viernes, 11 de diciembre de 2015

El Terremoto de Chile



Heinrichn Von Kleist, novelista romántico alemán, escribió a principios del siglo XIX un cuento llamado "El Terremoto de Chile", haciendo referencia al terremoto ocurrido en Santiago en el año 1647. Básicamente el argumento versa sobre una historia de amor prohibida entre una joven de la burguesía y un sirviente suyo, quienes al ser condenados una al convento y el otro a prisión, son luego liberados oportunamente a causa de las fuerzas naturales. Tras el desastre, ocurre una situación inesperada: el público que estaría expectante a la ejecución de pronto adopta una postura compasiva, como si el horror al desastre hubiese despertado en ellos una sensibilidad dormida, o simplemente el miedo o el letargo ante la inmensidad de la naturaleza. Von Kleist señala en el cuento que más que un deux ex machina el terremoto no representa una redención moral sino que actúa más bien como una fuerza primigenia sin sentido que al chocar contra el mundo de los hombres desarma el orden social, generando dilemas existenciales.

Como buen romántico que era Von Kleist comienza a intuir que el amor puede sobrevivir pese a la catástrofe y que el mal y el bien intercambian sus papeles en una sacudida cósmica. No hay juicio sobre la bondad de la naturaleza o de dios ni tampoco sobre la maldad de los hombres impertérritos ante ese amor. Sin embargo, Von Kleist establece al final del cuento que los amantes son asesinados después de ser acusados de herejes en una misa posterior al desastre. Podría pensarse que el terremoto obró como una mano misericorde del destino, y que los creyentes fanáticos concluyeron aquello que el movimiento sísmico había frustrado: el castigo contra la inmoralidad de los amantes. Pero es más profundo que eso. Es eminentemente presentar la falta de control del hombre sobre el mundo. Y el azar que implica cada acción que intenta llevar a cabo con un fin superior. El terremoto no es metafísico, no es tanto un destino como una circunstancia, fatal para algunos, bienaventurada para otros. 

 Si se releyera este cuento ahora mismo en Chile con su fama de país sísmico y de capital del desastre, se pasaría por alto la lectura romántica, importaría ante todo el restablecimiento del orden social del sistema, más que la pura subjetividad que zozobra ante los hechos. Si fuese leída desde esa perspectiva se convertiría en un manual en clave literaria sobre qué hacer o no ante semejante catástrofe. Es porque se tienen medidas para evitar y prevenir todo tipo de riesgos, pero no se aprecia una “cultura sísmica”, una cultura del desastre, no se vivencia el desastre como propio, la gente se ve enajenada de él, desprovista. Los de arriba simplemente la utilizan como el chivo expiatorio para el poder, para el servilismo disfrazado de servicio público. Si viviera Von Kleist y escuchara hablar sobre el terremoto del 2010 más le valdría que todo se fuese a la mierda de una sola vez, para confirmar que, de acuerdo a la máxima de Hobbes, el hombre es un lobo para el hombre, pero que solo algunos tienen el olfato para anticiparse a la jugada y hablar sobre el desastre con tono pontificador, sin vivirlo de cerca, y sin ser ellos mismos el desastre encarnado.