jueves, 24 de octubre de 2019

Nuevo lapsus linguístico en el libreto de Piñera. “Cuando teníamos todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas” fue la frase que citó en su última declaración, respondiendo de manera solapada a las demandas colectivas. Asoció la frase a Benedetti, en circunstancias de que este último la sacó de los dichos del escritor Jorge Enrique Adoum. La pregunta ahora es quién será el negro literario de Piñera y cuál será la idea de tanta cita apócrifa ¿demostrar con hechos y palabras que no entiende nada? ¿O derechamente ocultar sus verdaderas intenciones bajo el manto de una mediática y aparatosa ridiculez?
De vuelta de la pega en la tarde, desde estación Barón a lo largo de Av Argentina, casi todos los negocios semiabiertos, o debería decirse mejor, semicerrados, tanteando la posibilidad de captar alguno que otro cliente apresurado antes de la inminencia del toque. Varios tenían en sus rejas una advertencia para los posibles saqueadores. Rezaban algo así como: "No saqueen a los trabajadores. Saqueen el Congreso", o "este es el almacén del pueblo". Mientras iba caminando, esta consigna se hacía más numerosa. En la medida que recorría la Avenida, cada farmacia, restorán, librería, hasta kiosco cobraba de pronto aquel apelativo "del pueblo", con tal de dejar en claro que era un sitio digno de respeto. La leyenda del pueblo se propagaba como cábala ante el futuro caos citadino. Así una serie de locatarios salía de aquellos sitios del pueblo para aprontarse a retornar a sus casas o bien tomar las locomociones llenísimas para alejarse lo más pronto posible del plan de la ciudad. Tomé una local, la verde, repleta de gente inquietantemente tranquila (o debería decirse, pasmada), y me bajé un poco más allá de Las Heras para comprar otras cosas para la casa. Ya en ese puro perímetro se dejaban asomar los pacos resguardando los rincones más visibles de la cuadra. La misma gente que se bajaba de las micros o que salía de los sitios del pueblo, se volvía a encaminar cerro arriba o bien pasaba por detrás de la comisaría. Un poco más allá, comenzaba a resurgir el aire amenazante. Unos pocos cabros divisaban a lo lejos una concentración desde la plaza de los sueños. "¿Tení una honda?", le preguntaba uno a un amigo. Otros tantos se desviaban por Aldunate, donde volvían a aparecer las patrullas de la nada. Al caminar por esos lados se podían pisar los colgadores de la ropa robada por los saqueadores del día de ayer, y se podía atisbar una cuadra repleta de una mezcla de colgadores, limones y mancha blanca. Una aparente calma conjugaba el escenario, la calma "del pueblo" que en realidad es la antesala a la conmoción política.