martes, 11 de agosto de 2015

No nos invitaron a la Academia.


Fui a la Upla a averiguar un asunto sobre el postgrado. Daban las tres, hora de colación, y nadie llegaba. Un señor que estaba esperando, doctorando en política, me dijo que es probable que se haya suspendido la reunión. Me señaló: "Es como funcionan las cosas". En eso conversaba sobre la tesis que lleva tiempo pateando indefinidamente. (Yo también, aunque de una manera extra académica, he llevado tiempo pateando cuestiones importantes de mi vida de manera indefinida). Me decía que casi todo hoy por hoy en materia intelectual se mueve por contactos. Por ejemplo, una tesis en materia política, por nueva que sea, por revolucionaria, si se quiere así, debe tener alguna clase de respaldo, una cita por miserable que sea, una referencia mínima a algún autor, y no cualquiera. Así, en todo orden de temas y disciplinas. Le señalé que es la paradoja de la academia: Exigen originalidad pero en el fondo se trata más bien de la capacidad de asociación e interrelación, una forma demasiado eufemística de decir: todo se mueve mediante relaciones clandestinas, personales, favoritismos o, en el mejor de los casos, meritocracia. Siempre la originalidad no es más que otro texto que necesita al menos ser pronunciado en el idioma de cierto grupo para constituirse como tal. Con la Academia funciona exactamente igual que con las bandas callejeras. Tienen todos sus códigos, su cadena de favores, sus deudas y sus recompensas, y también si se quiere, una lista negra para casos excepcionales. Así lo comprendían en cierto modo Bolaño o Arlt. No es tanto hallar un nuevo discurso, una nueva forma más radical de hablar sobre los tópicos de siempre, sino que desplazar de lugar los discursos, "mover el piso de los consagrados".

El sujeto me explicaba que como es posible que un paradigma pueda romperse, es porque todo forma parte de la tradición, la lengua misma lo es, como señalaba Borges, se trata de una suerte de gheto al que se entra mediante una especie de club de la lucha, solo que hay luchas que son más secretas que otras. Por ejemplo, la teoría de la relatividad de Einstein, un ejemplo de que se puede abrir una grieta en la tradición desde adentro, para entonces instaurar otro fuego en un principio personal pero que tiene un radio de alcance universal del que el propio individuo se ve muchas veces privado. Pero ¿cómo fue posible eso? ¿Si su teoría no tenía ningún estado del arte, ninguna cita textual que la validara, ninguna otra clase de lobby más que su propia novedad? Es porque su fuerza no radica en su novedad, sino que precisamente en su capacidad de mover el piso (y claro que lo hizo, como consecuencia implícita, luego, con la bomba atómica). Pero tarde o temprano, agregué, todo acaba formando parte del plan. El sujeto del doctorado señaló que el problema no es ese, sino que lo es la indeterminación sobre quien o quienes manejan realmente el plan. Si acaso aquellos que citaste, si a aquellos que frecuentaste, pueden todavía considerarse válidos, influyentes, o, en último término, dignos de confianza. El mismo entramado social es un plan. Entonces la pregunta inaudita: ¿Qué hacemos realmente aquí? Subastando nuestro tiempo por un cupo dentro de ese gran espectáculo de las ideas. Si se sigue el plan, uno apela de esa manera a los no muy transparentes objetivos de la academia. Si es el fin personal, honesto pero de igual modo interesado, todo resulta mucho menos elevado. Todo acaba siendo un capricho. Ya sea para ganar más dinero, o bien, como diría Millán, como una nueva oportunidad de conocer chicas. En fin, el motivo inicial de la reunión se vuelve difuso. Mientras conversamos sobre esto, nada ha cambiado. Seguimos fuera de la Academia, pero ofreciéndole gratuitamente la energía de nuestra indecisión. La soledad, al fin y al cabo, sigue siendo nuestro marco teórico. Y la tan bullada novedad entonces como un mito que ya no vende, como aquel agente que convocó la fiesta y al que dentro de ella todos ignoran simplemente porque nadie lo conoce.