martes, 6 de junio de 2017

Vi Rogue One por segunda vez en el Teatro Municipal, y nada, una sensación rara... sentí que la radiación final llegaba hasta más allá de la lámina de celuloide, que se metía sin piedad en el corazón, llegando para quedarse. La esperanza de la película es irónica. Por eso, resulta tan convincente.
La sinceridad arrolladora de los escritores fuera de la lógica escolástica de la academia. La sinceridad arrolladora de Gonzalo Millán cuando dice: “Nunca me ha gustado la academia, excepto sus bibliotecas y las compañeras de curso”. Me pregunto cuántos otros escritores pensarán en términos similares. En términos no teóricos, conceptuales, ni siquiera literarios, sino que en términos simplemente humanos. Escritores que prefieran una cerveza para conversar largamente sobre muchachas, sobre libros, sobre derrotas. Que prefieran poner en práctica la ciencia secreta de lo inútil.