domingo, 5 de abril de 2020

La desolación en el centro producto de la cuarentena modela un domingo perpetuo en las mentes de todos. Se dibuja el rostro de la indeterminación merced a la ansiedad por ese algo no vivo que está fuera de control o que parece estar orquestado por agentes incomprensibles. Andando por la plaza este domingo por la tarde intentaba comprar una mascarilla. En la Cruz Verde me informaban lo previsible: que estaban agotadas y que su stock se esfuma en unas cuantas horas debido a la demanda. Regresaba de ese modo de vuelta a la calle. Algo en el gesto de los transeúntes mezclaba entre premura, una ansiedad reprimida y una normalidad forzosa. Caminando por Av Valparaíso un muchacho de la calle pedía unas monedas de forma insistente. Interpretó erróneamente un gesto que le hice, un involuntario gesto producto de mi congestión nasal, y se indispuso. “¿Por qué no?”, repetía. “¿Por qué no quiere ayudarme?”. En mi mente pensé en decirle que no era eso, solo que no podía ayudarlo por el momento. Pero se fue resignado solamente advirtiendo a otro transeúnte que se le iba en negativa. Hablaba a lo lejos sobre necesidad. Lo curioso era que la verbalizaba al pedirle chauchas a la otra gente. Repetía la palabra necesidad tanto, que configuraba al paso el escenario psicológico de la ciudad. “Necesidad". Aquello que bajo el manto consuetudinario de un paseo dominical conseguía camuflarse, ahora aparecía descrito ante la ausencia por decreto como una revelación.

Corolario del presente

"Si un gobierno decretara en pleno verano que las vacaciones son prolongadas indefinidamente y que, so pena de muerte, nadie debe abandonar el paraíso en que se encuentra, se producirían suicidios en masa y masacres sin precedentes." Cioran, Ese maldito yo.