viernes, 11 de mayo de 2018

Muerte del narratólogo

En Teoría Literaria recuerdo que nos hacían leer a Genette. En particular, en un análisis narratológico de un cuento de Rubem Fonseca. Vagas memorias. Residuos textuales.
Había una alumna que decía estar todo el rato aburrida, algo impensable o, al menos, poco probable en medio del jolgorio juvenil del día del alumno. Su actitud distaba de la norma, en el sentido de que pedía permiso a cada rato para ir al baño, y permanecía casi toda la jornada en una esquina, sin apenas hablar con nadie. Al rato, sin embargo, se animaba, cuando varios de sus compañeros y compañeras salían de la sala y se proyectaba una peli de terror vía netflix, que otros eligieron. Esa alumna, esa alumna enigmática, auto excluida, era la misma que en marzo se acercó a mi y me confió un cuento que estaba escribiendo. Había dicho que no le dijera a nadie sobre ese cuento. Que, visto así, su incipiente afición a la escritura quedara en la sombra, como ella misma, tras bambalinas del show que montaba el resto de la comunidad. Hay algo que siempre identifica o es síntoma en los proyectos de escritores, un desvío, una actitud fuera de lo común, una decisión inesperada. En el caso de la alumna, tal vez era solo su carácter, su carácter reflejado en ese texto secreto, tímido, oscuro, escondido de la influencia exterior.
Tocó la casualidad de que justo en el colegio el día de la mamá coincidió con el del día del alumno. Desmadre absoluto. Partiendo por el hecho de que hoy, a víspera del 11, los cabros iban a dedicar un tiempo, media hora antes de salir, para enchular la sala, reorganizar el espacio y recibir a sus respectivas familias en una especie de convivencia sorpresa. El proceso fue raro. Al principio dinámico, entretenido, pero luego, engorroso, ya que la inspectora general no había sido advertida respecto al plan del curso y, por ende, tomó cartas en el asunto, al advertir el evidente bullicio producido por el correr de mesas y el inflar de globos. La idea de los cabros había sido planificada por la profesora jefe, solo que no le había comentando nada a la inspectora y, de paso, tampoco al que suscribe, provocando que los propios cabros me avisaran para poder yo autorizarlos a la mala, sin que nadie más, excepto la profe jefe, se enterase. Por supuesto que lo hice, pero solo para el final de la segunda hora. Entonces, la presencia hormonal de los cabros no se hizo esperar, y, ya llegado el momento, comenzaron a rearmar la sala de tal forma que iba pareciéndose cada vez más a una previa de cumpleaños. "¡¿Pero qué está pasando acá?!" se preguntaba la inspectora, al aproximarse a la sala. De inmediato no me quedó otra que explicarle todo, aunque no contaba en ese instante con el apañe voluntario de una muy alborotada pero simpática alumna que también le explicó a la inspectora lo sucedido, justificando el hecho de que lo sucedido dentro de la sala había sido autorizado por la profe jefe y, luego, por mi persona. Una sonrisa seudo inocente de parte de la chica convencía a medias a la inspectora. Y santo remedio. De ese modo, volvía al bochinche junto con el resto de los compañeros. Antes de irse, un tanto más tranquila, la inspectora solo me señalaba en privado que para la próxima le avisaran sobre cualquier actividad extra curricular, que la cuestión no andaba al lote y que, de paso, cuidara "con pinzas" la estricta disciplina. A esas alturas, ya solo atinaba a un breve gesto afirmativo, pero cuando se dio vuelta, el ánimo de la inspectora parecía cambiar, y preguntó acaso de qué vendría vestido mañana. "En una de esas, de alumno", le decía a lo lejos. Solo alcanzó a soltar una corta sonrisa de pasada. Ya de vuelta, los propios cabros comentaban de qué irían vestidos el 11: "¿De profesor?". preguntaba uno. No alcanzó ni a hacerse entender, y sus compañeros ya lo estaban agarrando pal hueveo por fome. Parecía que estuviese recibiendo el bullying de su vida por pretender venir vestido de profesor, acaso el disfraz más obvio. El carnaval en el colegio, la carnavalización de los roles, a juzgar por lo vivido, ya estaba alcanzando evidentes cuotas de tragedia, y, por qué no, de caricatura.