viernes, 12 de noviembre de 2021

Una ex alumna del Instituto me escribió por interno para contarme que soñó algo y luego lo relató. Quería que leyera su sueño contado, porque tenía pensado relatar cada sueño como una mini historia. Le contesté que era una grata sorpresa, porque, de hecho, yo también estaba recopilando una serie de relatos oníricos con miras a publicarlos en un libro. La ex alumna lo encontró genial y me pidió que, por favor, leyera su relato, para luego darle luces respecto a su significado profundo. Paso a compartir el relato de la chica, corregido en la ortografía y la redacción para acomodarlo al sentido de su historia:

Soñé que tenía otra pareja. Aquella pareja era muy dominante conmigo. Tuve una hija con él llamada Emma. Durante el sueño, iba a cumplir 8 meses. El ambiente en que ocurría todo era tan extraño, tan húmedo, que no podía creer lo que estaba soñando. Un día, desperté, miré alrededor, me levanté como si fuera un día más. Lentamente, miré y toda la casa parecía estar orden. Luego, escuché una voz suave, era mi hija que me susurraba:

-Mamá, vamos al colegio-.

Yo, con una sonrisa gigante, la miré y le dije que fuéramos.

Al salir de su colegio, tras ir a buscarla, sentí que todos me miraban. Algo extraño sentía que pasaba. Dejé ahí a mi hija, le di un abrazo:

-Sólo yo te vengo a buscar, no te vayas con nadie más-, le dije.

Miré hacia atrás y allí estaba mi ex esposo, al cual aborrecía. Solo con mirarlo lo odiaba. Se acercó y me preguntó cómo me sentía. Yo quedé en shock y le dije que por qué me preguntaba cómo me sentía. No quería seguir escuchándolo. Entonces, para evitar sacarle temas, le dije que estaba súper bien, y me despedí de él, abruptamente. Empecé a caminar rápido, porque algo me decía que mi ex venía con mala intención, ¡no miré atrás!

Corrí a mi casa y, al entrar en un pasaje, justo antes de llegar, sentí que me tomaron del brazo fuertemente ¡Era él! Me preguntó que qué me pasaba, que habláramos, y yo me solté.

-¡Suéltame!, le grité -¡Que te crees que toda la vida harás conmigo lo que se te dé la gana!

Forcejeamos. En un momento, me levantó la mano y yo grité fuerte el nombre de mi hermana “¡Nicooooool!” y el sobrenombre de mi tía “¡Pody!”. Sentí, en ese momento, que me iba a morir entre tantos golpes, cuando, de pronto, sentí el aire. ¡Sí! Llegó mi hermana, mi cuñado, mi tía y su marido a ayudarme, y ahí fue cuando pescaron a mi ex esposo y le dieron muchos golpes.

Él escapó, pero algo me tenía mal, algo me decía que estaba mal, algo me estaban escondiendo todos, incluso mi familia. Yo no sabía qué pasaba conmigo y en mi mente estaba el nombre de un hijo llamado Santiago y la edad de él. Hacía memoria y me decía por qué pienso tanto en un hijo hombre de 8 meses de vida, y en mis pensamientos ya no estaba mi hija. No paraba de tener aquellas dudas, hasta que fui a buscar a la persona que me diría la verdad: mi hermana mayor, Nicole.

Nos juntamos y le conté todo lo que en mi mente daba vueltas.

–Nicole, dime la verdad por favor, ¿Por qué en mi mente tengo a un niño que es mi hijo, se llama Santiago y tiene 8 meses?, hermana, por favor dime la verdad-.

-Pucha… esto era confidencial, pero no me gusta verte triste hermanita mía, así que te contaré toda la verdad-.

Me lo dijo con la voz temblorosa. Mi piel se erizó. Sentí un escalofrío de las puntas de los dedos de los pies hasta la mollera. No lo podía creer.

-Estoy dispuesta a escucharte, pero cuando acabes de hablar, sea cual sea mi reacción, cambiará-, le dije, muy nerviosa.

-Yo nunca lo quise así pero ¡tuviste un accidente automovilístico por culpa de tu ex y quedaste en coma por todo este tiempo! Y en ese auto iba mi sobrino Santiago y murió-, me dijo, llorando.

No paré de llorar. No podía creer lo que me estaba relatando mi propia hermana.

-¿Entonces si tenía un hijo, todo lo que he tenido en mi mente todo este tiempo era verdad? ¿Y quién es esa hija mía llamada Emma? ¿De dónde salió?-, le pregunté, angustiada.

–A Emma la adoptamos como familia, la criamos nosotros. Siempre le dijimos que tú eras la mamá y que estabas enferma, y que un día despertarías y la llevarías de la mano al colegio, porque no queríamos que sufrieras, y aquel doctor que te revisaba a diario nos dijo que “cuando su familiar despierte, tendrá secuelas de pérdida de memoria, y se acordará de parte de su vida cotidiana antes de estar en coma, así que tienen que tener cuidado con lo que hagan o le digan”-.

Mi hermana me lo confesó todo, entre lágrimas. Fue ahí cuando mi familia quiso hacer una vida nueva con una hija, para que no me acordara de mi hijo fallecido. No quisieron meter preso a mi ex, para disimular el accidente. Como toda familia, quisieron lo mejor para su hija, pero solo pensaron en ellos y no en cómo le dolería toda la verdad. Como todo sueño, no tiene fin.
Leí otro de los textos que la alumna escritora me manda. Sin duda, en sus líneas se advierte ese impulso en ciernes, ese llamado, esa suerte de tabú discursivo u oficio culposo. Siempre es grato leer algo de tus estudiantes, sobre todo cuando están recién empezando y todavía no corren el riesgo de contaminarse con malas influencias de ciertos círculos literarios. Aquí sí se puede hacer un trabajo de relojería, incentivando su talento y orientándola en el camino que solo ella conocerá, algún día. Comparto uno de aquellos textos:

El libro que nunca te escribí

El libro que nunca te escribí tiene las páginas manchadas por borrones que dibujan la silueta de ese otro tú, el que era la génesis de las palabras más hirientes. En esas páginas acecha la sombra de tus otras manos, las que agarraban todo lo que yo era para despedazarlo metódicamente.

El libro que soñé con escribirte tenía tu nombre en la dedicatoria y una historia hermosamente nuestra entre versos.

El libro que soñé con escribirte no tenía la historia verdadera, la de tus silencios infértiles, la del dolor que me regalaste, ni la desilusión que sembraste en mis jardines, de la que germinaron incontables escritos.

El libro que te quise escribir era el más largo del mundo, porque tenía una carilla por cada día a tu lado. El que podría escribir tendría exactamente 127 carillas con sus planas manchadas de sangre, 20 hojas donde se hacía notar mi frustración, 15 carillas donde me preguntaba por qué tú y no otro, 41 hojas donde se desdicen todos mis declaraciones en el eco de tus errores, y página a página crece la distancia entre nuestras manos y los agradecimientos finales son siempre despedidas.

Si te escribiera todos los libros del mundo ahora, me quedarían cortas las palabras, para relatarle a quien lo leyera la trama que nos ataba.

Si te escribiera ese libro ahora, tendría que poner en sus párrafos todas las cosas que no quiero decirte ni debería.

Si publicara ese libro hoy, quien lo lea sabría cada detalle morboso de todos los peores momentos en que me lastimaste [sin saberlo y con intención] (en que nos lastimamos) y pensaría que soy estúpida por aun así escribir que me gustaría que no me hubieras hecho tanto mal. Y se reiría de mí, por poner que lo peor que me pasó en la vida fue dejarte de amar, que todo el espacio de la adoración ahora lo ocupa un agujero de tinta.

No escribiría nunca ese libro, porque no hay manera en que nadie entienda que se pueda amar a quien te hizo daño, aun siendo consciente de que te está deshilachando lentamente.

No escribiría ese libro nunca, porque lo leerías pensando en que corrigiendo sus errores tendrías otra oportunidad, como si pavimentar el siguiente tramo de una calle anulara los baches de la anterior, como si pudiera borrar toda esa angustia de cuajo y volver a quererte.

No escribiría nunca ningún libro, porque soy incapaz de moldear en estética todo ese martirio, porque no hay ni un poco de prosa ni de poesía en esta historia, ni moraleja ni sentido alguno.

Todos los libros que nunca te escribí, ni escribiría, los llevo conmigo siempre, y me aterra que algún día alguien más los lea con ojos juiciosos.
Estamos tan polarizados, querida, que cada cual ve en sí mismo el orden, el bien, la virtud y la verdad; y en el otro, el caos, el mal, el vicio y la mentira.
"Defender la autonomía es defender la libertad, un valor que los discursos autoritarios temen y persiguen. Saben que en el oscurantismo intelectual al que hemos ingresado los últimos 15 años, las universidades públicas, con libertad de cátedra, serán, como los monasterios de la edad media, islas de conocimiento y fuentes de saber.

Si la autonomía hay que defenderla y cuidarla como la "niña de nuestros ojos", el co-gobierno docente estudiantil debe ser repensado y transformado. El co-gobierno se ha convertido en un dispositivo de clientelismo y corrupción, que legitima los micropoderes facultativos, con sus "reyes chiquitos", terminando en el poder supremo rectoral.

Por ello, la movilización universitaria debe ser, hacia afuera, la implacable defensa de la autonomía, frente al intento estatal plurinacional, de controlar la vida universitaria. Y hacia adentro, iniciar una radical transformación académico institucional, empezando por el co-gobierno. Esto supone discutir la reducción de sus competencias y su reorganización alrededor de criterios académico antes que político partidarios".