jueves, 3 de agosto de 2017

Fantasmas

Durante la clase de poesía, los chicos de al fondo estaban literalmente buscando fantasmas. Sonaba un ruido similar a un radar. Venía del celular de uno de ellos. Fui a verlo. En su celular había efectivamente algo así como una aplicación para simular una búsqueda de entidades paranormales. "A lo que vino el profe, los fantasmas huyeron", bromeaba una alumna. Al minuto, volvía el sonido. "Mire, mire, caleta de fantasmas al hilo". Para seguirles la corriente, pregunté acaso donde estaban. Dijeron que detrás de usted. Uno de ellos señaló a mis espaldas. Me di la vuelta. Casualmente, el dedo del chico apuntaba hacia la pizarra. Ahí estaban escritos los nombres de cinco poetas chilenos: Neruda, Mistral, Huidobro, De Rokha, Lihn. Se rieron al haberme dado la vuelta. De pronto, la clase de poesía chilena se volvió en realidad una cacería de fantasmas. "Siguen wn, siguen aquí", gritaba un compañero como corriéndose a la esquina, mientras el sonido del radar se hacía más agudo. ¿Cree usted en los fantasmas, profe? preguntaba el chico que apuntó a la pizarra, mientras su atención se iba diluyendo con el desorden del compañero, que seguía fregando con la aplicación. No supe qué responder en ese momento. Cuando recién había craneado una respuesta y estuve a punto de decirla, sonaba el timbre, y los cabros ya estaban hueveando afuera de la sala, con su cacería virtual, sin que me hubiese dado cuenta. Los fantasmas también, en cierta forma, invisibles, inadvertidos, habían desaparecido de la clase junto con ellos. Ya se habían ido, en busca de otra imaginación que poseer.