); y, por otro, el propio Evo renuncia a la presidencia con tal de evitar conducir al país hacia una inminente guerra civil. De acuerdo a esta figura, sería una especie de "Golpe pasivo" en el cual el mismo cabecilla se ve obligado a renunciar, propiciando las circunstancias adversas para que lo haga deliberadamente. Además, se veía que algunos militares bolivianos se ponían de parte del pueblo, (incluso aquí celebraban ese hecho como si se tratase de un "despertar de la consciencia") cuando en el fondo esos militares representaban solo a la facción que estaba decididamente en contra de la perpetuidad de Evo en el mandato. Y, por si fuera poco, el mismísimo Trump se pronunció respecto a esta evidente señal política, a modo de advertencia para los respectivos gobiernos de Maduro y Ortega. ¿Le suena a algo que ya haya sucedido? El cuadro queda completo. El tiempo histórico recicla sus mismos traumas. El proceso de la historia deviene una espiral, una serie de eventualidades que giran sobre un mismo eje y repiten un patrón ¿cuál será ese? Antítesis y confrontación de un poder sobre otro, sin garantía de síntesis.
He estado pensando en los pros y contras de ser Pareman: Por una parte, se apropian tanto de tu figura que hasta te vuelven un superhéroe de comic al estilo de un Avengers criollo (Capitán Alameda), todo amparado por el contexto social y su ingente necesidad de levantar referentes heroicos de combate (ya lo dijo Joseph Campbell respecto al correlato mítico del héroe en la historia). Aunque, por otra, te vuelven objeto de cosificación por redes sociales dada tu actitud en el campo de lucha, a tal punto que hasta te acosan y te mandan mensajes de evidente deseo, delatando así tu anonimato y tu trinchera silenciosa. Pese a todo, no quieres sacar provecho de esa pequeña fama involuntaria. Estás demasiado compenetrado con tu activismo que no se te pasaría por la cabeza cobrar derechos por la apropiación cultural de tu figura para la construcción de un personaje de ficción, y eres demasiado piola como para consentir las necesidades de atención de un grupo de féminas que no lograron ver más allá de la apariencia y se quedaron solo con la forma de tu fondo.

lunes, 11 de noviembre de 2019

El poder de la semántica expresado en la contingencia política: de asamblea a "congreso constituyente". Cambiar la figura de la consigna supone otra maniobra léxica. Amarrar el cambio constitucional al legislativo era la próxima jugada en el tablero.
La Tercera al parecer ya convocó un Santiago en 100 palabras basado en la revuelta social. Solo falta que el Mercurio Valpo convoque un Valparaíso en 100 palabras con la misma temática. A lavarse las manos con bicarbonato, escritores.
En el lapso de una semana, decapitan una estatua de Pedro de Valdivia y se la ponen a Caupolicán en Temuco; destruyen un memorial de Jaime Guzmán incluyendo el monumento en Viña; queman la centenaria casona Schenider, actual sede de la Universidad Pedro de Valdivia; y, además, saquean la Parroquia de la Asunción en Santiago, al igual que la Catedral de Valpo. Hay una cólera focalizada en esos sabotajes. No hay un mera catársis de violencia desatada. Hay una destrucción que materializa una afrenta simbólica no solo contra el gobierno, ni siquiera contra el capitalismo en sí, sino que contra todo aquello que haya ostentado un poder opresivo, (la colonización española, la ideología neoliberal, el catolicismo dogmático) lo que habla del carácter transversal del movimiento a gran escala. Ya no se trata solo de exigir el cumplimiento de una agenda política para asegurar la correcta distribución de los bienes y servicios, se trata de cobrar el elevado precio de la historia contra los vencedores; se trata remotamente de hacer valer una especie de justicia amordazada, si es necesario, a punta de sangre y de escombros. No hay ley de talión posible en ese levantamiento, nunca lo habrá; pero en su lugar hay un espíritu de vendetta criado por años, quizá siglos.

viernes, 8 de noviembre de 2019

Piñera está actuando hace rato como el matón del curso que incita al bullying solo por reafirmar su poder a lo tonto y lo loco. Están dadas las condiciones para enfrentar la crisis con entereza, darle una vuelta de tuerca y seguir la vía del honor, pero en su lugar allana el terreno para hacer factible la guerra imaginaria contra su único enemigo: su ego. No me extrañaría que merced al descontrol maquinara un autogolpe con tal de salvaguardar el modelo económico. Prefiere echarse al país encima que perder su posición. O si llegase a perderla, prefiere irse al infierno acompañado. Solo veo dos posibilidades muy fuertes en el horizonte: acusación constitucional o dilatación del conflicto hasta el acabóse. Sí alguien baraja otra salida por favor me avisa.

jueves, 7 de noviembre de 2019

La Dra Cordero hablando en Mentiras verdaderas, y esto es insólito: llama a Piñera a que escuche alguna vez "la voz del pueblo" y abogue por un cambio de Constitución. Le invita en vivo a la sensatez, pero luego afirma (con resignación) que no lo hará, porque su terquedad es demasiada. Caso clínico: personalidad obsesiva. Fijación con el futuro. Exceso de control.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

"Acá arriba somos todos pobres, así que permiso, jefe", le decía al chofer un señor medio curado que se subió a la micro del interior a la altura de Peñablanca. Se abría paso entre los pasajeros con cara de preocupación que lo veían buscar en el cacharro algún hueco donde apoyarse. Entretanto, en la fila de al medio, un joven miraba fijamente hacia el vacío del exterior, hacia las calles nocturnas con huellas de recientes barricadas, sosteniendo con la zurda un globo en forma de corazón con la leyenda "te amo".

martes, 5 de noviembre de 2019

Respecto a la quema de las carabineras con molotov frente a Plaza Baquedano: en el primer registro audiovisual que visualiza el hecho in situ la cámara baja justo cuando se produce el impacto, y solo tenemos constancia del fuego al producirse el estallido entre los tres uniformados situados a la esquina superior izquierda del lente. Un segundo registro ofrece una vista panorámica de lo sucedido, y en este se puede ver a quien arrojó la molotov francamente con una habilidad olímpica, (y, dato no menor, con Sympathy for the devil sonando de fondo). Por la distancia y el pixelado del registro apenas se logra distinguir al autor del lanzamiento (¿será acaso un manifestante o un paco civil? la falta de detalle ofrece el beneficio de la duda) y se deduce que cayó justo en el perímetro de aquellos tres uniformados, conectando así con el impacto del primer registro. No conforme con estos dos videos, hay un tercero en youtube que al parecer fue publicado por el medio AFP news agency, y ofrece otro ángulo no visto, uno que se acerca aún más al autor del lanzamiento, al momento de la acción y al objetivo señalado. Ahí se logra distinguir con mayor detalle al lanzador atleta pero un árbol cubre la zona donde se encuentran los tres uniformados, no pudiendo apreciar el momento en que la molotov impacta contra ellos. Solo el fuego que se cuela entre las hojas del árbol permite al espectador completar la escena de esta película. Y se puede deducir que ese fuego fue resultado directo de la molotov arrojada visiblemente desde el otro lado, aunque tampoco en este registro hay garantía absoluta sobre la certeza de lo filmado. Un común denominador une finalmente a los tres registros: en todos hay un vacío cinematográfico, en todos el instante mismo del impacto se vuelve un fotograma difuso o derechamente una escena velada. Evidentemente alguien arrojó la molotov, pero no se sabe quién fue. Y a todas luces algo (esa molotov voladora o algún otro fuego intencional) quemó a esas carabineras, como quedó demostrado en el primer video, pero ¿de dónde provino exactamente el fuego? ¿Cuál fue el instante mismo del impacto? Ni Hitchcock ni Kubrick tendrían la respuesta. Por lo pronto, el hecho bien puede haber sido concertado con antelación o tratarse de un conjunto de escenas deliberadamente contiguas. Afinen el ojo incendiario y propongan sus teorías.
Como era de esperarse, ningún cabro entró al último bloque. Literalmente evadieron la clase usando el temblor como excusa perfecta. Aproveché de decirles que se fueran. Que yo también debía volver. Que resultaba ridiculo quedarse hasta el último porque sí. Con algunos cabros nos dimos hasta un tiempo para tirar la talla antes de virar, algunos nerviosos, otros felices por la falta de quórum La evasión se ha vuelto la política del momento, la pedagogía de la evasión al clamor de la tierra.
Vi el Guasón dos veces en el cine, primero doblada y luego subtitulada, la mastiqué, la digerí y loco, equivocaron heavy la referencia a la luz del contexto. Piñera no puede ni por asomo ser El Bromas porque este está ideológicamente "del otro lado" del poder. Es imprecisa la relación, pero guardaría más semejanza con Thomas Wayne. De hecho, él llama payasos a los resentidos sociales. Los Bromas serían, por ejemplo, los evasores del metro. Y aun esta referencia no es del todo adecuada, porque por definición el Guasón es un forajido que no enarbola ninguna otra causa que el caos. Que haya sido usado como símbolo de insurrección social es otra cosa, y solo como consecuencia de su parada nihilista. Así que ya saben, mejor llamar al Guasón por su nombre, y reír en el proceso. Cualquier otra asociación es solo producto de un afán de proselitismo.

domingo, 3 de noviembre de 2019

El caos también ríe: una aproximación a la figura del Guasón de Todd Phillips.


"La locura es como la gravedad, ¿sabes? Todo lo que hace falta es un pequeño empujón". El Guasón en Batman, El caballero de la noche. 


Hay que ser honestos. Casi nadie, en un principio, metía las manos al fuego por este Guasón. Decían que el de Heath Ledger había dejado la vara alta con la representación de un guasón como pocos, demasiado brillante bajo la dirección de Christopher Nolan, enmarcado dentro de un guión que abogaba por la construcción de un personaje totalmente inconfundible, un auténtico criminal, "el que Gótica se merecía", uno insobornable, capaz de hacer volar hospitales y bancos solo por el placer de verlo todo arder, un agente del caos que solo estaba ahí para entregarle a la sociedad un contundente mensaje de locura y de destrucción. Todos quedamos fascinados con este Guasón limítrofe entre la psicopatía más cruda y la anarquía más desenfadada, aunque sin un objetivo ni un móvil aparentes, solo impulsado por el "mero hecho de correr detrás de las ruedas de los vehículos cual perro rabioso". El Guasón que tanto admiramos, según palabras del malogrado Harvey Dent, era sencillamente un perro al cual le habían quitado su bozal. No precisamente un malo. Porque los malos también tienen planes. Un animal, un animal salvaje en busca de diversión y un poco de dinamita.

Sin embargo, faltaba desentrañar el origen de nuestro legendario agente del caos. Este ya venía dado desde el mundo del cómic con La broma asesina de Alan Moore. Pero aún no existía la ambiciosa visión cinematográfica. Así fue cómo, de un momento a otro, un audaz Todd Phillips se propuso llevar a cabo tamaña empresa (conocido por su reciente trabajo en A star is born), y tuvo la ocurrencia de contratar a Joaquin Phoenix para la personificación del payaso. Tarea titánica, teniendo en cuenta lo que estaba en juego: la memoria aún latente de Heath Ledger como "uno de los mejores guasones de la historia del cine". Pese a eso, decidieron emprender rumbo contra todo pronóstico, y filmaron una película dedicada exclusivamente a la figura del Guasón y su intrigante génesis. 

Durante el 2019 se fueron incubando altísimas expectativas, metiendo bulla en el celuloide, hasta el momento de su estreno, y el resultado fue totalmente explosivo. De inmediato, gran parte de la crítica y del público cinéfilo se rindió ante la magistral interpretación del payaso, además del impacto y la polémica que provocó en el seno de una sociedad estadounidense completamente arrasada por la paranoia y el pensamiento políticamente correcto, temiendo que el visionado de la cinta incitase a los más jóvenes a justificar la violencia, creyéndose la excusa del terrorismo como corolario posmoderno (para entender mejor esta referencia cabe citar la opinión de Michael Moore sobre la película). Y si uno ve la película cuidadosamente, y se deja reventar el cerebelo con su propuesta osada y su penetración psicológica, se dará cuenta que cada detalle en el filme está pensado de tal manera que la identificación con el patetismo del personaje es envolvente al punto de la enajenación. Tenemos a ArthurFleck, un perfecto paria social, cuyo único propósito en la vida es "hacer reír y dar alegría al mundo". Una criatura atravesada por el abandono, la enfermedad psiquiátrica, el malestar social, cuadro idóneo para la gestación de un potencial "villano" sin otra cosa que perder que su último grado de cordura. Y es esa denominación convencional la que ya no resiste análisis desde una lectura mucho más aguda. Villano vendría siendo el Guasón desde su concepto prototípico, mas no precisamente desde las premisas que desarrolla la película de Todd Phillips, cuyo leitmotiv siempre es la crítica subrepticia a un sistema de cosas a todas luces desigual, capaz de correr con el monopolio de la violencia en aras de un orden público que no es otra cosa que un chiste que se cuenta solo. El humor en este nuevo Guasón es patológico, es producto de una "vida de mierda", de una perturbación mental, de un cúmulo de sinsabores y frustraciones que juntos funcionan como una bomba de tiempo pronta a explotar sin contemplación frente al espectador promedio, obligándolo a cavilar sobre el sentido del estallido.

Pero ¿qué es lo que hace a este Guasón verdaderamente único, descollante? Basta pensar en dos puntos de análisis: su intertextualidad cinematográfica articulada con el correlato de rebeldía que subyace a la cinta. En primer lugar, sus guiños a Taxi Driver no son casuales, porque Arthur en ocasiones recuerda a Travis, aquel taxista veterano de guerra, demasiado traumado para retomar una vida común y corriente en una Nueva York decadente, repulsiva hasta decir basta, abiertamente cínica, sucia, injusta. Sus pasos erráticos a través de Gótica son casi los mismos. El contexto psicosocial de fondo guarda una vibración común: el hastío del individuo contra el sistema que lo constriñe y contra su propia vida vacía. Un odio parido que nace de la falta de alternativas y del complot interno sin conclusión. En este sentido, Travis se podría decir que fue el "Guasón antes del Guasón". Y ese mismo hábil juego cinematográfico se replica a modo de antítesis en la figura del hipócrita comediante de televisión, Murray Franklin, encarnado por el mismísimo Robert De Niro. Quien hizo las veces del paria, ahora hace el papel del cínico apologeta del orden. Porque el humor en esta película es una premisa ideológica. Aquel que decide qué hace reír y qué no, también decide qué es lo correcto y lo incorrecto. Desde esa vara, podríamos decir que la perspectiva del Guasón también apela a una transmutación nietzscheana de los valores. El humor acomodaticio sería revertido en aras de la provocación de los explotados, en pos de la rabia de los "payasos" de la sociedad. Aunque no hay que confundirse: el Guasón nunca tuvo un plan. No está en su naturaleza conspirar ni planificar nada. Sus acciones son solo el producto de una acumulación de fuerzas antagónicas que lo llevaron a hacer lo que hizo cual olla a presión que alcanzó su punto máximo de ebullición y jaló el gatillo al son de su risa enferma, de su risa a medio camino entre el placer y el dolor. 

Y he aquí que, en segundo lugar, la película entronca directamente con el espíritu del Guasón en el Caballero de la noche. Lo verdaderamente destacable es que en el filme todo lo que el espectador pueda estar pensando respecto a este Guasón en ciernes ya se sabe, pero lo hace explícito casi al final cuando es entrevistado en vivo por Murray Franklin y suelta, en el clímax, una especie de risible e impactante declaración de principios. Subyace la postura del caos en esta secuencia, pero no lo verbaliza como sí lo hace el Guasón del Caballero de la noche, porque entiende que esa perspectiva es solo el germen de la neurosis y la psicosis social en su conjunto. O sea, en definitiva, cualquiera que sea considerado por la sociedad elitista como un miserable "payaso" (dicho  por el propio padre de Batman, Thomas Wayne) puede devenir un potencial Guasón, y eso mismo es lo que el Guasón de Heath Ledger declara en más de una ocasión, incluso con acciones temerarias, al pervertir hacia el lado de los malos a Harvey Dent y sembrar el pánico en Ciudad Gótica con tal de tentar a Batman. "Solo somos tan buenos como la sociedad lo permite", y ese cinismo moral vendría siendo el irónico velo que separa a los privilegiados de los desposeídos. ¿Quiénes tienen el monopolio del humor? Los mismos que cuentan con el monopolio del poder. Reírse del otro puede ser un acto profano, pero también un acto de vendeta, un acto de rebelión. 

En tercer lugar, y en un intertexto que quizá no es demasiado evidente, el Guasón de Todd Phillips pareciera también inspirado por el personaje de William Foster (Michael Douglas) en Un día de furia. Los que vieron la película se acordarán que un ex empleado de una importante firma de defensa de repente explota atravesado por una serie de circunstancias adversas que no logra sobrellevar (aquí se cumpliría una de las referencias de La broma asesina de Alan Moore: la idea de que una persona normal y corriente puede convertirse en un desquiciado solo teniendo un "mal día"). Eso, sumado a un desequilibrio mental manifiesto, provocan que William se rebele con todo y contra todos quienes osan ponerse en su camino, simplemente cabreado contra quienes interfieren en su neurótica "vida normal", la misma vida que por simple contigüidad existencial e imposición político-económica somos empujados a llevar a pesar de nuestros propios sueños e ideas, y que, al menor cuestionamiento, repercuten en forma de represión y de instintos buscando un tubo de escape en la violencia como expresión del inconsciente social. Tenemos también en William Foster otro caso de "Guasón", un individuo que sencillamente ya no dio más, y cuando la razón, la cordura y el manido sentido de la realidad ya no dan más sabemos de sobra lo que pasa: da rienda suelta el estado de locura que, liberado de sus limitantes psíquicas y sus barreras ético-morales, no contempla otra salida que el ciego odio, la cólera a aquello que vuelve al sujeto nada más que un número, una insignificancia trágica hasta el punto de la comedia. Bolaño decía "todo lo que empieza como comedia termina como tragedia", y en el Guasón este postulado se plantea perfectamente reversible. La tragedia como el destino último de los payasos del sistema. La comedia como su estilo de vida. La risa como su nihilismo activo. Su caos militante. Y qué mejor ejemplo que la ola de estallidos sociales que como en un sarcasmo del destino se suscitaron casi al mismo tiempo que el estreno de la película de Todd Phillips. Es el caso de Chile, en el cual la figura del Guasón era usada prácticamente como un sustituto de aquella máscara de V, un símbolo de hastío político al uso, un referente de la rebelión de las masas contra las minorías poderosas. Pero cabe recordar que el Guasón no se alza cual caudillo, solo encarna la sublimación del odio de los payasos del sistema con una risa sonora y estruendosa, la risa del nihilista, la risa que no reconoce credos ni entronizaciones, la risa del que ya lo ha perdido todo. Dicen que el que ríe último ríe mejor. Pues el Guasón te desafía, espectador, a poner tu mejor cara frente al acabóse. La risa que se regocija al caer al abismo. La risa que es en sí misma un abismo. La risa del caos.


"Nosotros solo somos sombras de la misma oscuridad". ¿Cioran? ¿Ligotti? ¿Caraco? ¿Shakespeare? No, un indigente en Santiago Centro. (Me quedó esa frase dando vueltas durante días, incrustada en el espinazo)

sábado, 2 de noviembre de 2019

Cuático comparar Valpo con Viña durante estas últimas semanas. Mientras que en Valpo persiste la toxicidad en las calles, los negocios a medio abrir, las tiendas de ropa saqueadas, algunos locales quemados, en Viña se puede hasta ir “de shopping” como cualquier otro día, con ciertos incidentes aislados. De hecho, una marcha que se reunió en plaza Viña parecía más la celebración de un triunfo futbolero que otra cosa más beligerante. Los pacos apenas se dejaban asomar rodeando un perímetro relativamente calculado. Se respiraba una tranqulidad sospechosa en el ambiente. Hay varias teorías sobre eso: un boicot subrepeticio a la alcaldía de Sharp; la choreza propia del porteño versus la conformidad aspiracional del viñamarino; una cuestión geopolítica al situarse el Congreso en el centro de valpo, etc. Sería bueno que porteños y viñamarinos presentes también arrojaran las suyas, con tal de esclarecer el panorama. ¿O será simplemente que el contexto agudiza contradicciones inherentes?
La marcha del jueves en Valpo coincidió con Halloween. Se le llamó "marcha por nuestros muertos". A través del recorrido, algo curioso: unos jóvenes caminaban sincronizados por el sonido de un pitillo que indicaba que debían adoptar una postura de recogimiento. Había quienes simulaban colgarse del cuello y quienes se arrojaban al suelo, simulando ser atacados por no se sabe qué. La caravana adquiría el color de la muerte, en directa correlación con la noche de brujas. Disfrazados de calavera representaban a los muertos por el poder. Encapuchados de negro entero honraban a los caídos, en una performance que a primera vista se confundía con la rencilla generalizada en Aníbal Pinto. Llegando a ese extremo, la cola de la marcha levantaba banderas mapuches y banderas de Chile negras. Ánimo de luto encubría la calle bajo un arrebol sanguinolento. La brigada de los muertos se juntó frente a la Plaza Neptuno y ante el clamor de la masa invitaban a un momento introspectivo. El clímax de la ceremonia tuvo lugar cuando los calaveras y parte de la brigada se abrazaron al ritmo de un mantra de percusión. Lágrimas entre las personas que allí se veían visualizadas, fielmente interpeladas por la puesta en escena. De fondo, una bandera de Chile negra puesta frente a la pileta servía de telón, confundiéndose con la miríada nocturna. Luego de eso, la marcha por los muertos continuó su camino al plan de la ciudad. Los resabios de la lagrimógena olían a sahumerio macabro. Conforme se abrían paso hacia Condell, rumbo a Plaza Victoria, la marcha se iba dispersando sin perder la dirección, uniéndose algunas de las familias que allí compartían con niños disfrazados y corpóreos. "Halloween huele a barricada", decía entre mí. Las familias permanecían en la plaza, aguardando el dulce y travesura de los más chicos. Los personajes de esa noche formaban una mezcla propicia: máscaras de Lucía Hiriart, cabros vestidos de paco, corpóreos de marciano, la típica mujer disfrazada de Pikachu, mitología popular al uso de la causa, mientras a lo lejos los cánticos adquirían también el tono de la víspera. "Mentolatum o travesura", gritaban unos. "Todas las balas volverán", proclamaban otros. Lo hacían a medida que dejaban atrás la Plaza y se encaminaban hacia Pedro Montt, principal zona de zafarrancho y punto de acceso al Congreso, iluminado sobre las penumbras que comenzaban a caer cual monumento tenebroso. Los vivos de luto empinaban el paso hacia el monumento, y levantaban la cabeza y el puño por sus muertos, con la expectativa de la reivindicación. No fue hasta que alcanzaron la calle Uruguay que fueron dispersados progresivamente por el contingente policial. Una cascada de lagrimógena se alzaba sobre el cielo oscurecido, dejándose caer sobre la gente amontonada como un baño de tumba. En cuanto la noche de brujas comenzó a volverse una caza de brujas, los manifestantes se devolvían ante el paso lacerante de los pacos que aguaban literalmente la fiesta, correteando a cada uno de los participantes de la brigada. Tomaban las calles laterales, huyendo como sombras en busca de cuerpo. Los rincones del plan atestiguaban una vez más el caos que precede a la coacción del orden. Algunos se volvían para combatir a los mercenarios del orden; otros, se replegaban para esconderse en los árboles y en las esquinas; los menos, se retiraban a sus casas, se iban a chupar o bien volvían a la Plaza Victoria para reunirse con las familias y los cabros chicos que seguían disfrutando de lo lindo su pequeña festividad, adornada por el perpetuo motivo de la muerte.