miércoles, 31 de octubre de 2018

Apareció de pronto en medio de la playa, entre una bandada de gaviotas, una paloma blanca. Al señalarla con el dedo, ella me preguntó de inmediato si acaso era religioso. Le decía que no, que solo me parecía curioso que aparecería una así como así. Seguramente pensó que mi impresión ante dicha paloma implicaba que creyera a pie juntillas en su clásico simbolismo. A raíz de eso, comenzó a hablar sobre la fe, sobre la Iglesia o, mejor dicho, sobre la supuesta pureza de valores de quienes tienen tejado de vidrio. "Si te fijas, la paloma blanca representa bien su significado. ¿Sabías que las palomas son terriblemente infecciosas?", dijo. Ella hacía notar que la paloma blanca, pese a su color asociado a la paz, también tenía bajo su naturaleza la carga de la corrupción. Le expliqué que de hecho eran tan o incluso más dañinas que las ratas. Podría decirse que hasta parecen ratas aladas. "¿Ves? Entonces la paz no es tal como la pintan", concluyó, al tiempo que la paloma se acercaba, inocente, entre los roqueríos, escabulléndose del escándalo de la gente, previa víspera del día de los muertos. Esperó a que saliéramos de entre el promontorio de roca, alejado de la orilla del mar, para remontar el vuelo y desaparecer bajo el sol radiante.
Se revela la razón por la cual el ingeniero eléctrico Savitsky atacó a su compañero Beloguzov en la estación rusa Bellingshausen. Libros. Mejor dicho, su fatal lectura. Resulta que ambos vivían hace más de un año en un pequeño espacio, y poseían únicamente acceso a dos canales de televisión, instalaciones deportivas y una biblioteca. Según cuenta Savitsky, todo habría sido culpa de su compañero, el soldador Beloguzov, al contarle el final de los libros que él pretendía leer. Todos enfatizan la razón en la locura producida por la soledad y el aislamiento en la Antártica. Otros apuntan a los motivos de interés que pueden ir aflorando, luego de enviar al agresor de vuelta a Rusia para que sea juzgado allá, mientras la víctima (el contador de libros) yace recuperándose en la zona austral. Pero lo verdaderamente interesante es el trasfondo novelesco que se desprende de este peculiar hecho. La lectura, una vez más, como gatillante de los delirios más inimaginables. Sería adecuado averiguar cuál era el libro en cuestión que produjo el cuchillazo, como para indagar en la intriga policial y, a la vez, profundizar en el absurdo del asunto. No sé ustedes, pero todo me retrotrae a La cosa de Carpenter. Me imaginaba a los locos bebiendo vodka, terrible de cocidos, totalmente desquiciados en ese infierno blanco, pasándose películas sobre entidades invasoras, alimentando la paranoia hacia el otro, alienados por su propia ficcionalidad desatada en los hielos eternos.

lunes, 29 de octubre de 2018

El arrendador le llama la atención al nuevo inquilino por el carrete masivo que hizo el día sábado en la casa. Hacía tiempo que no pasaba eso, en un depa en donde reina lo quitado de bulla como regla, a lo sumo su vacile puertas adentro, piola. El loquito nuevo es colombiano. Motivo suficiente para justificar su actitud de rumba, entre tanto vecino flemático (me incluyo). Recuerdo bien esa noche. Tenía puesto un karaoke a todo chancho y a toda raja de un tema de Los chiches del Vallenato. Cantaba con los comensales a viva voz y a son etílico: "No me pregunten por ella, no me pregunten cuándo volverá. No hagan más grande mi pena, no hagan que llore y la recuerde más". El karaoke era tan animoso que se colaba por los entrecejos del resto de la casa, inundando de una impresión tropical y arrebatada lo que solía ser introspección y oscuridad casi todos los fines de semana. No podía conciliar el sueño, pero qué importaba, era día sábado por la noche, y su servidor ya había renunciado a toda esperanza de algún panorama entretenido, con la clásica excusa de la enfermedad y la falta de presupuesto. El hueveo del colombiano sonaba a algo que haría cualquier mortal con ánimo fiestero. Pero la decisión no pasaba por él. El arrendador le dejó claro al loquito que una de las reglas de la casa era que no se permitían carretes desenfrenados. Le aseveraba que no se trataba de nada personal, sino que solo en vista de que debía rendirle cuentas a la dueña del boliche, que vive en el piso cinco, justo arriba de nosotros. "Imagínate escucha el hueveo acá abajo y por pura tincada nos echa cagando a todos", confirmaba el arrendador, buscando la explicación al paqueo aguafiestas. Sus dichos dejan entrever una verdad en la que no había reparado del todo, creído en que el arriendo mes a mes garantizaba algo remoto: somos únicamente aparecidos en un suelo y un techo que no nos pertenece y, ya sea por un exceso de alegría o por un dejo de aburrimiento, podemos acabar de patitas en la calle, a la intemperie con nuestras ganas de sortear la valla o de seguir en el júbilo de la despreocupación. No le reprocho nada al nuevo loquito. Después de todo, tampoco lo conozco, pero en virtud de la tranquilidad que se había establecido en el departamento más por regla que por costumbre, me limito a asentir la medida drástica del arrendador, mientras busco silenciosamente el playlist festivo de aquel mambo tan atípico. La fiesta ya ha cesado en la casa, por mandato imperioso, pero su eco continúa en mi cabeza como síntoma de algo más, una vicaria necesidad de catársis o un estupor ante el nuevo espíritu gregario que ha revitalizado este claustro y que -para bien o para mal- ha llegado para quedarse.
Ganó "Brasilzuela". Así de simple. El corolario del miedo. La reacción frente a la corrupción generalizada, sometida a la división y al populismo galopante. No hace falta una mirada tan aguda para constatar que los gobiernos de derecha en Latinoamérica están ganando por paliza, en parte, como respuesta a una crisis institucional de la izquierda. Pero sería demasiado simplista ahondar en esa lógica tan binaria. Tal vez no sea suficiente con declarar que la corrupción le abrió las puertas a la ultra derecha. Lo que sí es un hecho es que el conservadurismo político de la mano del liberalismo económico se va abriendo camino a paso de máquina sobre el ethos del colectivo. Sería bueno, quizá, leer la autocrítica de la oposición, su parte de responsabilidad respecto del avance soterrado de la ultra derecha, a modo de ejercicio de transparencia. Cierto fascismo, según sostienen algunos, se habría impuesto de la noche a la mañana, casi como un poder oscuro, incomprensible, y no producto de un fenómeno que lleva tramando con una precisión de relojería su macabra ingeniería social.

domingo, 28 de octubre de 2018

"En Los detectives salvajes el exilio cobra un significado particular. Después del intento fallido por salvaguardar a la madre Cesárea, símbolo de sus deseos y anhelos más profundos, Arturo y Ulises optan por la determinación soterrada del exilio. La perdida del ser y del estar, el arrojo del cuerpo y de la memoria comulga con un sentido ético en relación con ese otro que se sabe perdido. Quizá, la conciencia nos vuelve unos cobardes, parafraseando a Hamlet. Quizá no disponemos de las armas suficientes para hacer frente a nuestros enemigos. El exilio, sin embargo, es una prueba ética. Arturo y Ulises optaron por volverse relato: aspiraron a luces subterráneas, fueron cometas que de cuando en cuando incendian la cabeza de los maníacos de la vida y de la literatura. Esa es la lección que propone la po-ética subyacente en la ficción. Arturo y Ulises fueron antihéroes a su manera. Déjenlo todo, nuevamente. Lo importante es ir cayendo ante las esfinges. Sacarse los ojos hasta dar con la sombra verdadera. Y es que si no nos vamos todos antes al carajo y nos volvemos polvo del universo nuevamente, como Cervantes o Shakespeare, ciertamente, resta declarar a la literatura como el vórtice del olvido, y claro está, el olvido como la sustancia de todo aquello que está vivo. Las palabras son otra forma de burlar el destino". Autocita, en La po-ética de Roberto Bolaño.

jueves, 25 de octubre de 2018

"Profesor de la Usach murió preparando una clase" se titula la portada del Lun de hoy. Antes de morir, un colega habría revelado lo que serían unas palabras premonitorias: "no voy a seguir". Imagen metonímica. Síntoma nacional. La vida para el profesor sería aquello que sucede mientras está planificando una clase. Lo más equivalente al término de esa clase sería la muerte, verdadera maestra de sus días.
A más de diez años del incendio de la casa en el cerro la cruz, se me vienen a la mente recuerdos calcinados. Esa noche desperté prácticamente de improviso. Cuando me percaté el living ya estaba inundado de un color espeso, anaranjado. Allí se encontraban mi madre y mi hermana chica, esperando bajo el humo, a ver si su servidor seguía con vida. Fueron instantes caóticos. A lo único que atiné en su momento fue a subir con ellas rumbo al cerro, hacia la casa de los abuelos. Casi todos estaban paralizados. Fue muy poco lo que se pudo hacer, excepto tratar de salvar algunas cosas y quebrar por dentro para intentar rescatar a los que aún quedaban envueltos bajo el averno nocturno. El resto de la historia figura todavía consumido en la conciencia como una hoguera. Demasiado fuego ahí adentro para seguir hurgando con impunidad y desvergüenza. La incineración costó no solo la pérdida absoluta de la casa, sino que la muerte de dos seres queridos que vivían próximos a la "zona de sacrificio": nuestra bisabuela y su pareja de ese entonces, por lo cual se podrán imaginar el dolor que todo ello implicó. A las horas siguientes, tras el fracasado operativo de bomberos, y la constatación siempre tardía de los pacos, el lugar aparecía asediado por la prensa, reporteando el desastre in situ. El llamado amarillista de la tragedia, siempre tan oportuno. Algo que nunca olvido es la imagen de la destrucción en primera plana en la portada de La estrella del día siguiente, seguido del rostro de los difuntos, puestos ahí cual protagonistas malogrados de una historia demasiado cotidiana que solo llegó a brillar en el momento que ardió y se esfumó para siempre. Lo cuento a estas alturas ya como anécdota, como herida cauterizada lo suficiente, pero el trauma de ese tiempo aún palpita a ratos, insistente, dándole una y mil vueltas con tal de darle un relato a ceniza, siquiera algún cauce textual que una los cabos imaginarios de aquel absurdo suceso hecho pira. Sin embargo, todos sabemos de sobra que las palabras no alcanzan a dimensionar el tejido de la experiencia. Más aún cuando el tejido viene con la combustión de lo imprevisto. La emoción se vuelve inflamable. Y con el pasar de los años, la experiencia de lo ocurrido también se vuelve inefable. Hoy por hoy, solo restan las ruinas de la casa, sus ruinas carbonizadas, opacas, aún vigentes, la estructura de una troya tercermundista, el recuerdo hostigoso como ironía de rescate, una que otra foto de un album familiar, carcomido de negro por los bordes y, si queremos ser consecuentes con el recuento, este iluso intento de retrotraer a la memoria lo inevitable, expresado bajo el velo de alguna significación ya demasiado póstuma. La cuestión ya quedó en el pasado, pero algo todavía quema adentro: una ardiente pregunta que no admite respuestas, porque, citando de manera antojadiza a Artaud, vivir no es otra cosa que arder en preguntas. Conclusión precipitada: toda pregunta sobre el destino te pillará en pelota, trasnochado y en llamas. Mejor evitar la pregunta, y sobrevivir como sea, enarbolando la no tan merecida casualidad de seguir aquí, debatiéndose por todo y a la vez por nada.

martes, 23 de octubre de 2018

Museo de la Biblia en Washington confirmó que cinco de los dieciséis manuscritos del Mar Muerto son falsificaciones. Sostuvieron que podría ser el mayor fraude arqueológico desde el "Evangelio de la esposa de Jesús". Lo auténtico como lo sagrado. La intervención moderna supone para sus feligreses una herejía. Lo apócrifo como lo contrario a la Verdad. Pero no faltará mucho para llegar a una certeza todavía más devastadora: todo texto, por puro que parezca, remitiría a otro, en una cadena hermenéutica sin origen claro ni destino aparente. Encontrar la fuente original equivaldría a desentrañar el principio de todo. ¿Acaso Dios? ¿El Autor supremo? Desmentir esa fuente significaría reconocer la falsificación como la única realidad. Se crea un relato, se crea a su vez un mundo. Lo falso lleva también el signo de lo sagrado. Lectura inconfesable.

lunes, 22 de octubre de 2018

Se ha ido el único alumno en clase del Preu. El último texto leído era un diálogo de Seis personajes en busca de autor de Luigi Pirandello. Se leyó alternadamente un personaje cada uno. Cuando lo hacía, el cabro comenzó a reírse solo. Al llegar a la pregunta, él respondió inmediatamente su alternativa. Tratando de emular aquella clásica frase de Don Francisco en Quién quiere ser millonario, le pregunté si acaso esa era su respuesta definitiva, imprimiéndole un poco de emoción a un ejercicio un tanto insípido y mecánico. El silencio de la sala emulaba la tensión de un concurso imaginario. Ya confirmado el acierto de la respuesta, el cabro se apresuró a tachar la alternativa correcta y aseveró que debía irse cuanto antes. Se limitó a explicar que estaba ocupado. Le repetí que ya quedaba poco para la prueba. Dijo que sí y entonces salió, quién sabe con qué motivo. Cerré así el cuadernillo y guardé en él la hoja de respuestas. Afuera, en el hall se veía cómo el chico revisaba el diario mural y anotaba algo en un papel antes de virar definitivamente. Mientras tanto, otro tres personajes tomaban café y charlaban de lo lindo al fondo de la oficina, y el auxiliar del aseo desvalijaba las sillas del patio cada vez más vacío.
Creo que he llegado a esa edad, a ese limbo etario en el que los mayores te llaman indistintamente "lolo" o "caballero", y en el que los brocacochis, sin mediar aviso, te conocen por "viejo" o, en el mejor de los casos, por "tío".

domingo, 21 de octubre de 2018




Dos famosas parodias avant garde a The Beatles: 

La primera, de la mano de Frank Zappa y The mothers of invention con su album We are only in it for the money de 1968, en alusión directa al Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band publicado solo un año antes. 

La segunda, de parte de The residents con su album Meet the residents de 1974, tomando como objeto de sátira el segundo album americano de los de Liverpool.
Pago la micro con quina. Cuando el chofer ve la moneda, dice que son quinientos veinte. Le digo qué caro, seguido de un largo y tendido chuta. El chofer se da vuelta, con el rostro de quien acepta la realidad, y afirma: "mientras siga subiendo el petróleo, seguirá subiendo el pasaje". Me entrega la boleta tranquilamente, luego de pasarle los veinte pesos restantes. Sigo mi camino hasta el fondo de la micro. El chofer continúa, imperturbable, el suyo.

sábado, 20 de octubre de 2018

La nueva faceta artística del hijo de Bachelet, con su pseudónimo "Diezzel Kunst". Él mismo decía que ese era uno de sus tantos heterónimos, que tenía otros aún desconocidos y que utilizaba para cada exposición cual copia de Pessoa o de Boris Vian. Le faltó poco para decir que su nueva parada no era para reinventarse tras el caso Caval, sino que aquel Dávalos era simplemente un impostor, un alter ego fraudulento. Demuestra que el arte puede volverse el nicho en el que el burgués se regodea con la impostura excéntrica o la reivindicación moral, escandalizándose a sí mismo.

viernes, 19 de octubre de 2018

La última declaración del ex número 1 del mundo, Marcelo "Chino" Ríos: "El chileno no sabe tratar a sus ídolos". Sus dichos desatan pasiones desde ambos flancos. Están los que sostienen que la grandeza requiere rigor y humildad para mantenerse, y los que defienden a rajatabla al aludido con una perspectiva incondicional, más allá de lo moralmente correcto. Veamos qué era lo que decía Nietzsche desde su mirada nihilista: "En el mundo hay más ídolos que realidades. Este es el «mal de ojo» y el «mal de oído» que tengo yo para este mundo". En chilito las cosas se dan de una forma muy particular. No hay payaso que no pase por ídolo con un poco de fama, pero tampoco hay ídolo que no reciba el sagrado bautismo de la aprobación sin antes haber recibido un escupitajo en el alma. Lo que figura como contradicción lógica y ética aquí es ley. El ethos nacional se va construyendo en base a ese proceso escatológico. Casi podría decirse que es parte de nuestro adn.

miércoles, 17 de octubre de 2018

Barbie y Ken como la caricatura del facho abc1 chilensis, en vista de que el estereotipo original apuntaba a un estilo de vida y un estándar de belleza. Life in plastic. Bien ahí, solo faltaba el contenido ideológico para completar el estereotipo. Mattel les aplaude de pie.
Un cabro del instituto planteó ayer una diferencia en la cual no había reparado: entre docente y profesor. Según este cabro, el docente era alguien dedicado a la educación en cuanto tal (docere), digamos, interpretando sus palabras, un educador orgánico, y el profesor, alguien más bien especializado en ciertas áreas del conocimiento. De acuerdo a su visión, el área de enfermería tenía muchos docentes pero pocos profesores. "Usted debe ser de esos pocos", comentaba a propósito del día. El motivo de su razonamiento recaía en el hecho de que me circunscribía al área del lenguaje y comunicación en el módulo didáctico destinado para tal efecto. Le parecía algo fortuito encontrar a un profesor de lenguaje entre tanto docente que se dedicaba a impartir las respectivas cátedras de salud y biología propias de la carrera. Claro está que no desmerecía a ninguno, solo resaltaba el carácter particular de aquel profesor esporádico que únicamente figuraba para el módulo transversal de expresión oral y escrita. La diferencia del cabro, si hilamos fino, no era conceptualmente rigurosa, ni siquiera dilemática, sino que intutiva, impulsada más bien por la ocasión en un contexto conmemorativo. Ese puro gesto, aunque desprolijo, parecía suficiente para ganarse la confianza, luego de haber faltado durante el lapso de tres sesiones, movido por asuntos, según él, estrictamente laborales. Sin ánimo de caer en detalles, entonces estreché la mano de este cabro, ante la mirada cómplice de los compañeros que terminaban de fumarse el pucho para entrar a la sala. Cuando ya iban en camino, el cabro de hace un momento se quedó atrás y preguntó si quería cigarrillo. Le decía que no. Una chica a su lado replicó que el profesor era sanito. No le creo, decía otra. Hasta que el mismo cabro preguntó si le hacía al "del bueno". No hubo respuesta, solo una risa espontánea. "Yo sabía cómo eran los profesores", afirmó, a punto de botar la colilla, seguro de haber dado en el clavo. Una vez dentro, la misma chica que dijo que era sanito, me regaló una lata de coca cola que llevó al puesto sin apuro. "Disculpe lo poco, profe", repetía, mientras se reunía al fondo con el resto de los alumnos. Abrí la lata inmediatamente y bebí, brindando por una jornada refrescante pero también por un futuro de fantasía.
Mi mamá me contó que había visto un video de Camila Flores discutiendo en un matinal , y quedó pa dentro: "la cagó la mina weona. Una vergüenza para el género". Según el tenor de la afirmación, puede deducirse que el género al que se refería ella tiene connotación ideológica, o bien se refiere, lisa y llanamente, al género humano.
Youtube anduvo fallando durante algunos minutos. Primero era el ítem de suscriptores, seguido del historial y el inicio, hasta llegar al error de reproducción de video. En un principio pensé que se trataba de la conexión, luego de la IP, pero, ya sobrepasado el pánico individual, la única explicación era que la página se hubiese caído a nivel mundial. Bastaron unos minutos para que algunos medios mexicanos informaran oportunamente sobre el reporte de la caída. La desazón se mantuvo pero invadió de pronto algo tranquilizador. El corroborar que otros también sufrieron esa caída volvía el hecho un poco menos incómodo. La red entrena el placebo de la miseria propia sublimada luego en la ilusión de comunidad. De ese modo, ya al dar con esa verdad implacable que escapa de las manos, se rasga por un rato el velo de la matrix virtual, se constata su frágil capitalización, y se cierra la página para encender la radio tranquilamente y sintonizar la ritoque, emisora local. Nada que un poco de música aleatoria no pueda remediar. Al menos, si lo digital llegase a caer definitivamente, siempre se contará con aquella antigua grabación pirata, con esa programación analógica, con esos resabios nostálgicos de una era pre internet, esperando por nosotros, a modo de tregua, hasta que la red vuelva a tomar el control con su espejo negro y con su implacable ansia de conectividad.

martes, 16 de octubre de 2018

La pedagogía es como el copete: hay un día en que dices que ya basta, y otro en que vuelves a recaer, y así sucesivamente.

lunes, 15 de octubre de 2018

Llega al spam del gmail el ofrecimiento de una "charla contra el trabajo", en el contexto de despedida de una escritora X. Dentro del mensaje de invitación se lee "porque ningún trabajo dignifica, porque es menester destrabajar, porque la autogestión nos hace libres, porque del capitalismo nadie se salva pero existen otras maneras de padecerlo, y mucho mucho más". Anuncian en el mismo flyer compra venta de libros, sorteos y premios, con un bono de contribución por 250 pesetas, más un fanzine de regalo. Me acordé de Bob Black y su renta básica universal. También me acordé de Stevenson y su defensa de la ociosidad. De repente para ciertos locos la tan ansiada autogestión no es más que una forma irónica de "trabajar sin trabajar", una forma liberal de entender el ocio amparada por la camaradería y la diletancia.

viernes, 12 de octubre de 2018

América fue una invención, dijo Edmundo O Gorman hace exactos 60 años en su libro La invención de América, desmontando la vieja tesis del descubrimiento ¿y si aplicásemos eso mismo al universo aún por conocer? dado que el ejercicio gnoseológico tiene mucho de ficción. Se inventa la americanidad de lo desconocido, o lo desconocido se americaniza. Un juego de espejos rotos.

miércoles, 10 de octubre de 2018

Fui a ver si me habían depositado una plata a la caja vecina de un negocio en calle Lastra. El viejo que atendía me preguntó qué acción quería realizar. Le dije que primero verificar cuánto dinero tenía. Algo intrigado, corrigió que así no se decía, que debía decirse "consulta de saldo". "Se dice consultar saldo, mi hijo", repetía en el momento que pasaba la tarjeta por la maquinita. Al ver que estaba vacía, volvía a decir que no había nada. Cuando regresaba al fondo del almacén, vociferó fuerte y claro "cero pesos", de modo que salí del negocio rumbo a calle Colón a realizar otros trámites, hasta que me confirmaron por interno la oportuna transacción de un dinero restante a mi cuenta. Entonces, sin chistar, me devolví al negocito para retirar aquel dinero en la caja vecina. El viejo estaba con el control remoto apuntando a la tele justo sobre la entrada. Se sorprendió al verme de vuelta. Le dije que ahora sí habían depositado dinero a mi cuenta y que quería girarlo. "¿Así se dice cierto? ¿Girar?", le comenté siguiendo la misma gracia de hace un rato. Pese a la talla, el viejo esta vez respondió molesto, alegando que no podía realizar la misma operación dos veces. Extrañado, le pregunté que por qué. Cuál era el inconveniente de revisar mi cuenta otra vez y poder girar. Dijo, en un tono más alto, que el uso de la "maquinita" tenía un costo. Le insistí que no entendía su negativa a realizar una operación tan simple. Ante mi persistencia, el viejo señaló que era "el tiempo el que tenía su costo". "¿Cómo? ¿Qué es lo que cuesta ahora? ¿El tiempo o la operación?" le pregunté exasperado por la actitud penca y el absurdo de la situación. Sin ánimo de querer responder, el viejo no lo pensó dos veces y me cobró cincuenta pesos por girar lo que había en la cuenta. Obviamente no accedí, motivado por el orgullo, pero dada la necesidad del dinero depositado en ese preciso instante, pensé que cincuenta pesos no era nada, a cambio de retirar pronto aquella plata y no prolongar hasta un extremo ridículo la transacción con el insufrible viejito del negocio. Al verme convencido de querer pagarle, el viejito tomó de inmediato mi tarjeta y al pasarla por la máquina confirmó que efectivamente sí habían depositado. No era escepticismo el suyo, sino que solo malas pulgas, ganas de fregarle la vida al prójimo. Con el rostro más compuesto, devolvía la tarjeta junto al comprobante de pago, justo cuando me veía sacar de la chauchera los míseros cincuenta para tan elemental maniobra. "Nada es gratis en esta vida", repitió al pasarme el comprobante. Hasta se daba el lujo de arrojar una enseñanza apócrifa. Tácitamente, con eso rechazaba los cincuenta pesos. Eché la moneda a la chauchera y la cerré. Le dije que aquello era lo que siempre decía el presidente, aquello de que nada era gratis. (ciertamente, mi tiempo y mi paciencia tampoco lo eran). El viejito apenas alcanzó a esbozar un gesto mecánico, y se devolvió luego al fondo del almacén, habiendo apagado con el control remoto la tele de la entrada, casi en un ejercicio de prestidigitación.
Lo bueno de trabajar a boleta es que no estás sujeto a ninguna otra obligación que la estrictamente pactada por la pega convenida, lo malo tampoco es tan malo, y es que, al no tener la naturaleza del contrato común y corriente, no existe ninguna otra responsabilidad de parte de la institución hacia ti, excepto la que tiene que ver con el cumplimiento del trabajo acordado por ambas partes. Hay una mayor libertad y flexibilidad contingentes en ese efímero convenio a honorarios, pero lo pajero del asunto es toda la inestabilidad a futuro que conlleva puramente el ejercicio de esa libertad. Gajes del oficio.

martes, 9 de octubre de 2018

Sería apropiado que Rubem Fonseca, el mejor escritor vivo de Brasil, el esteta de la misantropía, escribiera algo sobre Jair Bolsonaro, el candidato presidencial que en su época de diputado se bautizó en las aguas del mismísimo Río Jordán.

lunes, 8 de octubre de 2018

Duelo a muerte (relato onírico)

Soñó que estaba en un tiroteo y era perseguido. La persecución daba lugar en diversos escenarios, entremezclados con parajes de su infancia, como la subida el Batán, conocida por ser antro de narcos de poca monta. Los personajes en esa contienda tenían el rostro de algunos conocidos, uno que otro amigo, pero era tal el nivel de inmersión que él no alcanzaba a distinguir a uno de otro, solo primaba el sentimiento de frenesí, la idea expresa de salir corriendo para armar alguna estrategia de contraataque, escondido entre medio de aquellos escenarios, para luego enfrentar a los otros en una carrera onírica por la supervivencia.

En ese impensado juego del hambre, se encontró a una chica que permanecía escondida a los pies de una gran edificación en el escenario que daba lugar a la vieja y destartalada subida el Batán. Su faz le recordaba a la de alguna ex compañera del colegio, pero apenas conseguía reconocerla con la máscara y el uniforme de combate. Temía que arremetiese en su contra. Sin embargo, al divisarle cerca, le indicó que se alejara. La razón no era personal, era netamente estratégica. El hecho de acercarse a ella la delataría. Algún otro agente dentro del juego acabaría con ellos en ese paso en falso. Al avistar a esta secreta guerrillera, de pronto, se vio transportado cual avatar de rol a través de la estructura de la vieja edificación.

A medida que ascendía inexplicablemente en ese trance involuntario, la sensación de paranoia iba creciendo. Las corazonadas de adrenalina iban seguidas de recuerdos más o menos traumáticos, cuestiones irresolutas que apenas pudo describir, como, por ejemplo, su extravío en el Jardín Botánico cuando era pequeño, aquella vez que perdió una pelota al jugar en el Parque Italia, a altas horas de la noche o el avistamiento de varias escenas de violencia en la calle después de algunas fiestas en Errázuriz, de las cuales apenas era un invitado de cortesía. Las imágenes se sucedían al tiempo que perdía la gravedad e iba corriendo por aquella edificación, temiendo un despelote mayor, en el momento que los personajes de este tiroteo bizarro se armaban para enfrentarse en una última batalla. El sigilo de estos era tal, allá abajo en los distintos escenarios, que avizoraba un caos tremendo. Conforme subía, ya no distinguía si ese movimiento sobre la edificación le llevaría a alguna parte o si era en realidad su mente la que, creando una ilusión, le proyectaba lejos de la inexorable batalla que estaba a punto de desatarse entre todos los personajes.

Llegado el momento, había que hacerle frente a la confusa situación y ajusticiar a unos cuantos idiotas que por ahí andaban pululando. Era una forma de sublimar el odio acumulado hacia ciertos sujetos que, alguna vez, formaron parte de su vida, pero, en cuanto se dispuso a atravesar el escenario del cerro, tal vez el más hostil, la chica aquella se abrió fuego con una pila de flaites, al fondo de lo que parecía un barranco. Cuando no quedó ninguno, apareció de pronto un último contrincante, el más duro. Tenía la pinta de esos aparecidos arrogantes que, en todo momento, intentan arrastrar al resto hacia su influencia. Una mezcla entre el pesado del curso y el líder negativo. No recordó quién de su vida real se asemejaba a este oscuro personaje, pero lo único seguro fue que ocurrió una balacera a muerte entre este loco y la chica. Escondido detrás de una cerca, aún con la ensoñación y la paranoia recorriéndole por entero, se arrojó a la intensidad del momento, embargado por aquella experiencia extrema. Cuando el tipo duro consiguió divisarle, estando a punto de la ejecución, la chica aprovechó el descuido del sujeto para rematarlo en el acto con el fuego de su metralleta.

De repente, era solo él y ella. En el cerro no quedaba nadie excepto las mismas casas eternas de aquellos entonces, transformadas en trinchera de ajusticiamiento. Ella comenzó a apuntarle sin decir otra cosa. Lo hizo él también con una especie de revólver que había recogido de entre las tantas bajas humanas. La tensión crecía conforme ninguno de los dos se disponía a disparar. A medida que la expectación por el disparo aumentaba, el escenario se iba haciendo más difuso, hasta destruirse de tal forma que solo se apreciaba un prolongado barranco por donde caían cuerpos. Cuando ya era el instante decisivo, el instante de la ejecución, apareció, en medio de la tensión del silencio, la posibilidad de resolver el conflicto transando alguna palabra, algún mínimo diálogo diplomático que evitase el baño de sangre. En el fatídico instante que surgía esa posibilidad, la mirada de su contrincante acusó la suya, apretaron el gatillo al mismo tiempo, y el sueño acabó, en el momento que los disparos atravesaron la carne.
No sé, debe haber algún goce adrenalínico en el loquito que vitorea al wander en plena calle con una báltica en mano, y a un par de cuadras de la comisaría. Alguna gracia debe tener ese vitoreo escandaloso.

domingo, 7 de octubre de 2018

Joey Belladonna ha abandonado el departamento. Todo comenzó porque en la mañana el loco fue directamente hacia la pieza del arrendador a increparlo por una supuesta "clonación de teléfono" que este junto a otros moradores del depa le habrían realizado. El arrendador quedó atónito, murmurando que a qué chucha se refería con eso, preguntándole qué quería decir con eso de la clonación. Joey insistía en que alguien de la casa se lo había hecho con intención maliciosa. Posteriormente, el arrendador fue hasta la pieza de Joey a pedirle explicaciones, a lo cual este se negó de manera rotunda. Decía el arrendador que el caso de la clonación de teléfono no era más que una vil excusa, una compleja chiva para no tener que enfrentar el pago atrasado del arriendo de la pieza. Según este, ya había echado a Joey un par de días atrás porque él, luego de dos meses de pago normal, llegó a octubre sin dar ninguna seña de querer pagar el mes entrante, postergando el pago de manera indefinida y sin ofrecer otra chance concreta al problema. En vista de la rencilla, Joey cortó por lo sano y decidió irse hoy mismo, apenas tranzando un par de palabras cortantes con el arrendador. En un principio este me solicitaba que tuviera ojo con él, al momento que saliese y el depa quedase solo, temiendo que en un acto de sabotaje se pusiera a entrar a las piezas ajenas de manera furtiva, cuestión que luego el propio arrendador descartó, señalando que tal vez el loco solo era un tipo algo arrebatado y desordenado pero nunca un "flaite".

Ya al salir de casa el arrendador, Joey envolvía con premura las bolsas de aseo en las que llevaría sus cachivaches. En el instante que lo hacía tenía puestos los audífonos. Escuchaba un tarro ininteligible, inyectado y compenetrado con el exilio, mientras hacía unos apenas perceptibles movimientos de cabeza. Era el idioma del rockero. Canalizaba alguna clase de frustración, mediante el ejercicio de escuchar música a todo tarro, al ritmo de los pasos que lo llevarían afuera, lejos, sin rumbo pero con un estilo desenfadado. "Hey, compadre, ¿quieres estos tomates y estas cebollas?" preguntaba Joey al acercarse al living, ofreciendo algo de lo que estaba desvalijando. Agarré ese par de tomates frescos y esas cebollas con un cierto dejo de extrañamiento, como si al recibir su mercadería estuviese colaborando indirectamente con su expulsión. Le decía que no había necesidad. Joey sonreía y, de ese modo, seguía con la labor de hormiga, hasta que en un par de viajes más volvía una última vez para recoger un cuadro de Van Gogh fondeado entre el resto de los cachivaches. El cuadro era el de la Calavera con un cigarrillo. 

Volviendo a la pieza luego de guardar el regalo de Joey en el refrigerador, escuché que alguien tocaba a la puerta. Era él mismo, ya dispuesto a marcharse y dejando conmigo la llave de la habitación y la de la entrada al edificio. "Te las dejo a ti. No quiero ver al otro wn", replicó. "Entonces ya se va compadre", le dije de vuelta. Respondió que sí, pasándose el dedo índice por el cuello en señal de ejecución simbólica. "Expulsado por convivencia. Esta wea parece reality", le faltó decir. "Así es la realidad", le diría yo, en otro plano imaginario de la conversación. Pero sin otro ademán, Joey tomó sus cosas y se fue derechito hacia la salida aún con los audífonos puestos. "Oye, buena polera", le señalaba antes de que abriese la puerta, indicándole la polera de Deep Purple que llevaba puesta. Antes de cerrar la puerta e irse para siempre, se miró por unos segundos el logo de la banda y se despidió diciendo: "its rock and roll, man".

viernes, 5 de octubre de 2018

Todo lo que recuerdo de esos años lo sé por otros. Según lo que decía mi madre, vía inbox, unos días antes del plebiscito, para el cierre de la campaña, habló Ricardo Lagos (luego del famoso "dedito acusador") sobre un escenario lleno de gente en Pedro Montt, a la altura de la Plaza Victoria. En esos momentos, estando yo en sus brazos, y producto del caos colectivo, me dio un arrebato y no paré de llorar en todo lo que duró la ceremonia. Años después, ya en el gobierno de Aylwin, se encontraron cadáveres en Pisagua y a los de Valpo se les hizo una enorme misa en la catedral de San Ignacio. También ahí, según lo que cuenta, me puse a llorar sin parar, muerto de hambre, hasta que una mujer de la agrupación de familiares de detenidos desaparecidos le ofreció una galleta a mi madre para que se la diera a este pobre llorón insufrible y se callara de una vez. "Fue una época dura pero que sacó lo mejor de todos nosotros", comentaba ella, a modo de cierre. Se sabe que desde tiempos paradigmáticos he sido un aguafiestas, un hinchawea de antología.
Investigando sobre la exposición "Más allá de la música" de Kurt Cobain que se realizará en el Museo de la Moda, doy con otra noticia de este mismo año, sobre un incendio que destruye casi por completo otra exposición en el Museo de Historia de Aberdeen. Las causas del accidente aún se desconocen ¿fatal negligencia o complot en contra de Cobain en su propia tierra? Lo abigarrado del asunto da para especular lo peor. Se me vinieron a la mente las palabras del propio líder de Nirvana, tomadas a su vez de un tema de Neil Young: "Mejor consumirse que apagarse lentamente". Además, tengo entendido que en uno de sus accesos de locura endógena, y según alimenta la leyenda (falsa o no), Cobain habría desatado un incendio luego de quemar un autobús escolar en Seattle. ¿El fuego aquí presente habrá sido una suerte de homenaje? ¿Quemarse -como bien hablaba en relación a su interpretación de la filosofía budista- habrá sido una forma subrepticia de purificarse? El incendio del museo de Cobain gráfica, de forma simbólica, aunque no de la manera más digna, la propia figura del rockero, su propio ánimo nihilista y autodestructivo, su candente belleza, hecha, de una vez y para siempre, llama, ceniza, promesa rota.

De ucronías, hombres en el castillo y plebiscitos

Ucronía: Reconstrucción histórica que se basa en hechos posibles pero que no ha sucedido realmente. Hay una serie, The man in the high castle, que lleva a la pantalla la ucronía de Philip Dick sobre la Alemania Nazi. Hoy se lanzó la tercera temporada, en el mismo día que conmemora los 30 años del plebiscito en Chile. Leí por ahí que la ucronía podría aplicarse perfectamente al caso chileno, lo cual lleva a preguntarse ¿y si hubiese ganado el Sí en lugar del No? ¿Qué hubiese pasado? Un ejercicio ficticio pero uno que vale la pena hacerse.

jueves, 4 de octubre de 2018

Me quedé raja viendo una película en Onda Media. Fue tanto el cansancio, sumado a la condición alérgica y asmática, que fue inevitable irme a negro. No alcancé siquiera a vislumbrar los créditos iniciales. Pero volviendo a despegar el ojo, y regresando al imperturbable negro de la reproducción, doy con la sinopsis de la peli: Crisis, un escritor fantasma, una pianista insegura y un oficinista fanático de un viejo director de orquesta, enfrentan sus miedos, represiones y malos recuerdos en un mundo de fantasías y misterios. Al principio, el compadre oficinista se veía frente al espejo y soñaba que dirigía una orquesta filarmónica; el escritor se hallaba sentado en un sofá con un libro en mano mientras fumaba, observando fijamente la foto de un niño; y la pianista recibía una llamada telefónica incógnita. Quien faltaba para completar el visionado, quien faltaba en esa tríada de pérdida era uno mismo, desfalleciendo en el momento en que las tres realidades conjugaban el cuadro completo de la gran Crisis. Si se mira de otra manera, el apagón de tele y su recuerdo aún fresco fue, en cierta medida, una continuación inconsciente de la película en la mente, otra nota crítica que servía de contrapunto y que resumía individualmente el panorama de la frustración.
Un bicho similar a un mosco se desplazó repentinamente a través de la pantalla. En la esquina inferior derecha no dejaba de mover sus alas justo sobre el ícono de agregar amigos. Cuando cambié el cursor para ocultar el ícono, el bicho siguió su camino hacia el espacio en blanco en el cual debería figurar la barra del chat. Mientras cambiaba de ventana, el bicho permanecía inerte. No alcanzó a advertir que en ese instante el espacio en blanco había desaparecido, o sencillamente ese hecho le tenía sin cuidado. En cuanto volvía a la ventana con el chat, el bicho se desplazó lentamente hacia abajo, hacia el renombrado ícono, pero en lugar de llegar hasta ahí, voló sin otro motivo que el brusco movimiento del borde del ordenador. No volvió a sobrevolar la pantalla ni su simulación en todo este rato. Se dirigió, en cambio, hacia los parlantes resonando, perdiéndose definitivamente bajo la sombra del estante.

miércoles, 3 de octubre de 2018

Paracetamol, vaso de agua y al sobre. El resfrío y el eterno retorno de lo mismo.
Estuve cachando el último programa de La Vega, sobre un personaje autodenominado "El faraón", un sujeto que vive mantenido por su mamá y su hermana a los cuarenta y que dice ser todo un "descansador". Un personaje como sacado de alguna novela de John Kennedy Toole. Un obeso quijote de la flojera. Más allá de lo hilarante y, por supuesto, lo caricaturesco del asunto, se aprecia de inmediato el carácter de reformatorio de la pereza que adquiere La Vega. Una especie de purgatorio donde los ociosos son llevados cual enfermos psiquiátricos o criminales antisociales para reintegrarse a la rueda general de la esfuerzocracia. Quizá no lo intuyo en ningún momento el "faraón descansador" con su actuación patética y con su delirio de grandeza rayano en lo infantil, pero con su participación televisiva consiguió desvelar, al menos solapadamente, el discurso hegemónico del espectáculo en contra del ocio como pecado capital, y a favor del trabajo por el trabajo como valor sagrado, por supuesto, todo bajo la lupa del empleado promedio henchido de orgullo con su efímero puestito y sus años de circo. La tv los quiere trabajando. La tv los quiere sacándose la conchesumadre. Los quiere ganándose la vida. Tu trabajo, paradójicamente, será su rating, será su sueldo.

Mandy

Mandy, más que una experiencia cinematográfica, es una experiencia multisensorial al rojo vivo, un viaje lisérgico lleno de celuloide a través de un imaginario digno de magia negra y thrash metal. Nicolas Cage, pese al estigma de sus papeles, es llevado al límite en el desparpajo de la violencia y la venganza contra los pseudo hippies motorizados de una secta comandada por un gurú loco de remate. El argumento es totalmente básico: año 1983, la historia de un tal Red Miller, un hombre que va tras la caza de los miembros de una secta que asesinó al amor de su vida, Mandy. Pese a esa limitación, el desarrollo atmosférico de la trama, sus planos secuencias que siguen de cerca el descenso a los infiernos del protagonista, la fotografía dantesca, unida a una soberbia producción y una banda sonora de grueso calibre, compensan todo el mal rollo. Cabe destacar la escenografía en la parte neta de la venganza sanguinaria, donde claramente está presente el guiño al cine b, al slasher ochentero, y a los paisajes fantásticos de las historietas de Heavy metal, llenas de ese pulp genuino y nostálgico, y de personajes legendarios y seres demoníacos conviviendo, confrontándose en una dimensión saturada de una épica hardcore. Personalmente, el enganche inicial fue, sin duda, lo más memorable del visionado, con el arranque de Starless de King Crimson, a modo de mantra iniciático que avizora, en cierta forma, la visceral psicodelia que tendrá lugar más adelante proyectada en la mente del espectador, de modo que aquí la música, su efecto desolador y tanático, cobra una relación orgánica con el filme. No espere en Mandy grandes diálogos, reflexiones existencialistas, ni tampoco actuaciones demasiado brillantes. Se precisa verla en calidad de amante de la violencia gráfica, el gore, la estridencia y la cualidad abrumadora de ciertas sustancias. Vaya y véala, si es que desea darle un festín grotesco a sus sentidos, a la vez que un efecto desasosegante que emula a ratos el propio efecto alucinógeno del ácido expuesto en la película con tanta crudeza.


martes, 2 de octubre de 2018

Desplome de grúa pórtico en Valparaíso. Vea el video, medite sobre el colapso, y piense en la grúa como su metáfora perfecta. 

"La vida es un proceso de demolición". Scott Fitzgerald

lunes, 1 de octubre de 2018

En el mejor de los mundos posibles, el mar no es de nadie y todos terminan ahogados cual narcisos viendo su rostro reflejado en el agua (llena de plástico).
Etimología de Occidente. De la raíz kad, que forma el vocablo cadere, caer. Occidens sería algo así como el participio del presente de occidere, sucumbir, perecer. Hay una locución latina expresada por Cicerón que dice "occidente sole" y significa "a la puesta del sol": Así, Occidente proviene de la misma matriz linguística que caída, caducidad, cadáver. El occidental sería entonces, de alguna forma, el que cae, el caduco, el occiso.