sábado, 14 de julio de 2018

Asado en la casa de abajo al frente. Por la ventana del dormitorio se cuela el olor a carne. Entra hasta el humo de cigarrillo de los comensales que no paran de echar la talla y brindar por no se sabe qué motivo. Suenan temas aleatorios. Desde Los Prisioneros a Sonora de Llegar. La juerga sucede tan cerca de la pieza que de hecho pareciese que fuese aquí mismo, en el depa. Incluso hasta hago el ademán de asomarme y un loquito levanta una lata hacia arriba como queriendo socializar su vacile. En cuanto cierro la ventana y vuelvo de la cocina, la música desaparece. Todos se habían fondeado, y solo una joven afuera, junto a la parrilla, leía unos mensajes en su celular, fumándose el último pucho para también guardarse pronto. El único vestigio de la junta sigue siendo el olor a asado que vino para quedarse, y la sensación de estar siempre dentro pero a la vez en otra parte. Sin pensarlo tanto, con esos dos elementos, una Escudo guardada en el refri y un dvd de The Verve voy armando mi propio momento de dispersión. Si es que así se le puede llamar. En un acto reflejo, voy vacilando solo a raíz de los ecos aún latentes de la juerga de afuera. Kafka decía: "No es necesario que salgas de tu casa, quédate en tu lugar y escucha... El mundo llegará a ti para hacerse desenmascarar". Ya que no se fue a la fiesta, la fiesta vino a uno, de rebote, no de lleno. Sus cenizas y su ausencia, su réplica, van marcando la tónica del panorama nocturno. Entonces me doy por satisfecho, cuento los minutos para medianoche, e, inescrutablemente, me quedo raja, siguiéndole el rastro a la mosca que busca desesperadamente escapar al exterior, hacia la noche infinita.