domingo, 23 de octubre de 2016

Se oyen bocinas y gritos de sí se puede en Pedro Montt. Parece el triunfo de la selección, pero no, fue el triunfo rotundo de un nuevo alcalde. De seguro, las calles se llenarán. De seguro, mañana el trabajo será el mismo. pero no importará. La euforia de la gente se expresa más o menos de forma unívoca. Se intuye de inmediato el ánimo general de la ciudad por su cantidad proporcional de algarabía. Una suerte de catarsis parece que va inundando la ciudad. Signo de que las cosas ya cambiaron, o bien, signo de que las cosas podrían cambiar.

Voto o no voto

El día Viernes, una de las alumnas del segundo ciclo, una que siempre acostumbra a llegar atrasada, pero que se caracteriza por sus salidas inteligentes y por su descuido por el estudio, me hace una pregunta, según ella, importante: "Profesor, le puedo hacer una pregunta, nada que ver con la materia ¿Qué riesgo tengo si falto el domingo a ser vocal de mesa? ¿Me cobrarán multa o me detendrán o algo parecido? Porque sinceramente no quiero ir ese día". Antes de pensar en una respuesta certera, una compañera suya saltó: "Mejor no te arriesgues y anda a votar. De que algo te pasará, te pasará". De inmediato, la alumna escéptica le replicó: "Y parece que si voy, de todas formas algo podría pasar". La chica demostró no tanto estar convencida sobre el hecho de cumplir un deber cívico, ni menos sobre la injerencia del voto en su vida, sino que sobre la posibilidad de que "algo pase". Iba a agregar algo después, alguna recomendación política al voleo, algún análisis prematuro sobre la alcaldía local, pero prefería asentir los comentarios de las chicas y proseguir con la materia. Preferí la tierna incertidumbre política de la chica a la monserga moralista del maestro, mucho menos intuitiva y más pauteada. Una fresca voluntad podría o no hacer la diferencia, pero al menos sería suya. Su soberana voluntad.