jueves, 25 de abril de 2019

Me había dado por decir las claves de las guías aludiendo a cosas en lugar de solamente mencionar la letra de la alternativa. Un recurso, dirán ustedes, infantil, pero increíblemente conductista. Así, por ejemplo, salió a colación una que otra A, y le llamaba a veces avión; otras, anarquía. Cuando figuraba la C, se me ocurrió caballo. Al escuchar eso, un cabro al fondo gritaba "¡caallo!" en tono flaite. Otro, después de él, dijo "chela", "cigarrillo". "Se nota que es sano, profe", comentaba un compañero suyo, riéndose solo. Respecto a la E, dije elefante. Otro cabro de más al medio, saltó y dijo en su lugar: "¡esteroides!". Al salir la D, la cosa se había puesto fome. Con suerte, dedo, ¿qué más? diablo, demonio. Hasta que en una alternativa de los ejercicios salió como respuesta la B. Entonces, una cabra cerca de la puerta, en el grupito de la esquina vestido de uniforme rojo, no se hizo esperar, se levantó y dio su respuesta: "Es la B, profe, ¡B de Baca!". El bullying recayó sobre ella, en cuanto asociaron la palabra al animal. "Se escribe con v, weona, con v", insistió una compañera suya. Me había percatado del hecho y me toqué el rostro con la palma de la mano, creyendo que ella se refería efectivamente al animal. Pero resultó que también existía la palabra baca con b, solo que, en el momento de la respuesta de la chica, como todo fue tan inmediato, no alcancé a procesarlo. Ante las burlas constantes que le hacían, la chica en cuestión sacó su celu y buscó la palabrita en la Red, confiada en su existencia tan incomprendida como vapuleada. Por mi parte estaba seguro de que sí existía, solo que no recordaba su significado en ese momento. Y gracias a wikipedia, ¡santo remedio!, la cabra pudo confirmar su inquietud, con lo cual recuperó su honra in situ. La palabra baca se podía referir tanto a un portaequipaje como a un sitio donde podían ir pasajeros. "¿No ve, profe? le dije. Era la b de baca, y no me creyó". Tuve que retirar la palma del rostro y escribir en la pizarra la palabra junto a la alternativa, salvaguardando así la asertividad de la chica frente al resto. Sus compañeros también tuvieron que tragarse sus palabras, aunque insistían que la referencia era muy rebuscada. "Pero la wea existía", mencionaba ella, toda confiada, resuelta, muy segura de sí misma. Era tanta la seguridad que transmitía, que hasta se me ocurrió asociar su comentario a los dichos atribuidos a Galileo frente a la inquisición: "Y sin embargo se mueve". Durante ese momento caóticamente dinámico, la inquisición fue el resto del curso, rodeándola, apuntando a su supuesta ignorancia, y la chica hacía el papel de la iluminada que dio un giro copernicano al significado de la palabra. Ya al acabar la clase, la cabra de la baca se me acercó y me preguntó respecto a las palabras homófonas. Eran, de hecho, las palabras que sonaban igual pero se escribían distinto. "Eso pasó hoy. Un malentendido de homófonos", dijo. Y se dio medio vuelta, no sin antes ofrecerme una galleta, a modo de compensación. Esa pequeña galleta, cubierta de chocolate y vainilla, crujiente, era el obsequio que sellaría el impasse.