viernes, 5 de abril de 2024

Treinta años de la partida de Kurt Cobain: Aún huele a espíritu adolescente

A treinta años de la muerte de Kurt Cobain, comparto una reflexión que escribí hace diez años, sobre la importancia de su música en mi propio proceso creativo:

Ahora que hago un recuento, un rewind de mi experiencia en esto del naufragio de escribir, todo comenzó con el rock and roll. De hecho, partí escuchando desde el fenómeno grunge, la "nueva ola rock" noventera, pasando por el heavy metal de los ochentas hasta llegar a los grandes clásicos de la era hard rock y la onda psicodélica/progresiva. Partí escribiendo intentos de canciones, inspiradas en las de Nirvana. No sé por qué esa rabia hermanaba tanto, siempre existe algo en los abismos personales que nos hermana. Si hubiera seguido escuchando música de baile probablemente no estaría escribiendo acerca de ficciones, desventuras ni maldiciones.

En esa misma época, casi de forma sincrónica descubrí a los beats, y luego a los poetas chilenos: Lira, Parra, De Rokha, Teillier, Lihn. Primero el rock, pasando por el beat para llegar a las palabras "ajustadas al abismo", el abismo de vivir en el culo del mundo, en un colegio de provincia a la punta del cerro, y armando un culto al rock que iba sumando capas al espíritu subterráneo, solo con la sangre, con el polvo, sin tener idea de que todo era parte del mismo circo, y mejor que no hubiera idea, solo bastaba esa necia pero vital caravana de resguardar y difundir una especie de amalgama "rock/poesía" como evangelicos de la juventud. Todo lo concerniente al curriculum no era sino el telón de fondo de ese latido escondido.

Una de la tantas "misiones" que nos proponíamos con un amigo, consistía en asaltar la radio escolar. En realidad, después de eso la prestaban, pero existía toda una mística en tomar la radio por asalto y plagar ese nicho de flaites de buen rock. Como desvaríos de profetas sin mensaje ni tierra, sentíamos a los anti rock como paganos que hubiera que convertir. Mientras tanto, uno se sentía la rara avis, algo así como el Tristan Tzara de ese grupo de hijos de proletarios idólatras del ruido. En fin, nada nos aseguraba que en esas misiones algo cambiara, pero no importaba.

Era la intuición de que toda tentativa de figurar, de éxito, de fama, nos llevaba de inmediato a la trinchera del otro lado, un poco la manía que atormentaba a Kurt Cobain durante su carrera, la de admirar a las bandas en sus inicios y aborrecer el que salieran "a flote" en la marea mediática, a riesgo de vender el alma al diablo comercial. Siempre fue su miedo. El éxito fue su cruz. El idiota miedo escénico era solo una forma de darle profundidad al aburrimiento, una forma ingenua de dejarlo todo, sin la expectativa de ninguna inteligencia ni alguna clase de don, solo la oscuridad tocándose a sí misma, rebobinando nuestros deseos y desengaños.

Cuarenta aniversario del diario de Winston Smith

Un 4 de abril de 1984, Winston Smith en la novela 1984 de George Orwell, escribió la primera entrada de su diario: "Y se le ocurrió de pronto preguntarse: ¿para quién estaba escribiendo él este diario? Para el futuro, para los que aún no habían nacido". En un rincón, escondido del Gran Hermano, Smith escribió a mano limpia como forma de resistencia. Cuarenta años de este hito en la ficción orwelliana. ¿Seremos acaso, los escritores de diarios, los blogueros, los cronistas anecdóticos, los que escribimos a pulso, la resistencia de una época distópica, aquel futuro presente?