lunes, 31 de agosto de 2015

El último beso


Una chica en la película "El último beso" dijo textualmente que el matrimonio se inventó cuando las parejas vivían máximo hasta los 30. El jovencito de la película buscaba refugio en ella por su espontaneidad y tentación. Le encontraba la razón más atemorizado que convencido sobre la idea de huir del compromiso con el amor de su vida. Ella le invita al funeral de la muerte de un amigo. Al no llegar, se da cuenta de la traición, de una pasión clandestina. Lectura bíblica del filme: el jovencito fue Judas en su miedo, en su deseo de sexo libre de responsabilidad. El último beso puede ser el que desperdicie o corone su suerte. La chica amante, la María Magdalena que solo llama a vivir su pasión, seduce pero huye al menor atisbo de problemas. Solo queda el jovencito con la cruz en su conciencia y su amor, la chica embarazada que ahora le desprecia pero en el fondo no puede perdonarle haber acabado con lo que fueron e iban a ser. Para él, en realidad, fue el futuro, su incertidumbre o, más bien, el compromiso, su verdadera cruz, cuando se supone que sea su salvación, siempre y cuando aquel amor no se agote en la pura promesa, porque incluso para eso hay que pagar un precio altísimo: poner en una balanza el tiempo y el orgullo por un fin que se cree absoluto. No importa, al fin y al cabo, la verdad ni cuánto dure esa promesa. La leyenda cuenta que el crucificado regresa a la vida luego de tres días de silencio y oscuridad. El matrimonio sería entonces el lapso en que se sacrifica la libertad por la promesa de un amor que jura volver y cambiarlo todo, la garantía de un paraíso para el que se hipoteca hasta la palabra empeñada, el triunfo moral del corazón después del luto, la vida y todo lo demás.

sábado, 29 de agosto de 2015

Mudanza


La sensación placentera luego de haber transcrito un montón de pensamientos al papel, tal como el respiro luego de haber ayudado durante la mudanza de la familia. Escribir se vuelve eso: mudar de lugar algunas cosas.

Sobre Los Altísimos.





Recordé una escena clave del libro Los Altísimos de Hugo Correa, cuando X, el protagonista, habla con L su acompañante sobre las cualidades del mundo de Cronn. Todos los bienes materiales están asegurados de por vida. Todos y cada uno obra en función del bien común. Pero también cada aspecto de Cronn satisface el ocio y la satisfacción de cada uno. Se dice literalmente en el libro: -No hallarás egoísmo en Cronn. No existiendo el matrimonio ni la familia, el cronnio es libre de hacer lo que le plazca, siempre y cuando eso no perjudique los intereses colectivos-. Y posteriormente, viene lo más extraño e interesante: -Todos los bienes materiales sobra. (...) Sobran la comida y el vestuario. Y además siempre encontrarás una mujer dispuesta a compartir estas comodidades. Sobran las As y las Is-. L habla luego con el protagonista, en un tono solemne, sobre la progresiva inexistencia de los sentimientos personalistas en Cronn para lograr el tan anhelado progreso colectivo e indefinido. El amor y la amistad morbosa -dice L- son reemplazados por la pura convivencia. El asunto de la procreación y la crianza es preservado por las nodrizas. No hay lazos afectivos porque de acuerdo a esa lógica entorpece el desarrollo de la sociedad cronniana en su conjunto. La llamada Central se encargaría de proveer a esta sociedad de individuos genéticamente perfectos. Y por supuesto, funcionales al sistema. En un pasaje se concluye: -La Colectividad ha burlado a la Naturaleza. Ha conseguido la libertad absoluta del cronnio para que pueda dedicar todas sus energías a engrandecer Cronn-. Correa quiso ilustrar una gran sátira sobre las utopías sociales que estuvieron en boga durante los años de la Guerra Fría. Cómo se concibe un mundo donde ya no exista el deseo egoísta, donde toda acción apunte única y exclusivamente hacia un bien mayor, y, todavía, cómo se concibe una sociedad que haya alcanzado un grado tecnológico tal que todo error de la naturaleza sea previsto y corregido de tal manera que influya decididamente en la conducta moral e inclusive en el código genético. Correa fue lo suficientemente creativo para advertir un problema científico actual. La obsesión por evitar la entropía del cosmos a toda costa. En la sociedad descrita por nuestro autor, no existe el bien y el mal, porque no es necesaria la moralidad. La vida útil del cronnio está en función del crecimiento de Cronn. No hay pobreza ni dilemas existenciales. Inclusive no existiría la literatura ni el arte como tales ¿Para qué? Si ya no harían falta, en una sociedad cuasi perfecta. Por otra parte, el amor, según lo leído en la utopía de la novela, sería el gran agente de disociación. Y por eso mismo, quizá uno de los pocos sentimientos que dotan de cierto heroísmo tragicómico a la especie. Cómo sería posible concebir un mundo de tales características, sin antes experimentar un miedo inexplicable a perder precisamente lo que constituye al humano: la tendencia a desviarse de la norma, a propiciar el error en pos de emociones primitivas pero universales, en suma, el derecho a equivocarse, sello inconfundible de la civilización. Correa lo sabía. Muy en el fondo, más que una premisa científica, el error sería el espíritu de todo este gran castillo de arena que hemos construido, a pesar de cualquier otro plan universal.

jueves, 27 de agosto de 2015



Cuestionarlo absolutamente todo: teóricamente deseable pero prácticamente imposible, como el deseo de tener la verdad absoluta....

Pedro Páramo Test


Ayer tuve un control de lectura atrasadísimo sobre Pedro Páramo para Primero Medio. Medio curso dijo no haberlo entendido. Fundamentalmente, problemas con los cambios bruscos de narrador, el estilo algo fantasmagórico, la ausencia/presencia de amores y odios, pero sobre todo el hecho siempre categórico de la muerte, o sea, en realidad, el hecho de no saber quien diablos estaba vivo y quien estaba muerto. En el aniversario del libro, las palabras del autor ciertamente tranquilizan aunque con un dejo de ironía: “A Pedro Páramo yo le quité muchas páginas, como unas 100 páginas, pero después ni yo mismo lo entendí”. Al final de la prueba algunos la entregaron como si la pura lectura olvidada hubiera sido laberinto suficiente. "¿Murió realmente?" decía uno de los chicos. ¿Sobrevivirán a la prueba? Puede que sí, ¿Sobrevivirán a la lectura del libro? Ciertamente no.



miércoles, 26 de agosto de 2015



Desde que hay futuro que todo suena a mitología...


Buscando material para la clase de mañana sobre tópicos literarios, me encontré estos versos de Jaime Gil de Biedma como en una ironía del destino: "No leer, no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, y vivir como un noble arruinado entre las ruinas de mi inteligencia"

martes, 25 de agosto de 2015

Mester de soltería


Hay dos libros sobre el Mester de soltería, uno de Rolando Rosas , mexicano, que reivindica su condición solitaria, otro de Luis Correa Díaz, chileno, que habla de otros para no hablar de sí mismo. Escribiría un tercer libro, a medio camino entre el silencio y la habladuría, que sea una pura página en blanco que simbolice toda nuestra historia sentimental...

¿Qué sería de nuestra época sin la música del pasado, sin el pop y el rock que escuchábamos de chicos y que en su tiempo fue grito y promesa y nos llega a nosotros en calidad de arqueología? Es lo que pienso cada vez que sintonizo youtube para acompañar las horas de trabajo gratuito. En esos minutos que pasan la memoria hace lo suyo rebobinando recuerdos que se creían grabados a la fuerza. El colegio, el cerro. La fascinación pero también la expectación. A ratos, en ese lapso melómano, nuestra historia parece un viejo cassette que olvidamos reproducir. Tratamos de parchar la parte de la cinta que se encuentra dañada. La música sonará de todos modos pero el sonido no será el mismo. Tarareamos el estribillo para aludir a nuestros viejos encuentros, hacemos que el ritmo recorra nuestro presente, pero el sonido llegará a nosotros con un rumor lejano, un leve disturbio en la fidelidad. Así como en la cinta, no podremos reparar las palabras y acciones que una vez hicieron efecto en nosotros, pero aún así las conservaremos quizá como si se tratase del lado b de nuestra antología personal. Y las seguiremos recordando una y otra vez en esas horas de trabajo y de limbo musical, como si con eso detuviésemos el tiempo, y fuéramos a caer de una manera irremediable en la nostalgia de una época que no se acabó de vivir pero que tampoco se acabará de reproducir...Mientras pensaba en esto di un vistazo a VH1, tratando de que Mtv no volviese a aparecer en el recorrido, para resucitar otra vez esas horas sin música que se creían muertas, o que sencillamente eran horas en que no se hacía otra cosa que sacar la vuelta, para volver a pensar en el día de mañana, la obligación, lo disonante, lo que desentona con nuestros deseos más inútiles y desenfadados.

lunes, 24 de agosto de 2015



Si se piensa detenidamente la perspectiva optimista apunta siempre a una realidad imaginaria en la que todo puede siempre ser mejor, restándole valor a lo que se siente aquí y ahora. Parte constatando que esta realidad puede ser superada, hay una insatisfacción maquillada en ese deseo, un siempre negar el presente y sus contradicciones por un ir más allá como el caballo con anteojeras que solo puede mirar hacia adelante. En Cándido y el optimismo de Voltaire, se critica esa visión leibniziana de no haber mal que por bien no venga, de estar en el mejor de los escenarios posibles a pesar de que el personaje principal experimente a lo largo de su vida precisamente lo contrario. El optimismo así visto se vuelve más un slogan publicitario que un ejercicio intelectual, una aceptación conformista de que nos puede ir mejor si solamente así uno se lo propone. Es de hecho la estrategia reaccionaria del comerciante, que lo hipoteca todo en pos de una visión antojadiza del futuro. El optimista es un especulador de tomo y lomo. Tiene demasiado que perder. Tiene demasiados planes. El pesimista, por el contrario, no tiene ninguno, solo constata lo que vive y siente en este preciso instante, para conjurar al mundo con esa visión de tinieblas. Si todo está perdido, entonces ya no le queda nada que perder. Es invencible, porque ha hecho suya la derrota. Si todo sale de acuerdo a su expectativa no sufrirá una decepción. Si la vida le demuestra lo contrario, estará abierto a lo desconocido...

miércoles, 19 de agosto de 2015



Escribir es como planear un asesinato. Si todo sale bien, el autor, los cómplices y la víctima desaparecerán. La sangre será historia. El crimen será perfecto...

lunes, 17 de agosto de 2015

Quedarse afuera

Uno de los vecinos de la casa me decía que un día se quedó afuera porque no tenía la llave principal de la puerta exterior. Una metálica que va a dar a la calle. Le dije "¿en serio?" y él enseguida defendió la veracidad del hecho, como si con la pregunta la hubiese cuestionado, arguyendo que para qué iba a mentir, si él no era un mentiroso. No fue menor. Tuvo que arrojar moneditas a la casa de al lado para que le abrieran, durante la madrugada y con la gente molesta por despertar tan temprano. Su respuesta, como protagonista del desatino, iba en relación a la verdad y no al impacto de lo ocurrido. Mi respuesta esa vez fue retórica. Era la fórmula del asombro ante un suceso tan inaudito como cotidiano. Le había dicho que era preciso mantener esa puerta siempre cerrada porque suele haber gente que se pone a dormir en el descanso entre la puerta y la escalera de acceso y no siempre con esa pura intención azarosa -Sosteniendo que la desconfianza sea un a priori que se va descartando en la medida que voy conociendo al otro, aunque sea arbitrariamente-. Si algo aprendí en mis tiempos de conserje fue la desconfianza como base para cualquiera que en calidad de extraño acuda a un círculo cercano, una mínima intuición del sentido de civilización, una extraña voluntad gregaria aprendida pasivamente, de acuerdo a un rol contractual, real solo por conveniencia, una puerta entreabierta al mundo aunque se tratase de un simple protocolo más implacable que el fluir de la bolsa. Aprendí que todas las puertas precisan estar cerradas, aunque ello signifique dejar afuera el vértigo de la aventura y toda la dosis de peligro que conlleve, y que en última instancia toda puerta no está del todo cerrada hasta que recibe una última apertura, ya sea en la vida o bien de amanecida en una de esas jornadas eternas.

El vecino consigue la llave, el acceso al habitat, y consigue a su vez una seguridad de contrabando, un halo de paz que solo un círculo cercano le permite, el calor por reacción a la inclemencia del afuera, la miseria andante que ama toda compañía, en la medida que tenga esa llave como símbolo de pertenencia, desde cualquier clase de viaje o de naufragio, porque alguien con una llave aunque sea un huérfano es casi siempre alguien que abriga una esperanza ciega, la posibilidad de abrir alguna puerta por ajena y distante que sea y sentirse adentro, de vuelta a cierta especie de hogar, como si fuese algún Ulises clandestino. Se puede no tener dinero pero sin una llave se está literalmente perdido, aunque ya no queden puertas. Aún así la llave no te acompañará al éxito ni al fracaso, solo garantizará tu acceso a cierto umbral de la realidad, por hermético o insondable que este parezca. Nunca supimos, a pesar de ser vecinos, que esa respuesta frente al quedarse afuera de noche, paradójicamente tan lejos y tan cerca de la propia habitación, era sencillamente la ironía para superar nuestra condición de auto exiliados por el azar, para recordarnos qué tan cerca se está realmente de la calle y de las cosas que se temen por demasiado próximas. Dentro de la casa todos debiesen hablar el mismo idioma. Pero el afuera estaba demasiado cerca. En el lenguaje se encuentra todavía nuestro principal abandono. Pero el malentendido acaba siendo la llave secreta que abre una puerta imprevista, la ganzúa que nos hace violar el límite de la noche, sin palabras, para entrar por la fuerza al sinsentido original de nuestra rutina.

martes, 11 de agosto de 2015

No nos invitaron a la Academia.


Fui a la Upla a averiguar un asunto sobre el postgrado. Daban las tres, hora de colación, y nadie llegaba. Un señor que estaba esperando, doctorando en política, me dijo que es probable que se haya suspendido la reunión. Me señaló: "Es como funcionan las cosas". En eso conversaba sobre la tesis que lleva tiempo pateando indefinidamente. (Yo también, aunque de una manera extra académica, he llevado tiempo pateando cuestiones importantes de mi vida de manera indefinida). Me decía que casi todo hoy por hoy en materia intelectual se mueve por contactos. Por ejemplo, una tesis en materia política, por nueva que sea, por revolucionaria, si se quiere así, debe tener alguna clase de respaldo, una cita por miserable que sea, una referencia mínima a algún autor, y no cualquiera. Así, en todo orden de temas y disciplinas. Le señalé que es la paradoja de la academia: Exigen originalidad pero en el fondo se trata más bien de la capacidad de asociación e interrelación, una forma demasiado eufemística de decir: todo se mueve mediante relaciones clandestinas, personales, favoritismos o, en el mejor de los casos, meritocracia. Siempre la originalidad no es más que otro texto que necesita al menos ser pronunciado en el idioma de cierto grupo para constituirse como tal. Con la Academia funciona exactamente igual que con las bandas callejeras. Tienen todos sus códigos, su cadena de favores, sus deudas y sus recompensas, y también si se quiere, una lista negra para casos excepcionales. Así lo comprendían en cierto modo Bolaño o Arlt. No es tanto hallar un nuevo discurso, una nueva forma más radical de hablar sobre los tópicos de siempre, sino que desplazar de lugar los discursos, "mover el piso de los consagrados".

El sujeto me explicaba que como es posible que un paradigma pueda romperse, es porque todo forma parte de la tradición, la lengua misma lo es, como señalaba Borges, se trata de una suerte de gheto al que se entra mediante una especie de club de la lucha, solo que hay luchas que son más secretas que otras. Por ejemplo, la teoría de la relatividad de Einstein, un ejemplo de que se puede abrir una grieta en la tradición desde adentro, para entonces instaurar otro fuego en un principio personal pero que tiene un radio de alcance universal del que el propio individuo se ve muchas veces privado. Pero ¿cómo fue posible eso? ¿Si su teoría no tenía ningún estado del arte, ninguna cita textual que la validara, ninguna otra clase de lobby más que su propia novedad? Es porque su fuerza no radica en su novedad, sino que precisamente en su capacidad de mover el piso (y claro que lo hizo, como consecuencia implícita, luego, con la bomba atómica). Pero tarde o temprano, agregué, todo acaba formando parte del plan. El sujeto del doctorado señaló que el problema no es ese, sino que lo es la indeterminación sobre quien o quienes manejan realmente el plan. Si acaso aquellos que citaste, si a aquellos que frecuentaste, pueden todavía considerarse válidos, influyentes, o, en último término, dignos de confianza. El mismo entramado social es un plan. Entonces la pregunta inaudita: ¿Qué hacemos realmente aquí? Subastando nuestro tiempo por un cupo dentro de ese gran espectáculo de las ideas. Si se sigue el plan, uno apela de esa manera a los no muy transparentes objetivos de la academia. Si es el fin personal, honesto pero de igual modo interesado, todo resulta mucho menos elevado. Todo acaba siendo un capricho. Ya sea para ganar más dinero, o bien, como diría Millán, como una nueva oportunidad de conocer chicas. En fin, el motivo inicial de la reunión se vuelve difuso. Mientras conversamos sobre esto, nada ha cambiado. Seguimos fuera de la Academia, pero ofreciéndole gratuitamente la energía de nuestra indecisión. La soledad, al fin y al cabo, sigue siendo nuestro marco teórico. Y la tan bullada novedad entonces como un mito que ya no vende, como aquel agente que convocó la fiesta y al que dentro de ella todos ignoran simplemente porque nadie lo conoce.

lunes, 10 de agosto de 2015




El otro día conversando con mi padre sobre poesía, algo dijo respecto a la soledad y a la solidaridad que por ahora no puedo traducir, que ambas palabras a pesar de parecer contradictorias se parecen mucho, quizá por eso mismo no recuerdo la relación....



Pese a que en nuestra vida diluvie, pese al mal humor de nuestros deseos, no existe una metereología para el corazón....

domingo, 9 de agosto de 2015

Cuando se traspasa el umbral del sueño


Cuando se traspasa el umbral del sueño llega un punto en que ya no hay ganas ni de dormir ni tampoco de despertar; dilema de fin de semana. Uno le acaba rindiendo cuentas más a la noche que al sueño, porque tarde o temprano ella volverá en calidad de contadora a recordarte una deuda ficticia. Se cree satisfacer cierta obsesión poniendo al límite el insomnio, pero a la larga la noche como aval de tus días volverá a cobrarte esas horas muertas. Se llega a la conclusión inevitable: incluso los sueños son una especie de préstamos... Entonces, una cosa por otra: Regreso a la cama por puro placer o penitencia.

jueves, 6 de agosto de 2015

miércoles, 5 de agosto de 2015

Miranda, la Tempestad y Valparaíso bajo la lluvia





"¿Cómo es que eso
aún vive en tu mente? ¿Qué más ves
en el oscuro fondo y abismo del tiempo?"
Próspero a Miranda, La Tempestad


A propósito de la lluvia que asola Valparaíso, busqué la palabra Tempestad y fue inevitable rememorar la obra dramática de Shakespeare, aquella obra que otrora en un seminario de literatura de la universidad leímos bajo una perspectiva colonial e, inclusive, con cierto sesgo político. El universo de la isla abandonada a la inclemencia de un océano indeterminado, algo así como una metáfora de América y, si se quiere, de nuestra vida humana en la Tierra. Una de las primeras lecturas tenía relación con la aristocracia decadente de Próspero, el rey mago de la isla, escondido en una cueva buscando reivindicar el espíritu de la tradición luego de haber sido traicionado por su hermano. Una vez que el drama se comienza a gestar, entra en escena Calibán, la figura que representa al nativo en estado salvaje, frente a Ariel, el genio del rey que encarna todo lo ideal del hombre. A partir de esa aparente oposición se desarrollaba la pugna entre el estado salvaje natural que reclama su espacio contra el estado intelectual civilizado que venía de la mano de un poder extranjero. Según el autor Aníbal Ponce, se podía entender a Calibán y a Ariel como dos estadios del hombre latinoamericano: el primero, rebelde y más orientado a sus raíces, frente al segundo, civilizado y sometido a los designios del rey. A medida que crece el conflicto entre estos, la magia de Próspero el rey se hace notar. La tempestad vendría siendo la fuerza de la naturaleza que simboliza su poderío sobre las criaturas de la isla. La magia y la tradición allí van de la mano. El rey crea las condiciones para que su hija Miranda tome por hombre al príncipe Fernando. Contra el interés del rey mago, e incluso contra la voluntad de Calibán, Miranda representa la pureza que todavía sobrevive a los avatares de la razón y el instinto. El epílogo de la obra con el rey Próspero renunciando a la magia se relaciona a la vez con el fin de la Tempestad y el matrimonio entre Miranda y Fernando. Frente a esa escena final de clemencia por la traición y de renuncia a los privilegios del poder, este cuadro de Waterhouse sobre Miranda mirando al horizonte de un barco naufragando en el océano resulta una excepción. En esa mirada se condensa una virtud perdida, un cierto ánimo por volver a la época de la Tempestad, en la que los esclavos y los amos desenvolvían un drama digno de leyenda, contra la aparente calma del final, que supone una renuncia, la vuelta a una realidad exenta de peligro pero también de magia.

Valparaíso bajo la lluvia se condensa a ratos en esa mirada de Miranda, esa suerte de nostalgia por un orden anterior al actual, no precisamente uno repleto de libertad sino que uno en que aún sobrevivía cierta belleza clandestina, el puro ánimo de mirar hacia el horizonte y soñar con los límites de todo lo conocido, en las veredas con las que tropiezan los amantes de la noche, en los cerros donde habita la gente que debe bajar a la intemperie contra toda expectativa, ese momento en que todo promete cambiar, a pesar de que en la isla monstruos y aristócratas se traicionen a si mismos, ese momento sublime antes del desastre, es simplemente la magia de la lluvia que desafía todo pronóstico.

martes, 4 de agosto de 2015



Un mundo construido en torno a la carencia, en base a qué recibo y qué ofrezco. La vida real como un trueque a gran escala. Pensándolo bien, se trata siempre de la falta o necesidad de algo, sea lo que sea, una cuestión ininteligible o demasiado personal. Busco a alguien por falta de algo, busco algo en el lugar de alguien: el amor, la realización, un trabajo, una casa propia.... Entonces viene el discurso de la superación, entonces viene la novela absurda de la vida moderna, hasta que te quedas ahí, exactamente donde solías estar, y vuelves al punto en que te cuestionas esto y, sin embargo, todo sigue su curso natural.

Si solo la pirámide fuese invertida


No falta quien te recalca que arriba tuyo siempre habrá alguien superior. Fue una vez en que nuestro jefe enfatizó que uno no puede mandarse solo ni salirse con la suya sin previo consentimiento. Si solo la pirámide fuese invertida, me dije a solas. Para una clase recuerdo que enseñando respecto a la jerarquía de la información en el texto expositivo pensaba que ésta debiese estar simbolizada por la inversión de la pirámide. Lo que está abajo, lo a simple vista menos revelante, en la punta de esa pirámide invertida, puede eventualmente en otro orden ser lo más importante. La forma del poder como otro texto, al parecer objetivo, pero que puede ser invertido por sus propios lectores. Si uno le planteara a su jefe en cuestión el siguiente dilema: “En un mundo sin Dios, ¿Qué sería lo más superior?”. Este, en el caso que fuese falso, respondería, “solo yo”. Si fuese algo más honesto, diría, “solo el infinito”. Él mismo habría dicho que no es posible determinar el límite. Uno mismo, un simple lector, un simple funcionario, podría de esa forma invertir infinitamente su rol. Reflexiono sobre eso mientras continúo con la clase, entonces los propios alumnos tendrían la palabra. “Si solo la pirámide fuese invertida” me repito. “Si solo las clases no fuesen tan cuadradas”, replica, decidido, uno de ellos.

Paseo inmoral (epílogo)

VI 

Volvemos al Konducta Zero con B y M, en otra noche. Recuerdo esa reflexión sobre el espacio del café. También en este, a los privados se sube, a diferencia de la galería, en que se baja a un averno del erotismo. Con la Scarlett del Afrodita había deseado bajar a ese infierno, en donde su belleza angelical podía precipitarse con mucha más fuerza, para hacer más intensa y dramática la invitación al trago. Ya teníamos una nueva lectura, con M. Hay que diferenciar entre los cafés en donde al privado se sube, y aquellos en donde se baja; así como también a aquellas chicas que prefieren subirse al pedestal de la admiración o, por el contrario, que exploran generosamente terrenos y superficies desconocidas, mientras nos hacen dulce compañía. 

Cuando entramos al Konducta, está repleto. Prácticamente en toda la barra hay sujetos siendo atendidos por las señoritas. Relucen a nuestra vista un par de chicas recién entradas al círculo que recorremos. Tratamos de acercarnos hacia donde están ellas. Justo se desocupa un espacio en la barra, cerca del lugar de donde están.  

-Oye wn, mira están brutales esas-, me dice B.

-Sí wn. Llámalas-, le digo de vuelta.

-Calmao, deja que nos atiendan ellas-. 

Una de ellas llama mi atención porque se parece a una de mis alumnas. Nos ve, habla algo con la amiga que tiene al lado, y se acerca a nosotros. Es una chica baja, muy joven, de pelo largo rubio y con un piercing en la nariz. Usa un traje de baño blanco, resplandeciente. Se inclina hacia a nosotros, y nos saluda de beso en la mejilla a cada uno: 

-Hola, chicos-. 

-Hola, linda-, la saluda B. 

-Me dicen Debby-. 

-Un gusto-, le digo. 

-¿Qué los trae por acá?-, pregunta ella. 

-¿Qué crees tú?-, le pregunta de vuelta B. 

-Diversión-, responde la Debby, muy segura, mirándolo a los ojos. Luego se vuelca hacia mi lado, y me pregunta: 

-¿Y tú?-. 

-¿Yo qué?-. 

-Que nos has dicho nada-. 

-Pues, que también vengo a divertirme-. 

-¿Ya?-. 

-Sí... voy a querer una cerveza-.. 

-¿Cuál?-. 

-La Cristal de a litro-. 

-Ok, ya vuelvo chicos-. 

La Debby se va hacia la barra para sacar la chela. Mientras tanto, B se pone a conversar largo y tendido con la amiga. Se dicen cosas al oído. B está en la suya. Le pide a la chica una Cristal cero individual. Seguramente invitará. 

A los minutos vuelve la Debby, en medio del bullicio de la música tropical y el resto de los presentes, invitando a las señoritas del café. Sirve cuidadosamente la chela en el vaso de vidrio. Cuando termina, bebo un poco y le pido que se acerque. La invito directamente al privado. Ella asiente sin problemas. Entonces, Debby vuelve a la barra para pedir el trago respectivo. B me dice: 

-Wena, wena, la hiciste rápida-. 

-Sí wn, ahora o nunca... ¿y vo?-. 

-Aquí, piola-. 

-¿Vai a invitar?-. 

B hace un gesto afirmativo con el rostro. La chica cafetera sigue conversando con él, animosamente. La Debby vuelve con el trago, un combinado de roncola. La miro y subo con ella a otra sesión de brutalidad. B se voltea por un momento, me mira y se sonríe, queriendo decir “wn caliente”. Era tanta nuestra inmersión en la onda del café que ya intuimos lo que estábamos pensando en ese momento, así que huevearse era mucho más final. 

Arriba la Debby me lleva hacia un pequeño cuarto con un espejo y un sillón. Dejamos los tragos en la mesita, y la chica empieza a bailar. Me agarra de los brazos para que le pueda correr mano. El juego de la vista en el espejo lo hace todo más excitante. Me veo a espaldas de ella, recorriendo su cuerpo perfectamente moldeado, siguiendo sus contorsiones y su rostro camuflado por su abundante cabellera. Esos otros en el reflejo son nuestros dobles en versión pervertida, aquellos que se ocultan a los ojos de la vida pública y desatan el monstruo del deseo, a cambio de un poco de tiempo y de dinero. La Debby se empeña en hacer su baile más sensual. Cuando la pista se pone candente, con su clásico reggaetón, se apoya contra la pared, sobre el sillón, y yo le agarro el trasero, a medida que lo mueve en un vaivén demasiado sugerente. Acto seguido, me apego a ella para sentirla todavía más. Hace unos gemidos que suben la temperatura, y continúa luego con el movimiento de caderas contra mi vientre. Terminamos sentados en el sillón, con ella encaramada encima mío, besándome y yo agarrándole el trasero, nuevamente. 

Al cansarnos, tomamos nuestros tragos y bebemos un largo sorbo para componer la sed. 

-Uf, te entusiasmaste parece-, dice la Debby. 

-Sí, te pasaste, puro fuego tú-. 

-Jajaja y eso que es solo el inicio-. 

-¿Ah sí?-. 

-Sí, porque podríamos tener otro privado...-. 

-Puede ser, ¿pero qué otras cosas haces?-. 

-Te hago un baile sin ropa, eso es más plata sí-. 

-Muy tentador. Mira, hablemos un poquito y de ahí vemos-. 

-Bueno-. 

Le sonrío con un dejo de calentura, aunque también de ternura, por sus facciones tan fogosas y, al mismo tiempo, delicadas. En eso, diviso a B con la amiga de Debby ingresando al privado. Ellos se dirigen al espacio del sillón grande. Le hago un gesto con la mano a B para que me vea. Él se ríe y abraza por detrás a la chica. Debby se da cuenta, los mira y exclama: 

-¡Háganla corta!-. 

Ambas amigas se observan a la distancia. La chica de B sonríe y se va con él al privado. Debby se voltea para verme. Toma otro poco de trago, y me pregunta:

-Oye, ¿tú eres casado? ¿tienes hijos?-.

-No, soltero sin compromisos-.

-Ah, dale, es que la mayoría de los que he atendido tienen señora... hago de amante algunas veces jaja-.

-Sí, si he cachado... bueno, me parece raro, porque si tuviera mujer no estaría en esta ¿no crees?-.

-Pues, no todos piensan así. Son re patudos. Bueno, allá ellos. Esa es su vida; yo hago lo mío... (silencio breve) Qué bueno que seas distinto, se agradece-.

-Jajaja no soy tan distinto, solo soy lógico-.

-Pero está bien pos, respetas-.

-Algo así... oye-

-Dime-. 


-¿Y te dedicas a esto a full? ¿O tienes otras pegas? He hablado con otras chicas, y tienen distintas realidades. Me gustaría saber la tuya-. 

-Ay qué lindo (me agarra la mejilla derecha). Mira, por el momento, estoy en esta, porque es una pega re buena. Se hacen sus lucas acá. Lo único malo el trasnoche, pero se pasa bien. Al otro día se duerme no más, y listo. 

-Dale-. 

-Igual quería meterme a un preu para poder dar la prueba y seguir estudiando, pero mi papá es un cero a la izquierda. No me ayuda en casi nada, y tampoco acepta que esté trabajando en esto. ¿Y cómo quiere que estudie si no hago plata? Yo soy de Antofagasta. Me vine acá al puerto buscando alguna oportunidad. Y ya la tengo ¿cachai? ¿Cómo no se acepta eso? Es super complicado-. 

La Debby se pone un tanto triste, por unos momentos. Le acaricio la espalda en señal de contención. 

-Sí, tranquila. Las oportunidades hay que tomarlas. Y debería darse con una piedra en el pecho de que tienes esta pega, y no estás en la calle, por ejemplo. Yo encuentro que esta no es una mala pega. Claro, a lo mejor no es algo para siempre, pero es lo que tienes, y tú ofreces esa sensualidad y simpatía. Son cosas que se agradecen-. 

Le digo esto mirándola a los ojos, y luego la acaricio, mientras ella sonríe espontáneamente. 

-Ay qué lindo. No todos son así. Gracias por escucharme-. 

Me abraza muy cariñosamente. Justo en ese instante, suena Fade to black de Metallica, como dándole un toque melodioso y místico a la situación, mientras permanecemos abrazados. Me pregunto a mi mismo ¿Quién habrá colocado el tema? B no podía ser. M es el único que lo hubiera puesto, pero no se encontraba con nosotros. Tal vez otro compadre rockero que anda por estos lados, siguiendo andanzas similares, teniendo su propio paseo inmoral. 

Continuamos hablando con la Debby: 

-Oye, linda, me dijiste que quieres dar la prueba. Yo te puedo enseñar-. 

-¿En serio?-. 

-Sí pues, si soy profe-. 

-Me estai hueveando? ¿Profe de qué?-. 

-De lenguaje-. 

-Ah pero mira qué genial. Ya pos, me tinca. Tení que puro enseñarme-. 

Al parecer, el título me ha ayudado a enganchar con las chicas de la noche, y a emular el juego del profesor y de la alumna. Tiene otra utilidad aparte de la estrictamente profesional. 

-¿Y qué más me podría enseñar el profesor?-, pregunta Debby, coqueta. 

-Linguística-, le respondo, en un contrapunto osado. La miro a los ojos, ella sonríe nerviosamente, y nos besamos por largos segundos. Luego, paramos y seguimos conversando. 

-Sabes, me está gustando este juego, así como del profe y la alumna jaja-. 

-Jaja sí, es bastante loco-. 

-Un poquito perverso-. 

-Eso sí-. 

-Mira, mejor juguemos a otra cosa. Yo seré tu Barbie; y tú, mi Ken-. 

-¿Ya? ¿Y cómo así?-. 

-Tú solo sígueme la onda, y sigamos atinando ¿cachai?-. 

Continuamos besándonos con la Debby, por otros segundos más, hasta con lengua y fuertes abrazos. Parece que a la Debby le gusta esa cosa media lúdica. Es lo emocionante de cada chica, que cada una esconde una sorpresa, a pesar de que sean dulces o agrias a su manera. 

Dejamos la acción con la Debby. Ya es hora de acabar el privado y bajar al mundo terreno. 

-Ya, mi Ken. Se acabó, pero ¿Me invitas otro trago? ¿O quieres que bajemos?-. 

-Bajemos, guachita-. 

-Ok, aunque si te arrepientes, me puedes volver a invitar, y hacemos más cositas-. 

-Au, qué golosa mi Barbie-. 

Bajamos con ella de la mano. B continúa atracando de lo mejor con la amiga, en el sillón. Ninguno de nosotros quiso interrumpirlo. Después de todo, B tiene derecho a sacarle el jugo a su privado, tal cual su piloto de movidas y de fracasos. 

Ya abajo, me acerco a una parte desocupada de la barra, tomo lo último que me queda de chela, y le pido al número a la Debby. 

-Mi Ken, te tengo que dejar. Llámame, por fa-. 

-Por supuesto, linda-. 

-Tienes que enseñarme, recuerda-. 

-Claro que sí, mi Barbie-. 

-Chau-. 

Se despide con un sensual beso en la boca. El juego del pololeo clandestino continúa, con alguna que otra promesa picarona, o uno que otro servicio más “personalizado”. Es en lo que la Debby brilló: su capacidad para engancharte con un toque de ternura y también de osadía. Además, supo explotar la veta pedagógica para hacerla sentir más atractiva, porque sabe que el profesor, en el fondo, tiene ese fetiche de la enseñanza ligada al deseo. Y ella es lo más parecida a una alumna, iniciada en las artes de la noche. Sin embargo, detrás de su semblante, en apariencia, inocente, esconde algo que solo un profesor puede desentrañar: una especie de deseo ingenuo pero salvaje, de hambre descontrolada por una emoción nueva. 


VII 

Para cuando volvemos a la zona donde todos los tragos corren y todas las bocas se abren, el perímetro del Konducta está cercado por los pacos, porque hace poco hubo una matanza. Mataron a balazos a unos cabros en el contexto de una protesta, y el autor de los disparos había sido el hijo de uno de los peces gordos de la cuadra, quien maneja de manera clandestina algunos de los cafés que frecuentábamos con algo de expectación pero también con la suficiente temperatura. Volvemos cuando ya las cosas están más frías, entonces nos colamos en el perímetro como clientes y, a la vez, como cierta clase de iniciados que van a alguna lección de moral nocturna, conscientes, aunque, en cierta medida, desenfadados, abiertos a las solicitudes del otro sexo. 

Al entrar con B al local, no está por ningún lado mi Barbie. Se habían ido las mejores. B mira hacia todas partes, y dice: 

-Pucha, está re muerta esta huea. Con cuea un par de minas ya atendidas. Pero no importa, tomemos algo. En volá las otras están arriba-. 

-Demás-. 

Nos sentamos en la barra a un costado izquierdo de la entrada. En unos minutos, bajan un par de chicas de la mano con sus respectivos invitados. Los compadres se van del lugar, y las chicas suben al espacio entre las barras. B reconoce a una de ellas, una rubia. 

-A esta mina la conozco-, dice. 

-¿Ah sí? ¿Cómo se llama?-. 

-Teffy-. 

-¿Pero la cachai de aquí o de afuera?-. 

-Jajaja de acá pos wn. Aunque sería raro conocer a una mina de afuera que luego terminara acá-. 

-Una amiga de toda la vida jaja la wea bizarra-. 

-Sí wn-. 

-Llámala pos-. 

-Calmao-. 

B llama a la Teffy para que venga con nosotros. Ella se acerca a paso lento, andando con esos tacos largos que usa. 

-Hola B-, lo saluda de beso. 

-¿Cómo estai?-. 

-Aquí pos, poniéndole-. 

-Esa es-. 

-Oye, ¿qué van a querer?-. 

-A mí la Cristal Cero-. 

-Yo una Cristal normal-, le digo. 

-Ya veo cuál de los dos se cura-, comenta la rubia. 

Reímos. Ella va a buscar las cervezas. Del otro lado se encuentra su amiga, una chica que reconocí de inmediato. Andaba vestida de chilenita, una vez que vinimos para el partido mundialero entre Chile y Bolivia. 

-Mira wn, ahí anda la Vale-. 

-Está brutal-. 

-Sí wn. Yo cacho que ya está invitada-. 

-Calmao, si está puro compartiendo con los viejos allá. Es cosa de que se aburra-. 

-Dale, esperemos-. 

No dejamos de mirarla. Percibimos en ella una alegría desbordante. Aparte de tener un cuerpo escultural, unas curvas de infarto, piel trigueña, pelo largo castaño, y un bikini de color morado que usa trasluciendo en la oscuridad. Continúa vacilando con los viejos durante varios minutos. De repente, vuelve la Teffy con las cervezas. 

-Aquí tienen chiquillos-. 

-Uf, cuánta sed-, le digo a B. 

-Ahora sí, salud S-, dice este. 

Hacemos un brindis. La Teffy también levanta sonriente el vaso de chela que se está sirviendo. Ella sigue hablando con B. Permanezco bebiendo solo, mirando los videos musicales proyectados en la pantalla. Cuando suena un tema de Rammstein, B se acerca a mí y dice: 

-Se puso onda M-. 

-Más o menos-, le digo, sabiendo que M es más bien de una onda más pesada y oscura. Thrash, Heavy, Black, Death, esas cosas. 

La Teffy continúa bebiendo con B, y este se ve muy entusiasmado. Tal parece que ella está sugiriendo que mi amigo la invite, dada su insistencia en permanecer a su lado. 

Me fijo nuevamente en la Vale. Al notar que anda en otra, disfrutando de lo lindo, me autoconvenzo de que ya está demasiado entretenida como para dignarse a venir por acá. Sin embargo, la Vale deja un por un instante a los viejos y se va hacia la zona restringida. 

-Ahora-, dice B, en voz baja, atento a la jugada. 

-Sí, calmao-, le digo, tratando de que la cosa no suene tan forzada. 

Intento hacer contacto visual con la Vale al pasar, pero ella sigue de largo. Luego, espero unos minutos más, y sale de la zona restringida. Ahí ella me alcanza a mirar. 

-¡Hey!-, le digo. 

Hago un gesto con la mano para que venga. Ella, muy sonriente, se acerca con soltura. 

-Hola, ¿qué tal?-. 

-Hola, Vale-. 

Nos saludamos de un beso en la mejilla. 

-¿Cómo sabes mi nombre?-. 

-¿Te acuerdas para el partido Chile Bolivia? Vinimos y tú estabas-. 

-Ah ya me acuerdo, es que entre tanto jaleo a una se le olvidan las cosas. ¿Cómo estai pos? ¿Qué vas a querer?- 

-Qué tal un trago contigo, arriba, los dos-. 

-Eh, ya pos... mira, espérame un poco sí, que tengo que terminar con los chicos de allá, y vuelvo-. 

-Ok, te espero-. 

La Vale vuelve con sus clientes, y yo me preparo psicológicamente para lo que viene. Al rato, ella me hace un gesto a lo lejos para que vaya a la caja. Voy para allá. B me pega una palmada en el trasero luego de pasar por su puesto. Me doy vuelta y él sonríe mientras continúa vacilando con la Teffy. En tanto, la Vale agarra su trago y yo mi botella de Cristal y mi vaso. Ambos subimos al privado para disfrutar de otra sesión íntima. 

Nos dirigimos al espacio del sillón grande, y dejamos ahí los tragos para poder entrar en acción. La Vale fue al choque de inmediato. Hay algo en ese efecto fosforescente del sostén y el calzón de las chicas que envuelve nuestras mentes y provoca en nosotros una sinestesia del placer. Tras unos minutos de intenso atraque, la Vale me dice al oído. 

-¿Quieres colocarte un temita? Está muy fome la música-. 

-Ya pos, algo más encendido, me tinca-, le respondo. 

Me acompaña hasta la rockola del primer nivel para depositar unas monedas y ella elige las canciones, porque sabe qué es lo que su cuerpo necesita y qué ritmo coronaría nuestra atracción. 

Volvemos rápidamente a nuestro privado. Sumergido en esos movimientos de cadera y de vientre, lo único que existe es su figura danzando al compás de estos ritmos candentes de a tres gambas en la vieja máquina. Así de festiva, impetuosa, dionisiaca, es la Valentina. 

Tras haber terminado en el sillón grande, nos vamos hacia el espacio del espejo. Ella posa su mirada frente a él, mientras simula todo tipo de posiciones sexuales, en ese baile cuerpo a cuerpo. No cabe tiempo para la consulta psicológica, porque todo simplemente fluye. A eso le llaman devenir los que frecuentan a las chicas de la noche. 

Luego, de vuelta en el sillón, un largo beso con lengua mientras bebe su trago y lo esparce desde el escote hasta el ombligo, como la catarata de algún brebaje afrodisiaco. Mi lengua recorre a contracorriente el camino de la cascada hasta sus labios. Prosigue el ritual mientras menea su trasero, ahora con mayor ahínco. Cuando la Vale mira al pasillo, justo pasa una amiga suya, saliendo de la zona restringida. Le exclama: 

-Oye wna, ¿qué onda la música? Está un poco rayada la máquina-. 

-Así parece. Voy a cachar-, le contesta la amiga. 

-Primero habíamos colocado un tema bien pegao, ahora suena algo electrónico, de la nada-, comenta Vale, extrañada por este lapsus en la música tan inoportuno. La amiga baja las escaleras. A los minutos, vuelve a sonar el playlist que la Vale había colocado. Resulta tan intenso que incluso el estilo se hace difuso. Ella es el estilo. Ambos somos, durante esos largos minutos, una suerte de melodía humana, confundida bajo ese instante mágico de privacidad. Confluye todo, hasta que ambos damos con el trago a medias que ninguno ha querido tomar, porque todavía no hace el suficiente calor para refrescarse. Entonces, el trago nos invita a la reflexión, a las palabras que no caben en ese aliento tempestuoso, demasiado festivo para pensar. 

La Vale se acomoda, un tanto agitada, pero bastante acelerada. Puede que haya jalado. B, con su aguda mirada, me lo hizo saber. Prácticamente todas las chicas de estos lados le hacen el jale, para mantenerse despiertas toda la noche y evitar emborracharse más de la cuenta. A la Vale es a la primera que se le nota. Así es su pega, en todo caso. 

Le pregunto: -Oye, Vale ¿y tú solo trabajas acá? Me tinca que no-. 

-Vengo de Viña, guachito. Allá se paga bien, pero no es tan prendido como valpito. Tú cachai que valpo la lleva. Siempre prende-. 

-Demás, todos se vienen para acá a carretear-. 

-Uf, es como no hay como el puerto-. 

-¿Y a donde carreteas?-. 

-Donde me lleven jaja no. Voy a la Cosmo, al Cubanísimo, Lo Devi, a veces, aunque la Ecuador la encuentro muy peligrosa-. 

-Sí, aunque igual hay onda-. 

-Sí pos, pero me tincan más esos locales. Allá es mucho más rico pa bailar-. 

-Así veo-. 

Lo fascinante de esta chica es que ella realmente se siente una “profesional de la noche”. Para ella, esta pega es una extensión del carrete. No parece querer otra cosa que ese baile desenfrenado y ese trato de contrabando con sus pretendientes. No me dijo nada más, pero, según veo, la Vale ni siquiera quiere hacer carrera, solo vivir la noche, como analogía de la vida. 

Acabamos nuestros tragos y bajamos de la mano. Me acompaña de vuelta hasta la barra, donde la Teffy continúa conversando con B, quien con humor me dice que fue lo más estoico posible, mientras uno fue epicúreo a su manera, dejándose llevar por ese torbellino de sensualidad. Cuando el cuerpo y la cabeza no pueden más, ella en la barra sigue con su fluir, con su vientre loco y sus curvas descontroladas reventando la pista, dejando las varas altas. Todos, incluyendo los viejos, la observamos embobados. 

Siendo ya las 3 de la madrugada, la cerveza se me sube tanto a la cabeza que la palabra soledad se amplifica. Parece rebotar en la rockola junto con esa bachata y ese ritmo tropical. La palabra soledad se amplifica tanto como la noche, mientras la Valentina sigue frenética en su baile, volviéndose una con el ambiente cafetero. Tomamos el último concho de chela con B. Entonces, Valentina deja un rato el mambo para conversar en una esquina con la Teffy, que está pronta a irse del lugar. Pagamos la cuenta, y nos despedimos de las chicas. 

-No se pierdan-, nos dice la Vale. 

Abrimos esa puerta de salida. La palabra secreta se hace sentir, y algo en la hora y en el cuerpo nos dice que toca la retirada. 


VIII 

No es la sensación de sentirse observado, como puede experimentarse en el Stop Secret, donde las chicas son algo así como una policía sexual. No es ese miedo galopante que invade cuando uno ingresa al Kadillac, en el que los pilotos del local vigilan lo que haces y las chicas te acechan como aves rapaces si sacas dinero en efectivo. No es ese legendario voyerismo tan propio del carácter bizarro que ha coronado a Valparaíso gracias al Sexy Show. Es algo relacionado con el tabú de los locales y con el carisma incomprendido de cada una de las chicas protagonistas de nuestro tour. Musas de lo prohibido. Nuestro cuerpo, al final de la jornada, suda los fluidos y los alientos de cada una de nuestras invitadas, siendo inmortalizados en el acto. Nuestra soledad se proyecta hacia la noche que acaba. El deseo lleva al límite aquellos ritmos y movimientos, aunque el regreso a casa nos encuentre con los bolsillos vacíos y la caña moral del día siguiente nos deje con sus llamadas perdidas al amanecer. 

Hay algo en esas llamadas que encierra todo el misterio de la noche. Algo en su incontestable respuesta que te deja helado de cabeza a entrepiernas. “Encuéntrame donde ya sabes”, me dijo Debby, la polola prohibida. B quedó de juntarse con una dominicana para invitarla a comer. M, el misántropo, el que siempre despunta en el momento inesperado, saldrá a bailar con una chica del Afrodita, la compañera de Scarlett. Por su parte, la Valentina, la más candente de la última noche, prometió integrarse al boom de los fines de semana, para hacer furor. 

Tras el silencio al acabar el paseo inmoral, nosotros acumulamos nuestro deseo hasta la próxima salida. Durante aquel silencio, ellas se vuelven aún más sexys. Y nosotros, terminamos siendo sus sombras. Porque hay algo de triste en la carne también. Porque siempre nos quedará el café, parecemos decirle a aquellas musas de fuego. Algo de melancolía, un toque amargo y tierno para una noche que no volverá.