Cada vez que ocurre un vacío entre la planificación y la clase que tienes pensada hacer, solo piensa en John Cage con su pieza musical 4`33, en la que lo único que hacía eran tres movimientos de manos, mientras el público impertérrito comenzaba a agitarse por el silencio incómodo. En efecto, dentro de ese vacío los alumnos se agitarán y comenzarán a moverse y a la vez preguntarse qué diablos pasa. La pieza musical, la clase se hará sola. Ese silencio puede que traiga más de una sorpresa.
viernes, 19 de junio de 2015
TICs
Descargando videos y ppts para las clases de mañana, recuerdo que la tecnología es un arma de doble filo, que no se puede confiar del todo en que funcionará siempre. Más de alguna clase, de hecho, ha sido saboteada por su ausencia o deficiencia, oportunamente para los estudiantes, cuando amerita y, desgraciadamente, para sus maestros, cuando no les queda otra.
Sin embargo, Nikola Tesla decía que era un comienzo. No por nada le confiamos nuestro tiempo y nuestro espacio a la red. La clase, como cualquier otra realidad, está supeditada a las fuerzas del exterior. Fuerzas, por supuesto, extrañas. La clase no es una burbuja, nunca lo fue, y precisamente el trabajo consiste en que no llegue a serlo, a pesar de que muchos se empeñen en eso.
Por otra parte, no se puede confiar del todo en que la tecnología sea poco menos que "la herramienta del futuro". Dicen que las TICs han llegado a ser incluso imprescindibles, pero es el mismo discurso de novedad sobre necesidad. Casi todos los ramos de metodología de la universidad se encargaban de inculcarnos esa premisa como si fuese un nuevo evangelio, dando casi por hecho que un aumento de estas TICs redundará en un mayor acceso y una experticia casi mágica de esos recursos. Es el doble sentido de la tecnología en general: mayor acceso no implica mayor utilidad. Incluso, en casos extremos, han llegado a ser inversamente proporcionales.
Recuerdo que un profesor mentor decía, de manera un tanto rústica, pero práctica, que cuando todo falle siempre hay que contar con un plan b, c, d y, si se puede, un plan z. En el fondo, pensaba que el profesor, como un pequeño sofista, como un flaneur de la información, se pasea entre los diferentes métodos, no importando si sea todavía la rudimentaria hoja o la futurista aula virtual.
La premisa real es: no confíes la clase al método. La clase es una realidad por hacer, una potencia. Ni las hojas en que se ha escrito la literatura del mundo ni la imagen virtual deudora de lo eléctrico te aseguran que la clase sea, de hecho, una realidad. Los alumnos serán, en el fondo, sus únicos y mejores hacedores cómplices.
Otra anécdota pedagógica sentimental: al leer los mensajes que se enviaban algunos chicos entre parejas, no podía dejar de pensar en la ortografía y la redacción, obviando el contenido pragmático: la expresión del sentimiento, sincero o no, hacia otro. Será por estar demasiado metido en el trabajo o porque sencillamente ya he olvidado a quien escribirle y cómo hacerlo. Incluso el lenguaje académico, tan poco romántico, se ha introducido en los poros. Su sequedad llega a dar asco. Llega un punto en que el académico se come al poeta. Entonces, aparece el cínico. Sinceramente, se extrañan esas cartas. No importaba si se escribía mal o no, el puro gesto daba a entender que había algo. Esas cartas mal escritas, románticas no por la gramática, sino que por tener agallas.
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