viernes, 25 de octubre de 2019

Una niña de la casa se pregunta por qué se escuchan tantos helicópteros en el cielo de noche. La mamá dice que nos están vigilando. Omite silenciosamente la palabra miedo. -Pero no dejan dormir-, dice la niña. -Exacto, no dejan-, replica la madre. Afuera, militares se pasean por la ciudad durante el toque de queda. La ciudad se repliega. Lo público se vuelve objeto de control y observación. La soledad que inunda las calles atestigua un orden impuesto. Los pocos que se pasean a vista y paciencia de militares circulan con salvoconductos. Otros tantos son dejados pasar con la venia del uniformado. Caminar por la ciudad se ha vuelto asunto de coacción. Adentro, la gente aguarda el toque, pensando en la jornada venidera, en su vuelta al exterior una vez acabada la medida. Algunos, como la niña y la madre, se hacen preguntas y se responden. Otros, simplemente ven en su metro cuadrado la micropolítica del país. Una dialéctica improbable entre el adentro y el afuera. Su límite forzado, su frontera avasalladora.