jueves, 23 de mayo de 2019

Pasó algo hoy. Una alumna sentada sola en la fila de adelante, en una esquina que le tapaba la visión, me llamó. Creí que se trataría de alguna duda respecto a la actividad en clase, pero no. Se trataba de ella. No paraba de tiritar y su rostro se notaba irritado. Le pregunté qué le sucedía. "Le digo afuera, mejor", señaló la alumna, prefiriendo evitar el contexto de la clase. Esperaba que le diese permiso para salir. De ese modo, la encaminé hasta la puerta de salida. Ya afuera de la sala, y sin la vista de sus desconocidos compañeros, la alumna se quebró delante mío. Tiritaba aún más que en la sala de clases, y estuvo a punto de llorar, pero consiguió contener las lágrimas, tan solo para alcanzar a explicarme qué le sucedía. "Sucede que estoy cansada, profesor. Tengo depresión y no sé qué hacer", fue lo que dijo la chica, con el rostro nervioso ante la contención emocional. No supe qué decir. Traté de calmarla, diciéndole que se despreocupara de lo referente a la clase de lenguaje, que se lo tomara con calma y fuera al baño. Así lo hizo. Sin pretender ahondar en su condición, entonces se dirigió lentamente al baño a mojarse la cara y a pasar un rato el incómodo momento de aflicción. Al rato, se le veía entrar por la sala, de nuevo hacia el rincón que había elegido como su nicho. Tenía la cara húmeda, aunque ya había dejado los tiritones. Me acerqué a ella y le dije que se tomara todo el tiempo que quisiera en lo relativo a las clases. Que, de hecho, la prueba misma tampoco era un asunto de vida o muerte. Al escuchar este improvisado intento de empatía, se limitó a sonreír un poco, diciendo: "Gracias, profe. Pero para mí no hay tiempo". En cuanto escuché su respuesta, quedé helado. No quise comunicárselo a ella, pero insistía en mi majadero apoyo protocolar. Así la chica guardó rápidamente la guía que tenía pendiente. Luego me pidió el correo del curso y permiso para poder retirarse. De un momento a otro, salía de la sala, a paso calmo y con un adiós apenas perceptible para el resto del curso, demasiado abstraído tras esa breve escena. Sus declaraciones fueron contundentes: para ella simplemente ya no había tiempo. Y, al parecer, tampoco espacio, ni clases, ni prueba. Únicamente, una profunda desazón.
Si hay algo que encontré genial en el último capítulo de GOT (a pesar de no seguirle el hilo hace mucho) es que el rey fuera finalmente un wn fuera de la norma elegido por un enano casi persuadido. Un loco parco, quitado de bulla, inválido y, para más remate, incapaz de tener hijos. Un anti rey. Un raro con corona. Una apología épica de lo freak.