martes, 17 de mayo de 2022

Otra locura narrativa, un cuento sobre un sueño, que irá a "Onirómano":

Se habían perdido en el Máscara con un amigo. Fue cuando vio a una chica al fondo de la pista, con la cual intercambiaron un par de palabras y bailaron un par de temas, para luego ir a beber algo. La chica decía ser abogada. Siguieron conversando durante el especial de Morrisey. Al rato, sin embargo, la perdió de vista, entre la masa de gente. Le había alcanzado a pagar su parte de la cerveza. De repente, llamada perdida del amigo. Ya iba de regreso a casa. Así que salió del local, caminó aún con la euforia de la noche y la pista sonando en un loop eterno. En eso, recordó algo relativo a un robo en un establecimiento. El robo se le adjudicaba a alguien, pero, azarosamente, la culpa psicológica recaía sobre él. Al caminar, avisaba una latente persecución. Nadie le perseguía, pero corría solo. Lo que le perseguía, en verdad, era una sombra, o tal vez, la tiniebla de una conciencia culposa.
A medida que andaba, el camino iba tomando la forma de un callejón escasamente pavimentado, casi de arena, como el de ciertos cerros de Valparaíso. En particular, tenía la forma de una explanada de Playa Ancha. Mientras avanzaba, el aire se iba haciendo más asfixiante y el ambiente se iba tornando más denso, adquiriendo el cielo un tono rojo. La sensación en la trayectoria era la de estar cruzando túneles de tiempo. Un pasaje tomaba la forma de una bajada de la infancia, entre Francia cerca del Trafón, y la salida de ese mismo callejón adquiría, en cambio, la forma de la subida Carampangue.
Avanzando un poco más hacia el mar, inconscientemente, aún sin tener la noción de la costa, el terreno colindante fue tomando luego el relieve del Batán, aquel pasaje eriazo del barrio de sus abuelos, hoy por hoy, vuelto uno de los tantos antros improvisados a merced del espíritu de la calle. No iba hacia ningún lado en particular, pero solo precisaba correr, arrancar. La geografía de los espacios que se iban abriendo no guardaba ninguna relación con sus dimensiones reales, pero tenían, para efectos del viaje, un sentido subjetivo, uno del todo emocional, al punto que la culpa por aquel robo ficticio iba distorsionando todo a su paso, cada vereda, cada esquina, cada recuerdo de cada esquina transitada.
Solo una vez que volvía hacia lo que parecía una pequeña plazoleta perdida en una calle central, totalmente deshabitada, el espacio dejaba de adquirir esa mutación amenazante. Era algo parecido a Aníbal pinto, pero solo con unos cuantos sujetos anónimos pululando alrededor de una niebla espesa. El local en donde debía estar el Máscara permanecía cerrado. Tenía la forma de una antigua botica. Solo alcanzaba a salir por ahí una anciana con un bolso. Algo lo llamó a acercarse a ella. Entonces, la detuvo, sin más. Al voltear el rostro, la anciana lo miró fijamente, al punto que se vio inmerso en aquella mirada surcando una profundidad de dimensiones cósmicas. Tanto se hundió en ella que volvió a su memoria, y abrió una billetera roída guardada en el bolsillo del pantalón, con la cual le pagó a la anciana, por fin, la parte de aquella cerveza legendaria que le debía, luego de haber salido de aquella pista de baile todavía sonando en un loop infinito sin espacio ni tiempo.