sábado, 13 de mayo de 2017

Al leer los cuadernillos de psu di con una noticia sobre el origen del café, en el apartado de plan de redacción. El texto señalaba que el café tenía un origen musulmán. Explicaba que algunos pastores de aquella época, durante el siglo IX, se dieron cuenta del efecto estimulante que tenían los granos de café sobre las ovejas. Fue debido a eso que los pastores aprendieron a cultivar la planta y a preparar la bebida. Al llegar el café a Europa, fue cobrando fama como “el vino árabe”. Fue tanto el revuelo por esta nueva bebida que los países católicos pegaron el grito en el cielo. Incluso, entre los feligreses más acérrimos, el café fue llamado en su momento "la bebida de Satanás". No fue sino hasta el siglo XVI que el café llegó al Vaticano, bajo la presión de los fieles, y los propios eclesiásticos. El Papa de esa época, Clemente VIII, se negó a prohibirlo, a pesar de su mala fama. Prefirió probarlo él mismo. Al beber una taza de café, la experiencia lo cautivó tanto que decidió darle una bendición cristiana. Agregaba finalmente que “sería pecado dejar a los descreídos una bebida tan deliciosa".

Ya leída esa breve genealogía, me acordé de pronto de la cantidad de tazas que había tomado en la mañana para echar a andar la máquina. Alrededor de tres. Una a bordo del bus, desde un termo pequeño (para despertar). Otra, al llegar al preuniversitario, entrando a la sala de profesores (para preparar la clase mentalmente). Y la tercera durante la clase misma (para funcionar). Esa tercera taza permanecía, sin embargo, a medio tomar, en la mesa del profesor, mientras trataba de resolver junto a los alumnos el orden de los enunciados del texto sobre el café. Un par de alumnos también aprovechaba la circunstancia, y entraban a la sala con un vaso de la otrora bebida del mal. De cuando en cuando, en el vacío de la clase, miraba hacia la taza, casi automáticamente. Ya no sabía distinguir si se trataba solo de la bendita adicción del momento o únicamente de la pizca de herejía que aún permanecía en el interior de la taza, llamándome.