Otro poema nuevo escrito a mano, sin asistencia de la IA, recuperando lo orgánico, a puro pulso:
Se cierne la noche sobre la casa
El puerto zozobra, los invitados se apresuran
Las voces se reúnen en el espacio en blanco
Lejos de la insufrible inquina
Lejos del despecho y la cólera
¿Qué será de aquella opacidad de afuera
Desdibujando el límite de lo prohibido?
Los invitados tropiezan, ataviados con el tiempo
Pero la palabra justa articula, de vuelta, el ritmo.
Un vaso de agua aplaca las lenguas
Enredadas en su carne semántica
Los minutos agobian, el verbo apremia
Urge la labia ante la mirada ansiosa
De los extraños que aguardan la lectura.
Un vacío en el ambiente congrega
La materia de las digresiones
Pura herrumbre contenida
En aquellas páginas incógnitas
Acaso pretendan decir algo
Alguna imagen digna, legible
Algo remotamente masticable
Acaso pretendan acabar con el marasmo
De su propia impotencia, silencio
Abarrotado hasta la náusea.
A medida que las voces se desprenden
Ocurre la respiración
Los tópicos cobran la forma
Se despliegan en las palabras
Adquieren el relieve perdido
La poesía de sus ocasos
Se despojan del miedo interno
Mientras sus demonios decantan
Entonces, solo entonces, los oídos atentos
Acaba la espera y los ripios seducen.
El hierro de los versos proyecta
Un nigredo y ese nigredo
Se disemina en los corazones
Sienten la agitación, la amargura del hablante
La lírica del desposeído, que atraviesa
Tradiciones e historias
Para decir que el amor con su desecho
Para decir que el dolor no basta
Que hay algo que se niega a ver
Que quiere el olvido de todas las cosas
Ese algo quiere la desaparición
Pero añora el enigma
Una voluntad traicionada
Redimida tarde y mal, en el oficio.
Tras la lectura, reunidas las voces
El nigredo es alumbrado
La herrumbre deja de ser
La sala recupera la luz
La musa se hace carne en el grito
Un vino añejo consagra la incierta velada
Y todos dejan, a oscuras, el espacio en blanco
Para no volver
Y entregarse.