jueves, 18 de enero de 2018

Le pregunté al vendedor de la disquera Memorie de la galería suiza en Viña, si acaso estaba el No need to argue de los Cranberries. Me vio con cara de "otro más". Replicó que en estos últimos días le habían pedido en caravana discos de Cranberries, solo que no precisamente ese. El que tiene el single Zombie. Un cliente al lado del mostrador también lo quería. Ante la duda y la vacilación de ambos, regodeándose en torno a la posibilidad de comprar o dejar pasar esos discos, el vendedor mencionó que había que llevárselos pronto, puesto que mañana quizá ya no estén. Y lo más probable es que, de acuerdo a la ley de la oferta demanda musical, así efectivamente suceda: que por no llevarse un disco que estaba botado y listo para ser comprado, al otro día ese mismo disco ya haya sido adquirido por otro comprador más entusiasta. El cliente de al lado lo pensó un poco, se dio otro vistazo por la vitrina para sacar la vuelta, y se dirigió al vendedor con una salida media filosófica, argumentando que, al igual como los discos que no se compran en el momento y luego desaparecen sin previo aviso, así también nosotros "nos vamos" sin saber el cuándo ni el porqué. El vendedor se rió tratando de seguirle la onda, medio serio, estupefacto ante la inesperada reflexión, y tal vez -a juzgar por su gesto nervioso- deseando que el bendito cliente se digne alguna vez a comprar el disco que tanto merodea sin efecto. Por mi parte insistía en un vitrineo sin sentido, subrepticio, casi vigilante. Mientras eso ocurría, el cliente aquel se despedía rápido y se iba sin haber comprado disco alguno. Tranzaba eso sí un par de palabras con el loco antes de haberse ido, puesto que al parecer lo conocía de antes. Cuando ya no estaba el compadre, fui con toda resolución a por el disco. Sin embargo, no contaba con que ya se había acabado el efectivo. Le pregunté al vendedor si acaso era posible dejarlo encargado para mañana. Recordando los dichos de aquel comprador frustrado, y su actitud chamullera, miró con el ceño medio fruncido. Hasta que finalmente, contra toda expectativa, cedió. Dejaba el disco encargado, con la condición de que pagase una mínima parte y de que lo retirase pronto "antes de que fuese demasiado tarde". Ante eso, no quedó otra que comentar una anécdota al voleo: el hecho paradójico de que tras la muerte de un artista este venda más que nunca. Un mercado post mortem. "Por eso, mañana venga luego, ya que si no lo hace, puede que el disco ya no esté, o puede que tampoco ninguno de nosotros viva para contarlo". El vendedor tras eso cerró el mostrador y cambió el letrero de la puerta en señal indirecta de despedida.
Apunte al vuelo: En el documental que dieron hoy en El internado, "Araucaria Araucana" de Rémi Rappe y Santiago Serrano, la voz en off de la narración personificaba una especie de "conciencia" del árbol de la Araucaria, llamado originariamente Pehuén. La pregunta inmediata era si acaso esa voz le pertenecía al bosque o a un árbol en particular que hablara por todos los otros. Hiperónimo o metonimia. El realizador respondió que se trataba nada menos que de la "voz de la Araucaria". Señaló además que la idea no la inventaron ellos, sino que la tomaron y la adaptaron de un libro de Daniele Ball Simon, "Pehuen, l'arbre d'un peuple", traducido como Pehuén, el árbol de un pueblo. La voz del árbol del Pehuén sería también, según esta creencia, la voz de la gente que vive al alero del árbol. Y el silencio milenario de aquel árbol sería, consecuentemente, el silencio cómplice de la propia gente.