miércoles, 1 de noviembre de 2017

“Fue importante en mi vida como estudiante, porque era una persona distinta: Tenía un carácter extraño. No era una persona que destacara, no era un gran alumno, no era un gran líder. Pero tenía algo muy especial, una riqueza espiritual” Sebastián Piñera, hablando sobre su antiguo ex compañero del Verbo Divino: Rodrigo Lira.
Vuelvo a la pieza luego de un miércoles con onda dominical. Ya no digamos que vuelvo a casa. Sería mucho decir. La pieza tal cual. Con la cama deshecha, con unas cuantas cuestiones sin revisar, y con la ventana semi abierta a través de la cual había caído algo de agua sobre el velador. Ese pequeño charco sobre el velador refleja el exterior de la pieza, pero a la vez se posa sobre el interior. No refleja otra cosa que el punto intermedio entre esa humedad poblada al aire libre y esa sequedad puertas adentro en la que con suerte caben los libros, la ropa y la falta de vergüenza. Nada de lo que he descrito en rigor me pertenece. Nada en estricto rigor es mío. Ni siquiera ese pequeño charco de agua producto de la entropía inevitable del medio ambiente. Como mucho solo su reflejo sobre mi persona, y un par de recuerdos desventurados en el bolsillo del pantalón.
Jorge Olguín ayer, en una entrevista al paso, dijo algo más o menos así: "Ojalá nuestros niños se disfrazaran del Trauco, del Chupacabras, del Ruende, de la Pincoya. Ojalá adoptaran la mitología local como forma de sembrar el miedo".
Rumbo a Viña, casi al llegar a la Torre Barón, una montonera de pancartas presidenciales, puestas ahí al lado de donde pasan los autos, a modo de aviso publicitario. Justo a un costado de ellas, bajo la carretera de Av España, un grupo de clochards, de vagabundos anónimos se guarece del frío y de la intemperie, instalando incluso carpas y colchonetas. Se divisaba a uno de los más desprendidos sacar la pancarta en mejor estado, arrastrándola con cuidado a través de la carretera, procurando ilusamente no ser visto. La acomodó de tal forma que le sirviera de abrigo, antes de que acabase el período eleccionario, y antes de que la acción del viento y la velocidad de las máquinas acabaran por liquidarla.