martes, 29 de noviembre de 2022

Algún día se escribirá "la historia secreta de la poesía porteña", pero espero que aún quede poesía y puerto para cuando eso ocurra.
Lo único que puede regocijar a un escritor -durante sus días más oscuros- es el hecho de escribir cada día más y mejor que antes. Ante los hechos acontecidos, hayan sido o no su responsabilidad, él se sonríe, porque sabe que de ellos sacará la masa para edificar su próxima funesta arquitectura, su propio monumento hecho de esperanza y de tragedia, pero sabe que, como cualquier monumento, este corre el riesgo de ser vandalizado, profanado, demolido frente a la primera inclemencia del tiempo o, lo que es peor, elogiado con sumo cinismo y sin ápice de comprensión.

El encuentro fortuito de El tripulante de Raúl Peralta Moris

Hoy en sala de profes, la encargada del CRA comenzó a leer unas extrañas páginas. "Lo sustancial carece ya de sustancia producto del exceso de manipulación del concepto", decía, con monotonía y con cara de no entender nada. Luego de leer esas líneas, la encargada preguntó a quién le gustaría leer el libro entero. Ningún profe se dio por aludido, hasta que levanté la mano. "¿Eres escritor?", me preguntó ella. La pregunta me dejó perplejo. ¿Por qué querría saberlo? Sin embargo, con confianza, le respondí que sí. Acto seguido, la encargada puso una firma y se acercó. "Te regalo el libro", dijo. "Por fin me libré de él", agregó. Se suponía que la encargada quería deshacerse de este libro enigmático por encontrarlo raro y alguien debía recibirlo en su lugar. Yo fui aquel. Y, sin duda, se trató de un regalo inaudito, sobre todo porque el escritor del libro es porteño y tiene por nombre Raúl Peralta Moris. El libro en cuestión se llama El tripulante y data del año 97, publicado por la Sociedad de Escritores de Valparaíso. Consiste en un compendio de un viajero, pero escrito en un estilo vanguardista, lleno de metáforas, imágenes y con experimentos en la tipografía y el diseño de las páginas. Me sorprendió, a vuelo de pájaro, el estilo del escritor, aunque mucho más su misteriosa figura y el cómo llegó a mis manos este ejemplar. Dice la leyenda que el poeta Tristán Tzara escogió la palabra dadá al azar de un diccionario, y que, para el Conde de Lautreamont, lo bello era el encuentro fortuito entre una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de disección. En cierta manera, este libro del escritor Peralta Moris fue evocado con ese mismo ímpetu surreal, solo que, en lugar de la mesa de disección, se trataba de la mesa sobre la cual los profes revisaban pruebas en silencio. En fin, la anécdota parece conjurar el contenido mismo del libro, su espíritu, de quien se dice, en la solapa, que prepara un mensaje místico, esotérico.



lunes, 28 de noviembre de 2022

Aldo Pellegrini dijo que la poesía tenía la puerta herméticamente cerrada para los imbeciles. Yo creo que fue demasiado optimista. En realidad, ha permanecido mucho tiempo abierta, al punto de darle el pase libre a farsantes, calumniadores y oportunistas. Es tiempo de volver a cerrar la puerta.

jueves, 24 de noviembre de 2022

"La literatura es una defensa contra las ofensas de la vida", decía Cesare Pavese en El oficio de vivir. Ya lo sabía: escribir es la forma más noble y efectiva de sublimar tanta injuria y de hacer del veneno, alquimia. Buenos días.

miércoles, 23 de noviembre de 2022

La voluntad iniciática

El encuentro ocurrió frente a un edificio abandonado. Previa cita, un poema de Trilce de César Vallejo había sido enviado por correo, a modo de mensaje subliminal. “Cuándo vendrá a cargar este sábado de harapos, esta horrible sutura del placer que nos engendra sin querer”. Esas líneas resonaron en el imaginario profano, a medida que corría el tiempo y la incertidumbre sobre la iniciación crecía. Tan pronto llegó un compañero y una compañera, reunidos bajo la sombra de aquella construcción antigua, todo desembocó en una estimulante charla sobre las energías interiores y las energías del universo. En cierta medida, concordamos en que las vibraciones mentales podían influir en el tejido de nuestra realidad, lo cual incrementaba la posibilidad de una experiencia fantástica. Pensé, de inmediato, en El retorno de los brujos de Louis Pauwels y Jacques Bergier, libro que versaba sobre el realismo fantástico, la ventana abierta de la historia hacia el mundo mágico, que persistimos en ignorar, refugiados en un racionalismo demasiado estrecho. Fue, en ese momento, que, sin previo aviso, nos cubrieron la vista, yéndose todo a negro, y nos guiaron hacia rumbo desconocido. La sensación fue la de estar siendo asaltado, incluso reconociendo que se trataría de un aprendizaje a prueba de luz y de fuego. Al ser trasladados a bordo, lo único que podía percibir era el bullicio de la calle y la agitada respiración de mis compañeros de viaje. Había que confiar ciegamente en el destino del día. Seguimos así, custodiados en todo momento por nuestros guías, hasta dar con lo que parecía una gran escalera, una escalera que nos llevaría hacia la elevación o hacia la separación de aquel mundo que creíamos el único, pero que en verdad solo se trataba del afuera de este otro espacio, todavía incierto, aunque cada vez más imponente por solemne. No había manera de retroceder. La mente menor, asustada, impelía a desandar los pasos, defendiéndose de lo extraño, pero, en esa instancia, sabíamos que lo extraño era la materia de lo fantástico, y lo fantástico adquiría, de a poco, el carácter ritual de la desintegración.

Ojos cerrados, la vista obligaba a volcarse hacia dentro de uno mismo, a la vez que el espacio se volvía más y más intenso, introspectivo. Se sentía una multitud de custodios del lugar, seguramente presenciando el ingreso de los huéspedes e invocando nuestra presencia a tan cara e íntima dimensión. Se sentían en movimiento, yendo y viniendo hacia ambos lados, como en un continuo flujo de cadencia. Mientras tanto, entregado a la situación, fui meditando sobre cada uno de mis pasos, tratando de no perder la calma ni el aliento. La vista a oscuras le permitía a la mente divagar y revolcarse cual pájaro enjaulado en la noche. No encontraba forma de volar que plegándose sobre sí misma. De modo que la experiencia fue cobrando un cariz más profundo, hasta el punto de expandirse un verdadero abismo entre lo de afuera y lo de adentro. El límite entre ambos se difuminaba, al punto que pasó a dominar el adentro. Nos fueron encaminando mientras nos desvestían, dejándonos semi desvestidos y con algunos accesorios extraños. Lentamente, como en una procesión misteriosa, nos llevaron hasta unos cuartos. No sabíamos qué había exactamente allí, y el espacio apenas se hacía palpable por los sentidos, por lo que la mente egoísta comenzó, de manera automática, a configurar múltiples escenarios, múltiples materialidades a partir de la oscuridad. Algunos minutos después de sentarnos, fuimos acomodados frente a una especie de altar. Retiraron nuestros metales. Cuando ya estábamos listos, se dirigieron a nosotros y profirieron un discurso cuyo contenido apuntaba a conocer, por fin, la verdadera naturaleza y motivación del rito. La voz lo inundaba todo. Nuestros oídos aún profanos solo podían asimilar dichas palabras en modo trance, con tal de seguir sus dictámenes, en total consonancia con nuestra posición. Nos instaban a descubrir, por un momento, nuestros ojos para poder ver. Nos encontramos en una suerte de cámara secreta, un verdadero confesionario frente al cual teníamos una declaración de principios y un testamento, el cual debíamos transcribir al pie de la letra y luego responder con compromiso. Entre cada visita de los custodios, mediaba un tiempo indeterminado, el suficiente para volcarse hacia la estoica contemplación del sitio y la reflexión silente sobre el proceso. La idea del Absoluto y la presencia del Creador cobraban fuerza en ese pequeño reducto, porque la interpelación recaía sobre uno mismo. La muerte era parte del proceso. Ahí supe que mi antigua vida tenía que ser dejada atrás, en un sentido sutil. Así lo avizoraba el imaginario mortal, el ingente desapego y el constante devenir asociado a la vivencia.

Una vez jurada la palabra y el espíritu sobre la Orden, nos llevaron lentamente hacia un pasillo que parecía interminable, y sobre el cual uno parecía equilibrarse ante un vacío insondable, solo reconocible por la presencia de los custodios que, en todo momento, procuraban la sacralidad de la ceremonia. Así, luego de pasar unas cuantas pruebas, imaginé que entraba por un pequeño túnel, al hacernos avanzar a rastras. De verdad, la sensación era la de ingresar a un mundo alterno, iniciático, ajeno a lo exterior. Los guardianes de las puertas consentían el ingreso de cada uno de estos profanos, dispuestos a cruzar el portal y formar parte de este otro universo. Para eso había que morir de manera simbólica. La primera prueba consistía en cruzar a través de un terreno de sugestión peligrosa, repleto de ruido y caos. Conforme avanzaba, los guardianes me guiaban de vuelta hacia mi puesto. Me sentía observado, al igual que mis compañeros, presentía a los custodios en la sala. Sin embargo, estaba tan enfrascado en mi ensimismamiento que la oscuridad pasó a formar parte del rito y me proyecté en ella. Las reflexiones exigidas por los maestros de ceremonia invitaban a repensar en profundidad nuestra desconexión con nuestra vida pasada y nuestra nueva comunión con este otro sendero. Al fin, las pruebas, con toda su tragedia y dramatismo, exigían de nosotros una catarsis y también un arrojo de voluntad. En la voluntad se encontraba toda nuestra ley y nuestro sacrificio para con la hermandad que allí estaba a punto de acogernos. El olvido, la memoria, el fuego y la sangre formaron parte del proceso de disolución y reintegración. Abiertos los ojos, el emplazamiento sobre nuestra palabra y nuestro juramento volvía a hacerse patente. Ese era el misterio que había que resguardar. La perdurable comunión de uno mismo, la propia voluntad en búsqueda trascendente con el principio divino.

Abierta la mirada, abierto el nuevo mundo, la comunidad nos daba la bienvenida y el rito estaba por completarse. Ahora, los que observábamos éramos nosotros, y la oscuridad se había vuelto consciencia. Se volvió al mito. A la travesía del sacrificio. Volvía la carga poética de Trilce, resonando sobre el imaginario y rimando con la energía del ritual: “Cuándo vendrá a cargar este sábado de harapos, esta horrible sutura del placer que nos engendra sin querer”. Algo fue engendrado en el instante en que todo dio la luz: una nueva palabra, un nuevo sendero, también otra fuerza, otra posible realidad. Porque, como decía el poeta Paul Eluard: “Hay otros mundos, pero están en este.” La energía sublime se había manifestado en todos y cada uno. La vida y la muerte habían danzado en el abismo del absoluto. Ahora, sencillamente, conjuran el gesto, el amor, la gnosis.

La revolución de la IA. ¿El fin de lo humano en el arte?

La Inteligencia Artificial comienza a apoderarse del terreno del arte, terreno que se creía materia exclusiva de la humanidad orgánica. Así lo demuestra el cuadro llamado “Théâtre D'opéra Spatial”, generado por un tal Jason Allen, que ganó recientemente un premio en la feria estatal de Colorado. Este hecho le valió a Allen una severa crítica, porque él, en efecto, no pintó nada, sino que todo lo hizo el software Midjourney. “Sabía que esto sería controvertido”, dijo Allen, para defenderse de los ataques. “¡Qué interesante es ver cómo todas estas personas que están en contra del arte generado por IA son las primeras en arrojar al ser humano debajo del autobús al desacreditar el elemento humano! ¿Esto les parece hipócrita a ustedes?”, remató, dejando entrever así el problema de la real autoría respecto a las nuevas obras de arte generadas mediante IA. ¿Podrá la Inteligencia Artificial, en un futuro, adquirir consciencia de sí misma y, de paso, reclamar su derecho de autor como creadora legítima de arte, independiente del ser humano? Parece que esta pregunta ya tiene un alcance real.


Recientemente, se mostró otra obra de arte generada por IA en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, mismo donde pasaron Picasso y Kandinsky. La obra tiene por nombre Unsupervised (Sin Supervisión) y fue ideada por Refik Anadol, creando su propio modelo de inteligencia artificial. La gracia de la obra radica en que se presenta sobre una pantalla, donde es controlada por redes neuronales y consta de un compendio de miles de imágenes extraídas de otras miles de piezas de arte de la colección del Museo. Así, Unsupervised consiste en un gran collage en movimiento que siempre fluctúa e interactúa con su entorno y tiene la capacidad de reconfigurarse y adaptarse a cualquier estímulo. Cambia según sea la intensidad de la luz, los movimientos en la sala y el clima, por lo que cada espectador de la obra, en definitiva, ve una versión distinta de la misma. Frente a este escenario, nuevamente surge el problema de la autoría. ¿Quién crea la obra? ¿Anadol? ¿La propia IA? ¿Los espectadores que la recrean? ¿Todos y cada uno? A este lío se pueden sumar también los creadores de cada una de las obras contenidas en el compendio. ¿Podrían, en un futuro, tener la facultad para reclamar su propiedad frente a esta obra tan camaleónica y rizomática? Se ha abierto, sin duda, una Ventana de Overton.


Todo apunta a que, en un futuro, la Inteligencia Artificial obtendrá más protagonismo en la vida social y se arrogará más y más atribuciones. Según informes del Foro Económico Mundial, se espera que, para el 2025, las máquinas realicen más trabajos que los humanos. Claro está que la automatización laboral es solo la primera etapa de un plan mayor, porque el dominio de la IA se afianza, poco a poco, sobre cuestiones que se creían reservadas solo a la dimensión creativa del ser humano. Sin lugar a dudas, el transhumanismo es el gran paradigma que subyace a cada una de estas tentativas de vanguardia. El objetivo es reemplazar definitivamente lo más sagrado de la humanidad, lo que tiene de irreductible: su mente y su espíritu, expresados a través del arte. Pero creo firmemente que fracasarán. Jamás existirá un nuevo Da Vinci, ni un nuevo Miguel Ángel, ni algo comparable a la creación del Partenón o las pirámides, en el futuro. No por nada, en la película El día que la Tierra se detuvo, Klaatu, extraterrestre que estaba dispuesto a aniquilar a la humanidad entera, desistió de hacerlo, únicamente, al escuchar una pieza musical de Bach. Con esto, se demuestra que hay algo más que simple progreso sin arraigo en la inteligencia humana, que la inteligencia humana es mucho más que un mero pandemonio técnico, que la técnica tiene su sombra en el genio y en el misterio de la belleza, el signo de lo divino, el reencuentro con la totalidad.

lunes, 21 de noviembre de 2022

Un alumno autista me escribió al correo. Lo hizo para excusarse por la calidad del trabajo que tenía que hacer: "Perdone por el trabajo tan horrible, pero la vida es dura para algunos", señaló. Es la primera vez que me lo hace saber. "Definitivamente, no soy uno de ellos", remató en su mensaje. El chico siempre se sienta a un costado de la mesa del profesor y no habla con nadie. En cierta forma, su excusa podría leerse como una reflexión existencial e incluso como una declaración de principios. En ese momento, se me vino a la memoria el tema Jeremy de Pearl Jam. "Jeremy habló en clases hoy en día", no paraba de repetirme ese estribillo después de leer al cabro, pero sabía que él jamás hablaría en clases y no se iba a matar frente al curso. Este otro "Jeremy" únicamente compartía, con el de la canción, su espíritu sufriente y cuestionador, expresado a través de la escritura, equivalente al estribillo. Definitivamente, no era uno de ellos. Él pedía, a gritos, ser él mismo.
Porque soy terriblemente autorreferente y de puro tincado, deseando que todo acabe, publico dos poemas que pretenden formar parte de un próximo hipotético poemario, que ya no se llamará "Lobotomía", sino que "Ripio y soledad":


Conciencia


Qué frío hace aquí dentro,
aunque todo permanezca cerrado.
Qué fría es la soledad y qué seco
el sonido de la voz
contra las paredes abandonadas.
La humedad dibuja ahora una silueta
en el espacio de la desaparición.
Me curo del mundo por dentro
Con alcohol desinfecto
las podridas heridas.
No me comprendo, no me escucho
no dejo de envenenarme
con el licor de tu hiel.
Bajo esta consciencia recién emplazada
abro agujeros para drenar
la supurante memoria,
porque ya no salgo,
porque ya no vuelvo,
estoy reformando el corazón.
Vago eremita en este claustro
con la contemplativa meditación
sobre el derrumbe del pasado
simplemente, porque no supe pensar
ni supe sentir, ni supe pedirle al tiempo
lo que estabas esperando,
porque lamentarse se ha vuelto inútil
porque escribir ya no me vale
para escapar de la lápida del olvido
para escarbar un lapidario testimonio.
Hay días en que todo permanece quieto,
hay otros en que todo sigue en su sitio,
pero aquí adentro se sigue dibujando
el espacio de la desaparición.
Me pliego entre los rincones de ese espacio,
tanteando lo que no fue,
lo que no pudo ser,
lo que pudo haber sido,
tres verdugos que velan mis noches.
Afuera, el tiempo continúa su virulencia,
aullando una maldición,
una condena anticipada,
el espacio que ahora me falta,
el tiempo que ahora me sobra,
y que cada día se hace más estrecho,
hasta que no quede otra cosa
que velar tu imagen frente al espejo
y habitar en la desesperación.




Volcán


Puro fuego decías sentir
jurando consumir con eso mis entrañas
envolver con ese manto de luz mi alma impía
pero tu pretendida pureza acabó cediendo al polvo.
No cabía allí otra religiosidad que la de nuestro sexo
por eso interpretabas mi devoción a tus formas
como un impostado confesionario,
una eucaristía adeudada y sublimada en el pecado.
Subsumías con ese fuego mi herejía,
pretendías que viera en tus tiernos relieves el busto de Dios
para lograr la conversión definitiva
y volver nuestra sangre el sacrificio,
pero todo lo que restó de aquella ceremonia
fue consumido por su propio desengaño
saturado por el agnosticismo del corazón
por la apostasía que acabó relegándome del templo
y profanando nuestra presencia.
Yo, ángel caído
tú, Judith,
profusa, completamente radiante en su temeridad,
cegado por tu ambigua presencia
sigo cayendo
porque continúas en la memoria cual magma
que palpita luego de haber sido expulsado
de la manera más ígnea y destructiva.
“Luz se vuelve cuanto toco
Y carbón cuanto abandono:
Llama soy sin duda alguna”
Rezaba Nietzsche en su Ecce Homo
y así este volcán que persiste en su erupción
(la metáfora extraviada de aquella pasión incendiaria)
continuará conspirando durante las noches
mortalmente claras,
sofocándonos
avasallando el espacio
donde solíamos saborear la carne del abismo,
al borde de la cama a punto de quemarse
callando deliberadamente y a espaldas del sacramento,
cada una de nuestras virtudes
para luego desaparecer, sobrepasados,
demasiado corroídos para salvaguardar las bendiciones
y sortear el cálculo milenario de la creación.

sábado, 19 de noviembre de 2022

Feliz día del hombre, 19 de noviembre: "El hombre es un signo indescifrado". Holderlin.

Censura al libro El fracaso. Cómo se incendió la Convención

Cuando se intenta tapar el Sol (convencional) con un dedo, pasan cosas como esta. Tarde o temprano, aflora el verdadero ser maximalista y autoritario tras la fachada democrática. Si pretendemos hacer lecturas de un proceso histórico como lo fue el de la Convención constitucional, se debe estar dispuesto a aceptar las visiones disidentes. Todo mi apoyo, Garín.

Corte Suprema declara inadmisible recurso que buscaba evitar uso de imagen de Elisa Loncon en libro sobre la Convención Constitucional - El Mostrador

Treinta años de Bajos instintos, 1992-2022

Se cumplen 30 años del legendario thriller erótico, "Bajos instintos", con la poderosa y sensual Sharon Stone en el papel de Catherine Tramell, la escritora fatal. Los hombres que se follaba en la vida real morían tal cual como en sus novelas. Cómo olvidar ese picahielos, cómo olvidar esa escena del interrogatorio. Tramell encarna, sin duda, la sexualidad femenina llevada a su máxima expresión, en la pura línea de Gilda o de Kitty Collins, pero mucho más ruda y acorde a los tiempos.

Era el año 1992 y se dejaban oír manifestaciones en contra de la película, por estigmatizar a los homosexuales en varias escenas, donde Tramell se mostraba abiertamente bisexual y sin tapujos. Ante esto, cobró relevancia la aparición de Camille Paglia, cuyas declaraciones iban en contra de lo políticamente correcto y desafiaron la moral de estos grupos de activistas (si volviera a declarar lo mismo, hoy por hoy, sería "cancelada"). En dicho momento, Paglia se atrevió a hacer una defensa férrea del «poder violento» del personaje de Catherine Tramell:

“¡Las mujeres son zorras! La mujer es la diosa puta del universo. Instinto básico ha visto el retorno de la «femme fatale», lo cual indica el dominio de la mujer en el reino sexual. La interpretación de Sharon Stone es una de las mejores de una fémina en toda la historia de la gran pantalla. ¡Esa escena de interrogación en comisaría va a convertirse en una de las escenas clásicas del cine de Hollywood! Ahí se ve de todo: esos hombres alrededor de una mujer en su plenitud sexual y ¡los convierte en gelatina!". Camille Paglia.

Por todo eso y más, Bajos instintos merece ser recordada como una película rupturista para la época y al personaje de Catherine Tramell como la encarnación de la femme fatale contemporánea, ad portas del nuevo milenio.




miércoles, 16 de noviembre de 2022

Reseña de poesía: In finitos (2022) de Luz Blanco

"El poeta y el filósofo se asemejan en que ambos tienen que habérselas con lo maravilloso". Santo Tomás de Aquino

¿Qué es lo maravilloso? ¿Acaso el encuentro con lo sublime por elevado? ¿O aquello que provoca asombro por su carácter inefable? Una posible respuesta podría encontrarse desde una relectura del asombro definido por Aristóteles como un estado previo al filosofar. Si hablamos del asombro como una consecuencia de la percepción humana ante un evento inesperado y todavía incomprensible, entonces en dicho asombro también es posible concebir el impulso de la capacidad poiética, la capacidad creativa del poder de la palabra para expresar aquello que estaba vetado a lo racional, pero que se manifiesta mediante un lenguaje intuitivo, metafórico, simbólico.

Sin duda, hay en la palabra poética un pathos inherente, una conmoción imaginativa ante el derroche de la vida. Y es la búsqueda de la palabra poética aquella que apunta a recrear la vida y, con todo, delinear un camino hacia una remota imagen de lo universal. En cierta medida, invocar una verdad que está más allá de lo evidente, de lo que se deja, simplemente, percibir mediante nuestros humanos sentidos.

En el poemario de Luz Blanco, “In finitos” está patente ese ánimo de lo asombroso y ese derrotero de lo poético en consonancia con lo trascendente. La mirada filosófica de la hablante se deja expresar en forma de imagen y de ritmo, al hablar del pensamiento y de la libertad, como se puede apreciar en el poema Improvisamos: “¿Cuándo lograré entonar una letra con su entidad?”. Si bien hay una “sed de infinito” en sus palabras, también está presente el cuestionamiento sobre el propio ser y la limitación del saber humano, que redunda en el cuestionamiento al alcance del lenguaje.

La experiencia del ocaso en Cuenta regresiva manifiesta la disolución del cuerpo, la cual es seña de la mortalidad empírica y la subjetividad emocional: “Se me pudre el cuerpo/como la promesa que me hiciste”. Así, se entiende que el cuerpo muere porque también lo hace el sentir, pero el espíritu es aquello que permanece y que debe ser liberado: “Ya quisiera ser solo espíritu: unirme con el celeste”. Esta constante entre cuerpo y espíritu, o entre la dimensión mortal y la dimensión trascendente, se vuelve uno de los leitmotiv recurrentes de la hablante, en constante rima con la visión gnóstica del mundo sensible como La cárcel, de la cual la esencia humana intenta escapar para “religar” con el origen.

Por eso, es preciso descender al centro de la tierra e ir al encuentro con los muertos como en Un día sin pájaros. Hay que experimentar el vacío para poder integrarse con el todo. De esa forma, se conjura el significado del día y la mañana, la aurora del amanecer. La hablante reconoce en la aurora un nuevo comienzo, la luz de lo ideal, el resplandor de la trascendencia divina, en un símil perfecto de la salida de la caverna platónica. Sin embargo, la salida nunca es fácil, porque la dualidad del ser terrenal aún pugna por mantener la consciencia sometida. Entonces, viene la resistencia, el miedo a enceguecerse con la luz: “con mis ojos/avergonzados del sol naciente” (Canto de la mañana).

El camino del iniciado está repleto de pruebas. El despertar nunca es definitivo. Eso lo saben todos los maestros de las grandes religiones. Se precisa de un sacrificio, de una voluntad personalísima puesta al servicio de algo más grande que el ego. No se trata de perder la personalidad, se trata de conducirla hacia su perfección y hacia su conjugación con lo absoluto, con lo “infinito”. Es en este camino a lo infinito que la hablante no teme expresar poéticamente la conmoción del ser y, con él, las vacilaciones del lenguaje. Para ella, como manifiesta en Melodía amordazada: “Está hecha mi mente toda niebla”.

Nadie conoce o desea la verdad. Es esta inquietud la que se deja entrever también en la hablante cuando señala en su poema Verdad: “es que no te conoceremos/como no podemos conocernos”. El hombre contemporáneo, escéptico de los absolutos, envuelto de la caída de los metarrelatos, abomina de todo aquello que ofrezca certidumbre, pero en su fuero interno también arde una llama de eternidad, porque siente en su propia carne la zozobra de la finitud.

Una existencia sin verdad conduce a la desorientación, a la falta de sentido, a la perplejidad, a la experiencia de la finitud. Hay quienes, como los poetas románticos o los poetas infrarrealistas, hacen de aquella experiencia su poética, su “navegar sin timón y en el delirio”. Frente a esta búsqueda, se encuentra también la constatación de la decadencia, la pérdida progresiva de los valores, la añoranza de lo eterno, la reintegración con el tiempo mítico. Son estos lineamientos los que esbozan la poética de In finitos.

En In finitos, el viaje de la hablante, su estero claroscuro es una procesión espiritual, un autodescubrimiento preñado de sacrificio al encuentro con el principio divino. El dolor, el sufrimiento, la sensibilidad que impregna ese camino solo confirman la sacralidad del viaje. Para la hablante, la poesía se vuelve el lenguaje místico a través del cual puede expresar su más íntimo ser y, a su vez, conciliar su experiencia mortal con el éxtasis espiritual. Es sabido que el Verbo es originario; la poiesis, la creación. La palabra, entonces, es la llave para la comprensión de uno y de todo, aunque el silencio también encierra su propia verdad, como se señala en El declive de la aurora: “callaría al fin toda voz y todo nombre”.

Es la mudez también otro aspecto del lenguaje, así como la oscuridad otro aspecto del ser. En In finitos se da espacio para representar lo oculto, lo dionisiaco, el rito de la naturaleza, la tragedia, la comunión con lo primigenio. La hablante celebra la vida en Bosques sacros con claras alusiones al Dios Pan, el dios de la fertilidad y la embriaguez. Tras la fiesta vital, viene el ascenso hacia lo sublime. Este se representa en el ascenso a la cordillera de Los Andes, manifestación geográfica de la grandeza. Se aprecia en In finitos ese misticismo con la tierra, esa alusión a una patria sagrada, que remite de inmediato a la “Aurora de Chile”, símbolo de la independencia de nuestro país.

Una vez conseguida la elevación, la hablante vuelve al mundo. Luego del rito, el viaje, viene la iluminación, el reencuentro con el Cristo, en todo su amor y plenitud. Consagrada la vida y la experiencia, se consigue la comunión con lo divino, en el interior, en forma de esencia indivisible: “volveré a llamarte para encontrarnos/así como me llaman/los tesoros ocultos de su altar”. (Paseo por la avenida). De ese modo, la hablante está lista para la Vida contemplativa, el estadio de serenidad del ser, la paz anhelada, la luz, la meditación del mundo interior, el reencuentro con la esencia, y dejará que “la aurora cante”, una y otra vez, en el horizonte de su profundidad.

Una propuesta poética como la de In finitos invita al lector a iniciarse en otra dimensión de la vida, una más íntima y espiritual. Invita a revivir, tras cada voz y cada metáfora, la experiencia mística a través de la poiesis de la palabra, misticismo tan necesario, frente a las categorías disolventes de nuestra era posmoderna. En este libro usted no encontrará malabares inclusivos ni disputas ideológicas; hallará búsqueda, intensidad, revelación, verdad.

Si un conflicto se vuelve insostenible y carente de solución, siempre está la posibilidad de volverlo literatura.

Nocturna (Poema)

A cierta hora, entrada la noche,
solo restan los golpes y las llagas,
Y los versos que nunca te escribí
esparcidos como sangre en el pavimento.

domingo, 13 de noviembre de 2022

Reordené mis estantes de libros de tal forma que miran a la cama. Antes, en mis anteriores piezas, siempre habían permanecido al borde, de modo que cualquier libro se podía agarrar hasta acostado. Me quedé observando fijo el libro de Román Reyes, Sobre el amor y el olvido, e inmediatamente recordé todas aquellas noches tórridas de pasión, aquellas noches al vuelo de las cuales solo quedó la hoja desaliñada, la sábana ilegible. De cuántas de aquellas noches han sido testigos estos libros, muchos de ellos esperando ser leídos, todavía, y, sin embargo, son lo único que permanece en el tiempo, fiel a su condición voyerista. Si tan solo los libros hablaran. Pero no. Solo resta la imaginación, el placer sublimado.

El caos será la patria (2022)

"El caos es un orden por descifrar". José Saramago.

¿Podemos enterrar todo este mundo
para al fin devolverle el oxígeno a nuestra tierra?
Todos cómodos con su paz parasitaria
perpetúan los grises y las úlceras.
Se regocijan en la mecánica de sus órganos
Y no escaparán de sus prisiones.

El caos es la patria,
bordear sus costas significa
asfixiarse consigo mismo,
Y las sombras, aburridas, ya han buscado otros cuerpos.
¡Gran amigo! contemplador estoico
báñala de vida y luz con tu furia.

El caos es la patria
toca la música de la destrucción
para que las amebas bailen extáticas con su ritmo.
Ya el morbo se apodera de ellas
suben alegres, coléricas, por los cerros
quieren sentir el vértigo de la vida
pero reniegan de la tierra que las reúne.

¿Es este otro telón de fondo?
¡Oh¡ ¡Gran amigo! ¡Ven a casa!, ¡ven a casa!
Ya viene, ya viene, ya viene,
Tráele vida a estas amebas.
Trae el Sol de todos los domingos
Propaga el ruido sobre el desierto
Que suban a las alturas y acudan al festín
El caos será la patria.

¿Podrán ver el final de cerca?
¿Podrán leer la totalidad de los créditos?
Espero que la tierra los abrace
Entre su velo de parcas.
La muerte tiene un sitio especial para cada uno
Ahora la urbe adquiere la grotesca belleza de los escombros
Las palomas y los perros toman la iniciativa ciudadana
E ingresan a casas y centros comerciales.

El eco de los humanos se oye a lo lejos.

La fiesta apenas ha empezado,
Y todos han recibido invitación.

sábado, 12 de noviembre de 2022

Dedicatoria de Luz Blanco de su libro In finitos: "El poeta y el filósofo se asemejan en que ambos tienen que habérselas con lo maravilloso". Santo Tomás de Aquino

jueves, 10 de noviembre de 2022

"Profe, ¿Se disfrazó de Jeffrey Dahmer?", me preguntaron algunos chicos en el colegio al verme con lentes. Lo han dicho casi toda la semana. Incluso algunos se han tomado la molestia de mostrarme al susodicho asesino interpretado por Evan Peters, con un afán comparativo. "Yo no he matado a nadie, que conste", les respondí a los cabros, con ánimo de seguirles la corriente. ¿De pronto, para ellos, su profesor era similar al actor? ¿Cualquier parecido a un tipo joven con lentes correrá el riesgo de ser identificado con el personaje? Todo indica que el rol del asesino Dahmer en la serie fue tan penetrante en la cultura pop que invadió el imaginario de los cabros y, por extensión, incluso, el conjunto de la clase.

miércoles, 9 de noviembre de 2022

Ha aparecido una nueva variante del coronavirus: Cerbero. Al ser considerada como variante de interés por su nivel de contagio y tras algunos estudios hechos en Alemania, se la ha llamado como “el perro del infierno”, el can de la mitología griega que custodia las puertas del inframundo. Por el nombre, podría pensarse que se trata de una variante ultra peligrosa, que infectarse con ella equivaldría a vivir una morbosidad dantesca. Nada más lejos de la evidencia científica. “No lleva ese nombre porque sea infernalmente peligrosa”, ha dicho un doctor de la Universidad de Salamanca. De hecho, para Cornelius Römer, científico de la Universidad de Basilea, la BQ.1.1, nomenclatura técnica para el Cerbero, solo podría causar un aumento de los casos en algunos países de la Unión Europea, pero nada comprueba que sea potencialmente más peligrosa que cualquier otra variante del bicho. Tal parece que la denominación rocambolesca obedece más a un ejercicio poético, de modo que cada nueva variante adquiere un nombre mitológico acorde a la capacidad ficticia del especialista. Pese a esta consideración, no deja de ser un escenario cruento, el hecho de que alguien pueda, eventualmente, morir por las fauces del perro que custodia el infierno de los enfermos. No cabría allí otro lenguaje que el ladrido del virus, ni otra expresión que la encarnación animal del miedo humano.

martes, 8 de noviembre de 2022

Monster

La exitosa serie de Netflix que está basada en la figura de Jeffrey Dahmer se llama Monster. Aunque parezca inverosímil, también existe una película del año 2003 con ese nombre, Monster, y se trata de una asesina serial. Sí, tal cual como se lee: una asesina serial llamada Aileen Wuornos, cuya interpretación estuvo a cargo de Charlize Theron, y que contó también con la participación de Christina Ricci en el papel de Shelby Wall, su amante. ¿Cómo es posible que exista una asesina serial? ¿Y cuáles habrán sido sus motivaciones? Una truculenta historia verídica de los años noventa que, sin duda, rompe algunos cánones y preconcepciones. Vale la pena verla, para ponerla en perspectiva con la otra de Dahmer.

El asesino serial vuelto ícono pop. ¿Han escuchado el término hibristofilia?

"La arquitectura del posmoderno está desprovista de centro, eje, equilibrio y armonía. La posmodernidad es medianoche. La modernidad corresponde a la tarde, a la puesta del sol: todavía quedan residuos del mundo tradicional, de luz, de subjetividad, de racionalidad y de totalidad. Hay familias, sociedades, estados y hombres. En la posmodernidad todo esto es suplantado por dividuos, cyborgs y entidades posthumanas. En lugar de realidad hay virtualidad; en lugar de inteligencia, inteligencia artificial; en lugar del hombre, el posthombre; en lugar del racionalismo moderno, la esquizofrenia de Deleuze y Guattari. Es una sociedad líquida (Bauman) en la que todo se disuelve, en realidad, ni siquiera es una sociedad, sino una destrucción caótica de estructuras que libera gran cantidad de energía, inmediatamente disuelta en un proceso entrópico. Es una caída ininterrumpida hacia abajo". Alexander Duguin
Otro fragmento del intento de novela romántica existencial que estoy escribiendo, con un toque de erotismo y thriller:

En el momento en que salí sin mayor expectativa, en que pretendí simplemente olvidarlo todo en el San Junipero, apareció ella, emergida como una dulce tiniebla, mediante un deja vu demasiado vívido como para desmentirlo. La coincidencia había posibilitado el milagro: que ella me extrañara y se animara a mensajearme para propiciar otro encuentro posible. ¿Cuál habrá sido el íntimo motivo de esa necesidad? ¿Habrá querido sencillamente pasar un buen rato? ¿O habrá asimilado mejor las cosas?  ¿Habrá resuelto mejor nuestro embrollo de nombres e identidades, para decidirse por una nueva oportunidad? De la forma que fuese, me reencontraba con ella, saliendo del mismo lugar de nuestros amores y nuestros delirios.

Al llegar a su casa, lo primero que hicimos fue comernos furiosamente, atracando contra la pared y arrastrándonos hasta la pieza en donde acabamos tirando como si nos fuéramos a morir a la mañana siguiente. Realmente no había espacio para las palabras. Gemir y sudar eran los únicos lenguajes posibles. De repente, habíamos olvidado por un instante todos los posibles resentimientos y malos entendidos entre nosotros, para entregarnos de lleno al viejo ritual del placer. Caímos luego de largos minutos de acción, rendidos, entregados a Morfeo.

Al día siguiente, despertamos casi al mismo tiempo y comenzamos a hablar. La necesaria plática para arreglar cuentas pendientes después de la exquisita colisión. Ella se incorporó primero, sacó un cigarro lentamente de su cajetilla y la encendió, absorbiendo una fumada profunda:

-Qué loco ¿No crees? Segunda vez que nos topamos en la disco, y siempre acabamos tirando-.

-Sí, qué locura-.

-Fíjate que igual me hacía falta. No sé, como desahogarme. Porque a veces la vida es tan complicada. Creo que de vez en cuando nos merecemos una tregua-.

- ¿Una tregua? -.

-Sí, olvidar lo mierda que es el mundo, al menos por un rato-.

Fumó una quemada larga y dejó el cigarrillo a un lado sobre el velador. La pieza estaba totalmente desordenada, llena de libros desparramados por todos lados, detalle sobre el cual vengo recién a enterarme.

Contemplé por un momento su figura lánguida, bañada por un tímido rayo de luz solar que salía entre las cortinas rojas. De pronto, ella se ladeó para dejar el cigarrillo en el cenicero sobre el velador:

-Mmmm, ¿qué hora es? -, preguntó.

-Tarde ya. Nos quedamos raja-, le contesté.

Cuando la vi ladearse, alcancé a ver con mayor detenimiento un tatuaje con un verso que tenía en el brazo. No le había puesto atención a ese tatuaje antes.

-¿Te gustó? Este tatuaje me lo hice hace mucho, cuando me vine a esta ciudad-.

En esos instantes, no paraba de contemplar su cuerpo blanco, traspasado por los haces de luz, y bajo la penumbra de la cortina, marcado por el tatuaje con un verso inmortal, como si hiciera el contraste con el día radiante que acontecía. Poseído por el encanto, entonces, me incliné hacia su tatuaje y lo besé de la manera más tierna posible. Ella sintió ese beso y se ladeó lentamente:

-O sea, se podría decir que eres otra-, le dije.

Ella se incorporó y me miró por unos segundos.

-Si así lo crees, entonces lo soy…-.

El misterioso tatuaje con el verso me había hecho pensar en aquella primera noche. ¿Realmente, desde esa vez, ella siempre fue otra para mi conciencia? ¿No habrá sido que, al confundirla con otra, ella inmediatamente se volvió esa otra? No podía saberlo. Solo tenía a mi lado a la mujer con la que decidí seguir y dejarme encantar. No cabía espacio para cavilar sobre su alteridad, solo la satisfacción de saberla conmigo, aunque fuese durante esas fugaces horas de desvelo y amanecer.

Sabía que esa iba a ser la dinámica de nuestros encuentros, cada vez que se nos ocurriera coincidir, bajo un insaciable influjo poético. Ella no podía resistirse, ni yo tampoco. Evitábamos, a toda costa, ser engañados, ser heridos de muerte. Sin embargo, había algo, un algo de misterio y de fuerza primigenia, que nos seguía uniendo. Ahora ella era esa otra mujer, indescifrable en un comienzo, pero abierta hasta la médula.

Desde ese momento, supe que todo amor siempre tiene algo de extraño.

Pero el futuro nos tenía reservado un ocaso implacable.

lunes, 7 de noviembre de 2022

Vuelven las crónicas escolares:

Hoy en pleno patio, los cabros de cuarto medio, más cuáticos que nunca, se agarraron a bombazos de agua. Algunos, incluso, trataban de achuntarle a algunos auxiliares y profesores que iban pasando, incluyéndome. "Hace mucho calor" dijo uno, justificándose ante la inspectora. "Mientras no sean bombas de verdad, no hay de qué preocuparse", me dijo un colega, irónico, resignado. Más al fondo del patio, bajo el segundo piso, unas cabras de distintos cursos empezaron a agarrarse de las mechas, y sus compañeros, en lugar de separarlas, las grababan, seguramente, para subirlas a Tik Tok o para volverlas un meme que luego será viralizado por interno, en los incontables grupos virtuales donde el colegio pasa a ser un mero show. "¿Y no las grabaste?", le dijo una colega a otra, en la sala de profes, cuando se enteraron de la agarrada de mechas. El fin de semestre, como dicen en jerga escolar, se viene bélico, y los cabros lo saben. No les queda otra que desquitarse.

domingo, 6 de noviembre de 2022

Comentario introductorio de mi próximo libro "A destiempo. Reminiscencias e instantáneas".

Cuando pensé en una escritura que pudiera detener el tiempo para capturar el instante decisivo, siempre creí en la crónica. Lo que se escribe en ella es la experiencia directa de una anécdota al vuelo o de un hecho memorable, porque la vida es eso que ocurre y que nos atraviesa al pasar, y que solo se deja traducir en cuanto materia de tiempo. Decía Roberto Merino, en un taller sobre crónica, que “la experiencia del suceso es evanescente”, por lo que su escritura, por definición, es anacrónica. Esta aseveración, sin embargo, no debiera desalentar el oficio, sino que todo lo contrario. Es esa evanescencia de la experiencia en el tiempo la que vuelve la tarea de la escritura una obsesión vital, acaso una traducción imposible de un momento vivido o la reconfiguración del acontecer mediante la carne de la palabra:

En esa obsesión se nos va la vida: la de atrapar el tiempo y traerlo de vuelta, encapsularlo, congelarlo, intacto, sea como sea. El tiempo, nuestro tiempo, recordado, reproducido o, lisa y llanamente, imaginado. (A destiempo)

(…)

En ese tiempo sacudido, asesinado, y sintonizado luego de su interferencia, ahogamos el paso de los días. El presente mismo de esta escritura interfiere, sacude y asesina a sus lectores. No restará entonces otro tiempo que el de ese presente. (A destiempo)

jueves, 3 de noviembre de 2022

“Profesor, no sé por qué me tinca que el otro profe al que echaron, va a volver un día al colegio disfrazado de Guasón y nos va a matar a todos”, afirmó una alumna. Lo dijo muy seria. ¿Realmente creyó, en algún momento, que sería un escenario factible? Por lo demás, la imagen del “lobo solitario”, el anti social vengador siempre está asociada a los estudiantes inadaptados. Que una alumna lo haya asociado, esta vez, a un profesor humillado, aunque fuera de pura broma o imaginación, indica que el hastío con el sistema se palpa aún en al aire. ¿Consecuencias de un malestar más vigente que nunca? Es probable. Ya no son los estudiantes los renegados del sistema; lo son también los profesores, muchos de ellos, frustrados, perdidos y desequilibrados. La sombra del Guasón, pues, se mete hasta en el tejido del curriculum educativo, busca poseer algún cuerpo en los entrecejos de la burocracia del Estado, nutrida de personajes grises. Sintoniza con el encabronamiento y rima con el resentimiento del espíritu; solo cambia de ropaje e indumentaria.