sábado, 9 de diciembre de 2023

Encontrarse con textos de poetas conocidos en los materiales de estudio resulta conmovedor, pero encontrarse con textos de otros poetas conocidos en una prueba de evaluación docente ya es digno de novela o de comedia, según cómo se mire. ¿No será acaso esa la consecuencia de codearse con tantos y leer a tantos, sin siquiera reciprocidad ni reconocimiento? Irónico sería leerle a los cabros los textos de tantas caras reconocidas hasta el hartazgo. Pese a todo, ellos han insistido en la idea de leerles parte de mi libro en alguna guía de interpretación literaria o de comprensión lectora. Si el Ministerio solo admite a los renombrados, que los alumnos admitan a los anónimos, sus profesores.

Cuatro preguntas poéticas en la ECEP de Lengua y Literatura

Minutos antes de dar la prueba de conocimientos específicos, saqué del bolsillo un lápiz bic azul que había llevado como cábala. Para mi sorpresa, este había reventado por dentro, dejándome las manos llenas de tinta y manchando de paso la portada de la prueba. No fue tanto, en todo caso. Le pregunté a la coordinadora si había algún inconveniente. Consultó por interno y dijo que no había ningún problema, siempre y cuando limpiara bien la zona manchada con tinta. Muy amable, la coordinadora me ofreció unas toallitas húmedas para poder limpiar y proceder a resolver la prueba. El nerviosismo me había jugado una mala pasada, pero interpreté ese lápiz reventado como una primera señal: desastre o desafío. Conforme avanzaba en la resolución, el tiempo hacía lo suyo. Tras cada pregunta en la que me detenía, parecía que devoraba los minutos.

Me entretuve bastante con algunos ítemes relativos a la enseñanza de la literatura, hasta que di con algunas preguntas sobre comprensión de textos literarios. Las recuerdo perfectamente. Había una sobre Juan Luis Martínez y su poema La realidad. Preguntaba sobre qué temática propia de la literatura contemporánea se introducía en el poema, si acaso la inexistencia de la realidad, su comprensión, su inabarcabilidad o su definición. Pregunta que, debo reconocer, me dejó “metido” varios minutos. Parecía que, en lugar de estar realizando una prueba de conocimientos, estuviera realizando La nueva novela. Y, en efecto, así sentí la prueba, por momentos: un ejercicio de crítica y hermenéutica, a la vez que una parodia de ambas cosas. Estaban disponiendo de nuestra realidad como docentes, estaban jugando con nuestro futuro posible, con nuestra posibilidad fantasmática de realización, aunque no supiéramos de qué realidad exactamente estábamos hablando.

Había en la prueba una pregunta sobre un fragmento de un poema de Ximena Rivera. Se llamaba Las transformaciones. La pregunta hacía relación al sentido del poema. Si acaso representaba el destino inexorable de la muerte, si acaso la vida como un viaje sin sentido o el desmantelamiento de las certezas a medida que avanza la vida. No eran estas las alternativas exactas pero las escribo como yo las recuerdo. Me impresionó encontrarme con un poema de la poeta porteña de culto Ximena Rivera. Su hallazgo poético en la prueba fue algo así como una revelación y un recordatorio de aquellos años en que se hacían lecturas en el Bar La Playa y todavía se gozaba de la camaradería de los poetas de ese entonces (pese a que algunos quisieron apropiarse de su memoria). Hoy Ximena ya no está con nosotros pero se manifestó, de alguna forma, en ese fragmento poético y en esa pregunta. Yo aposté, decidido, al desmantelamiento de las certezas, porque, en el fondo, no había nada seguro, porque “estamos muy cansados de luchar con el mar y con esa extrañeza de estar vivos”.

Otra pregunta refería a la novela Exploradores del abismo de Enrique Vila Matas. Se trataba de un extracto de una entrevista hecha al autor, comentando su libro y, de paso, declarando una suerte de “arte poética”. En el fragmento, Vila Matas afirmaba que “todo es abismo”, que abismo es lo que cada quien quiera, incluso aquello en lo que ahora mismo estaba pensando. Se podría decir entonces que, en ese instante, Vila Matas me interpeló directamente: el abismo era esa prueba y su pregunta. El abismo podía ser también la propia instancia evaluativa y la sala que nos convocaba a los colegas, cada cual más desconocido para el otro. Si llevásemos los dichos de Vila Matas aún más lejos, el abismo alcanzaría hasta la propia Carrera docente. Sin embargo, había que darle una dimensión al abismo, so pena de caer precipitado en él y no regresar jamás. Había que sondearlo para poder responder y seguir adelante con la prueba, con la premura del tiempo abismante que se nos venía encima. La pregunta remitía a la analogía entre escribir y abismo, qué tipo de relación analógica se establecía entre ambas. Por fortuna, yo tenía la novela y ya la había leído. Lo más intuitivo era, de ese modo, aludir a que la escritura, como cualquier otra actividad humana, implicaba, para el autor, una puesta en abismo, como él mismo apuntó: “la escritura de nuestras vidas sobre el alambre”. Así quedaba resuelta la pregunta sobre la analogía entre el abismo y la escritura y, con ello, también el precipicio que se proyectaba más allá de la prueba misma, hacia el propio abismo en el que estábamos cayendo en caída libre, a cada pregunta respondida, a cada minuto dentro de aquella sala.

Y así llegué hasta una pregunta que refería nada más y nada menos que a un texto de Fernando Pessoa en su Libro del Desasosiego. En este texto, el hablante declaraba que “ser comprendido es prostituirse”. Muy oportuno, sobre todo y considerando que las preguntas sobre textos literarios tan interpretativos trataban, a ratos, precisamente de rehuir a nuestra comprensión, haciéndonos caer literalmente en el desasosiego, no el pessoaniano, pero uno muy vívido, a medida que el tiempo apremiaba y la coordinadora, cual mercenaria de Cronos, avisaba la cuenta regresiva cada cinco minutos. Había que responder la pregunta sobre el texto de Pessoa a como diera lugar. Era de las últimas. A esas alturas, me encontraba todavía muy ansiosos aunque extrañamente encantado con la calidad de textos que pusieron en la prueba. Se trataba de un goce literario dentro del formato estandarizado. La pregunta sobre el texto de Pessoa remitía a la progresión temática desarrollada. Debo admitir que me fue muy fácil responderla, quizá sea porque Pessoa es uno de mis referentes en la prosa o porque sencillamente la respuesta correcta remitía a algo demasiado evidente: el orden inductivo de las ideas, puesto que el hablante comenzaba el fragmento hablando de una experiencia personal ocurrida en su oficina, donde decía literalmente que “nada podría indignarle tanto como que en la oficina le extrañaran” y que “quería disfrutar la ironía de que no le extrañasen”. Así, se podía decir con toda seguridad que el hablante partió de su propia vivencia para luego extrapolar una reflexión más amplia sobre el hecho de no ser comprendido como algo que producía una sensación de voluptuosidad.

Faltaban cinco minutos para el fin. Al llegar a la pregunta sesenta, me invadió, de pronto, una calma serena, la calma que se produce después de haber sorteado la primera prueba en “la rueda de la rata”, a la vez que un íntimo orgullo, orgullo por haber viajado a través de aquellas preguntas literarias como quien viajaba hacia la culminación de una obra imposible por inabarcable. Si al momento de recibir los resultados, sus respuestas resultaran equivocadas, me quedaría, sin duda, con la sensación de haberme transportado, por unos instantes, en ese sarcástico juego intertextual, que contenía un cuestionamiento a la misma realidad, una expresión lírica sobre la falta de certezas, una exploración del abismo que es la propia vida humana y una reafirmación del orgullo de ser incomprendido. Sea cual sea el resultado de la prueba de conocimientos específicos, me quedaré con esa impresión, y brindaré por la literatura, cada vez que intenten hacer de ella un instrumento, un artefacto que nos mide pero no se deja medir del todo.