viernes, 9 de agosto de 2013

Soy Leyenda

En uno de esos arranques de despropósito volví a ver la película "Soy leyenda" protagonizada por Will Smith, arrastrado a ese morbo común del escenario apocalíptico, el del "fin del mundo" hollywoodense. Lo hice con la intención de digerir el halo de redención y de esperanza remota que imprime, que en este caso al menos no deja entrever tan groseramente la auto referencia yanqui. Uno tiende a creer con estas últimas clases de películas, que va a existir una suerte de reivindicación, de cierta moral flotante que pareciera inundar el espíritu del palomitero promedio, luego de visionados del calibre de Día de la Independencia y de 2010. De que una suerte de revitalización moral "new age" (pleno de optimismo efectista) pueda subsanar semejantes apologías de la estúpidez y la banalidad. En Avatar, por ejemplo, uno ve más que una metáfora entre ecologistas y explotadores, la lucha simbólica contra los científicos baconianos: “La naturaleza debe ser obligada a servir, reducida a la obediencia y esclavizada…para extraer, bajo tortura, todos sus secretos”. (Francis Bacon). Vemos cómo James Cameron se alza como estandarte de este espíritu (desde la lectura estricta de la película), siendo la estrella de rock de las nuevas groupies ecológicas anti capitalistas, siendo asimismo quien capitaliza con los millones y millones recaudados del celuloide su visión anti baconiana. Algo extraño entonces empieza a rugir entonces, desde la pantalla plana de estas mentes. Algo más que el mero efectismo que mascamos entre palomitas de maíz en la oscuridad y captamos por sentido común universal.

"Soy leyenda" por su parte, trata de un escenario crepuscular donde la mayor parte del mundo se ha convertido en criaturas bestiales, y Will Smith pareciera ser el último sobreviviente, y quien contaría con el conocimiento sobre el antídoto. Una suerte de elegido, a decir de Campbell, el humilde científico llamado a convertirse en héroe, casi una encarnación de prometeo, con el fuego de la ciencia que redimirá al humano de su precipitada auto destrucción. La lectura embargada del elemento mítico que pareciese evocar, y del correlato moral que plantea, en la figura de este agente solitario, cargando con el peso de la humanidad en sus hombros, sobreviviendo a costa de la sombra de lo que fue su mundo, posee un alcance más fronterizo y audaz todavía, y es que, al contrario de la trama superficial que ve en el virus el detonante del conflicto, es preciso comprender que el antídoto tiene un potencial problemático más hondo y elevado. Pienso en el antídoto que desesperadamente busca probar el Dr Neville, y no puedo evitar pensar, casi al unísono, en la dimensión inconmensurable de la ciencia, en el sentido de que esta se manifiesta casi como un "deus ex machina", en forma de metonimia oscura a través de pequeñas panaceas para la pobre humanidad en crisis, provocando muchas veces esas crisis para luego paliarlas en forma de hazañas científicas. De hecho, se exagera tanto que es considerada "la" Ciencia, como si el conjunto de relaciones que la conforman permaneciese oculto y solo se manifestara una positiva y material gran fuerza encausadora de los destinos de la humanidad. Es a su vez una de las metáforas del espíritu positivo: El Dr Neville como el héroe que resguarda en su máscara de mito el poder material de la ciencia (chivo expiatorio a modo de prometeo, cristo), el pensar epistémico al servicio de la conservación biológico, vital, como si el gran espectáculo de la tragedia humana y la hecatombe moral sirviese de conejillo de indias para los agentes de esa Ciencia, y todo el dilema existencial se condensase en su lectura más biológica, más orgánica posible. Menos platón, más prozac; diazepam para el letargo sicosomático; adrenalina para la indiferencia; anestesia para la fuerza irracional; panacea antídoto contra el virus. Y así como Hollywood se alimenta de la ciencia para su imperio, la ciencia se alimenta de la entropía.