miércoles, 24 de agosto de 2016

Hoy en un arranque de sinceridad inusual tres alumnos dijeron cuestiones inauditas. Una de ellas, aquella guapa que me trató de viejo el día Viernes con ánimo de broma, entró sin permiso a la sala durante la prueba del otro ciclo. Dijo que lo hacía porque odiaba Matemáticas. Le pregunté que por qué se metía a una clase ajena. Si acaso por oposición le gustaba más Lenguaje. Dijo que no, que solo venía a conversar con sus amigas. Que si fuera por ella no vendría al colegio y “se quedaría en la casa fumando pito con el pololo”. Que lo hace solamente “por el puto sistema en que estoy metida” (sic). Le recalqué: “En el que estamos metidos, señorita”. Otro de los alumnos durante la prueba de Convivencia Social, no lograba dar con las dos respuestas restantes a las preguntas que se le exigía. Se le dijo que por qué dejaría la prueba así. Que por qué no intentaba seguir, y, en última instancia, “chamullear” (el mismo consejo que después le dio a su compañero luego de salir: “chamullear es la ley”). Él contestó sin más que lo hacía porque era nada menos que un mediocre. No todos los chicos se asumen mediocres. Casi siempre apelan al aburrimiento, a la falta de entendimiento o a la rebeldía. Pero asumirse mediocre es ya un paso importante, un paso decisivo. A la salida de la prueba, y al final de la jornada, converso en la escalera con un cabro del segundo ciclo. Me pregunta de qué universidad salí. Le respondo que de la Católica. Entonces se sorprende y dice que cómo puede estar haciendo clases aquí, a sujetos como él que no pescan mucho y que solo ven “el estudio como un trámite” (sic) para salir a trabajar y no los hueven los papás. Que al ser de la Católica debería estar en alguna otra institución “más connotada”. Se le explica que buscar pega fija de profesor dentro del radio de influencias, aunque no lo creyera, es complicado, y funciona prácticamente como cualquier otra pega en Chile: mediante astucia y contacto. Por lo tanto, trabajar en un 2 por 1 es una pega bienvenida mientras se está a la espera de otra oportunidad laboral. El cabro parecía entender el trasfondo del asunto. No se sentía ofendido por la falta de diplomacia del comentario. No esperaba de parte del profesor que dijera que estaba en un 2 por 1 porque realmente le motivase esa realidad. Agradecía, en el fondo, la sinceridad, la crudeza de la verdad. Durante el lapso de una pura mañana, los cabros abrían su interior como nunca. Para despedirse, el último cabro pidió fuego. No pude ofrecerle. No le quedó otra que pedirle a la chica del principio. Caminaban hacia la calle. Una despedida espontánea para acabar con el rictus de la obligación.