domingo, 9 de abril de 2023

Vuelven las crónicas callejeras. Pruebo el pulso con una acorde a la fecha:

Un hombre con orejas de conejo vendía huevos de chocolate en la calle Libertad. Llevaba un crucifijo con la figura de Cristo en su cuello. Cada tanto, subía a las micros para continuar con su faena de manera sagrada. No había mayor elaboración en su discurso. Solo la humilde solicitud a los pasajeros y una breve y concisa alusión a Dios. "Cualquier cooperación sea su voluntad", decía, "y que el Señor los bendiga en su destino", concluía. Él sabía que esas palabras no eran suficientes, pero al menos conseguiría alguna que otra chaucha. Se suponía que los padres debían estar en casa en esa fecha, para regalarle huevos a sus hijos en familia, pero no le quedaba otra. Debía subirse a esas micros, durante todo el domingo, como si fuese ese su vía crucis atrasado. A bordo y con una venta exitosa, el viaje para el hombre era lo más próximo a la pasión crística, sin mediar la penitencia ni la tortura. El destino de todos en las micros era desconocido. Solo Dios lo sabía. Sin embargo, al hombre le bastaba una oración, para cumplir con su tarea. Al final del día, no había otro cielo que la sonrisa de sus hijos y el gesto sincero del prójimo. Cualquier otro destino, excedía por entero el alcance de su fe.

Remover la piedra

Más allá de lecturas literales y de interpretaciones políticas extemporáneas sobre la pasión, muerte y resurrección de Jesús, creo necesario comprender al Cristo en cuanto símbolo esotérico. Quien experimenta la pasión de forma estoica y luego la sublimación del cuerpo en espíritu, todos los años, puede ser perfectamente ese "Cristo interior", despierto al conocimiento de nosotros mismos. Lo que es removido, en verdad, es la piedra de la ilusión, representada por las cadenas de este mundo. Por eso, la remoción de la piedra puede significar la revelación de aquello que estaba escondido en la fosa de nuestra propia realidad, en el abismo de nuestro ser más profundo: una luz perenne abierta a la vida, una palabra que encarne lo terreno, pero que también lo trascienda. La invitación entonces es a "remover la piedra" que nos lastra por dentro, que nos enmudece, que nos coarta de lo absoluto. Vivir una vida más vivible, allende lo efímero.