jueves, 19 de octubre de 2017

Bitcoin

En la nueva Mr Robot un episodio presentaba una escena entre el jefe de Evil Corp y un representante del llamado Ejército Oscuro, un diplomático chino. Hablaban sobre una posible revolución monetaria que desembocaría en la crisis mundial del dólar si el diplomático no aceptaba firmar un estratégico tratado comercial con el Congo. El diplomático negaba de forma sistemática sus proposiciones, y decía estar dispuesto a arriesgarlo todo en su decisión. “La próxima fase ha comenzado”. Se refería a la circulación de la famosa criptomoneda: Bitcoin. Para el jefe de Evil Corp, la moneda que estaba comenzando a aparecer, como contraparte, era la Ecoin, equivalente al dólar en la diégesis de la serie. “Su auge traería el equilibrio a la economía” según las palabras del jefe. Pero la puesta en marcha de la moneda virtual, según las palabras del diplomático, era inevitable, y ya estaba comenzando a operar de forma subrepticia entre los vacíos del sistema financiero. Una indirectamente declarada guerra monetaria se comenzaba a gestar.

A raíz de aquel episodio, me viene a la cabeza aquella vez en que fui invitado por una amiga, Valerie Sihirelf, a un seminario Bitcoin en Valparaíso. Ella insistía en que la evolución de la criptomoneda en el mundo era una realidad. No solo un milagro económico, sino que de hecho una evidencia comprobable. Su entusiasmo me recordaba, a propósito de la serie, a los primeros intentos de la fsociety por derrocar la hegemonía de Evil Corp, con una mirada a ratos romántica, pero con un plan factible, aunque totalmente arriesgado, por las diversas implicaciones, digamos, de entrar directo en la “boca del lobo” para atacar desde adentro. 

En la primera reunión, unos accionistas locales de Bitcoin reafirmaban con su propio ejemplo los dichos enérgicos de la amiga. Hablaban a grandes rasgos de su propio caso como usuarios de la criptomoneda, enfatizando en su carácter epifánico. La moneda virtual, según lo que contaban, ya estaría circulando en Chile y Latinoamérica, y de una forma rauda, milagrosa, descentralizando todo a su paso, abriéndose camino a través de los baches de una economía monopólica, que va tambaleando por su propia entropía, minando todo a su alrededor con la decadencia progresiva de su valor. A todas luces, Bitcoin, digamos, la primera criptomoneda, vendría a ser algo así como la vanguardia financiera del siglo XXI, aquella que sacara a flote, casi como renacida, la enrevesada economía mundial a través de su ligereza de recursos (únicamente digitales), su valor siempre en constante alza, dada su cantidad limitada, y, por supuesto, su inclinación hacia una nueva forma de concebir el dinero en cuanto medio de intercambio, abogando por un paradigma cada vez más cooperativo, y menos individualista. Sin embargo, surgían, como era previsible, una serie de dudas. Primero, respecto a la persona o a los responsables detrás de tan novedoso deus ex machina. Para los accionistas, el creador sería un tal Satoshi Nakamoto, el cual en el fondo era solo un nombre, un señuelo para esconder la verdadera identidad de los implicados en el asunto. Hasta ahí, el punto con las criptomonedas se vuelve muy Mr Robot. Casualmente había revisado información al respecto, y la identidad del responsable habría sido revelada hace poco. Se trataría de Craig Steven Wright, un empresario australiano, quien habría confesado ser el creador de bitcoin. Pero tampoco esa versión sería convincente. Podría tratarse de otro enmascaramiento sutil, velo tras velo, para seguir ocultando a los auténticos gestores de toda esta revolución, puesto que el que se asumiera como responsable directo y total acabaría siendo sometido por un delito federal en Estados Unidos, por atentar contra la estabilidad del dólar. Nuevamente, el deja vu del episodio de la tercera temporada. Algo así como el Dark Army de la serie, pero en clave económica. El misterio en torno al origen de la criptomoneda, argumentaban los accionistas, lejos de intimidar a los primerizos y a los escépticos, debería impulsar a sus futuros usuarios, a cambiar su manera de concebir su relación con el dinero, y a su vez, de concebir la relación del dinero con la totalidad del sistema. Resumiendo, la Bitcoin equivalía a la buena nueva de la economía posmoderna, sus accionistas a los agentes evangelizadores, y los próximos usuarios a sus posibles feligreses que, en el fondo de su corazón, desearían inconscientemente sumarse a la causa pese a su miedo y reticencia inicial.

Otra interrogante surgía entre los invitados. Tenía que ver con que si era posible hackear Bitcoin, y la posible malversación de las criptomonedas para operaciones criminales. Ante un posible futuro distópico en el que colapsara la economía completa, argumentaba uno de los accionistas, la Bitcoin podría salvaguardar la seguridad de sus usuarios, al operar sin el intermediario bancario. Por otro lado, -decía-, el anonimato y la dificultad en el cálculo en las transacciones serían, -para el accionista- cuestiones que preocuparían a los bancos centrales, pero serían justamente una forma de maniobrar a la sombra del poder, una barricada virtual, que podría traer consigo el surgimiento de otros poderes desconocidos y maquiavélicos, pero ese sería el riesgo que habría que correr, en este sentido, para ellos, los presentes. El riesgo de combatir algo tan arraigado como el viejo concepto unilateral del dinero, en una red de relaciones cada vez más heterogénea e indeterminada. De ese modo, no habría jerarquías, solo la red completa de transacciones, visibles y clandestinas, circulando y acrecentando el valor de la nueva moneda. Visto de esa forma, para los usuarios reunidos, el Bitcoin habría nacido así con una necesidad y un propósito más o menos traducible, y ese no sería otro que el viejo y archisabido propósito de la supervivencia a toda costa, ahora digital, traducido, para el entendimiento de los mortales, bajo el lema del cambio, del cambio radical en la sociedad y en la realidad misma. Conclusión que se saca de todo esto: el sistema no muere, muta. No se trataría, como habría dicho Elliot, de eliminar Ecorp, sino que de hacerlo mejor. En definitiva, el dinero no tiene que morir. Tiene que ser mejor. 

Al final de aquella reunión, el último invitado, el de la pregunta sobre el hackeo, el que se veía en un principio más dubitativo, preguntando sobre la marcha, criticando, analizando todo, decía “ya estar adentro”. La palabra ya se había dictado. La sociedad Bitcoin era un hecho. Una chica a mi lado, seguía, pese a todo, con una desconfianza latente. Decía que había que informarse mejor, antes de invertir en algo que no se sabe a ciencia cierta cómo opera y de dónde procede. Una de las accionistas le replicaba, con premura, que no se trataba de pensar sino que de hacer. Mientras menos se pensase, y con mayor rapidez se entrase en el sistema para negociar, mejor, ya que la criptomoneda crecería de manera exponencial de aquí a los próximos años. Casi más rápido que el pensamiento. Materia sobre idea. Acción sobre reflexión. Pese a esto, la chica parecía irse luego, no del todo convencida, intrigada por algo que todavía no lograba comprender ni dimensionar del todo, como uno mismo. El resto, a simple vista, ya estaba adentro. La amiga, por su parte, con energía inconfundible, pese al misterioso perfil de alguno de los accionistas, con toda fe se volvía entonces hacia sus invitados, y zanjaba finalmente aquella reunión, aquel invisible rito de iniciación, con un saludo y una sonrisa contagiosa.